Toñito y sus inquietudes (II)

Una tarde de domingo, Toñito, no aguanta más y le hace una visita a su vecino Juan. Su culo ya no volverá a ser el mismo.

Los días pasaron, y lo sucedido solo hizo crecer en mí, aún más, las ganas de volver a disfrutar de una polla, todo aquello que había imaginado durante tanto tiempo había quedado empequeñecido frente a lo que había sentido en la realidad. Me pasaba las noches intentando calmar el ansia por llenar mi culo, usaba de todo, y el placer que yo mismo me proporcionaba era inmenso, pero nada que ver con las sensaciones vividas aquella tarde con Juan. Así que decidí repetir, y una de esas tardes de domingo, en las que el aburrimiento no dejaba de crecer, se me ocurrió subir a casa de Juan a hacerle una visita. Éste aún vivía con sus padres, así que cuando llamé a la puerta, la encargada de abrirme fue su madre, Alba.

― Hola Toñito, ¿qué querías?

― Hola Alba, ¿está Juan en casa?, estaba en casa haciendo un trabajo para el instituto, pero tengo una duda con el ordenador y no sé cómo solucionarlo, a ver si él puede ayudarme.

― Claro que sí, pasa, él está en su cuarto.

― Muchas gracias Alba. Y Pepe, ¿cómo está?

― Muy bien hijo, en el coche está esperándome, vamos a hacer unas compras, así que no me paro más y bajo, que sino después se enfada. Estos viejos… Ya sabes donde está el cuarto, yo me voy ya.

Joder, vaya suerte la mía, al oír aquellas palabras se me iluminó el cielo, parece que la suerte estaba de mi lado, iba a tener una sesión con Juan, sin que nadie nos pudiera molestar. Cuando me dirigía al cuarto pude oír como Alba salía y cerraba la puerta, así que antes de entrar, me desnudé por completo, quería dejarle claro cuáles eran mis intenciones.

― Toc, toc, hola Juan soy Toñito, puedo pasar.

― Hola, sí claro, entra.

Cual fue su sorpresa cuando me vio entrar completamente desnudo, mostrando mi pequeño cuerpo ansioso por volver a ser poseído.

― Joder Toñito, estás loco, mi madre está en casa.

― No Juan, tu madre ya ha salido de casa, estamos solos. No puedo dejar de pensar y quiero que me vuelvas a hacer lo de la otra tarde, pero esta vez sin prisas.

― No dejas de sorprenderme pequeñajo. Así que eso quieres, ¿no?, bien, acércate a mí.

Dirigiendo su mano a la bragueta del pantalón, dejó salir aquella polla que tanto me había hecho gozar hacía solo unos días y que desde entonces había acaparado la totalidad de mis pensamientos. Yo no tardé en dirigirme hacia ella, tenía ganas de volver a metérmela en boca, saborearla, hacerla crecer y dejarla lista para que me follara de nuevo.

Me encantaba metérmela aún flácida, casi cabía por completo en mi boca, y empezar a jugar con su bonita cabeza. La lamía, y esta a cada lengüetazo, no dejaba de crecer, me sentía poderoso por provocar aquella reacción. En poco tiempo Juan estaba totalmente empalmado, y me follaba la boca, sujeto por la cabeza, me la metía y sacaba, en ocasiones hasta sentía arcadas de lo profundo que eran las embestidas, pero no me quejaba, en aquel momento era una putita, y como tal, debía y deseaba darle todo el placer que estuviera en mis manos. Juan se daba cuenta, y se aprovechaba de mi sumisión, absorto, intentaba profanar lo más profundo de mi húmeda cavidad, y gracias a mi pasividad, esta chocaba una y otra vez con mi campanilla, me daba cuenta de su obsesión por metérmela entera, pero así era imposible.

― Espera, dije yo, si quieres conseguirlo, deja que te ayude, me tumbaré en la cama.

Y así hice, me tiré bocarriba en la cama, con la cabeza colgando fuera de esta. De esta forma conseguía alinear mi boca con la tráquea.

― Ven inténtalo ahora.

Juan se agachó un poco para introducírmela, y suavemente consiguió hacerlo por completo, su verga sobrepasaba mi úvula abriéndose paso por mi garganta, en ocasiones parecía que me iba a quedar sin aire, pero entonces la volvía a sacar, esperaba mi leve recuperación, y volvía a introducírmela sin miramientos. Era una auténtica bestialidad, podía sentir como aquella tranca ensanchaba mi cuello, de mi boca no paraba de salir montones de saliva incapaz de contener, pero me gustaba, nunca lo hubiera imaginado, pero me gustada ser sodomizado, y tener aquel nabo en mi boca intentado destrozarme me hacía disfrutar una barbaridad.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que Juan me empezara a soltar chorros de semen en mi boca, casi consiguen asfixiarme, por lo que hice lo posible por sacármela un poco, ahora se corría sobre mi lengua, y podía saborearlo, hasta que me la sacó por completo y dándose un par de meneos terminó de eyacular los últimos cuajarones sobre mi cara.

Se echó totalmente extasiado sobre la cama, y yo me quedé pensando en lo que había sido capaz de hacer, o recibir, sin poner ningún tipo de impedimento, por tal de saciar mi apetito de sexo. Me sentía como una auténtica ramera, y a gusto con mi rol, iba a dejarme llevar y disfrutar sin ningún tipo de arrepentimiento.

Dejé pasar unos minutos, quería darle tiempo para que se recupera, porque aquello no iba a terminar todavía, era el turno de mi culo y no estaba dispuesto a dejarlo sin su ración de placer. Mientras Juan seguía tirado en la cama, empecé a limpiarme la cara, me llevaba los restos de leche hasta mi ano, lo penetraba con mis dedos, y aprovechaba este lubricante natural para irlo dilatando y preparando ante lo que iba a venir después. Juan, al verme, empezó también a meterme los dedos, y yo me fui dejando hacer, quería sentirlo dentro, y me abría para facilitar su labor. Sentía como ya me había introducido tres dedos y éste parecía obsesionado por seguir metiéndome más. Cuando quiso meterme el cuarto, mi culo, en un acto reflejo y en respuesta al dolor punzante que sintió, se contrajo, y un pequeño quejido salió de mi boca.

― Lo siento, ¿te he hecho daño?

― No, no te preocupes, solo es que mi culo aún no está lo suficientemente dilatado.

― Si quieres paro.

― No, no quiero, sigamos, pero con cuidado.

Dicho esto, me puse a lo perrito, con el culo en pompa, ofreciéndole toda mi entrada para que continuara con su exploración. Le pedí que usara mucha saliva para facilitar la entrada, y así hizo. Volvió a intentarlo, al sentir el empuje sobre mi abertura me relajé lo máximo posible, y poco a poco fue entrando, a falta del pulgar tenía toda la mano metida en mi recto, podía sentir el movimiento de sus dedos en el interior de mi apretada gruta. A pesar del dolor y de que mi esfínter parecía no dar más de sí, le pedí que continuara y que intentara meterme el quinto. En aquel momento, dolor y placer se habían fundido en una única sensación que era incapaz de separar. Juan alucinaba con mi actitud y para complacerme, o quizás aprovechar aquella oportunidad irrepetible, fue a la cocina a buscar mantequilla. Cuando vino, me sorprendió ver en su mano un calabacín de unas proporciones que en un principio me asustaron, pero ya en ese momento estaba dispuesto a todo, mi excitación superaba cualquier miedo, me limitaba a saciar mis instintos, quería seguir descubriendo mi sexualidad, y aceptaría cualquier proposición.

Primero, con sus dedos abrió mi esfínter para meterme toda la mantequilla que podía en mi interior, esta no tardaba en derretirse con mi profundo calor, la cantidad que no conseguía permanecer dentro, salía escurriéndome a lo largo de mis muslos. Yo, mientras y aprovechando estas líneas aceitosas que recorrían mis piernas, iba untando todo el largo del calabacín. Sin duda, este tenía mas de veinte centímetros de largo, y un grosor incapaz de abarcar con mis pequeñas manos.

― Creo que ya es suficiente, inténtalo si quieres.

― Paciencia pequeñajo, acaso quieres que te destroce. No tenemos prisa.

― Tranquilo, si me duele demasiado te aviso, hazlo despacito.

Dicho esto, me apoyó la hortaliza sobre mi esfínter, bastante abierto ya en aquel momento, esperando su entrada. Pero a pesar de ello no fue tan fácil, Juan lo empujaba, pero lo único que conseguía era empujar mi ano hacia dentro, sin conseguir penetrarlo, yo intenté relajarme aún más, y haciendo respiraciones más profundas conseguí que este cediera un poco más, dejando paso a ese verde intruso. Cuando este tuvo acceso libre, y debido a la presión que hacía Juan, entró de forma más brusca de lo esperado, no me pude contener y di un pequeño alarido, de dolor, era demasiado grande, y mi recto se negaba a mantenerlo dentro, intentaba expulsarlo, pero negando el instinto natural de mi intestino, empujé con mi trasero hacía atrás para conseguir que el calabacín entrara aún más y se mantuviera dentro. El inmenso dolor llegó a inmovilizarme, daba la sensación de que el anillo anal se rompía, pero a pesar de todo, sentía un gran placer que me hacía soportar aquella voluntaria tortura.

Durante unos minutos, lo mantuvo dentro, sin sacarlo, hasta que me acostumbré a su tamaño, el dolor casi desapareció, fue entonces cuando yo empecé a moverme, hacia delante y atrás, animando a Juan a que me empezara a follar con aquel improvisado consolador. Mi cuerpo, abandonado al deseo de aquel persistente violador, no oponía resistencia, y dejaba que este entrara y saliera sin ningún tipo de oposición. La sensación que sentía era tan placentera que mi pequeña polla se mostraba tiesa y orgullosa.

― Juan, espera, quiero que lo vuelvas a intentar con tu mano, pero esta vez no dejes ningún dedo fuera, quiera que me metas la mano entera.

Obediente, se untó la mano con un poco más de mantequilla, y sin demora, la fue metiendo poco a poco, intentando no hacerme daño, pero ya era imposible hacérmelo, me sentía a gusto y confiado. Podía sentir aquellos dedos moverse dentro de mi intestino, incapaz de salir, su puño cerrado tiraba de mi esfínter hacía afuera, provocando una succión en todo mi interior. Cada vez que me sacaba la mano, mi culo se quedaba abierto, exhalando todo el aire que había inspirado y esperando la llegada de aquel bienvenido invasor. Sin poder aguantar más, comencé a pajearme, y la eyaculación fue inmediata.

― Joder Toñito, que manera de correrte.

― No sabes lo que me has hecho sentir.

― Ha sido alucinante, si te vieras como tienes el culo.

En su cara podía ver como le seducía la idea de metérmela, y aunque, yo ya estaba cansado y rendido, cerré los ojos y me dejé llevar, me recosté de lado y le deje mi culo para que hiciera lo que quisiera, yo ya no podía más, pero tampoco lo iba a dejar con las ganas de cogerme, así que lo dejé que disfrutara, me follaba duro, aunque tenía el culo tan abierto que apenas sentía nada, solo los empujones en mis nalgas, hasta que no pudo más y volvió a descargar dentro de mí.

― No la saques, ven, recuéstate a mi lado, y déjala dentro.