Toñito y sus inquietudes (I)

El joven Toñito nos relatas sus fantasías sexuales y sus primeras prácticas homosexuales.

Mi nombre es Antonio, aunque para la mayoría de mis conocidos soy Toñito, la razón de ello es obvia, pues soy un chico bastante menudito, apenas alcanzo el metro y medio de estatura y de peso estaré en torno a los 45 kilos. Soy de esos chichos que dan la sensación de debilidad, aunque siempre he tenido aspecto masculino. Para terminar de describirme, y así se hagan una idea de mi físico, debo añadir que tengo pelo negro, piel blanca, ojos marrones, cara aniñada, bastante delgadito, espalda estrecha y un culito bastante pequeño. Pero no se desilusionen pues ese pequeño culo parece no tener límites.

A pesar de mi corta edad, ya he tenido varias experiencias homosexuales, es algo que siempre me ha inquietado, entre mis fantasías, las más recurrentes eran aquellas en la que terminaba con una buena polla metida por el culo, y no entendía porqué, pues lo cierto es que siempre me gustaron las chicas.

Hace unos años, después de mucho pensar, quise poner en práctica aquellas fantasías que me estaban quitando el sueño, por lo que empecé a jugar con mi ano cuando me masturbaba. Todo empezó usando mis propios dedos, la verdad que la primera vez que me metí un dedo en el culo, la sensación fue fantástica, potenciaba el placer durante las pajas que me hacía. En un principio, fue uno, después dos, y en poco tiempo, mi culo que se había acostumbrado al grosor de mis pequeños dedos, por lo que decidí probar metiéndome cualquier objeto que tuviera forma fálica, plátanos, zanahorias, pepinos. Sentirme lleno mientras me la meneaba era lo más, pero a pesar de lo bien que me sentía, la satisfacción no era plena, me faltaba ser penetrado por algo ajeno a mí, cuyos movimientos de penetración no dependieran de mi voluntad, sino exponerme y ser usado a voluntad de un hombre, que me invadiera hasta lo más profundo de mi ser, sin ser yo quien decidiera qué hacer en cada momento.

Bueno, para no liarme mucho, voy a contaros mis inicios en el sexo con otros hombres, y lo que será el primer relato de esta serie.

Ya había fijado mi objetivo, este era un vecino de mi propio bloque, Juan, de unos treinta y cinco años, bastante simpático, con el que tenía un trato bastante afable. Tenía un físico normal, aunque bastante alto comparándolo conmigo. Mi interés por el no fue tanto por su físico, sino por su forma de ser, era un vecino bastante discreto y me daba la suficiente confianza como para dar este paso.

Una tarde, que estaba en la calle, lo vi entrar en el portal del bloque, así que sin pensármelo salí corriendo hacía él, con el pretexto de entrar sin molestar a mi madre con el portero automático. Nos dirigimos al ascensor y después de intercambiar algunas palabras, nos introdujimos en el. Ya había creado mi oportunidad, y estaba decidido a no dejarla pasar, así que una vez que el ascensor empezó a subir, sin dudarlo pulsé el botón de stop.

― Pero qué haces Toñito.

― Lo siento Juan, fue sin querer, le di sin pensar.

― Jaja, no pasa nada, en qué estarías pensando chaval. Venga dale de nuevo al botón.

― Bueno Juan, en realidad si pensaba en algo. Llevo mucho tiempo dándole vueltas en mi cabeza a una idea, y creo que ya ha llegado el momento de llevarla a cabo.

Y dándole la espalda, me bajé los pantalones y le dije:

― Quiero que me la metas, que seas tú quien me desvirgue.

― Pero, de qué hablas Toñito, anda súbete eso, qué idea tienes de mí, o es una broma, seguro que me estás grabando y te quieres reír de mí.

― No, no, te lo juro Juan, lo siento, no tengo ninguna idea creada de ti, ni tampoco es una broma, solo que llevo tiempo pensando en ello y creí que tú serías la persona adecuada. Lo siento, de verdad, perdóname, no creí que te fuera a molestar, por favor, no se lo cuentes a nadie, vale Juan. Me he equivocado, lo siento, no sé en qué estaba pensando.

― Tranquilo Toñito, no pasa nada, simplemente me extrañó, y sinceramente no me lo esperaba. Pero estate tranquilo que nadie lo sabrá. Yo en realidad nunca he estado en una situación parecida, y me ha sorprendido, pero no tienes nada de lo que preocuparte. Es lógico que a tu edad tengas dudas, y quieras experimentar.

― Gracias, Juan, no volverá a suceder.

Agachando un poco la cabeza, quizás por vergüenza, o por desilusión, volví a pulsar el botón para que reanudara la marcha el ascensor, pero lo que sucedió a continuación me devolvió el entusiasmo.

― Calla, no seas tonto, experimentar no es malo, y a mí también me gustaría hacerlo y cumplir tu deseo, para mí también será algo nuevo. Pulsa el botón del último piso, que los vecinos no están, y allí podremos estar algo más tranquilos.

Cuando salimos del ascensor nos sentamos en la escalera, con la tranquilidad de que nadie iba a salir del ascensor y encontrarnos allí.

― A ver, Antonñito, que habías pensado, tengo ganas de saber a qué estás dispuesto.

Y sin pensarlo, le eché mano al chándal para descubrirle su paquete. Para mi sorpresa la tenía morcillona, se vé que la situación lo había excitado, y eso me dio confianza para continuar.

Me arrodillé en un escalón inferior y me puse frente a él con la cara frente a su entrepierna, nunca había pensado en comerme una polla, pero la situación lo requería, y en cuanto me la metí en la boca, me di cuenta que aquello iba a ser maravilloso, no me dio asco, es más me gustaba el gusto que desprendía, olía a sexo, y aquel aroma me embriagaba por completo. La sensación de llenarme la boca con aquel trozo de carne blando me cautivó, con mi lengua rodeaba aquel hermoso glande, de un lado a otro, y succionanaba como si me fuera la vida en ello. La sensación de hacer crecer en mi interior aquella polla me calentó por completo, y no tardé en pedirle que hiciera conmigo lo que quisiera.

― Juan, quiero que me la metas, no aguanto más.

Me puse de pie, y Juan me dio la vuelta, dándole la espalda. Me bajó el pantalón, y busco con sus dedos ensalivados la entrada de mi culo. El esfínter estaba muy relajado, y el dedo para su sorpresa entró sin problemas. Empezó a meterlo y sacarlo, al momento ya eran dos lo dedos, y mi culo ya pedía algo de más grosor.

― Toñito, siéntate encima.

― Ok, agárrame bien por la cintura y sujétame mientras me bajas, que yo mientras abriré mis nalgas para que entre a la primera.

Mi peso no le suponía ningún esfuerzo, y me manejaba como un pequeño muñeco, como si fuera una diana a la que le iba a clavar su dardo en todo el centro. En cuanto me hizo descender, noté su dura polla chocando con mi nalga izquierda, lo cual corregí con un leve movimiento de cadera, el segundo intento se acercó mucho más y chocó en la zona entre el ano y mis testículos. Mi impaciencia, hizo que me soltara la nalga y con mi mano derecha cogiera aquella esquiva pieza y lo dirigiera a la entrada de mi ansiosa cueva. Juan solo tuvo que dejarme descender, y a pesar de que tardó un poco, debido al grosor de su polla, en pocos segundos estaba literalmente ensartado y feliz. Gracias a mi entrenamiento, la sensación fue del todo placentera, no sentí dolor en ningún momento, y empalado hasta el fondo empecé a moverme en círculos, en un principio solo movía mis caderas, acomodándome a aquel mástil invasor.

Juan empezó a moverme, arriba y abajo, a lo que yo colaboraba flexionando mis rodillas y volviendo a extender las piernas, ahora entraba y salía sin problemas, agarrado por la cintura tiraba de mi hacia abajo metiéndomela hasta el fondo, me sentía lleno y me extasiaba aquella situación de sumisión, me sentía manejado y penetrado al antojo de mi querido vecino.

Al poco rato, Juan me hizo levantar y me indicó que me pusiera a cuatro patas, intenté ponerme de la mejor forma posible para equilibrar nuestras diferentes alturas, y lo conseguí, enseguida mi dilatado culo quedó a la altura de aquella venosa verga. Aproveché para antes de ser penetrado, untarme con saliva, lo que facilitó la segunda entrada en mi interior, ahora las embestidas se intensificaron y podía notar como su pelvis chocaba con mis glúteos, a la vez que sus huevos chocaban con los míos. Deseaba seguir en aquella posición todo el tiempo posible, era mucho mejor de lo que nunca había imaginado, pero Juan no tardó en indicarme de que no aguantaba más.

― No aguanto más, me voy a correr Toñito.

― No te preocupes, córrete, pero hazlo dentro, quiero que me inundes, que me dejes bien preñado.

Juan no tardó, y enseguida pude sentir los espasmos que anunciaban la corrida, podía sentir las contracciones de su polla y mi esfínter ajustarse a ella, el semen hizo que su polla entrara y saliera con mayor facilidad, y pude ver como este empezaba a salir de mi ano y chorrear a lo largo de mis huevos.

Cogiéndome en peso, Juan volvió a sentarse conmigo perfectamente acoplado, no me la sacó durante los dos minutos que tardó en ponérsela floja. Cuando me levanté y quedé vació, mi culo, abierto, regaba de leche mis muslos. No me limpié, solo me subí los pantalones, y me agaché para limpiarle su polla con mi boca. Aunque no era la primera vez que probaba el sabor del semen, si era la primera vez que lo probaba de otra persona, y aunque no era un sabor que me volviera loco, si me complacía hacérselo como muestra de agradecimiento por aquella follada inaugural. Aunque no venga al caso, con el tiempo supe deleitarme con aquel blanco manjar, y cada vez que pude me ganaba mi ración de leche.

A continuación, nos fuimos, cada uno para su casa. Aquel solo fue el primero de los muchos polvos que me echó Juan. El experimento le gustó tanto como a mí, así que desde entonces, siempre que se le apetecía hizo uso de mi culo para descargar toda la tensión de su trabajo. Yo siempre estuve dispuesto para sus sesiones antiestrés.