Tomás y Carolina

Una joven stripper discute con su novia y se refugia en los brazos experimentados de un bisexual que le abre nuevos caminos en el placer. Sendas que ella desconocía.

.

Tomás recorrió con la mirada a los hombres pendientes de, Carolina, la chica que se desnudaba con exasperante lentitud sobre el escenario. Ignorándolos pues no había ninguno guapo, e intentó acercarse a la barra.

Al ritmo lento y sensual de la música la chica continuaba desnudándose. En ese momento se quitaba el leve sujetador negro de encaje y lo arrojaba al público. Su larga melena rubia se movía al ritmo de la música enmarcando la dulce carita.

Tomás bebió de la copa de la bandeja de una camarera en top less sin apartar la mirada de la chica. Tenía un cuerpo espléndido y sabía cómo debía moverlo para excitar. Miró los senos, eran altos y provocativos, como dos generosas frutas, maduras para el mordisco.

Tetitas turgentes, firmes y separadas. perfectas para la caricia. Vientre plano, bronceado, caderas anchas en las que se acomodaba un fantástico culo, duro, amplio y generoso que mostraba sin pudor pues la tira del tanga negro no ocultaba absolutamente nada de él cada vez que se giraba.

Consiguió ver de refilón el pubis completamente depilado cuando se deshizo de la última prenda pues otra cosa atraía su atención.

Deseó hablar con jóvenes maricas, su bisexualidad desatada por el ambiente de excitación reinante en el lugar. Pero allí casi todos eran heterosexuales pendientes de las jóvenes bellezas desnudas del escenario.

Un hombre guapo se le cruzó en su camino a la barra. Al reconocerlo le soltó sin preámbulos:

  • Tú eres la nena mas puta y zorra que me he echado a los genitales.

-Y tu eres capaz de prostituir a tu hermana y a la vez de follártela.

Tomás recordó los tacos que conocía para seguir la diatriba pero no merecía la pena. Ambos estallaron en sonoras carcajadas. Algunos cerca de ellos mostraban su incomodidad ante la expresividad de los dos machos.

Se abrazaron con fuerza, las manos del otro hombre recorrieron su culo sin ninguna vergüenza aunque podían observarlos. Supo que así no conseguiría follarse a la stripper que desde el escenario se estaba fijando en como el otro hombre, un antiguo amante y chapero del local le cogía la cara y le besaba en la boca con lengua y con ansia con auténtico deseo. Puede que esa escena a Carolina le diera algo de morbo.

Olvidándose de la chica desnuda se sintió arrastrado de la mano hasta los baños donde unas manos ansiosas desabrocharon el cinturón y le bajaron los pantalones y el ajustado boxer de lycra del que su polla dura saltó directa a la boca de su amante masculino.

El hombre lo lamia con fuerza, se la tragaba hasta la garganta y se metia sin descanso su escroto en la boca hasta que se corrió en ella. Se levantó y volvió a besarlo con su semen retenido en su lengua donde le pasó una parte. El resto de los hombres que entraban al baño huían escandalizados de los dos homosexuales que se la mamaban encima de un lavabo.

La hazaña iba de boca en boca por todo el local, hasta llegar a los oídos de una de las chicas. Carolina que necesitaba urgente acomodo pues había discutido con su novia lesbiana por culpa de los celos de los hombres que cada noche la admiraban cuando perdía su ropa en el escenario del club.

Tomás volvió a su casa nada más que con el desahogo de la mamada de su antigua amante. Prácticamente su calentón seguía intacto. Su piso era pequeño y quedaba muy cerca del club. Oyó como alguien llamaba a su puerta con suavidad. Apenas unos arañazos en la recia madera.

-¿Quién es?.

Al otro lado de la puerta le respondió una deliciosa vocecita femenina. Tomás abrió la puerta y vio a la chica que lo habia seguido desde el club. Se quedó boquiabierto. La reconoció de inmediato, aunque ahora estaba vestida, si podía decirse eso de las reducidas prendas que se atrevían a ocultar tan prietas carnes.

Aquella era uno de los mas opulentos ejemplares femeninos imaginables. Tendría veinte años, era rubia y tenía unos enormes ojos azules, intensos y luminosos y cubiertos de lágrimas. Llevaba la cabellera del color del trigo maduro, lacia suelta sobre los hombros, una cabellera abundante hermosa que enmarcaba la bella carita triste.

Se llamaba Carolina y a sus pies una bolsa de viaje le indicaba que venia a quedarse unos días en su casa. Escuchó su historia sentado en el sofá al lado de la hermosa mujer. Buscaba un refugio ante la ruptura con su novia lesbiana. Sabía o creía saber que él no presentaba un peligro inmediato para ella, su virtud y su coñito.

Tomás le dio refugio a la hermosa mujer. Siendo sincero consigo mismo no lo hacía por simple altruismo. Si podía conseguir sus favores ese sería un buen pago por su amabilidad. Aunque esa noche no sería un buen momento para abordarla. Sólo le indicó el dormitorio desocupado donde podría dormir.

Al día siguiente, tras el trabajo, en el departamento lo esperaba Carolina. Vio que la chica estaba pálida nerviosa y no se atrevía a mirarle a la cara.

-¿hay alguna novedad?

Le preguntó Tomás quitándose la americana y arrojándola sobre un sillón.

  • Nada.

Gimoteó. Tomás se acercó a la chica. Con una mano, sin brusquedad levantó el rostro que ella ocultaba tras el cabello echado sobre la cara y la miró a los ojos. Vio las lágrimas que seguían manando por la tristeza de la ruptura.

Aquellos ojos azules eran sublimes y la naturaleza los había protegido con largas pestañas. Miró la boca. Los labios rojos, frescos bien dibujados. Esa boca. Se inclinó sobre ella y la besó. rozándola apenas con sus labios.

-Debería acariciarte por mentirme.

Le dijo. Un ligero rubor volvió a cubrir la piel de Carolina. Ya olvidada la bronca con su antigua novia. Tomás la cogió con delicadeza y la obligó a ponerse de pie. Estrechó el delicioso cuerpo de la chica entre los brazos y la besó con ardor. Sintió que ella abría los labios y respondía, al principio con timidez, luego con mayor apasionamiento.

Las manos de Tomás resbalaron a lo largo de la espalda. Una espalda firme esbelta que terminaba en un trasero tentador. Las manos acariciaron aquel esplendido culo sin que sus labios dejaran de besar la boquita de Carolina.

Sintió contra sus muslos el contacto del pubis de la chica. También la presencia del vientre: plano, firme y amplio, que empezó a moverse muy lentamente, restregándose contra la dureza del miembro tieso.

Sobre el pecho sentía los dos senos. El ligero movimiento los frotaba, los hacía palpitar bajo el calor de su piel. La manos de Tomás empezaron a explorar aquella maravilla de hembra. Era escultural.

Acarició los muslos. Después mientras una mano valoraba la magnificencia del culito y de las caderas, la otra ascendió y acarició las tetas. Carolina lanzó un sordo gemido. Un jadeo. Frases entrecortadas de deseo.

-Eres bueno.

Susurró.

-Y tú estas de verdad buena, chica...

-¡Ayy! cariño tesoro.

-¿Que ocurre?

La respuesta fue un nuevo jadeo, otros gemidos. Tomás le quitó la blusa y se apoderó del sujetador. Los senos quedaron al descubierto. Eran dos bellísimas redondeces erguidas coronadas por pezones suaves, oscuros y erectos que invitaban a hundir la cabeza en su tibio aroma. Las besó las succionó y les dio pequeños mordiscos.

-Cariño tesoro-. ¡ahh! me matas, me muero, vida mia....

Repetía la rubia. Tomás le quitó los pantalones. Al liberarla de la tanguita , ésta se enganchó en las dos estupendas nalgas. Eran dos prodigios de armonía, separadas altas y salientes. Tomás las aferró con las manos en un gesto posesivo.

Carolina también ponía su parte en aquel conocimiento más íntimo que intercambiaban. Acarició con sus manos suaves la espalda del hombre y el pecho. Jugó con los vellos que cubrían el pubis y cerró finalmente una mano sobre el miembro erecto y dilatado.

  • Ohh, amor... vida... Que duro está...

La boca de Tomás descendió a lo largo del cuerpo desnudo de la chica cubriéndola de besos y de mordiscos. Se detuvo en el vientre. Después él la empujó hasta tumbarla sobre la cama y continuó con el descenso.

Aquel perfume de mujer. Aquel aroma lúbrico y tentador de hembra joven estremecida por el deseo. Hundió el rostro entre los bellos muslos y lamió la mojada hendidura.

Un gemido prolongado y exasperante escapó de los labios de la chica. Tomás lamió el clítoris y luego lo oprimió entre sus labios. Arrancando nuevos gemidos y frases de cariño de la sensual boquita de la mujer. Llevábamos los torneados muslos alcanzó incluso el cerrado año de la chica al que dedicó sus atenciones.

-¡Cariño! Y yo pensando que eras gay. Pero ¡Uf! ¡Joder!

Con la excitación el lenguaje Carolina iba perdiendo coherencia y hasta sus buenas maneras de colegio pijo. No tardó en correrse en la experimentada boca de Tomás, dejando en su lengua todo el jugo de mujer satisfecha.

  • Tomás, soy virgen. Nunca he estado con un hombre. Solo con chicas. Pero, Tomás, quiero que tú seas el primero. Nadie me ha tratado con tanta delicadeza.

La erección del hombre era casi dolorosa. Tal era su deseo por la belleza que tenía ante sí. Se incorporó lo dificultades como para que el acerado mástil se fuera abriendo camino entre los labios de la vulva. Tan húmeda estaba que al principio se deslizó suavemente.

El himen apenas supuso obstáculo para verga. Sólo un empujón y la barricada cayó ante el asalto. No se preocupó de lar posibles manchas de sangre. Sólo deseaba seguir penetrando tan estrecho agujero.

Tomás se movía suave pero firme atento a los gemidos de placer de Carolina. Ella le indicaba que no había dolor solo placer ante las embestidas del hombre. Apoyado en sus pechos una de sus manos acariciaba el bello rostro y la otra tenía cogida de una nalga.

Carolina apenas notaba el peso del hombre. Sólo deseaba seguir notando en su interior la dureza de su miembro. Y continuar con sus orgasmos. Pero nada dura para siempre.

  • No tomo precauciones. Sácala antes de correrte.

Tomás estaba casi a punto cuando oyó esas palabras. Se incorporó apoyando su mano a un lado de la chica. Agarró su polla y agitándola un par de veces expulsó los abundantes chorros de semen sobre el vientre plano.

Para algo era bisexual. Volvió a moverse sobre el cuerpo de Carolina para poder lamer la abundante corrida de la suave piel hasta dejarla limpia. Tragando su propio jugo continuó besando el jugoso manjar de la joven hasta conseguir nuevos orgasmos.

Podríamos decir que la noche terminó allí. Pero Tomás era demasiado exprimentado para eso. Siguió dándole placer hasta convencerla de que un hombre podía darle tanto o más que una mujer. Igual que Tomás podía hacerle el amor a hombres y mujeres y lo disfrutaba igual. Carolina andaría por esa senda a partir de esa noche.

.