Tomás

El chico era tímido. Me encanta ser yo la que lleve la iniciativa. No pares- volví a ordenarle, -muérdelos-. Mientras mamaba y mordía, mientras chupaba y babeaba mis tetas con su saliva, desabroché el botón y bajé la cremallera. Metí mi mano para palpar sobre el calzoncillo el pollón inmenso.

De marcha con Tomás

Me sentía seductora, con ganas de echar un buen polvo o por lo menos de cerdear un poquito.

No soy bonita de cara y tengo demasiadas caderas, pero mi culo es una verdadera obra maestra de la naturaleza, como habrás podido comprobar. Más de una vez me han dicho que tengo culo de negra. Respingón y abundante, de carnes prietas y duras.

No soy tonta y le saco todo el partido posible.

Me metí en la ducha antes de salir de casa. Bajo la lluvia caliente del grifo pasé la máquina de afeitar por el coño. Cuando terminé me entretuve deslizando mis dedos untados con el jabón sobrante por la superficie lisa de la piel recién afeitada. Es tan sensual que no tardo en tener el clítoris hinchado como un minúsculo globito rojo.

Tengo una de esas columnas de baño en las que seleccionas el chorrito que más te apetece. La elegí yo misma. Uno de esas salidas de agua coincide con mis muslos, pero es orientable. Lo puse hacia arriba enfocando justo en mi pubis depilado y abrí los labios a tope, con ambas manos, para que el agua cálida me golpeara la zona interior del chocho.

¡Uau!, mis lectoras sabrán de lo que les hablo.

No quise tener orgasmo, y así, calentona y enfebrecida, sin correrme, salí del baño.

Estaba tan sensible y excitada que mis pezones no conseguían perder la dureza que les había sobrevenido. Me encanta andar desnuda por la moqueta sintiéndome guarra de verdad, excitada y con las tetas de punta y el coño lubricado por el erotismo. Tengo un consolador de color fucsia. Me lo metí y terminé de hacer la cama y ordenar el dormitorio con él dentro. Se me iba saliendo al andar y lo notaba rozar contra mis muslos, pero volvía a empujarlo de vez en cuando. Tener mi juguete dentro mientras hago labores cotidianas es como si me estuviera follando un tipo invisible. Me da un morbo raro. Aunque nadie me vea, me siento observada, como una putita liberal.

Estaba a tope, casi a punto de tener el orgasmo, y no quería tenerlo. Lo saqué y tras lavarlo lo guardé de nuevo en su funda.

Los leguis son unos pantaloncitos con apariencia de pantis. Los hay en distintos tipos de tela, todas elásticas. Sé que es lo que más me conviene vestir si lo que pretendo es lucir esa parte tan espectacular de mi anatomía, así que tengo una verdadera colección de ellos.

Decidí no llevar bragas. Me puse unos leguis negros de cuero muy fino. Me quedan demasiado justo y he de hacer verdadera fuerza para subirlos y encajarlos definitivamente. A cambio son como una segunda piel. Yo diría que casi siento más con ellos puestos.

Me miré de espaldas en el espejo. ¡Espectacular!. El culo redondo, negro y brillante lucía espléndidamente. Por delante la costura central se metía en mi raja dibujando con precisión el coño.

Calcé unos tacones negros y oculté mis pezones levantados tras una camiseta ajustadita, del mismo color, en la que hay estampada la cabeza de una cobra en actitud de ataque. Es preciosa. Mi chaqueta de cuero negro completo el atuendo.

Volví a sobarme las tetas bajo la camiseta, tenía los pezones duros todavía. No quería que mi temperatura bajara, así que me acaricié el culo y el coño resbalando mis dedos sobre el cuero, reconociendo los contornos de mi culo y mi almejita palpitantes.

Tomás es un chico tímido y poco hablador. Sé que lleva intentando follarme un montón de tiempo, a pesar de que salgo con Fredi, que es buen amigo suyo. El chico me ha invitado varias veces a su casa con el pretexto de enseñarme las fotos que hicimos en Conil este verano, pero siempre le había dicho que no.

A Fredi le da lo mismo con quien yo folle. Sé que suena raro. Pero somos una pareja rara, ahora se le llama follamigos. El cabrón de Fredi sólo me quiere para desahogarse, porque a sus 22 años anda todo el día con el nabo duro. Me encanta como me lo hace. Es rudo a veces, a veces tierno, siempre simpático y siempre sorprendente. Con él no hay dos polvos iguales.

Cogí el teléfono y llamé a Tomás. –Hola, soy Juana- Tomás se sintió sorprendido por mi llamada.

-¡Juana! ¿Cómo estas?- Yo le contesté simulando no estar demasiado interesada. –Verás Tomás, me he acordado hace un rato de los días que pasamos en Conil y he caído en que aún no he visto las fotos. No tengo nada que hacer y me gustaría verlas. Si tienes tiempo, tampoco quiero estropear tus planes-

Me hizo gracia que Tomás tartamudease. Hasta tal punto se puso nervioso.

Me esperaba en casa.

Cuando abrió la puerta la madre de Tomás le planté dos besos como dos soles. Es una señora de más de sesenta años, todo dulzura. Gorda y bajita.

-Pasa hija. Tomás está en su cuarto con el ordenador. Siempre está con ese maldito trasto. Me dijo que venías a ver las fotos que os hicisteis este verano.

Yo ya las he visto- Pareció dudar un momento, como pensando lo que iba a decir.

-No es por meterme en lo que no me llaman, pero Juana, ese biquini amarillo no debías de ponértelo, vas casi desnuda-.

Yo me reí escandalosamente. –No exagere señora Luisa. ¿O es que no estoy guapa con él?-. Volví a reír.

-Si hija sí, si estás muy mona. Y con ese cuerpo yo también lo luciría. Pero es que el bikini amarillo es demasiado pequeño, y vas con todo el culo al aire, mi niña.

¿Sabe tu madre que te lo pones esos bañadores tan pequeñitos?

-Ni lo sabe ni pienso decírselo, ya sabe usted como es mi madre. Tengo un montón de broncas con ellas por culpa de mi ropa-

Tomás nos había oído y apareció desde el salón.

-Te he oído mamá, deja a Juana que se ponga lo que le de la gana. ¡Mira que eres entrometida!-

La señora Luisa se disculpó. –Perdona hija, sé que me meto en donde no me llaman, pero te conozco desde que tu madre te llevaba a la guardería. Más de una vez te he ido yo a recoger. Tú lo sabes-

-Vamos Juana-. Tomás cortó de raíz la conversación con su madre tomándome de la mano y partiendo hacia su cuarto.

Según nos íbamos gritó. -¡No nos molestes, vale mamá!-

-No hijo no tengas cuidado-

Creo que la señora Luisa me considera una zorra. En el barrio las vecinas comentan al tender la ropa o en el escalera, o cuando salen al mercado. Yo sé que es normal. Nunca me he escondido ni ocultado cuando salgo con los chicos. No me ha importado que me besen en público he incluso que me hayan metido mano en algún lugar poco discreto.

He cambiado de novio tantas veces que no podría decir cuantas.

Tengo 20 años y habré pasado por las manos de más de quince chicos.

En el ordenador comenzaron a pasar una a una las cuatrocientas fotos de la carpeta que tenía el título Conil 2009.

Me resultaba agradablemente cómica la timidez de Tomás, con sus comentarios sobre las fotos de la playa o las que nos hicimos en el pisito alquilado o las de la discoteca.

Me decía que estaba muy guapa, tan morena. Una y otra vez.

La voz de la madre sonó detrás de la puerta del dormitorio de Tomás. Estaba fisgoneando. -¿Queréis tomar algo? ¿Os traigo algo de beber?-

Tomás saltó hecho una furia. Gritando como un energúmeno. –¡No te he dicho que no nos moleste! ¡Déjanos en paz!-.

-No grites así a tu madre, por favor. Es un cielo- Le regañe.

La señora Luisa se fue. Oí la puerta del pasillo cerrarse justo cuando en el ordenador aparecían unas fotos en las que yo estaba con las tetas al sol.

-¡Qué morenita y que bonita estabas, Juana!- exclamó Tomás con voz de tonto.

Yo ya no aguanté más su timidez.

Me puse de pie y subí la camiseta de la cobra dejando mis pechos al aire. –Mira, ahora ya están blancos. Han perdido todo el moreno-.

No hizo falta más invitación. Juan se abalanzó sobre ellos y comenzó a comerlos con glotonería. Le empujé hasta que quedó sentado en la estrecha cama, con su espalda contra la pared. Yo de rodillas, abierta de piernas con mis tetas en su boca.

-Mámalas, ¿te gustan?- Noté sus manos en mi pantalón sobando el culo escondido tras el cuero del legui. Me encanta que me manoseen el culo mientras me chupan las tetas.

Comencé a jadear como una puta. Desde que me había lavado y afeitado el coño y desde que hice la cama con el vibrador metido dentro, mi temperatura no había bajado lo más mínimo.

Le quitaba la teta de la boca y le metía la otra. Se notaba que el pobre Tomás no sabía hacerlo bien, que no tenía experiencia, pero me daba igual. Era como un juguetito en mis manos.

-Pellízcame los pezones- le ordené. Él obedeció al instante, pero sólo me pellizcaba uno.

-Los dos, dale a los dos a la vez- Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás, apoyando mi coño sobre el muslo de él, mientras me pellizcaba. –Más fuerte- le susurré jadeando.

Tomás cogió un empacho de tetas y yo me puse cardiaca y frenética. Miré sus pantalones. Contenían a duras penas la descomunal hinchazón de la polla. Me puse a soltar el cinturón y Tomás paró de comerse mis pezones.

-No pares- volví a ordenarle, -muérdelos-.

Mientras mamaba y mordía, mientras chupaba y babeaba mis tetas con su saliva, desabroché el botón y bajé la cremallera. Metí mi mano para palpar sobre el calzoncillo el pollón inmenso. Estaba como una piedra. Él me mordisqueaba más fuerte, me dolía un poco, pero me gustaba. –Así cerdo, así. Sigue comiendo a tu zorrita-

Agarré el cipote sobre la tela sin desnudarlo y lo apreté tan fuerte que tuve que hacerle daño.

Me encanta hablar al oído, me acerqué al suyo y le susurre. -Soy tu putita, y me encanta esto- volví a apretarle el nabo para que supiera a que me refería.

Me puse de pie y volví a impartir órdenes – bájamelos-

La fuerza de hombre y la excitación hicieron fácil una tarea que a mí me cuesta sudores. En unos segundos los leguis estaban en mis tobillos y mi coño depilado a la altura de sus ojos. – ¡Dios mió!- exclamó -¡qué cosa más bonita! -.

Terminé de quitármelos y sin decirle palabra me tumbé en la cama abriendo las piernas y mostrándole la totalidad de mi coño recién afeitado.

-No me digas que no te apetece comerte esto- Puse mis manos en las ingles y se lo abrí rosado, caliente, tierno y jugoso.

Me hizo gracia que al colocarse para comerme el coño se le medio cayeran los pantalones. El calzoncillo lucía considerablemente elevado como una tienda de campaña bajo el leño pujante.

Me escupió en el coño y metió un dedo mientras me comía. Ahora ya sí que me sentía a gusto. No sé cuanto tiempo pasó antes de que me corriera. Me pellizcaba a mi misma las tetas mientras Tomás degustaba su banquete. –Lame cerdito, lame-.

Tuve el orgasmo al sentir como jugaba con el agujerito de mi culo. Es algo que me cuesta contener y más si estoy en un estado como ese.

Ya relajada decidí pasar a la acción. Saqué su polla obligándole a ponerse de pie. Yo sentada en el borde de la cama.

Comencé jugando con la lengua en su punta.-Mírame a los ojos- le dije.

Me gusta ver la cara que pone un tío cuando se la chupo. Es todo un poema.

Besé con mis labios pintados de rojo el capullo y a la vez succioné y jugué con mi lengua en la punta del prepucio tintineándola sobre el agujerito. La polla de Tomás es hermosa. La agarraba con mi mano y aún sobresalía más de la mitad.

Comía con la boca, chupaba y lamía con la lengua y masturbaba con la mano, todo sin dejar de mirarle a los ojos.

Noté que le venía. Esas cosas las nota una sin que le digan nada. Su cuerpo se tensó y, a pesar de parecer imposible, la polla adquirió un punto más de dureza.

Supe que no iba a aguantar, y aunque hubiese querido follarlo, agarre con rudeza y pajeé severamente con fuerza con todas mis fuerzas.

Cuando vino la leche, remangue bien la blusa y apunté la manguera hacia las tetas. No había visto nunca una polla escupir de esa manera, tan potente y cuantiosamente.

Su expresión era ida, su mirada algo bizca y durante la eyaculación dejó de mirarme y cerró los ojos.

Cuando terminó de salir leche la volví a meter en mi boca y estuve chupando y lamiendo más de diez minutos. Obtengo un placer adicional el comerme una polla que rezuma aún algo de semen.

No acababa de venírsele abajo la erección y creí que aún se recuperaría y podríamos follar un rato. Pero lenta e imperceptiblemente se le fue bajando.

-Son muy bonitas ¿verdad?- La señora Luisa se refería a las fotos.

-Sí señora Luisa- La madre de Tomás nos había acompañado hasta la puerta. –No te preocupes por lo del bikini y los pechos al aire. No pienso contarle nada a tu madre-.

Yo creo que la vieja sabía que su hijo y yo habíamos hecho algo más que ver fotos.

La muy puta me preguntó por mi chico en un tono más que sospechoso.

-¿Qué tal Fredi? ¿Sigues saliendo con él?-

No le contesté. –Adiós- Le dije a Tomás plantándole un beso en los labios.

-Adiós señora Luisa-.