Todos se follaron a mi madre

Tras la fiesta en la que se follaron a mi madre, me entro la duda de quienes eran. ¿Fueron todos los conocidos?

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO SE FOLLARON A MI MADRE EN LA FIESTA”)

Después de una noche inolvidable, aquel domingo por la mañana nos la pasamos toda la familia en la cama, durmiendo, que no follando, tanto mi padre a la que mi madre había drogado para dormirle, como ella a la que estuvieron toda la noche follando en aquella extraña fiesta, como yo que no solamente me follé a mi progenitora, sino que además contemplé entusiasmado como otros lo hacían en repetidas ocasiones.

Eran más de las cuatro de la tarde cuando me levanté de la cama, y, al no encontrar a nadie por la casa, me acerqué al dormitorio de mis padres.

Allí, iluminados por la luz que entraba por la ventana, estaban los dos, tumbados medio desnudos sobre la cama, durmiendo profundamente, ambos de lado, dándose la espalda.

Observé a mi padre que llevaba solo puesto un calzón de cuadros mientras dormía, y, especialmente, me fijé en mi madre que, a pesar de la cantidad de polvos que la habían echado, estaba para echarla muchos más. Un camisón muy fino, casi transparente cubría la parte superior de su voluptuoso cuerpo, dejando ver sus diminutas braguitas blancas que se metían entre sus macizas y redondeadas nalgas.

Me entraron unas enormes ganas de follármela nuevamente y, perdí un precioso tiempo, dudando si hacerlo o no por si me pillaban en mitad de la faena. Cuando me decidí a tirármela nuevamente y, si me era posible, darla también por culo, me acerqué despacio a la cama, pero … ¡fue mi madre la que se giró rápida y me miró, aterrada, directamente a la cara!

Sorprendido, me detuve en seco, sin saber qué hacer, e instintivamente me tapé con mis manos la fuerte erección que tenía y que levantaba impúdica el calzón que llevaba puesto.

  • ¡Ah! ¿Eres tú?

Me dijo sobresaltada, con una voz más próxima al sueño que al estado de vigilia.

  • Pensaba que eras … otro.

Debía suponer que era Boris u otro sátiro que venía nuevamente a follársela, a violarla, a gozar plenamente de todos sus encantos.

Al moverse se apoyó en mi padre, despertándole del pesado sueño motivado por el fuerte somnífero que la noche anterior le había suministrado.

  • ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Exclamó asustado, con una voz gutural como si saliera de las profundidades del averno.

Me entraron unas ganas enormes de decirle:

  • Nada, nada, tú sigue durmiendo, que solo iba a follarme a tu mujercita, como eso hemos hecho casi todos los hombres de la ciudad durante esta noche mientras descansabas plácidamente.

Sentándose en la cama, bajó mi madre sus piernas al suelo, disponiéndose a levantarse, lo que aproveché para salir del dormitorio e ir al baño, ya que mi fuerte erección no disminuía y no deseaba que mis padres me vieran la polla así, levantando descaradamente mi calzón por delante.

Cuando salí del baño, casi una hora después, estaban ya mis padres levantados, aunque no totalmente recuperados.

Mi padre deambulaba como un sonámbulo por la casa y mi madre tenía problemas al caminar y más aún al sentarse. Estaba claro que la habían dado  a base de bien tanto en el culo como en el coño. Lo tendría todo escocido y en carne viva, a no ser que lo tuviera del más duro cuero de tanto usarlo.

Pasaron mis padres toda la tarde con un biorritmo muy bajo, siendo yo el único que parecía estar sobreexcitado, recordando continuamente lo que sucedió la pasada noche, especulando sobre los polvos que echaron a mi madre y que yo no vi y, por supuesto, deseando volver a repetir la experiencia.

Como no encontraba el momento para tirarme nuevamente a mi madre, no paré en hacerme pajas no solamente ese día sino durante todos y cada uno de los días de toda la semana siguiente, hasta que volví a mi estado digamos normal, más relajado, por lo que tuve que utilizar crema en grandes cantidades para no ponerme la polla en carne viva con tanta masturbación y sobeteo.

Como todavía estaba de vacaciones no perdía de vista a mi madre, no solamente a su culo, ya que deseaba conocer si se ponían en contacto con ella para acordar otra cita de folletos continuos. En casa estaba atento a las llamadas que recibía y en la calle la seguía a distancia. De hecho tardó algunos días en salir a la calle y, cuando lo hizo, ya parecía que caminaba perfectamente, parecía estar recuperada de tanto folleteo. Llevaba el carrito de la compra y, ante la falta de víveres en la nevera, se vio obligada a salir del refugio de su hogar.

Nada más salir a la calle la detuvo una pareja de mediana edad que conocía a mis padres desde hacía años, y, mientras hablaban, me pregunté si fue él, el marido, uno de los que se tiraron aquella noche a mi madre, aprovechando que escondía el rostro con una máscara.

Recordaba cómo en la fiesta un hombre de constitución muy parecida a éste, la susurraba mientras se la tiraba encima de la cama.

  • No sabes, Marga, las ganas que tenía de follarte. Llevo años deseándolo en silencio, saludándote siempre en el barrio, sonriéndote hipócritamente, y mirándote el culo y las tetas, mientras tú, indiferente a mis deseos, ni siquiera me dejas darte un beso, tocarte simplemente.

Era evidente que, cuando mi madre no le miraba, el hombre aprovechaba para mirarla lascivamente las tetas. Era muy probable que este fuera uno de los que se la tiraron y posiblemente su mujer ni lo supiera.

Nada más despedirse, el hombre giró su cabeza, ante la indiferencia de su mujer, fijando detenidamente su mirada en el culo prieto y bamboleante de mi madre que continúo caminando por la calle, hasta que, dos manzanas más adelante, se cruzó con dos alumnos mayores de mi colegio, que, al verla, la saludaron muy efusivamente y la plantaron un par de besos.

El rostro de mi madre se tornó colorado al momento. No se lo esperaba, o quizá, los había reconocido como dos de los folladores de aquella fiesta.

Yo recordaba cómo un joven enmascarado, mientras se la follaba, la comentaba emocionado:

  • ¡Joder, Marga, pero que buena que estás! Ya lo decía yo a los compañeros cuando acompañabas a tu hijo al colegio: “Esta está deseando rabo y va a tener uno muy gordo entre las piernas, el mío”. Y vaya si lo tienes, Marga, bien metido hasta los cojones en tu coño de puta calientapollas.

Era evidente que ella estaba muy cortada, escuchando en la calle a los dos jóvenes que, muy animados, la hablaban sin dejar de mirarla los pechos, por lo que enseguida, les dio alguna excusa y les dejó plantados, alejándose rápida.

Los ojos de los dos bien que se incrustaron también en las nalgas de mi progenitora, y, carcajeándose, se pusieron a hablar entre ellos, y, por los gestos ansiosos que hacían con las manos, se referían al acto sexual con ella. Seguro que mi madre les escuchó reírse y, posiblemente, también, los comentarios que hicieron.

Entró al mercado abarrotado de gente y, entre el gentío, la manosearon reiteradamente y más de un azote la dieron en sus nalgas. Alguna vez yo la había acompañado al mercado y, aunque frecuentemente, la sobaban disimuladamente, esta vez no había disimulo, y la manoseaban a placer, levantándola la falda y, a punto, estuvieron de arrancarla las bragas, ya que bajárselas sí que lo hicieron, hasta mitad de los muslos. Se logró subir las bragas tan dignamente como pudo, ante la mirada lujuriosa tanto de hombres como de mujeres y niños.

Se carcajeaban de ella y un par de hombres muy ebrios la increpaban a voces, entre escandalosas risotadas:

  • ¡Vaya noche de sábado que pasamos, culo gordo! ¡No te quejaras, no, que estuviste muy bien acompañada!

Colorada como un tomate y sudando copiosamente de vergüenza y del esfuerzo por proteger su virtud, mi madre, como pudo compró en varios puestos y, al llegar a la frutería, y ver al frutero, un hombre de unos cincuenta años de aspecto bastante rijoso, recordé cómo otro de sus violadores de aquella noche exclamaba al tirársela:

  • ¡Vaya melones que tienes, Marga, mejores que los que me compraste durante años en la frutería! Cada vez que me pedías melones los sobaba como si fueran los tuyos y muchas veces me corrí solamente vendiéndotelos.

Y fueron precisamente melones los que el hombre la ofreció, melones, y, cogiendo uno con cada mano, se los acercó a su propio pecho y, babeando de gusto, los manoseó lujuriosamente como si fueran las tetas de mi propia madre, fijando su mirada en los auténticos senos de ella.

Me fijé en la bragueta del frutero y, efectivamente, se hinchaba cada vez más el bulto que escondía.

Mi madre quería macharse de allí lo antes posible, por lo que le compró lo primero que el tendero, a punto de correrse, le ofrecía, un par de melones y una docena de plátanos.

  • ¡Si quieres buenos plátanos, yo tengo los mejores para ti! ¡Toma, pruébalos! ¡Ya sabes que te encantan!

Huyó de allí despavorida, llorando a lágrima viva por la calle, tirando del carro con la comida, para esconderse en casa.

¡Era evidente que la noticia de la orgía donde se follaron en repetidas ocasiones a mi madre había corrido como la pólvora por el barrio y, seguramente, muchos de los del barrio habían participado aquella noche en tirarse a mi madre!

Entró en el portal de nuestro edificio y, antes de que se cerrara la puerta, un hombre entró también.

No me atreví a entrar yo también al portal y esperé a que el ascensor empezara a subir.

Mirando por el hueco del ascensor, me di cuenta que el aparato no se había detenido en nuestro piso, sino que siguió hasta el último, deteniéndose, pero no se escuchaba que se abriera la puerta del ascensor.

Extrañado, empecé a subir por las escaleras sin dejar de mirar por el hueco del ascensor. Me quedaba un piso por llegar al ascensor, cuando éste empezó a zarandearse, levemente al principio, como si alguien dentro se estuviera moviendo. Escuché también resoplar rítmicamente dentro del aparato, pero seguí subiendo hasta que me faltaban pocos escalones para llegar, y en ese momento ¡la vi!

¡Se la estaban follando! ¡Se estaban follando a mi madre!

Como el ascensor era antiguo, tenía todas sus paredes de cristal, de forma que pude ver cómo el hombre que había entrado al portal detrás de mi madre, se la estaba tirando, acompasando sus movimientos de mete-saca con enérgicos soplidos.

Estaban los dos de espaldas a donde yo estaba. El hombre, con los pantalones y calzones bajados hasta los tobillos, sujetaba a mi madre por las caderas mientras se la follaba por detrás.

Ella estaba de espaldas al hombre, inclinada hacia delante, con las piernas abiertas, y apoyada en una de las paredes de cristal. Tenía la falda levantada del vestido y apoyada sobre su espalda, y con las bragas bajadas hasta los tobillos.

Las acometidas del hombre la empujaban una y otra vez hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, estrujando sus tetas que habían desbordado su vestido, contra las paredes del ascensor.

Los movimientos rítmicos del tipo acabaron bruscamente cuando el hombre alcanzó, con un gruñido, su clímax. Hecho esto, la desmontó y se colocó rápido el pantalón. Abriendo la puerta del ascensor, dejó a mi madre dentro y bajó al trote las escaleras.

¡Venía hacia mí!, ¡el hombre que se acababa de follar a mi madre venía directamente hacia mí, y yo no podía moverme, estaba paralizado, por lo que me pegué todo lo que pude a la pared, deseando ingenuamente que no me viera, que pasara de largo sin darse cuenta de mi presencia.

Pero sí que me vio, y, aminorando el ritmo, se cruzó lentamente conmigo, muy serio, por lo que temí que me golpeara violentamente, pero, al ver que yo no reaccionaba, que tenía un miedo atroz, me sonrió levemente, me guiñó un ojo y, con los gestos que hizo hacia mi madre, me invitó para que yo subiera también a tirármela.

Ante mi inmovilidad, retomó nuevamente el camino de bajada a buen ritmo, incluso silbando despreocupadamente.

Era un hombre de unos veintipocos años, de altura y complexión normal, de los que pasan desapercibidos por la calle, pero ¡se había tirado a mi madre! ¡se la acababa de follar en el ascensor!

Los llantos ahogados que escuché arriba, hicieron que dirigiera nuevamente mi atención hacia mi madre.

Permanecía quieta en el ascensor, ahora en cuclillas, de espaldas a donde yo estaba, y la escuché llorar amargamente.

Pero sus llantos duraron poco rato, ya que enseguida, se irguió, y, ya de pies, se subió las bragas y se colocó la falda y la ropa, pulsando a continuación el botón del ascensor que comenzó a bajar.

Ahora sí que yo me moví. Sin hacer ruido, bajé al descansillo entre dos pisos, y me escondí tras una columna, impidiendo que mi madre me viera o yo la viera a ella, cuando el ascensor bajaba.

Enseguida el elevador se detuvo, ya que el piso donde teníamos la vivienda se encontraba en lo más alto del edificio.

Escuché cómo abría la puerta del ascensor, y salía, tirando del carro con la compra, para, después de unos segundos, entrar en nuestra casa, cerrando la puerta tras ella, sin haberse enterado de mi existencia.

¡Todo muy normal, como si fuera lo más normal del mundo que cualquier desconocido echara un polvo a mi madre en cualquier sitio! ¡Aquí te pillo, aquí te mato!

Nunca me comentó nada sobre lo sucedido ni yo la dije nada, como en otras ocasiones, como en todas las ocasiones en las que presencié cómo se la tiraban.

Desde entonces mi madre raramente iba al mercado a comprar. Aprendió a comprar por internet y recibía la compra siempre que estuviera yo o mi padre en casa.

Ya habían pasado más de dos semanas desde el polvo del ascensor y todavía más desde aquella lúbrica noche en la que se follaron a mi madre en la fiesta, cuando, caminando solo por la calle, alguien se puso en mi camino, deteniendo mi paso.

¡Era Boris, el joven que se había follado a mi madre en múltiples ocasiones y con el que empezó todo!

Me saludó muy sonriente.

  • ¡Hola, chaval! ¿Cuánto tiempo sin vernos?

No me lo esperaba y me quedé muy cortado, sin saber qué hacer ni qué decir.

Llevaba tiempo deseando volver a encontrármelo para que se volviera a follar a mi madre y creara oportunidades para que otros también nos la folláramos. Pero ahora que lo tenía frente a mí, todo en mí era inseguridad y temor, pero me contuve y no salí huyendo a la carrera, como era mi deseo.

Se le veía de puta madre, con su eterno moreno, sonriente, fibroso y musculado, sin un ápice grasa y con su eterna sonrisa de marfil.

Dado el estado en el que yo me encontraba, no sé muy bien que me dijo pero volví en mí, cuando puso frente a mí su mano abierta. La miré sorprendido y temeroso, como si fuera la garra de un alienígena, y encontré un sobre muy pequeño, lo que me hizo volver a la realidad y escuchar lo que me decía en voz baja y sin dejar de sonreírme.

  • Hoy en la cena se lo viertes a tu padre en la bebida y, en poco más de una hora, se quedará dormido y dormirá profundamente durante toda la noche.

Como no decía nada e intentaba comprender lo que me decía, me preguntó.

  • ¿Te has enterado, chaval?

Asentí con la cabeza, sin comprender exactamente lo que me decía, cogiendo el sobre, como suponía que él quería, y, una vez hecho, prosiguió relatándome sus planes.

  • A eso de las 2 o 2 y pico de la noche, cuando la gente aburrida estará profundamente dormida, te levantarás sin hacer ruido de la cama y, corriendo el cerrojo de la puerta de tu casa, me dejarás entrar.

Empezaba a comprender lo que de quería el gigolo: Follarse a mi madre.

Prosiguió siempre sonriente en voz baja:

  • Si quieres y no haces ningún ruido, podrás observar, cómo en la otra ocasión, cómo me follo a tu madre.

Ahora sí que lo comprendía todo, por lo que asentí bobaliconamente con la cabeza, más por miedo a defraudar al follador de mi madre que  por otra causa.

Pero tenía muchas dudas y así le dije, titubeando, una a una, y obteniendo respuestas:

  • ¿No notará mi padre que la bebida tiene un sabor o un color distinto al normal?
  • El contenido del sobre es incoloro, inodoro e insípido. No notará nada diferente en la bebida que se lo eches. Además se diluye tan rápido que, una vez lo hayas vertido, con un par de vueltas que des a la bebida con una cuchara o con el dedo será suficiente.
  • ¿Y si no puedo echarle el contenido del sobre a mi padre o se da cuenta?
  • Tranquilo, todo saldrá bien.

Complacido, me dio una palmada amistosa en el hombro para tranquilizarme, al tiempo que me aconsejaba:

  • Te recomiendo que, cuando veas que a tu padre le empieza a entrar sueño, tú le imites y te vayas también a la cama, pero a la tuya, no a la que se acuesta tu madre, aunque te pese.

Y soltó dos carcajadas, continuando:

  • Te lo digo para que no sospechen que seas tú el que proporciona el somnífero a tu padre.

Me guiñó, muy tranquilo, un ojo y, dándome una nueva palmada en el hombro, me dio la espalda y se alejó a buen paso, sin mirar atrás.

Guardándome el sobre en el bolsillo, eché una asustada mirada alrededor por si alguien me observaba, pero, a simple vista, pasaba totalmente desapercibido. Si en mi lugar estuviera mi madre, seguro que todos los hombres la observarían detenidamente con las vergas bien tiesas e hinchadas.

Me encaminé a casa, nervioso y pensativo. ¿Qué haré? Francamente, deseaba ver cómo se follaban a mi madre, pero la educación represora que recibí me decía nuevamente que eso estaba mal, muy mal, que era pecado mortal. Además temía que no tuviera las agallas necesarias para hacerlo y, si lo intentaba, me pillaran. Aun así, mientras cavilaba, me di cuenta que estaba empalmado, que me ponía francamente cachondo pensar en el temita.

Estuve el resto de la tarde, dudando, e incluso, al acercarme a la mesa para la cena, no sabía con certeza que haría, aunque guardaba el sobre en el bolsillo. Sabía que mi padre solía tomar una copa de vino para la cena, por lo que intentaría verter el contenido del sobre ahí.

La ocasión se presentó al momento. Todavía no estaba mi padre sentado a la mesa y mi madre iba camino nuevamente  de la cocina para traer la comida a la mesa. Encima de la mesa estaba la jarra de agua y la copa llena de vino de mi padre.

Abrí al momento el sobre y vertí todo el somnífero en la copa, dando rápido con el dedo varias vueltas a la bebida.

Aparentando tranquilidad, me senté a la mesa antes de que llegaran, y, cenamos mientras veíamos la televisión.

Más de una hora tardó en empezar a hacer efecto, y vi, como los bostezos de mi padre eran cada vez más seguidos y más intensos, por lo que yo, poco a poco, fui imitándole.

No tardó prácticamente nada en irse a la cama, atribuyendo su sueño a lo dura que había sido ese día la jornada laboral, bostezaba continuamente.

Yo también, simulando un cansancio atroz, me encaminé a mi dormitorio, donde me encerré, ante la extrañeza de mi madre que comentó al irnos si no sería un inicio de gripe que hubiéramos cogido.

Puse el despertador en modo vibración para que me avisara a las 2 de la mañana, y permanecí en mi cama, sin dormirme, dando vueltas a la cabeza muy excitado por lo que iba a hacer.

Las luces de la casa y de la calle se fueron apagando, así como las voces y ruidos.

No hizo falta que la vibración me avisara, porque ya estaba en pie a esa hora y, en silencio, salí de mi dormitorio, encaminándome al de mis padres.

La luz de la luna llena que entraba por las ventanas me permitía ver nítidamente por donde iba, como también pude ver, abriendo levemente la puerta del dormitorio de mis padres, cómo dormían en su cama de matrimonio. Debido al calor que hacía, mi padre llevaba puesto solamente un calzoncillo, mientras mi madre un ligero camisón de tirantes que  permitía ver sus finas braguitas y casi la totalidad de sus nalgas.

Les escuchaba respirar fuertemente y supuse que ambos dormían profundamente, por lo que fui hacia la puerta de la entrada a la vivienda, sin hacer ningún ruido y la empecé a abrir, vislumbrando enseguida cómo alguien que esperaba en las escaleras, se acercaba también en silencio.

Empujó levemente la puerta y, sin poder vislumbrar su rostro, le dejé entrar en mi casa, suponiendo que era Boris el que lo hacía.

Se encaminó directamente al dormitorio de mis padres y yo le seguí, ambos en el más absoluto silencio.

Abrió la puerta, dejándola medio entornada, y entró, quitándose en un momento su ropa y dejándola sin colocar sobre una silla.

Sin atreverme a entrar al dormitorio, contemplé desde el marco de la puerta, cómo el joven, completamente desnudo y con un empalme de caballo, se acercaba a la cama de mis padres. A menos de medio metro de la cama, se detuvo un momento calibrando la situación.

Ambos dormían de lado, dándose la espalda uno a otro, y, en medio de ambos, se metió Boris, gateando lentamente, hasta colocarse muy próximo a mi madre, sin perturbar, en apariencia, a ninguno de mis progenitores.

Mirando hacia donde yo estaba, levantó el pulgar en alto en señal de aprobación. Todo iba bien, aunque yo no estaba tan seguro.

Despacio y con cuidado, tiró con sus dedos de las braguitas de mi madre hasta quitárselas de entre los cachetes y las colocó sobre una de las nalgas, para, a continuación, levantarla lentamente una pierna y ponerla sobre el mismo cuerpo del joven.

Tomó con la mano su propio pene inhiesto y lo dirigió hacia donde debía estar la vulva de ella. Tanteando con la punta del miembro, enseguida encontró el acceso y, ayudado por suaves movimientos de cadera, se lo fue metiendo, un poco al principio y cada vez más dentro, hasta que, sin sacarlo en ningún momento, se la fue follando lentamente, mientras la sujetaba por las caderas.

Poco a poco, mi madre empezó a gemir e iba despertándose, confundiendo al principio sueño con realidad, e incluso acompañó con sus propios movimientos de cadera, facilitando el polvo que la estaba echando.

La mano del joven fue de las caderas a una de las tetas de mi madre, que destapó y amasó con placer, mientras continuaba con sus suaves y lentos balanceos.

Se concentró en los pezones, tirando de ellos y retorciéndolos, haciendo que ella ronroneara de placer y despertándola definitivamente.

Ahora la mano del joven bajó a la entrepierna de mi madre, metiéndose dentro de las bragas de ella, y empezó a sobarla el sexo, metiendo sus dedos entre los labios vaginales, amasándolos, sobándolos, para concentrarse en el clítoris, mediante suaves movimientos concéntricos.

Los movimientos de cadera fueron cada vez más enérgicos por parte de los dos, así como los chillidos y suspiros de placer de mi madre, hasta que de pronto ella emitió un agudo chillido, seguido de otro incluso más potente, quedándose quieta al momento, y echando su mano hacia atrás, la apoyó en la cadera desnuda del joven, haciendo que se detuviera.

Boris sacó su mano de las bragas de ella y la colocó sobre uno de los pechos desnudos de ella, sobándolo.

Estuvieron casi un minuto quietos, sin moverse, disfrutando del polvo, hasta que el joven algo la susurró al oído, haciendo que ella, extrañada, se girara hacia atrás y, al ver que no era su marido el que se la acababa de follar, chillara aterrada, saltando de la cama sin que Boris pudiera impedirlo, pero sí la atrapó de pies al lado de la cama y, agarrando su camisón por delante, lo desgarró violentamente de parte a parte, dejando sus enormes tetazas al descubierto.

No la dio tiempo a reaccionar, y, después de dejar caer al suelo los restos de su camisón, fueron sus bragas las que el joven rápidamente bajó hasta los pies.

La escuché balbucear histérica palabras inconexas de forma precipitada.

  • ¡Tú … tú … ¡ ¿cómo …? ¡mi marido … aquí!

Estaba a punto de darla un ataque y el joven, no sé si para evitarlo o por simple placer, la propinó una sonora bofetada, luego otra, y la siguiente fue a las tetazas bamboleantes de mi madre que chillaba ahora de dolor.

Sentándose en la cama, Boris la atrajo y la colocó bocabajo sobre sus muslos, quitándola ya definitivamente las bragas, que tiró por la ventana del dormitorio.

Empezó a azotarla las nalgas, azotes que atronaban en la noche, y que mi madre acompañaba ahora con chillidos y llantos, mientras se agitaba, pataleando histérica en el aire, e intentando, sin lograrlo, huir.

Sujetándola y sin dejar de azotarla las nalgas, la decía para tranquilizarla.

  • ¡Tranquila, gatita! ¡Tu marido no te escucha, está profundamente dormido! ¡Lo he drogado y a tu hijo también!

Yo, desde la puerta del dormitorio donde me encontraba, podía ver totalmente empalmado cómo ella pateaba en el aire, así como sus glúteos, y cómo el joven las azotaba a placer.

Poco a poco, al ver que no podía librarse, ella dejó de chillar y de agitarse convulsivamente, solo lloró amargamente, mientras el joven, que ya no la azotaba las nalgas, intentaba tranquilizarla con voz sosegada.

  • Tranquila, tranquila, gatita, tranquila. Todos duermen, nadie te escucha. Solo tú y yo estamos despiertos.

Los dedos de Boris se metieron entre las piernas de mi madre, y comenzaron a acariciarla la entrepierna, lenta y suavemente, acallando poco a pocos los lloros y convirtiéndolos rápidamente en gemidos, gemidos de placer.

¡Evidentemente mi madre era multiorgásmica, podía recuperarse rápida de un orgasmo y encadenarlo con otro sin descanso!

La veía estremecerse sobre las piernas desnudas del joven, hasta que emitió un par de gemidos de un tono más alto, y, estremeciéndose, se corrió.

Boris dejó de masturbarla, y colocando su s manos sobre las nalgas desnudas de mi madre, la preguntó sosegadamente:

  • ¿Estás ya tranquila, gatita? ¿Prefieres que te siga follando?
  • No, por favor, no.

Respondió mi madre con una voz apenas audible para, después de unos breves segundos, preguntar a su vez en el mismo tono cándido:

  • ¿Seguro que duermen, que no nos escuchan ni mi marido ni mi hijo?
  • ¿Dudas que el cornudo de tu esposo duerma?
  • No, no, pero …. ¿mi hijo?
  • Ven, vamos a verlo, gatita.

La respondió el joven, al tiempo que se levantaba y la ponía también de pies.

  • ¡Ay, no, no! ¿Qué vas a hacer?

Como parece que se resistía a moverse, Boris pasó sus brazos por la espalda y piernas de mi madre, y la levantó del suelo, llevándola en brazos hacia la puerta del dormitorio. Ella parecía que se resistía, pero no se atrevía a hacerlo abiertamente, por lo que solo le decía:

  • ¡Por favor, no, por favor, déjame!

Era todo un espectáculo ver al joven totalmente empalmado y a mi madre desnuda en sus brazos, agitando sus enormes y erguidas tetazas frente a la cara del joven, mientras éste las lamía y mordisqueaba con deleite.

La llevó hacia la puerta del dormitorio, saliendo al pasillo. ¡Iban hacia donde yo estaba escondido observando todo! ¡Hacia mi dormitorio, donde yo debía estar durmiendo profundamente!

Corrí lo más rápido que pude por el pasillo, sin hacer ruido, y, entrando en mi dormitorio, me tumbé de lado en la cama, apareciendo al instante el joven llevando en brazos a mi propia madre.

Cerré los ojos y les escuché entrar. Encendieron la luz y el joven se dirigió a ella, exclamando en tono burlón:

  • Míralo, tu nene está durmiendo plácidamente y no se ha enterado que se han follado a su dulce mamita

Tras un corto silencia, mi madre rogó en voz muy baja:

  • Salgamos de aquí, por favor.
  • No, todavía no. Tienes dudas y voy a sacarte de ellas.

Noté cómo, a pesar de lo duro que era mi colchón, se hundía por el peso que habían colocado encima, y chilló débilmente mi madre, como si no quisiera despertarme y pillarla así, completamente desnuda en brazos de un maromo también desnudo, para ser nuevamente follada:

  • ¡No, por Dios, no!

La había colocado sobre mi cama, al lado mío. A pesar de que no se atrevió en ningún momento a tocarme, percibía claramente el calor que desprendía su cuerpo, así como su olor de hembra recién follada.

Forcejeaba débilmente para levantarse de la cama sin despertarme, pero el joven no la dejaba, sujetándola, al tiempo que la decía:

  • No seas tímida, gatita, que tu niño duerme profundamente y, si recuerda algo al despertar, pensará que ha tenido un placentero sueño donde a su querida mamaíta se la follaron en su propia cama.
  • ¿Qué haces, por Dios? ¡No! ¡Déjame, no me ates, no, por favor, te lo suplico!

La escuchaba decir en susurros. ¡La estaba atando!

  • Ahora ni tu hijo puede verte ni tú puedes verle a él.

Exclamó Boris, al tiempo que yo notaba cómo daban dos toques sobre mi brazo. Abrí ligeramente un ojo y vi, frente a mí, el rostro del joven, mirándome sonriente, y moviendo afirmativamente la cabeza.

Con cuidado mire hacia donde debía estar mi madre, y efectivamente allí estaba, al lado mío en la cama, a escasos centímetros, toda carne prieta, voluptuosa y sonrosada, con las piernas abiertas y el joven, de rodillas entre ellas, apuntando al techo con su enorme cipote congestionado y erecto.

A pesar de tener en medio un par de enormes y sabrosas tetas que atraían como un imán mi atención, logre fijarme en el rostro de ella.

Tenía los ojos tapados con el antifaz que solía llevar mi padre para dormir y sus brazos, extendidos hacia la cabecera de la cama, donde estaban las muñecas atadas con una corbata.

  • ¡Por favor, no! ¡Aquí no!

Suplicó mi madre en voz baja.

  • ¿Por qué no? ¿por si despiertas a tu niñito y desea follarte también? Seguro que lo hará si lo despertamos, ¿quieres que lo hagamos, gatita?

Riéndose el joven la respondía.

  • ¡No, no, por favor, no! ¡Déjalo dormir y vamos a otro sitio, a cualquier otro sitio, y haremos lo que tú quieras!

Por no despertarme, se prestaba mi madre a dejarse follar en cualquier sitio y por cuantas pollas quisieran.

  • Eso vas a hacer, gatita, lo que yo quiera, porque ni puedes ni quieres impedirlo.

Mientras hablaban mis ojos recorrían detenidamente el cuerpo desnudo de mi madre, mientras mi miembro crecía cada vez más.

Me fijé en sus tetas que parecían enormes melones, gigantes y sabrosos, con aureolas oscuras casi de color azabache, de los que emergían pezones gruesos y negros como cerezas maduras, que apuntaban indecentes al techo.

Pero no fui el único que se fijó en ellas, ya que las manos del joven se posaron sobre ellas, amasándolas, desplazándolas a derecha e izquierda, a arriba y a abajo, y, aunque no podían abárcalas en su totalidad, me impedían la visión de sus pezones y de sus aureolas.

  • ¡Qué tetas tienes, gatita, tan suaves al tacto por fuera pero tan duras por dentro! No sabes las ganas que tengo de comértelas, de comerte las tetas.

Y eso hizo, se agachó y hundió su rostro entre las tetas de mi madre, chupándolas, lamiéndolas, mordisqueándolas a placer, ante los grititos y gemidos de sorpresa y placer de ella. La cara de Boris, su boca iba ansiosa de una teta a otra sin descanso. Y mientras lo hacía, restregaba su pene erecto por toda la entrepierna de ella, arriba y abajo, a derecha y a izquierda.

Los duros glúteos de mi madre reposaban sobre un grueso almohadón que Boris acababa de colocar allí para la ocasión, de forma que la pelvis de ella estuviera algo levantada y pudiera facilitar la penetración, y, por tanto, el acto sexual.

Se mantuvo el joven chupeteándola las tetas durante varios minutos y de allí fue a la boca abierta de ella, metiéndola, por sorpresa, la lengua hasta el fondo de la garganta, mordiéndola los labios, luchando lengua con lengua, enredadas.

Y mientras lo hacía, su miembro juguetón había encontrado la entrada a la vagina de mi madre, y ¡vaya sí entró!, poco a poco se fue introduciendo, entrando y saliendo, una y otra vez, cada vez más dentro, con más energía, y yo allí, disfrutando del espectáculo que se exhibía a escasos centímetros míos, con la polla palpitando, deseando incorporarse a la fiesta.

¡Se estaba follando a mi madre! ¡Allí, delante mío, a escasos centímetros, se estaba follando a mi madre!

Se apoyó el joven en sus brazos para ver y dejarme ver cómo las tetas de mi madre se desplazaban adelante y atrás, arriba y abajo, en cada embestida. Así como el rostro que tenía, arrebatado de placer, colorado, sudando, con la boca abierta y la lengua sonrosada asomando entre los labios sonrosados y brillantes. Y sus gemidos, ¡cómo gemía, chillaba, suspiraba mientras era follada! Ya sin vergüenza, sin temor a despertarme, de despertar a mi padre, a todo el barrio, a la ciudad.

Las esbeltas y torneadas piernas de ella abrazaban sin reparo la cintura del joven, facilitando la penetración.

Ya no podía aguantarme, y también mis labios se incorporaron a la fiesta, besándola apasionadamente una teta, jugueteando con su pezón entre mis labios, con mi lengua, mientras mi mano izquierda se colocó sobre la otra teta, amasándola, sobándola, tirando del otro pezón.

No creo que se diera cuenta, en ese momento de pasión, que Boris no era el único que estaba disfrutando de ella, que era otra la persona la que se concentraba en sus pechos.

Chilló a pleno pulmón en el momento de alcanzar el orgasmo, estremeciéndose como la hubiera dado un fuerte ataque epiléptico, pero el joven no la desmontó hasta que, gritando también él, chorros de esperma salieron de su miembro inundando el coño de mi madre, pringando también vientre y muslos de ella.

Todavía con el pene dentro de ella, se tumbó bocabajo sobre mi madre, ambos sudorosos y exhaustos.

En ese momento se escuchó la voz furiosa de un hombre gritar a lo lejos:

  • ¡Vale ya, puta, que tenemos que dormir!

Se escuchó a otro más próximo:

  • Sé quién eres, zorra, y ya verás cómo gritas cuando te coja, puta.

Riéndose, el joven susurró al oído de mi madre:

  • ¡Ves, cómo duermen! ¡Toda la ciudad sabe que hemos follado como bestias en celo, menos los cornudos de tu marido y de tu hijo!

Dudé en ese momento si mi padre continuaba dormido o quizá estuviera muerto, ya que no se escuchaba más ruidos en la casa que la respiración agitada de mi madre y del gigoló que se la acababa de tirar.

Pasaron varios minutos sin escuchar nada más hasta que el joven, la desmontó, y se tumbó en la cama, al lado de ella, empujándola todavía más hacia mí, de forma que mi madre permaneció tumbada bocarriba entre Boris y yo, estando mi cuerpo tan pegado al de ella, que mi cara reposaba sobre uno de sus relucientes pechos, mi polla erecta directamente sobre su muslo y mi mano izquierda en su entrepierna.

No me atrevía a moverme para que ella no se diera cuenta que no estaba dormido, pero mi cipote me delataba, erecto y duro se apoyaba directamente sobre su muslo prieto y voluptuoso.

Al mover ella la pierna, notó todavía más la dureza de mi miembro, lo que percibí inmediatamente en la sorpresa que reflejó su rostro, pero, antes de que exclamara algo, el joven la informo:

  • Se necesitan camareras que sirvan bebidas en una fiesta particular que se celebra el próximo sábado, y hemos pensado en ti. De hecho te quieren a ti.

La atención de mi madre pasó de la polla que apretaba su muslo a las palabras de Boris, y exclamó, chillando nerviosa:

  • ¡No! ¡Me juraste que no habría más veces! ¡Que me olvidaríais y nunca más tendríais ningún contacto conmigo!
  • No soy yo, sino La Doña la que desea tu presencia.

Intentó tranquilizarla el joven, sin conseguirlo.

  • ¡No! ¡No! ¡No soy una puta! ¡No podéis hacerme eso! ¡Yo cumplí, cumplid vosotros!

Gemía con una voz aguda próxima al llanto.

  • Me ha jurado que es la última vez, que no habrá otra próxima. Te necesita. Ella siempre cumple, pero ahora te necesita. Además te pagará muy bien y la fiesta es particular, con poca gente.
  • ¡No, no, no, no, no, no!
  • Ten mucho cuidado y piénsatelo bien, porque La Doña es muy poderosa y muy vengativa. Si no vas, lo pasarás muy mal, pero que muy mal. Ya ha sucedido en alguna ocasión, y no solo lo pagarías tú sino toda tu familia. Yo te aviso. Es mucho mejor que vayas.

Lloraba mi madre en silencio y gruesos lagrimones escapaban del antifaz que cubría sus ojos, deslizándose por sus mejillas, cayendo sobre sus tetas y sobre su vientre, que subían y bajaban al ritmo de su aliento, haciendo que brillaran y fueran todavía más deseables si era posible.

  • Será una fiesta muy particular, con pocos comensales, unos quince, y solo dos chicas, tú y otra, sirviendo copas. Las dos iréis con antifaces y nadie os reconocerá. Además se os pagará muy bien y ninguna sufrirá daño. Todo saldrá de maravilla. Será simplemente servir copas, nada sexual.

Intentaba consolarla y convencerla el joven.

  • ¡Todo el barrio sabe lo de la otra vez! ¡Todos! ¡Todos!

La escuché decir a mi madre, entre llantos e hipos.

  • ¡Me lo juraste! ¡Qué nadie se enteraría, nadie! ¡Pero todos lo saben, todos! ¡No puedo salir a la calle, todos me miran, me acosan! ¡Todos!

Se atragantaba por sus propios llantos.

  • ¡No puedo ni salir a la calle. Todos me reconocen. Me miran como si fuera una prostituta. Me avergüenzan. Me gritan a la cara cosas horribles. Me meten mano. Intentan quitarme las bragas, la ropa, desnudarme, … violarme. Uno me violó! ¡Me violó en el ascensor! ¡Aaaaaahhhhh!

Lloraba desconsolada y Boris intentó tranquilizarla, sobándola las tetas, los pezones, pero no lo conseguía.

  • Es tu imaginación, gatita. Nadie lo sabe. Es solo tu imaginación, créeme.

Pero sonreía complacido, el muy hijo de puta, mientras lo decía, y su tono no convencía a nadie. Era evidente que mentía, que estaba acostumbrado a mentir a mujeres desesperadas, a mujeres humilladas, engañadas y posiblemente folladas como mi madre.

La mano del joven fue de las tetas de ella a su entrepierna y, metiendo sus dedos entre los labios vaginales, empezó a acariciarla, a sobarla insistentemente la vulva, incidiendo en el clítoris, haciendo que mi madre cambiara poco a poco los llantos por gemidos de placer.

Mientras era masturbada, sus tetas se hinchaban otra vez, apuntando al techo, y sus pezones parecían que fueran a salir disparados hacia el techo, como el tapón de corcho de una botella de champán.

Pero no eran solamente las tetas de mi madre las que se hinchaban, también mi cipote que, momentos antes, se había relajado, volvía otra vez a crecer, apretándose sobre el muslo de ella, que tampoco permanecía en reposo, sino que vibraba de placer, y amenazaba con provocar que me corriera sobre su propio muslo.

El joven, cuyo miembro estaba también en ebullición, contemplaba divertido la situación, sin dejar de estimularla, mientras que yo no me atrevía ni a moverme para que mi madre no se diera cuenta que yo estaba despierto, por lo que me esforcé en aguantar sin eyacular, pero era imposible, estaba cada vez más excitado, hasta que de pronto, me di cuenta que no había forma de detenerlo, de pararlo, y ¡me corrí!.

Eyaculé a lo bestia y un enorme chorro de esperma se disparó con fuerza hasta el rostro y los pechos de mi madre, embadurnándola de un denso esperma desde la frente hasta el ombligo, al tiempo que una enorme oleada de placer me invadió, provocando que yo también chillara de placer y ella de dolor y sorpresa.

Todo esto provocó que Boris estallara en carcajadas, dejando de masturbarla. Y mi madre estaba aturdida, totalmente confusa y desorientada, no sabía qué había pasado, qué la había golpeado con fuerza en el rostro y en el pecho, y de donde había salido.

El joven continuaba riéndose a carcajadas y gruesos lagrimones producto de la risa salían de sus ojos, mientras yo ni me atrevía a moverme. No sabía qué hacer, solo permanecer inmóvil. Estaba acojonado.

Fue mi madre la primera en reaccionar. Aterrada y chillando como una loca, se giró rápido hacia Boris, intentando soltarse de la corbata que ataba sus muñecas a la cabecera de la cama, pero, como no cedía, se colocó a horcajadas sobre el joven, frente a él, que, sujetándola por los glúteos para que no se moviera, aprovechó la ocasión para penetrarla otra vez con su verga inhiesta.

Ya no era ella la única que se movía, intentando soltarse, sino también el gigolo que, moviéndose arriba y abajo, empezó a follársela nuevamente. Parecía mi madre una amazona furiosa que galopaba sobre un potro salvaje, intentando domarlo, pero era ella la que estaba siendo domada, domada por un enorme rabo que la penetraba una y otra vez, por las manos que la sujetaban por las nalgas, sobándolas, amasándolas y azotándolas violentamente; por la boca y la lengua del joven que besaba, lamía y mordisqueaba ansiosamente sus enormes y bamboleantes tetazas.

Sorprendido, me incorporé en la cama para disfrutar mejor del espectáculo, del espectáculo de ver cómo se tiraban violentamente a mi madre, y mi polla volvió a recuperarse, a palpitar. Me levanté incluso de la cama, para ver mejor las nalgas de mi madre, cada vez más coloradas por las fuertes y sonoras azotainas que la propinaban.

Los chillidos de miedo y rabia de ella se fueron convirtiendo poco a poco en chillidos de placer hasta que chillando se corrió, se corrieron los dos, casi al mismo tiempo, cayendo mi madre, exhausta sobre el joven, tapando su cuerpo con el suyo.

Desde mi posición podía ver las nalgas encarnadas de mi madre, separados los dos cachetes, dejándome ver su ano, blanco e inmaculado, así como como el miembro del joven que, todavía dentro de ella, tapaba su ya de por sí dilatado acceso a su vagina.

Mi verga palpitaba de deseo, recuperada de la gigantesca lechada que acababa de expulsar.

Nada más sacar Boris su miembro del coño de mi madre, vi mi más que deseada oportunidad y, agarrando con mi mano, mi cipote inhiesto y congestionado, me subí a la cama, y, en cuclillas, se la metí directamente  a mi madre en la vagina.

Tan dilatada la tenía y rebosante de tanto fluido que mi verga entró hasta el fondo sin ningún esfuerzo, de forma que ella se enteró que la habían penetrado nuevamente cuando mi bajo vientre chocó con sus nalgas.

Tan agotada estaba que solo un breve gemido de sorpresa emitió y ningún amago hizo por evitarlo, por lo que, ansioso, la di tres o cuatro culadas rápidas y me corrí chillando. Aguanté con mi polla dentro, descargando mi lefa y disfrutando del polvo que la había echado, hasta que, avergonzado por lo que había hecho, la desmonté y me bajé de la cama, apartándome un par de pasos hacia atrás.

Respirando pesadamente, fue poco a poco recuperando el aliento, y yo, para no ser pillado por ella, me tumbé nuevamente en la cama, al lado de ambos, en el más absoluto de los silencios.

Pasaron los minutos sin que se movieran hasta que el joven, desplazando a mi madre, la depósito nuevamente sobre la cama, bocarriba, al lado mío, y salió de la habitación, dejándonos a los dos solos durante un instante, para volver con su propia ropa en la mano y se vistió tranquilamente delante nuestro, mientras decía a mi madre.

  • Te recogeré a las once de la noche del próximo sábado en el mismo lugar de la vez anterior.
  • Por favor.

Suplicó débilmente mi madre.

  • ¿Quieres que me vaya y te dejé, así completamente desnuda y follada, atada a la cama de tu hijo para que, cuando despierte él o tu marido te pille así?
  • No, por favor, no.

Volvió a suplicar ella.

  • Entonces vamos.

La dijo, y, acercándose a ella, la desató las manos y la ayudó a levantarse, para finalmente, cogerla en brazos y llevársela desnuda de mi dormitorio, apagando la luz. Me levanté de la cama y les seguí discretamente y en silencio. Entraron en el dormitorio de mis padres, y la deposito suavemente bocarriba sobre la cama, en el mismo sitio donde dormía, al lado de mi madre, que, dormía profundamente.

Quitándola el antifaz que todavía cubría sus ojos, colocó algo sobre la mesilla de la cama, y la explicó:

  • Te dejo dos sobres, uno para tu marido y otro para tu hijo. No te olvides, échaselo en la cena y en una hora hora estarán profundamente dormidos.

Como ella no decía nada, continuó:

  • Te recogeré a las once de la noche del próximo sábado en el mismo lugar de la vez anterior. ¿Has entendido bien todo, gatita?
  • Sí, te he entendido. A las once.

Respondió ella en voz muy baja, resignada de ser carne de cama.

  • Hablaré con La Doña para que sea la última vez que cuente contigo. Pero será una velada muy tranquila la del próximo sábado, ya lo verás, muy tranquila.

Y saliendo del dormitorio, se marchó a la calle, cerrando la puerta tras de sí.

Yo me encaminé a mi dormitorio y me acosté entre las sábanas arrugadas y empapadas de sudor y esperma, como si nunca me hubiera despertado, para que mi madre no supiera, si todavía eso era posible, que su hijito había ayudado a que la violaran y que había contemplado todo, como se la follaban, corriéndose incluso sobre ella y dentro de ella.

Escuché a mi madre que se encaminaba renqueante por el pasillo hacia mi dormitorio, por lo que cerré mis ojos como si durmiera. Encendió la luz y estuvo varios minutos sin hacer ningún ruido, seguramente observando si yo realmente dormía, si no fingía y si era yo el otro que se la había follado.

Los minutos pasaron interminables, hasta que al final apagó la luz y, cerrando la puerta, me dejó solo. La escuché alejarse camino de su dormitorio para a continuación ducharse y finalmente acostarse.

Debí quedarme profundamente dormido, ya que al despertarme ya era de día, y mi cama, aunque mantenía las mismas sábanas, habían sido estiradas y limpiadas de fluidos, así como un ligero olor a flores ocultaba el anterior olor a esperma, a folleteo desenfrenado.

Mi madre estaba en la cocina, haciendo la comida, y me besó suavemente en la mejilla, aconsejándome que no hiciera ruido, ya que mi padre todavía dormía. Aunque intentaba actuar como si no hubiera sucedido nada la noche anterior, algo tenía en su interior. Seguramente dudaba de su hijo o quizá ya no eran dudas, era la certeza de que también él se la había follado y había ayudado a que se la follaran. Pero nada me preguntó ni me comentó.

Me resultó extraño verla vestida, acostumbrado últimamente a verla completamente desnuda y follando. Me fijé en sus muñecas en las que unas marcas rojas las cruzaban, producto de sus intentos para deshacerse de la corbata que las ataba a la cabecera de la cama.

Mi padre despertó casi a las tres, y, aunque comió medio adormilado, nadie dijo nada sobre la noche anterior.

Si mi madre iba a la fiesta del sábado por la noche, yo estaría también ahí, y no solo para observar.