Todos se follan a mi mujer

Un hombre comienza a descubrir los oscuros secretos de su pareja

1

Si dijera que hace seis meses descubrí que mi mujer me era infiel, no sólo estaría engañando al lector, sino que estaría incurriendo en la misma falta en la que caí durante todo mi matrimonio: estaría mintiéndome a mí mismo.

Fue la propia Valeria (¿Existe nombre más infiel que Valeria?) la que dejó el celular sobre la mesa ratona de la sala de estar, cuando se fue a bañar, esperando a que yo me dignase a aceptar la verdad. El aparato negro descansaba sobre la madera, cuando de repente se encendió, al mismo tiempo que vibró. Yo escuchaba el agua de la ducha correr. Valeria ya estaría completamente desnuda, con su cuerpito menudo pero sinuoso, recibiendo el agua tibia. Su cabello castaño estaría empapado, y su piel blanca comenzaría a ser recorrida por el jabón. En nuestros años dorados, yo esperaría unos minutos, me desnudaría, iría al baño, correría la cortina, y me metería en la bañera para ducharme junto a ella. Pero esos tiempos ya pasaron. El celular sonó de nuevo. No había un motivo concreto que me instase a revisarlo. Más bien había varios indicios. Y como en los crímenes (y ella cometió muchos crímenes), estos indicios, que individualmente parecen insignificantes, en su conjunto resultan muy sugestivos.

El primer indicio fue la disminución de la frecuencia con que manteníamos relaciones sexuales. Eso sería perfectamente normal para una pareja de treintañeros que ya pasaron la etapa de la lujuria desenfrenada, sino fuera porque fue acompañada por otras señales: su repentino mal humor; sus encuentros con amigas, cada vez mas frecuentes, y en horarios intempestivos; su renuencia a decirme cómo le había ido durante el día; su inexplicable gesto culposo en las noches en que estaba de buen humor y hacíamos el amor; y sus mensajes misteriosos que iban seguidos de una sonrisa alegre y seductora, sonrisa que a mi no me dedicaba hacía tiempo.

Todo esto me llevó a que, contrario a mi personalidad respetuosa y confiada, decidiera husmear en la intimidad de mi mujer. Agarré el celular. Deslicé el dedo pulgar sobre la pantalla, hacia abajo, para ver las notificaciones. Noté que le habían llegado tres mensajes de WhatsApp, en dos chats diferentes. Sin poder contenerme, abrí la aplicación. Al ver los nombres de quienes le escribieron supe que no me iba a encontrar con nada bueno. El primer mensaje lo había mandado “P”, y el segundo “L”. Por las fotos de perfil supe que ambos eran hombres. “P” le había mandado un emoticón de una carita con corazones en lugar de ojos, sin embargo, antes había enviado otro mensaje que no se veía en la pantalla principal. “L” le había escrito “¿Cómo estás hermosa?, te quería decir…”, y para saber cómo seguía el mensaje, sólo debía tocar la pantalla.

Podría haber dejado el celular en la mesa y dejar que todo continúe como estaba. Me convencería a mí mismo de que esos dos, sólo eran unos tipos con los que Valeria tonteaba. Yo mismo tenía compañeras de trabajo con las que nos dejábamos seducir mutuamente, sin llegar a nada concreto. Quizá debí hacer eso, y continuar con mi vida. Pero no pude, necesitaba saber toda la verdad.

Abrí el chat de “P”, el primer mensaje era corto pero contundente. “La pasé genial con vos la otra noche, no veo la hora de tenerte de nuevo entre mis brazos”, y seguido estaba el emoticón ya mencionado. Caí sentado sobre el sillón. Miré a los costados, como avergonzado, temeroso de que alguien estuviese observando mi patético desmoronamiento. El sonido del agua de la ducha se seguía escuchando, pero ahora la mujer que estaba bajo el agua era una infiel comprobada. Las sospechas fueron confirmadas, los indicios dieron en el blanco, la verdad salió a la luz. Sentí que me bajaba la presión, tenía ganas de romper todo, pero mi cuerpo no reaccionaba. Sólo me quedé sentado, leyendo una y otra vez el mensaje. Comencé a temblar, y me largué a llorar.

Luego recordé que había otro mensaje.

Me sequé las lágrimas con la manga de mi camisa y abrí el mensaje de “L”. uno pudiese pensar que luego de leer el primer mensaje, no habría nada que me asombrase, ni me golpease emocionalmente más fuerte que lo anterior. Yo ya estaba abatido, estaba tocando fondo, y cuando uno está en el fondo, se supone que no puede caer más bajo. Pero claro que se puede. El mensaje de “L” decía lo siguiente: “¿Cómo estás hermosa? Te quería decir que ya leí el relato que escribiste sobre nosotros. Me encantó cómo detallaste cada momento que pasamos. Además, leí varios de tus otros relatos. Me encanta que seas tan puta. ¿Venís mañana a casa? Te tengo preparada una sorpresa”.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas. ¿Relatos? ¿Qué relatos? ¿y por qué le decía puta a mi mujer? ¿Acaso no alcanzaba con habérmela quitado? ¿Cómo se atrevía a tratar de puta a la chica dulce que me había costado tanto llevar a la cama por primera vez? Y la pregunta mas devastadora que me repetía ¿Acaso a ella le gustaba que la traten así?

  • Andrés ¿Qué te pasa? – Escuché decir a una voz ponzoñosa a mi espalda.

Valeria se puso frente a mí. Vio mis ojos rojos, y el celular en mi mano.

  • Por fin te enteraste. – me dijo. – Dame el celular.

Yo no reaccionaba. Ella me lo quitó de la mano, y se lo guardó en el bolsillo. Se metió al cuarto, y al instante salió con una cartera.

  • Valeria ¿Qué significa todo esto? ¡Qué carajos pasa! – Alcancé a balbucear.

  • Voy a dormir a lo de mamá. En estos días mando a buscar mis cosas.

Se dirigió a la puerta. Yo la miré marcharse, con la boca abierta, totalmente impotente, hasta que cerró la puerta a sus espaldas.

2

Me costó no perder la cordura. Cuando volví en mi (al menos en parte), salí a la vereda, pero Valeria ya había desaparecido. Llamé a su celular, pero lo había apagado. Traté de tranquilizarme. Debía subir al auto e ir a buscarla. Si salía tan alterado como estaba, podría sufrir un accidente. Me lavé la cara, respiré hondo y exhalé una y otra vez. Fui a la cochera a sacar mi auto.

Conduje lo más rápido posible, pero me comí todos los semáforos en rojo. Valeria no podía irse así. No podía dejarme así. Nuestra relación de amor, nuestro matrimonio, no podía culminar luego de ver esos malditos mensajes de sus amantes. Ella debería dar la cara. Tendría que mirarme a los ojos, y explicarme por qué me había traicionado, quiénes eran esos tipos, con cuántos hombres me había engañado, y desde cuándo. ¡No podía dejarme sin respuestas!

Media hora después llegué a la casa de mis suegros. Toqué el timbre varias veces, y golpeé la puerta, como un desquiciado, hasta que salió doña Beatriz a recibirme.

  • ¿Dónde está Valeria? – Pregunté.

  • ¿Valeria? Acá no está, ¿Pasó algo? – Me dijo ella.

Ahora, sentado frente a mi computadora, con mis sentidos más despiertos, y mi cabeza más ordenada, me doy cuenta de que la cara de asombro de mi suegra no era fingida. Ella realmente no sabía dónde estaba Valeria, e incluso estaba un poco asustada por el estado eufórico en que me encontraba. Sin embargo, en ese momento no reparé en ello. La hice a un lado de un empujón, que por suerte no fue muy brusco. Ingresé a la casa. Don Román me miró con sorpresa, por encima de sus lentes. Ni siquiera lo saludé. Subí hasta la habitación que solía ser de mi mujer en su adolescencia. No estaba. Revisé el cuarto de mis suegros, los baños, hasta los roperos. No había rastro de Valeria.

  • Haber hombre, tranquilizate. –Me dijo don Román–. Valeria no vino para acá ¿Qué te pasa?

Yo estaba muy agitado, y por otra parte no sabia qué contarles, y qué no. Mis suegros esperaban mis palabras con cara de suma preocupación.

  • Nos peleamos. – dije, tartamudeando.

  • Mas vale que no hayas lastimado a mi nena. – dijo Beatriz.

  • Pero no mujer. –me defendió mi suegro–. Andrés se habrá mandado una macana y Vale se habrá ido una noche para escarmentarlo.

  • Pero nunca tuvieron una discusión tan fuerte como para que se vaya de su casa…

  • Siempre hay una primera vez –acotó don Román-. A ver, ¡decí algo pibe! – exigió luego, dirigiéndose a mí.

  • Es cierto, me mandé una macana. –mentí–. me asusté mucho, pero seguro que vuelve esta misma noche.

Me costó sacármelos de encima. Les prometí que cuidaría de su nena, y no la haría renegar más. Y les aseguré que les avisaría apenas supiera algo. Román, más calmado que mi suegra y yo, aseguró que Valeria debía estar en la casa de alguna amiga, sugirió que la deje en paz por unas horas. Yo accedí, y me subí al auto.

Llamé a tres de sus mejores amigas. Les mentí, diciéndole que quería comunicarme con mi mujer, porque parecía que se había quedado sin batería en el celular. ¿Está con algunas de ustedes? Todas negaron, y me parecieron sinceras.

Volví a mi casa, derrotado. ¿Qué carajos había pasado? Mi matrimonio acababa de romperse en mil pedazos, y yo estaba con la terrible incertidumbre de no saber cómo seguiría mi vida. Necesitaba respuestas. Necesitaba la verdad.

Entonces recordé el mensaje de “L”, uno de sus dos amantes (vaya a saber cuál era el nombre real) “¿Cómo estás hermosa? Te quería decir que ya leí el relato que escribiste sobre nosotros. Me encantó cómo detallaste cada momento que pasamos. Además, leí varios de tus otros relatos…” decía el comienzo del maldito mensaje. Entre tantos golpes de realidad, esa alusión a los relatos me había quedado clavado en la cabeza.

Recordé que en nuestros primeros meses de noviazgo Valeria me había confesado que escribió varios relatos eróticos, y los había publicado en internet. Tenía muchas fantasías con uno de sus profesores de secundaria, y se había desahogado escribiendo al respecto. Yo leí esos cuentos dedicados a su profesor, y unos cuantos más. Nos reímos del asunto, y ella me aseguró de que eran sólo fantasías. Pasaron más de cinco años de aquello. Cada tanto lo comentábamos y nos volvíamos a reír del asunto. Pero de a poco me fui olvidando del tema. Tanto así, que recién cuando recordé el mensaje de “L” me volvieron a la mente aquellos relatos eróticos, un tanto inocentones.

Por lo que entendía, Valeria había escrito sobre su encuentro con “L”. es decir, en la red, miles de personas leyeron detalle por detalle, cómo mi mujer me metía los cuernos. ¿Acaso esto podría ser más humillante? Preferí no responder a esa pregunta, porque temía a la respuesta.

Decidí buscar ese relato. Ahí estaba la verdad. Pero había un problema. No recordaba en qué páginas publicaba los relatos, y mucho menos su alias. Lo que hice fue empezar de cero. Coloqué “relatos eróticos” en el buscador. Aparecieron un montón de páginas diferentes, muchas más de la que esperaba. Abrí las primeras diez páginas en una pestaña cada una. Hice un rápido recorrido por las portadas de cada página. Luego me aseguré de ir a la solapa de últimos relatos, y ahí comencé a buscar con paciencia. Si bien no recordaba el alias de Valeria, si lo leía, seguramente lo recordaría. Ahora bien, si cambió de seudónimo debería pensar en un plan B.

Por asombroso que parezca, mi búsqueda detectivesca calmó un poco mis nervios, y apaciguó mi tristeza. Me sorprendió ver la cantidad de relatos de incesto que había. Y otros tantos de violaciones y otro tipo de perversiones. Esa gente estaba enferma, y mi esposa estaba entre ellos.

Leí uno por uno los títulos y sus autores. Ninguno de ellos llamaba mi atención. Fui cerrando, decepcionado, pestaña tras pestaña.

Ya había revisado las diez páginas que había abierto, y no sólo los últimos relatos, sino todos los que se publicaron durante el mes, sin éxito alguno. Ya era medianoche, y me preguntaba si no era hora de abandonar esa locura. Pero si lo hacía, me vería obligado a volver a la cama, y releer en mi mente una y otra vez aquellos perversos mensajes, y llamar a Valeria sin éxito alguno. Mejor era distraerme.

Abrí cinco pestañas más, con otras páginas. La tercera resaltaba sobre todas las anteriores, porque tenía un diseño muy elegante, y los relatos tenían mucho más vistos que sus competidoras. Era algo así como la Facebook de las páginas de relatos eróticos. Leí lentamente los títulos, con el terrible presentimiento de que mi búsqueda estaba a punto de llegar a su fin. Y en efecto, ahí estaba un relato muy sospechoso. “Me encontré con un lector”, decía, y estaba firmado por una tal Ninfa123.

El alias no me sonaba, pero como dije, pudo haberlo cambiado. Por otra parte, el título era muy sugerente. El relato se había subido el día anterior. “L” había dicho que acababa de leer el relato que Valeria escribió sobre su encuentro. La fecha coincidía, y el título del relato bien podría referirse a “L”. Demasiadas coincidencias. Sólo tenía que hacer clic para confirmar la verdad.

Continuará