Todos saben que te amo x

Toda decision tiene su consecuencia, pero es mejor llevar estas consecuencias al lado de la persona que amas

TODOS SABEN QUE TE AMO

XYG

La vida está llena de elecciones, distintos caminos a seguir, diferentes metas a las que aspirar. Cada movimiento que hacemos nos lleva a algún lugar, cada decisión que tomamos tiene una consecuencia. Ese lugar, esa decisión, puede significar nuestro triunfo, o nuestro fracaso, o sencillamente el hacernos creer que no sirvió de nada, lo cual no puede estar más lejos de la verdad.

Hay caminos más largos y hay otros más cortos; hay algunos más difíciles y otros más sencillos. Podemos equivocarnos, podemos acertar, incluso ni lo uno, ni lo otro; en fin, nunca tenemos la certeza. Sea como sea, y llamemos con el nombre que llamemos a estas elecciones; se reducen sólo a dos cosas; a las que hacemos con el corazón y a las que hacemos con la cabeza.

Ella había elegido con su corazón, cuando aceptó que amaba a Xenia, no estaba pensando con la cabeza, lo hacía con su corazón. Pero, en su vida familiar continuaba mostrando a la misma, la misma de siempre. Gabriela estaba viviendo dos caminos en uno; uno elegido con el corazón, y el otro con la cabeza.

El primero, muchas veces le había resultado difícil, hasta la había hecho llorar; porque no tenía un referente en que apoyarse, no tenía ninguna cosa que le asegurase nada en lo absoluto. Sin embargo, se sentía tan llena, su alma tan infinitamente completa, que no necesitaba comprobantes, ni ninguna cosa que le garantizara nada de nada; porque simplemente tenía el éxito en sus manos, que era el amor de Xenia, y su presencia en su vida. El segundo camino, le hacía todo más sencillo, no tenía que dar explicaciones; porque para el exterior todo estaba correctamente ubicado donde correspondía, era lo normal, era lo que todos querían de ella ¿Pero, interiormente? una historia completamente diferente, era lo que pasaba en su interior.

¿Había una posibilidad de juntar esos dos caminos? La elección ya estaba hecha, ya estaba tomada, y se estaba viviendo através de ella; pero la imagen hacia el mundo, era una imagen falsa, de algo que ya no existía más, de algo que no era su realidad ¿Qué era lo que se debía hacer? ¿Continuar simplemente con esa imagen engañosa, y seguir viviendo interiormente con lo real? o ¿Finalmente, unir ambas partes, y convertirlas en una sola? ¿En una con el alma?


Era domingo, el sol resplandecía, y sus rayos penetraban por la ventana de la sala. Allí sentadas, cuatro personas, una familia, cuatro personas y un perro, la familia perfecta.

  • Gabby ¿me harías el favor de abrir esta correspondencia por mí, por favor? las promociones, y cosas que no sirvan las tiras, el resto me lo guardas para verlo después. -Su padre le pidió, con su acostumbrada amabilidad, mientras volvía a volcar su atención en los titulares del periódico.

  • ¿Cuándo va a ser el día que veas tus propias cosas? podría haber algo privado. -Increpó la madre.

  • Si hay algo privado ella no lo leerá ¿cierto, mijita?

  • Cierto papá. -Dijo Gabriela sonriendo, y bajó su mirada hacia los sobres que tenía ya entre sus manos, los cuales se disponía a abrir en ese momento.

  • Ella no lo irá a leer, pero yo sí. -Advirtió Catalina, quien estaba jugando con el perro en sus brazos.

Los abrió uno a uno; efectivamente, había una que otra promoción, se encontró hasta con una tarjeta de felicitación por el cumpleaños de su padre, que todavía no llegaba.

Entonces, sus ojos llegaron a un sobre que no tenía remitente. Frunció el ceño, mientras lo examinaba con atención, buscando algún nombre escrito con letras pequeñas, tal vez; pero, no halló nada, sólo la dirección, y el nombre de sus padre en él. Finalmente, lo abrió, con cuidado, como temiendo encontrarse con una bomba o algo que la dañara. Lo primero que tuvo a la vista, fue el borde de una fotografía, la cual agarró entre sus dedos, y la fue sacando poco a poco, hasta que estuvo completa frente a su mirada. Y allí, estaba una imagen demasiado familiar, Xenia y ella besándose en los labios; su primer reflejo, le provocó el movimiento involuntario de cubrir la foto bajo sus manos, mientras su corazón daba un vuelco. Carla, era el nombre que faltaba en ese remitente, que por las razones obvias no estaba escrito en ese sobre.

Gabriela miró alrededor, como temiendo que sin haberse dado cuenta, alguno de sus padres se hubiese parado en ese momento, y hubiera visto la fotografía que sostenía en sus manos. Pero no fue así, todo seguía en orden, igual que hace algunos segundos; su padre leyendo el periódico, su madre tejiendo quién sabe qué cosa, su hermana menor acariciando al perro. Los miró a todos, y a cada uno de ellos; los amaba, pero de pronto, se sintió, y se vio a sí misma ajena a ese cuadro; no pertenecía, no formaba parte, ya no. Acaso ¿alguna vez lo había hecho realmente?

Regresó su mirada a la fotografía, una vez más, esta vez prestando más atención en los detalles; allí estaban ambas, sus labios apenas se estaban tocando, pero se tocaban al fin y al cabo, sus manos estaban tomadas, y se veía claramente la sonrisa en ambos rostros. Gabriela sonrió ante la imagen, sonrió ante el recuerdo de ella, y ante el sentimiento patente en su ser, de lo que había sentido en ese momento, lo que sentía cada vez que esa escena se repetía, y que ciertamente lo había estado haciendo reiteradas veces, las últimas semanas.

Volvió a levantar la vista; su padre le sonrió, por sólo un segundo, tan sólo para retornar a su lectura; su madre comenzó a cantar una canción, probablemente de su época, ya que a Gabriela no le sonó para nada conocida; su hermana le hablaba en lenguaje infantil al perro, mientras que intentaba hacerlo caminar en dos patas.

Nuevamente bajó sus ojos hacia la imagen; sonrió, sonrió ampliamente; encontraba paz en esa fotografía, encontraba verdad en esa imagen, encontraba su vida y su verdad en esas dos personas que eran Xenia y Gabriela tomadas de la mano y besándose. Entonces, supo, y lo sintió en ese momento; que nadie jamás podría impedirle estar al lado de esa mujer; supo con certeza, que cualquiera podría apuntarla con el dedo, tratarla de desviada, o con el epíteto que se le antojara; y jamás podría cambiar, borrar, ni arrancar el sentimiento que tenía por esa persona, ni tampoco impedir que estuvieran juntas, ni mucho menos obligarla a vivir una vida, para la cual no estaba destinada, la cual no sentía en su corazón, en su alma, en todo su espíritu.

  • Es verdad. -Dijo, sin siquiera pensar en las palabras que estaban saliendo por su boca.

  • ¿Qué cosa mijita? -Su padre preguntó, sin quitar sus ojos de las líneas del periódico, mientras se acomodaba los antejos que se habían deslizado por su nariz.

  • Es verdad, papás, Cata... -Le sonrió a esta última, quien levantó la mirada un tanto confundida.

  • ¿De qué hablas Gabriela? -Su madre por fin dejó el tejido a un lado, y la miró a la cara; su padre fue el siguiente, Catalina ya la estaba observando desde antes.

Se puso de pie, su corazón comenzó a latir fuerte, y sus piernas temblaban, mas ignoró todo eso, no le interesaba, no le iban a impedir, sus emociones, frenar aquel momento.

  • Lo que la gente piensa y dice, es verdad... -Percibió el impacto en los ojos de su madre; sabía que lo estaba comenzando a comprender, sabía que su intuición de mujer, y de madre, se lo estaba gritando fuerte, como lo había hecho siempre, después de todo; pero, igualmente sabía que no le iba a ser tan sencillo, porque tendría que alzar su voz, y decirlo con todas sus letras.

  • ¿Qué quieres decir con eso, Gabriela?

  • Quiero decir, que Xenia no es mi amiga solamente. -Clavó su mirada en los ojos de su madre, que parecían rogarle que no siguiera, que callara, que no continuase; pero lo hizo.- Xenia es mi pareja, y estoy enamorada de ella. -No bajó la mirada, porque estaba siendo completamente honesta, no desvió sus ojos, porque no tenía nada de qué avergonzarse.

Nadie dijo nada, ni siquiera Catalina que acostumbraba a decir cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, estuvieran en la situación que estuvieran.

  • Es una broma ¿verdad? -Su madre dijo finalmente, con voz casi suplicante.

  • No es una broma, es cierto, es tan real como que yo soy tu hija, y en este momento me estás viendo.

  • No puede ser... -Su madre se puso de pie, dándole la espalda, su padre abandonó el sillón, también y posó una mano en el hombro de su mujer. Catalina sólo miraba, sin siquiera sonreírse.

  • Sí, puede ser, porque lo es.

  • Catalina, ándate a tu pieza. -Le ordenó a la jovencita.

Gabriela dirigió su mirada hacia ella, y le pidió que obedeciera, que era mejor si no estaba allí. Ésta se puso de pie en seguida, y al pasar por su lado, le puso una mano en el hombro, gesto, que Gabriela agradeció, y que extrañamente le dio un impulso para continuar con aquello.

  • Escuchen, si van a decirme algo, díganlo ahora. -Gabriela dijo, mientras seguía los movimientos de sus padres, y permanecía parada en medio de la sala.

  • Gabriela... -Su madre se volteó hacia ella, veía sus manos temblando tanto, que temió que le estuviera dando un ataque, la miraba como si nunca la hubiera visto en su vida, como si de repente la viera diferente, distinta, extraña. Su padre la estaba observando con una mirada bastante similar.- No te preocupes, tú tranquila, todo va a salir bien, mañana mismo vamos a buscar un psicólogo, es sólo una etapa, una confusión, hija.

  • ¿¡De qué estás hablando!? -Gabriela comenzó a alterarse.- No es ninguna confusión, te lo estoy diciendo porque estoy segura.

  • No... no, eso no está bien, eso es malo, eso es una equivocación, tú eres una jovencita y te tienes que enamorar de un jovencito, alguien bueno para tí; vas a ver como dentro de unas semanas, vas a estar muy bien, y vas a olvidar todo esto, no te preocupes hija, nosotros te vamos a apoyar en todo.

  • Madre, estoy intentando decirte que Xenia y yo estamos juntas ¿entiendes? no es ninguna equivocación, no es ninguna enfermedad ¿puedes entender eso?

  • ¡No! la que no entiende eres tú. -Se le acercó con el rostro desencajado, mientras la miraba de una manera que Gabriela jamás había visto, y su voz se quebraba.- No puedes... estás enferma, es un trastorno de tu edad. ¡Tú! dile algo. -Se dirigió a su marido, alzando la voz.

  • Gabriela ¿desde cuándo? -Preguntó él.

  • Miren, no voy a entrar en detalles, ni tampoco les estoy dando una explicación, sólo les estoy diciendo la verdad, mi verdad porque estoy harta de tener que ocultarlo; no voy a negar a Xenia nunca más, porque eso sería como negarme a mí misma. La amo, no espero que lo entiendan, ni siquiera que lo acepten, pero yo seguiré siendo su hija, la misma persona de siempre, la misma.

Los ojos de su madre parecían no comprender ni una palabra, ni tampoco ella parecía tener nada que decir. La vio acercándole las manos a sus brazos como queriendo agarrarla, pero se retuvo a la mitad.

  • ¡No es verdad, no es verdad! no, tú eres buena, siempre fuiste una niñita limpia y decente, te enseñamos desde chiquitita a comportarte bien, a ser buena, siempre te dimos todo nuestro amor; es esa mujer, es esa Xenia, ella es una pervertida, te metió cosas en la cabeza, ella es sucia, es una mala persona; pero, tú tranquila mi niña, mañana vamos a buscar un psicólogo, y todo va a estar bien. -Intentó abrazar a Gabriela, pero ésta la quitó de un manotazo.

  • Nunca... nunca te atrevas a llamarla así ¿oíste? -Gabriela decía, mientras agitaba un dedo delante del rostro de su madre, con una expresión de completa indignación.- Nunca digas algo así de Xenia, ella es lo más hermoso que me ha pasado en la vida ¿oyeron? lo más lindo. -Gabriela sintió la furia llegar a sus puños; pensó en la que Xenia, sentía tantas veces, y finalmente la comprendió; porque jamás se había sentido así antes, nunca se había sentido más ofendida en la vida, como en ese mismo momento ante las palabras de su madre hacia Xenia. Se dio media vuelta y salió dando un portazo.


  • Aquí estoy, y no tengo mucho tiempo. -Su madre la miraba como si viera algo diferente en ella, algo fuera de lugar.

  • Hola, hija. -Le dio un beso en la mejilla, el cual Xenia hizo lo posible por esquivar, y la hizo pasar.

  • ¿Qué me miras tanto? -Xenia preguntó, alzando una ceja.

  • No sé, estás como diferente ¿te hiciste algo en el pelo?

  • No.

  • Debe ser que estás más grande desde la última vez que te vi.

  • Madre, tengo veintiún años, dejé de crecer hace bastante tiempo ya.

  • Jorge va a llegar en cualquier momento; tus hermanastros te dejaron muchos besos y abrazos, no se pudieron quedar. -Su madre dijo, mientras evitaba la mirada de Xenia.

  • Puedes decirlo, se largaron cuando supieron que yo venía, a mí no me interesa. -Se encogió de hombros.- ¿Por qué siempre tienes que inventar cosas?

  • ¿Y, Xenia? ¿cómo te ha ido? -Preguntó, cambiando el tema.

Miró a su madre, era parecida a ella, sus ojos los había heredado de ella, su boca, quién sabe cuántas cosas más, su cabello era lacio también, pero más claro que el suyo; aunque para esas alturas de la vida probablemente se lo teñía ya. Pero, más allá del parecido físico, no había nada ya, que la conectase con ella; el tiempo de ambas había terminado hace mucho; si es que algún día en realidad había comenzado.

  • Bien, muy bien ¿y a tí?

  • Bien, ya sabes, Jorge y yo somos muy felices.

  • No me importa cómo está Jorge, te pregunté por tí. -Vio la mirada aterrada de su madre, dirigirse hacia la puerta, como temiendo que su esposo hubiera llegado en ese momento, y hubiese alcanzado a oír las palabras salidas de su boca.

  • ¿Quieres tomar algo? -Le ofreció, mientras intentaba sonreír.

  • No, quiero que me digas lo que quieres decirme, luego me iré. -Xenia dijo, sin un ápice de dulzura en el tono de su voz.

  • Cuando llegue Jorge, él te dira...

  • No me importa Jorge, maldita sea ¿es que no puedes decir ninguna maldita frase sin nombrarlo a él?

  • Baja la voz, por favor Xenia. -Rogó, mientras la miraba con rostro de súplica.

  • ¿Por qué le tienes tanto miedo? -Preguntó mientras escudriñaba con atención su rostro.

  • No le tengo miedo, es sólo que...

  • Xenia, tanto tiempo sin verte, al fin te dignas a venir a ver a tu madre. -Giró su cabeza, para encontrarse a Jorge; un hombre alto, y moreno, caminando hacia ellas, con la soltura de saberse dueño de esa casa, y de todo lo que había en ella, incluyendo personas. Pero mujer, sírvele algo a esta niña; vamos al comedor, pasa Xenia.

  • No vengo a hacer vida social, vine porque me quieren decir algo, aquí estoy, díganmelo y me iré. -Xenia dijo secamente, mientras miraba fijamente al hombre, y comenzaba a sentir unos incipientes deseos de darle un buen golpe.

  • Xenia, sigues tan antisocial como siempre. -Dijo echándole una mirada que no fue capaz de sostener más de dos segundos. Te dije mujer que tenías que cuidarle las juntas a esta muchachita ¿no ves ese aire rebelde que tiene? estos jovenes necesitan mano dura desde pequeños, como yo hice con mis hijos, y ahí lo ves.

  • Sí, ahí los ves, tres cuerpos, un solo pensamiento, el tuyo. -Xenia dijo, y el hombre pareció tomarlo como un cumplido.

  • No me dijiste que esta niñita tenía pasta de poeta. -Dijo riendo, mientras su madre sonreía nerviosa.

  • Díganme lo que tengan que decirme, ahora. -El tono de voz de Xenia sonó grave, y a mandato en equella última palabra.

  • A ver, a ver ¿qué tonito es ese? en mi casa no jovencita, aquí hay reglas, y tú no le vas a hablar así a tu madre. -Elevó un dedo amenazante, fue todo lo que bastó para agotar la paciencia de Xenia.

  • Por favor... ¿Qué te crees? ¿Qué estamos en la milicia? despierta y mira la realidad, eres un pobre hombre, que ni siquiera tiene un pensamiento propio, tienes el cerebro lavado. Ahora di lo que tengas que decir y me voy. -Xenia dijo, mientras su mandíbula se tensaba, y sus puños no lo hacían menos.

  • ¡¡Insolente!! -El hombre levantó la mano con la intención de golpearla, y antes que pudiera siquiera pensar en acercar la mano hacia Xenia; ésta se la estaba torciendo, y el pobre individuo estaba hincado en el suelo, lloriqueando como una criatura.

  • Ni siquiera lo pienses. -Le dijo, mientras lo fulminaba con la mirada. ¿Esto es lo que te hace a tí madre? ¿Te golpea? ¿Qué mierda haces aquí con esto? míralo ¿Estás con él porque te alimenta? me das pena. -Le dijo, para finalmente soltarle la mano al hombre, quien se la agarró desesperadamente, mientras la miraba con temor.

  • ¡¡Xenia por favor!! -Gritó su madre, intentando alejar a la morena de su marido.- Jamás me ha puesto un dedo encima.

  • Aunque no te halla golpeado nunca, te domina ¿Qué, no te importa que te traten cómo si no tuvieras cerebro? míralo, no es un dios, es un imbécil cualquiera que se apoya en gritos y órdenes, porque sencillamente está vacío, y no tiene nada que aportarle a la vida de nadie, ni a la de sus hijos, ni a la tuya.

  • ¡¡¡Sal de mi casa ahora mismo!!! -Jorge gritaba, con el rostro rojo de ira.

  • Mira madre, quieres saber si lo que dicen es cierto. Sí, lo es. Soy gay, y estoy enamorada de Gabriela, que es esa chica rubia que has visto en la tele ¿Y sabes qué? ella me ha dado mucho más de lo que tú nunca fuiste capaz de darme; todo el amor, toda la ternura, la calma, la encuentro en ella; querías que te lo dijera y ahí está, ahora me voy. -Terminó de decir tranquilamente, para luego hacer ademán de salir de aquel lugar, del cual nada más haber llegado, ya quería largarse.- Ah, y toma, por si quieres vivir una vida más digna, ahí tienes, eso te va a servir como un comienzo, es el pago por el departamento en el que vivo, y no le debo nada a nadie.

Sacó un cheque donde se leía una cantidad considerable de dinero, y se lo extendió a su madre. Ni siquiera se giró a ver ni caras ni reacciones, sencillamente salió por la puerta, sabiendo que jamás volvería a pisar esa casa.


Xenia se dejó caer en el sofá de la sala de su departamento, intentando calmarse, tratando de olvidar el desagradable momento que había pasado sólo unos minutos atrás. ¿Por qué su madre tenía que ser como era? ¿Por qué tuvo siquiera la pequeña esperanza que algo hubiera cambiado? Lanzó un cojín contra la pared, con furia, para luego sacar la fotografía de Gabriela, que siempre llevaba consigo donde quiera que fuera, era la única forma de terminar por encontrar su paz; mirando su rostro.

Tomó el teléfono, y marcó el número, deseando que Gabriela estuviera a su lado en ese momento. No respondió. Marcó el número de su casa, esperando tener la suerte de que contestara ella. Al tercer toque, una voz que definitivamente no era la de Gabriela, se oyó al otro lado de la línea.

  • ¿Aló?

  • ¿Cata eres tú?

  • ¿Xenia? -Dijo la jovencita, susurrando.

  • ¿Qué pasa? ¿Hay gente alrededor?

  • No, pero podrían bajar en cualquier momento.

  • Gabriela no me contesta su teléfono ¿Está por ahí?

  • No, no está, y no sabemos dónde anda tampoco, salió hace como una hora.

  • ¿Por qué hablas con ese tono? ¿¡le pasó algo malo!? -Xenia se puso de pie brúscamente, abandonando el sofá, mientras comenzaba a preocuparse.

  • ¿Estás sentada? porque si no, es mejor que te sientes ahora.

  • ¿¿¡Qué paso Catalina!?? habla.

  • Lo supieron todo...

  • ¿Quiénes supieron qué cosa? -Xenia ya quería agarrar a Catalina del cuello, porque no decía nunca lo que tenía que decir.

  • Los papás, Xenia, supieron lo tuyo y Gabriela, quedó la grande, mi mamá está llorando, lamentándose de qué fue lo que hizo mal, y mi papá no dice nada, sólo la consuela.

  • ¡¿¿Dónde está Gabriela??! -Xenia comenzó a pasearse, mientras el corazón le latía a mil por hora, pensando en qué estaría sintiendo Gabriela en ese momento.

  • No sé, sólo salió dando un portazo, a mí me echaron antes, sólo pude oír de lejitos lo que hablaban, se puso fea la cosa Xenia, búscala y encuéntrala.

  • ¿Dónde puede estar, Catalina? ¿Tienes alguna idea? -Xenia se llevó una mano a la frente, sintiéndose verdaderamente desesperada.

  • No, lo siento.

  • Bueno, gracias, chao.

Cortó, agarró las llaves de su auto, y salió corriendo a dónde ni siquiera ella lo sabía.

Diez minutos más tarde, se encontraba en el interior de su automóvil, con sus manos fuertemente aferradas al volante, sin darse cuenta, de la presión que estaba causando, y que más que hacerle daño al objeto, se lo estaba haciendo a ella misma, mientras que tenía la esperanza de que Gabriela apareciera mágicamente delante de sus ojos.

Piensa Xenia, maldita sea, ¿Dónde puede haber ido?

Miraba para todos lados, mientras continuaba manejando sin prestarle mucha atención al camino, y por poco choca con un automóvil delante de ella, situación evitada por sus rápidos reflejos.

Pensaba, y volvía pensar, revisando imagenes en su mente, de todos los lugares a dónde Gabriela acostumbrara a ir. Y de pronto, pareció iluminarse una idea en su cabeza, sonrió, y apretó más el acelerador, mientras se dirigía a un lugar específico.

Tiene que estar por aquí...


Caminó lentamente, mientras sus pies se hundían en la arena. El aroma del mar la rodeaba, filtrándose por su nariz, dándole la sensación de estar fuera de ese lugar, de no estar caminando por ahí realmente, de ser una ilusión, o sólo la imagen de un sueño. Giró la cabeza hacia la izquierda al oír voces de niños, riendo y gritando. La playa se encontraba llena de gente, todos felices tomando el sol, y bañándose en el mar. Alguien se acercó, y le pidió un autógrafo, ella sólo sonrió, y por primera vez se negó a darlo; no era el momento más oportuno.

Por fin llegó donde la playa parecía terminar, entonces se alejó del mar, mientras sentía en sus pies el calor de la arena, que se iba haciendo más intenso a medida que se iba alejando de la orilla. Alzó uno de sus pies, y comenzó a subir por los escalones de una roída escalera, que encontró por ahí, y en la cual se sentó, sacudiendo sus pies del exceso de arena, mientras que constantemente pasaba gente por su lado; cubrió sus pies nuevamente con sus sandalias, se puso de pie, y sacudió su ropa, para en seguida continuar caminando por la acera. El mar seguía acompañándola, se veía hermoso con esas tonalidades verdosas, y ese constante movimiento que a ratos la hacía marearse y perder el equilibrio.

Pensó en Xenia, pensó en su familia, pensó en ella misma, y en todos ellos juntos; pero eso era imposible, esas tres partes eran imposibles de unir, era absurdo siquiera pensar e imaginar la imagen de ellos en la misma escena. Levantó una pierna, y se dio el impulso suficiente como para subir sobre un pequeño muro, pisó con cuidado sobre una roca, luego la que estaba a su lado, y se sentó finalmente en una de ellas, la más perfecta que encontró, aquella que le pertenecía.

Observó un momento el mar, su movimiento, su inmensidad, luego apoyó la frente en sus rodillas, las cuales estaban dobladas, y las abrazó ocultando su rostro en ellas. Cerró los ojos, mientras intentaba escapar de cualquier pensamiento, de cualquier recuerdo de lo que había sucedido, pero, era imposible; no podía dejar la mente en blanco, siempre había un pensamiento, una imagen, cualquier cosa, y siempre entre esas imágenes estaba Xenia, jamás faltaba, desde que la había conocido, siempre estaba presente.

De pronto sintió un suave roce en su espalda, por una milésima de segundo se sobresaltó, era la costumbre de constantemente pensar en la posibilidad de que la gente te quiere hacer algún daño; pero ese sentimiento desapareció enseguida. Ni siquiera tuvo la necesidad de voltearse a ver, porque sabía perfectamente, quién estaba junto a ella en ese instante, sin necesidad de observar su rostro, sin tener que comprobarlo con sus ojos. Tampoco preguntó el por qué estaba ahí con ella en ese momento, ni cómo había sido que la había encontrado, sin siquiera saber, ni tener una idea de dónde podría estar. Las cosas entre ellas sucedían así, pasaban porque tenían que pasar, y no se podían evitar, tampoco se forzaban, porque no era de esa forma como funcionaba con ellas.

Finalmente levantó su cabeza del refugio de sus brazos, pero, no miró a la persona a su lado, simplemente extendió sus brazos y los enrolló en el cuello de Xenia. Por fin sintió paz, por fin se sintió segura, por fin se sintió en casa. Xenia ciertamente, no era ninguna edificación, tampoco era un grupo de gente, ni siquiera era un ser humano. No, no era eso. Xenia era algo diferente a todas las nombradas antes, diferente a todo lo que se podía imaginar; no era, ni la había conocido nunca, sencillamente la había recuperado. Quién sabe cuánto tiempo la había tenido perdida, quién sabe cuánto tiempo había estado ella perdida para Xenia, quién sabe cuánto tiempo estuvo muerta; porque sólo cuando la vio por primera vez, con esos ojos, fue cuando realmente sintió que había comenzado a vivir, había comenzado a respirar; antes nunca había estado viva, porque no existía más que en la fantasía e ilusión de lo que quisieron hacer de ella; mas no podía respirar sin Xenia a su lado, y nunca lo podría hacer sin ella.

No supieron el tiempo que estuvieron así, aferrándose la una a la otra; y a Gabriela no le hubiera importado estar así la vida entera; en ese momento el mundo podría haber dejado de girar, o incluso el cielo podría haberse venido abajo, y le hubiera dado completamente igual, porque estaba donde tenía que estar, y con quién debía que estar.

  • Gabby... -Oyó la voz de Xenia susurrando en su oído.- Yo...

  • Estoy bien, Xenia, ahora estoy bien...

  • ¿Qué fue lo que pasó? ¿Acaso Carla...?

  • No... no Xenia, no fue ella.

  • ¿Entonces?

  • Ella envió la fotografía, pero yo la vi primero, yo abrí el sobre y la vi, y yo decidí decírselos, Carla no tuvo nada que ver.

  • ¿Por qué Gabby...? Yo no quería que pensaras que....

  • No fue por eso Xenia, no fue porque me estuvieras presionando, no fue por lo que pasó ese día, ni porque me sentí en la obligación de hacerlo.

  • ¿Entonces...?

Se despegaron finalmente, y se quedaron viendo a los ojos, azules y verdes fundiéndose como tantas veces lo habían hecho, como tantas veces lo harían.

  • Lo sentí, aquí dentro, sentí que era el momento, que no quería seguir callándomelo. -Gabriela miró al frente concentrándose en el movimiento del mar, mientras que Xenia observaba su perfil.- Ellos estaban ahí, los tres, era un cuadro perfecto, ellos se sentían perfectos, lo pude percibir; pero yo no, yo estaba ajena a ellos, yo no pertenecía ¿Y sabes por qué, Xenia?

  • ¿Por qué?

  • Porque yo no soy perfecta mientras no esté contigo a mi lado, porque sin tí no estoy completa, porque si no les decía quienes somos, estaba viviendo una mentira en la cual ya no estaba dispuesta a seguir viviendo, ni por la tranquilidad de mi familia, ni por la tranquilidad mía. Era lo que tenía que hacer, y lo hice.

  • Gabby... -Sintió la mano de Xenia apretando la suya fuerte, y qué bien se sentía aquello, como si ella borrase todos sus males, todos sus sufrimientos, todo lo que atormentaba su calma.

  • No sé qué va a pasar ahora, ellos están empeñados en que tengo un problema psicológico, o no sé qué cosa, es su problema, yo sé cómo siento y lo que siento, fui sincera; a ellos supongo que les va a costar más tiempo aceptarlo.

  • ¿Quieres que vamos a mi departamento? allá te sentirás más tranquila.

  • No Xenia, yo... sólo quiero caminar un rato más, tú vete, necesito pensar un poco más, prometo que te llamaré más tarde ¿sí?

  • Sí. -Le acarició suavemente la mejilla.- Tú... cualquier cosa llámame por favor. -Se miraron a los ojos. Xenia le dio un beso en la frente, y comenzó a alejarse.

  • No te preocupes. -Gabriela la tranquilizó, para luego dirigir su atención hacia el mar, una vez más.

  • ¿Gabby? -Gabriela se volteó hacia la morena, quien estaba parada a unos pocos metros de distancia, mirándola con sus hermosos ojos azules, brillaban, y le hablaban... Gabriela fue capaz de oír con los suyos lo que le estaban diciendo.- Te estaré esperando... -Dijo finalmente, y se fue caminando lentamente sin volver a mirar atrás.


Pasaron las horas. Xenia recostada en su cama, intentando no pensar en nada, tratando de no pensar en qué les depararía el futuro de ahora en adelante; de alguna forma las cosas tendrían que cambiar, no podían seguir siendo iguales, no ahora que la familia de Gabriela sabía la verdad, no ahora que su madre sabía la verdad. No pensaba en ella misma, lo que ella tenía no se podía llamar familia, pero la de Gabriela sí. Xenia sabía que eran personas buenas, y que la querían. Casi sintió rabia al pensar en que alguien más la amaba; Gabriela era suya, de ella, y ella vivía para amarla, y vivía para ser amada por ella. No le importaba su madre, no le importaba su padre que nunca estuvo; sólo Gabriela y lo que pasaría de ahora en adelante.

Abandonó la cama, y fue hasta la cocina, buscó algo que tomar, cualquier cosa, sólo encontró un jugo de piña; no había ido de compras últimamente, hizo un apunte mental de hacerlo al día siguiente. Caminó hasta la sala, y se dejó caer en el sofá, mientras encendía el televisor, para luego comenzar a zapear canales, como Gabriela acostumbraba a hacer; sonrió ante el pensamiento de la chica rubia, concentrándose en la pantalla con el ceño fruncido, mientras pasaba rápidamente canales sin ver nada. Le dio un sorbo a su jugo, sin ganas, y apagó el televisor, para encender el equipo de música. Apoyó su cabeza en el respaldo del sofá sintiéndose agobiada, apesar que ya era entrada la noche, hacía mucho calor aún.

Fue hasta su habitación y amarró su cabello en una cola de caballo, intentando apaciguar un poco el calor que sentía. Volvió a relajarse en el sofá mientras una agradable melodía llegaba hasta sus oídos.

Pensó en Gabriela una vez más, en realidad era incorrecto decir que había pensado en ella, porque sencillamente no había ni un minuto en el que su imagen dejara su cabeza, no había ni un instante en que no la sintiera, que no la percibiera. Ella estaba siempre a su lado, y vivía con ella en un lugar donde el resto no tenía acceso, en un lugar que nadie más podía ver, ni conocer; porque les estaba prohibida la entrada, ellas existían juntas en su sentimiento.

Se sobresaltó al oír golpes en la puerta. En un segundo estaba parada en sus pies abriendo la puerta; miró al exterior y allí estaba ella... Su cabeza gacha, su cabello rubio tomado descuidadamente en un moño. Alzó sus ojos verdes, y la hizo sonreír; también quiso llorar, y quiso aferrarse a ella por el resto de su vida; eran tantas las cosas que sentía al verla, que apenas podía resistir sus emociones.

  • ¿Aún me estás esperando...? -Su voz sonaba tan dulce como siempre, haciendo que se le erizaran todos, y cada uno de los vellos de su cuerpo.

  • ¿Por qué tardaste tanto...?

  • El taxi se quedó en pana, de lo contrario hubiera estado aquí mucho antes.

  • Más vale tarde que nunca dicen...

  • Lo sé, pero cuando se trata de tí, prefiero que sea lo antes posible...

  • También yo... ¿Te sientes bien? -Xenia extendió su brazo, ofreciéndole su mano a Gabriela.

  • Espera un momento, Xenia, mi corazón está latiendo mucho.

  • ¿Más que de costumbre?

  • Comenzará a latir aún más cuando me toques.

  • ¿Quieres que lo haga ahora?

  • No... aún no, déjame grabar este momento en mi mente.

  • ¿Crees que ya se habrá grabado?

  • Ya casi...

  • ¿Ahora?

  • Sí... ahora.

Xenia avanzó la distancia que las separaba, la tomó entre sus brazos, la besó dulcemente, la miró directamente a sus verdes ojos, y le sonrió, mientras que su corazón latía desbocado; una serie de imagenes llegaron a su cabeza, pero fueron tantas, y pasaron tan rápido que fue incapaz siquiera de percatarse de una sola.

  • ¿Estás segura? -Xenia asintió.

  • ¿Estás segura? -Gabriela asintió.

Xenia tomó las maletas, mientras su corazón no dejaba de golpear en su pecho, dejó a Gabriela pasar delante de ella, y luego siguió sus pasos; dejó las maletas en el piso, cerró la puerta, mientras que veía a Gabriela avanzando hacia el centro de la sala. Xenia sintió tantas cosas, que hubiera sido incapaz de describirlas con palabras; pero todo aquello se resumía en una sola. Amor. Su amor que estaba parada frente a ella, y que estaba decidiendo comenzar una vida con ella, las dos juntas, sólo las dos y nadie más. Entrelazaron los dedos de una mano, mientras que se miraban de frente; Gabriela fue la primera en hablar, y esas palabras fueron todo lo que necesitaron, para saber dentro de sus corazones que todo estaba bien, que todo estaba sencillamente perfecto.

  • ¿Para siempre juntas...?

  • Para siempre juntas...

FIN