Todos los lunes

¿Quién dijo que los lunes no son buenos días?

8 -Febrero -2008

TODOS LOS LUNES

Todos los lunes sigo el mismo ritual. Me visto cuidadosamente y me arreglo un poco más de lo normal para ir a clase, salgo una hora antes de lo habitual de casa y cojo el 125, que da un rodeo tremendo y me deja a diez minutos de la universidad, en vez del 122 que me deja en la puerta de la facultad.

De camino no puedo evitar excitarme aunque intente dejar mi mente en blanco, debería estar acostumbrada ya, pero siempre me pasa lo mismo, siento pequeños escalofríos en los pezones y noto como se me humedecen las braguitas; el traqueteo del bus no hace más que ayudar a ello.

Nada más bajarme, cruzo la calle y enfilo hacia la cafetería de la esquina. En esos momentos los nervios suelen alojarse en la boca de mi estómago y no puedo evitar mirar curiosa a las personas con las que me cruzo o que caminan a mi lado, como si pudiesen leerme los pensamientos, esperando encontrar en sus rostros un gesto de asombro, desaprobación o lascivia. Sin embargo cuando entro en el local, que siempre está abarrotado de gente a esas horas, no soy capaz de levantar la mirada del suelo. Camino despacio siempre hacia la misma mesa y ocupo siempre el mismo lugar. Enfrente de mí se sienta un hombre, un desconocido que ya conozco, aunque a veces me avisa de que va a enviar a alguien y me da instrucciones sobre algún detalle que puede cambiar. Suelo tener que esperar unos minutos, mientras miro cómo desayuna, hasta que me entrega una bolsita preciosa, de esas que se usan para hacer regalos, dentro hay un pequeño paquete. Entonces me dirijo al baño y una vez dentro saco de mi bolso la bolsita que me entregó él mismo la semana anterior y guardo la nueva. Me empiezo a acariciar y a meter los dedos sin quitarme la ropa interior. Tengo que hacerlo rápidamente, pero como siempre que llego a ese punto estoy muy húmeda, no me suele costar correrme. Luego me quito las braguitas, me seco bien el coño con ellas y la meto en la bolsa.

Cuando salgo del baño debería estar ya más tranquila a raíz del orgasmo reciente, sin embargo suele ser al revés. El estar sin bragas y deseando saber qué contiene esta vez el paquete hace que vuelva a sentirme cachonda. Sé que pasaré el resto del día masturbándome o deseando hacerlo.

Llego a la mesa, dejo la bolsa de regalo sobre ella y me siento, mi desayuno está servido; él ya ha terminado el suyo, coge la bolsa, me da un beso en la mejilla y se va.

Pasaré todo el día mojada e intrigada, y hasta que llegue por la noche a casa no sabré qué tipo de ropa interior mojaré para él el lunes que viene.

Un relato de Erótika Lectura .

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