Todos los jueves
Una mujer descubre un sexo distinto en el cine gracias a un desconocido.
Me propongo esta vez contar una historia avanzando a través de los tres personajes protagonistas que la integran, basada en sus tres puntos de vista. Una visión de la historia, la de uno de los personajes, es real, las otras son producto de la intuición o de la imaginación.
PARTE I: NORA
Me llamo Nora y tengo una familia maravillosa. Un marido informático con un buen trabajo en una buena empresa, una hija de tres años preciosa y un angelito de 7 meses.
Yo tengo un trabajo en horario de mañana y, aunque podría ser mejor, reconozco que en los tiempos de crisis que pasamos, no puedo quejarme. Me encuentro joven, aunque ya he cumplido los 35 y estoy, en general, satisfecha con mi aspecto
La historia que voy a contar comenzó hace unos cuatro meses cuando todavía me encontraba en mi período de descanso por maternidad, un jueves de mayo que quedé con mi marido para ir al cine a la sesión de 6,15. A mí me encanta el cine y llevaba bastante tiempo sin ir porque no tenía muchas oportunidades de dejar con alguien a mi bebé.
Aquel día sin embargo, pude dejarlo un rato con mi cuñada y aprovechar para estar con mi marido en el cine. Quería ver Avatar, llevaba tiempo en proyección y no quería perdérmela.
El caso es que nos acomodamos en los asientos y empezamos a ver la sesión. No habrían pasado 15 o 20 minutos cuando un hombre se sentó en la butaca vacía que estaba a mi izquierda. No me hubiera fijado en él, si no fuera porque tuve que quitar el jersey del asiento para que se sentara. Cuando lo hizo, noté una ráfaga de perfume muy agradable.
Acababa de recuperar la concentración en la pantalla cuando noté un leve toque en el brazo que tenía apoyado en el reposabrazos. Fue como un calambrazo. Retiré el brazo rápidamente para evitar el roce, pensando que había sido sin querer. Todo fue bien hasta que un poco después debí volver a poner el brazo en el mismo sitio e inmediatamente volví a sentir aquel roce en la parte trasera de mi antebrazo. Volví a retirarlo, aunque reconozco que el roce no me resultaba desagradable. Hubo una tercera ocasión, ahora ya no se decir si lo hice queriendo o sin querer, y aquellos dedos volvieron a rozar levemente mi piel poniéndola de gallina. Esta vez no retiré el brazo, por lo que el hombre continuó rozándome con las yemas de los dedos subiendo incluso por debajo de la manga de mi blusa. Lo cierto es que me gustaba más de lo que yo misma quería, pero me obligué a rechazarlo, de modo que retire el brazo y alejé un poco mi cuerpo de aquel sujeto, acercándome a mi marido. Creía que eso iba a ser suficiente, pero no fue así. Aquel tipo debía ser un profesional. No pasaron dos minutos cundo sentí esos dedos sobre mi nuca. Eran apenas perceptibles. Sólo un suave roce con las yemas que me provocó un escalofrío. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer. Reconozco que pude gritarle o marcharme pero aquella caricia me tenía sujeta a la butaca como si estuviera amarrada. Los dedos seguían deslizándose suaves desde el nacimiento de mi pelo hasta la parte más alta de mi espalda, provocándome una sensación muy agradable. Giré levemente la cabeza hacia la derecha para mirar a mi marido que permanecía con los ojos fijos en la pantalla. Al hombre le dio confianza ese gesto, porque aumentó un poco la presión de la mano sobre mi piel y aumentó su radio de acción por mi espalda provocándome una oleada de excitación que me hizo sentir culpable. Los nervios me hicieron girarme más hacia mi esposo, lo que provocó que ese hombre tuviera mucho más accesible mi espalda, oportunidad que no desaprovechó. Quedé impresionada de su atrevimiento cuando estiró suavemente de mi camisa provocando que saliera de mi falda para acceder a la parte más baja de mi espalda que acarició ya sin disimulo alguno. Cuando note sus dedos tirando de la goma superior de mi braga sentí como mi sexo se empapaba. Nunca había tenido una necesidad mayor de que alguien me follara. Enloquecí de excitación y me acomodé para que aquella mano hiciera cuanto quisiera conmigo. Me acerqué un poco al hombre puse el jersey sobre mi falda y moví el bolso hacia el lado de mi marido.
El hombre entendió perfectamente que había aceptado su juego y estaba tratando de ocultar la falda de la visión de mi esposo, por lo que se acercó a m y metió su mano bajo el jersey tirando de mi falda, buscando la entrada hasta mis piernas. Cuando llegó a su meta, me acarició el muslo con mucha suavidad, casi con ternura. Cuando las yemas de sus dedos alcanzaron mi braga, se deleitaron en mi humedad. Movió su dedo índice arriba y abajo de mi rajita durante un buen rato, hasta que me provocó un orgasmo. Cuando creía que iba a tocar mi sexo, el hombre retiró su mano, se acercó a mi oreja y me dijo en un susurro que el próximo jueves a las 6:15 estaría esperándome en le misma butaca. Entonces, se levantó y desapareció.
No me enteré de qué iba la película y creo que mi marido lo pudo notar porque no hice observación alguna a sus comentarios. Eso sí, en cuanto acosté a los niños, le regalé una noche de sexo enloquecida hasta dejarle sin fuerzas y con el depósito de semen a cero. Yo también pude correrme, pero no conseguí olvidar el orgasmo que me produjeron aquellos dedos.
A pesar de que me había dicho cien veces durante la semana que el jueves no iría a aquel cine, ese día a las 6:00 estaba en la taquilla sacando la entrada, con tiempo para ir a la misma butaca que el jueves anterior. Me senté mirando alrededor. No había casi nadie. Apenas tres parejas y tres o cuatro hombres solos.
Iba media hora de película y empezaba a cabrearme conmigo misma al comprobar que nadie se sentaba junto a mí. Me sentía ridícula y humillada. Estaba dispuesta a levantarme cuando noté aquel tacto inolvidable de nuevo en mi nuca. Aquel cabrón debía haberse sentado en la butaca de atrás. No podía verle, así que mantuve la mirada fija en la pantalla, aceptando su caricia. Esta vez era distinto. Aquel hombre sabía que pisaba sobre seguro desde el principio y jugaba con mi excitación. De repente la caricia paró y la mano se adelantó y empezó a bajar por mi escote. Yo notaba su aliento en mi cogote mientras con suavidad introducía su mano bajo mi blusa accediendo cómodamente a uno de mis senos que acarició con lentitud, deteniéndose en mi pezón que casi me dolía de lo duro que estaba. Luego hizo lo mismo con la otra mano, de modo que yo estaba atrapada entre sus brazos cruzados sobre mí con sus dos manos acariciando sin cesar mis pechos. Traté de girar la cabeza para verle, pero no me lo permitió. Miré de reojo para comprobar si alguien nos veía, pero me pareció que no, así que cerré los ojos y me entregué a aquel tipo extraordinario, gozando de todas sus caricias, de sus maravillosos pellizcos en mis pezones, volviendo a empapar mi braga, sofocando mis gemidos, hasta que de repente, el hombre paró y me indicó que volvería el jueves siguiente, dejándome en tal estado de excitación que por primera vez en mi vida, tuve que masturbarme en el cine. Cuando terminé noté un movimiento atrás. El cabrón de él no se había ido. Se habría estado divirtiendo viéndome tocarme. Eso si es que era él y no otro tío. Qué vergüenza. Decidí marcharme antes del final de aquella película de la que no recordaba ni el título.
El siguiente jueves volví puntual al cine. Esa vez mi amante desconocido fue muy rápido. Nada más apagarse las luces, con la sala totalmente a oscuras, apareció a mi lado. Me dio una caja enorme de palomitas que puse en mi regazo y él se agachó frente a mí dedicando todas sus caricias a mis piernas. Debía estar muy incómodo, pero me encantó lo que me hacía. En un instante me puso al máximo de excitación. Una pareja se puso en nuestra misma fila y nos miraba pero me dio igual. Permanecí inmóvil. El placer podía sobre mi pudor. Comí algunas palomitas para disimular cuando metió su cabeza bajo mi falda y empezó a besar mi sexo a través de mis bragas, otra vez empapadas. Cuando al fin me las quitó expulsé todos mis jugos sobre su rostro aun antes de que él empezara a lamer mi sexo. Me excitó ver su cabeza moverse bajo mi falda como si fuera una pelota. Me corrí sobre su cara, arqueando mi cuerpo hacia atrás hasta hacerme daño, consciente de que la pareja no me quitaba el ojo de encima. Cuando me repuse, el hombre se deslizó bajo una de mis piernas, dejó mi braga en la caja encima de las palomitas y se fue sin decir nada, dejándome otra vez exhausta de excitación y placer. Miré de reojo a la pareja, pensando que si se acercaban a mi estaba dispuesta a todo. No entendía cómo aquel hombre había sacado de mí la parte más puta. Esa parte que ni yo sabía que tenía. No se acercaron. Me dejaron con las ganas, igual que mi amante desconocido.
Aquella noche volví a follarme a mi marido con auténtica ansia, esperando que no se diera cuenta de que siempre era jueves cuando me encontraba tan cachonda.
El jueves siguiente el plan se torció por culpa de una amiga, a la que me encontré en el café en el que entraba antes de ir al cine. Me puse muy nerviosa e intenté pasar de ella, pero insistió en tomar café conmigo y, lo peor de todo es que, para mi desesperación, se apuntó a mi plan de cine. Así no vas sola, me decía sonriendo. Maldije haberle dicho que iba al cine. Cómo pude ser tan estúpida.
Cuidé de sentarme en la parte de atrás, pero en otras butacas, asegurándome de tener una buena visión de la butaca que ocupaba todos los jueves para ver si el hombre aparecía o no. Pero no apareció. Seguramente él siempre me vigilaba todos los jueves desde otro lado y ese día había comprobado que no estaba. Mi amiga lo había estropeado todo. Estaba muy molesta con ella, pero más conmigo por no haber sabido quitármela de encima. Giré la cabeza hacia ella con ganas de insultarla, pero me quedé petrificada. Estaba lo más alejada de mí que podía, prácticamente recostada sobre alguien que le estaba metiendo mano entre las piernas del mismo modo que a mí el primer día. La diferencia es que el hombre también le estaba comiendo la boca. Se devoraban como si fueran adolescentes. Me quedé mirándoles, pero ellos pasaban de mí. Él movía frenéticamente el brazo izquierdo da adelante hacia atrás, sin duda con los dedos metidos en el sexo de mi amiga. Con el otro brazo la rodeaba por el cuello. Sólo podía ver su cabeza moverse sobre la cara de mi amiga. Olía también su colonia de siempre y ahora podía oír el ruido de su beso, el choque constante de sus lenguas.
Dejé de mirar. Odiaba a mi amiga, odiaba a ese hombre como si me hubiera puesto los cuernos. Iba a marcharme cuando la escuché correrse a mi lado. Fue un gemido suave pero constante. La miré. Había puesto las manos sobre su cara. Tenía el pantalón vaquero completamente desabotonado, sin disimulo alguno. Vi como la mano de aquel hombre salía de la blanca braga de mi amiga después de hacer su trabajo y noté como la mía se empapaba también. El hombre me miró cuando se levantaba. Fue la primera vez que pude verlo solo un instante antes de que se diera la vuelta y alcanzara el pasillo.
Mi amiga me miró y se disculpó conmigo. No entendía qué le había pasado. Pasé de ella. Sólo faltaba que después de haberme estropeado la tarde tuviera que oír sus excusas. Corrí a mi casa y le dije a mi cuñada que esperara un poco antes de irse. Me metí en el baño, me senté en el bidet, cerré los ojos y me froté la entrepierna con rabia. Me masturbé pensando en aquel hombre y mi amiga.
El jueves siguiente volví al cine. Creo que era la misma película que la vez anterior pero a mí me daba igual. Iba asustada. No sabía qué me iba a encontrar. Había estado toda la semana torturándome pensando que el hombre no aparecería. Así que me senté en mi butaca de siempre y esperé. Y me desesperé cuando pasó media hora sin que aquel hombre viniera. Me puse nerviosa y giré la cabeza de un lado a otro para ver a todos los que estaban en la sala. Cuando mire hacia atrás, me dio un vuelco el corazón. Aunque sus cabezas apenas sobresalían de los respaldos vi a una pareja morreándose y metiéndose mano. Podían ser el hombre desconocido y mi amiga, pero no estaba segura.
No podía aguantar, así que me levanté y me cambié a la butaca de la esquina de la última fila, detrás de ellos, dejando alguna butaca de margen para disimular, pero sin quitarles el ojo de encima. Estaba tan concentrada que no me di cuenta de que alguien se había puesto a mi lado. Cuando me giré me hizo un gesto de que continuara a lo mío, señalándome a la pareja. Obedecí. Continué mirándoles hasta comprobar que eran ellos. Aquella zorra me había quitado el juguete pero el travieso azar me estaba dando otro. El tipo de al lado me dio un golpecito en el hombro para llamar mi atención. Era una un tío cachas. Una especie de macarrilla de gimnasio.
– Te vi el otro día – me dijo – Estaba con mi novia y vi cómo el viejo te comía el coño.
Luego señaló hacia abajo. Estaba con el pantalón y el calzoncillo bajado y su pene estaba erguido como un mástil. Me sonrió y me cogió de la cabeza acercándola a su miembro. Otra vez salió lo más sucio y lascivo de mí. Empecé a chupársela mientras él me acariciaba la cabeza y me separaba el pelo para que no me molestara.
De algún modo me estaba vengando de los de adelante. Me encantó sentir una oleada de cálida leche sobre mi mejilla.