Todos los días aprendo algo
Esta historia demuestra que a veces las personas no son como las idealizamos.
Hace demasiado calor en esta habitación. Ya ha avanzado noviembre, y Rosario es una ciudad calurosa. La humedad del ambiente aporta lo suyo, Prendo el aire acondicionado por primera vez en mucho tiempo, dejando que el aire frío recorra mi cara y el pecho. Una fresca sensación de alivio me recorre el cuerpo. Me siento al borde de la cama, aún esta caliente. Cambio el aire, estoy todavía un poco agitado. Enciendo un cigarrillo.
Vuelvo a pararme, y me pongo a observarla. Ana seguía igual que como la dejara, claro, no tenía opción, pero si estuviera desatada, estaba seguro que igual no se hubiera movido.
Boca abajo, los brazos estirados hacia delante, la frente contra el colchón, las rodillas flexionadas y abiertas sobre un par de almohadas, levantando el sexo.
Con ambas muñecas firmemente atadas al cabezal de la cama, y las piernas tomadas a las patas del mueble.
La vagina roja, hinchada. Un pequeño hilo de flujo y semen resbala por el muslo. El virgen anillito del ano que parece mirarme, desafiante.
Pero no me he animado. Soy aún inexperto. Muero por desatarle, y colmarle de besos todo el cuerpo. Arrullarla en mis brazos, tan pequeña eres, y devorarte los dulces labios.
No era eso lo que me habías pedido. Querías sexo fuerte, sin amor, sin caricias ni compasión. No estoy acostumbrado a eso. Traté de hacerlo como querías, pero se que se puede hacer mejor. Gozaste, lo se, y yo también, mucho.
Fui a la cocina, ignorando tu llamado, a buscar una bebida fresca. Abriendo la heladera, saqué una cerveza helada, escuchando tus gritos, casi histéricos para que no te deje sola. Así que tenías miedo.
No eras tan superada como querías parecer. La voz se convertía en un agudo chillido. Maldición, si no fuera por los vecinos, te dejaría gritando un buen rato.
Me di cuenta de que aquello me agradaba. Al no tener que estar concentrado en la manera que me habías pedido para hacerte el amor, pude pensar en lo que a mi me hubiera gustado hacer. Planear el próximo paso.
Volví, sin hacer ruido al dormitorio. Trataba de desatarse inútilmente, sacudiendo todo el cuerpo, para solo sufrir más el dolor de las ataduras. Me acerqué al oído, y susurrándole, le ordené que deje de gritar. Por un momento hizo caso, pero luego reinició los movimientos, insultándome de todas la maneras posibles. Tomé un pañuelo, y se lo incrusté en la boca. Me quiso morder, sacando yo mis dedos en el momento justo para evitarlo.
Medí su culo, y le apliqué un sonoro golpe con la mano abierta. Debió dolerle bastante. Mi mano ardía. Cuando giró la cara, pude ver una gruesa gota resbalar por su mejilla. Se quedó quieta y callada.
Me senté frente a la cama. Su cola perfecta quedó justo de cara a mí. Es hermosa, redondita, el nexo justo entre una cintura llamativamente estrecha, y unos muslos estrictamente torneados. Toda ella era perfecta. Pequeñita, veinticinco centímetros más baja que yo, con las proporciones exactas que solo se dan en las mujeres menudas.
En mi mente todo estaba planificado. Con sutileza fui recorriendo su columna con la fría botella de cerveza. Era solo un roce, muy lento, que dejaba una estela de humedad a su paso, la cual aprovechaba yo para soplar, viendo como todo su cuerpo se arqueaba.
Me concentré en su ano. Lo recorrí, haciendo pequeños círculos con los dedos. Ella trataba en vano de cerrar el paso, ya que mis manos asían con fuerza sus glúteos. Enterré mi cara entre ellos, para comenzar a dar ínfimos besos en la zona.
Se relajó por unos instantes, hasta que se percató de lo que seguía. Gritaba con todas sus fuerzas, pero no me llegaba más que un tibio balbuceo. Apunté al centro, ejercí una leve presión, buena para nada, solo para asustarla aún más. Ella seguía gritando, y moviéndose frenéticamente.
Me distancié de ella, y haciendo todo el ruido posible, salí de la habitación. Encendí la televisión del estar, tome otra cerveza, y me dispuse a cambiar canales sin ton ni son. Como para concentrarme en eso estaba. Esperé un tiempo que me pareció eterno, sabiendo que ella lo estaba pasando peor.
Al volver, noté que las amarras le estaban dejando sus huelas. Su cara era una desgracia. Con la pintura corrida por un mar de lágrimas. Me enternecí. Tal vez estuviera yendo muy lejos.
Le saqué el pañuelo de la boca, y casi no podía hablar. La tenía seca y cansada, de tanto forzar la voz.
-No, la cola no, por favor, por favor ..- Me dijo suplicándome. Hasta ahí podía llegar yo.
Comencé a desatarla, cuando alzó la cabeza, y mirándome con intensa rabia, me escupió.
-Dale tarado, hacé lo que tenés que hacer.- El calor de la ira recorrió mi cuerpo.
La tome de la cintura, apunté al centro, y embestí. Aplicaba toda la presión posible sobre su ano, pero este no cedía. El pene comenzó a dolerme. Si Ana no colaboraba un poco, sería aún más doloroso para ambos.
Recosté todo mi peso sobre ella. Así con ambas manos sus pezones y los estrují con fuerza, tal vez con más fuerza de lo soportable. Gritó de dolor. Seguí amasándolos por un rato. Mi boca dejaba la huella de mis dientes en sus hombros.
Intenté penetrarla de nuevo. Apenas logré un tímido avance. No estaba yo para más juegos. Tres fuertes palmazos en sucesión dejaron su nalga colorada.
Una vez que entró la cabeza, todo fue más fácil. Avanzando con lentitud, pero avanzando, llegue a mi tope.
Me entretuve, quedándome quieto. Mi mano derecha busco su clítoris, y al solo tocarlo, descargó un intenso orgasmo. Su cuerpo tembló como una hoja largo tiempo.
Mi pene embutido es esas estrechas paredes me mandaba intensas oleadas de placer. Me concentré en el.
Muy lentamente me fui moviendo, desplazándome dentro de ella cada vez un poco más, hasta que logré casi retirarme totalmente, para volver a entrar sin obstáculos.
Sin Planearlo, mis caderas se movían a mayor velocidad. Noté el orgasmo próximo, pero lo contuve hasta lo impensado.
Literalmente exploté, hasta casi perder la noción. Solo el cuerpo de Ana me sostenía.
Paso un tiempo, el que no puedo medir, para caer sobre el costado de la cama. A medida que mis fuerzas volvían, la fui desatando. Cuando terminé, ella se fue estirando, acomodando los músculos después de un par de horas en aquella incómoda posición.
Me coloqué boca arriba, cerrando los ojos para poder concentrarme en mi, sentir esas hermosas sensaciones.
Solo el movimiento de ella en la cama me sacó de mi interior, para luego sentir una cálida boca que me aprisionaba el ya flácido pene.
No nos dijimos una palabra, simplemente me lo mamó con una entrega y una dulzura impensada. Largo tiempo le dedicó a la faena, hasta que se llenó la boca con mi semilla, y sin abandonarla, se durmió en mi regazo.
Traté de no moverme, para no perturbar su sueño, y después de rememorar los últimos acontecimientos en mi mente, yo también caí en los plácidos brazos de Morfeo.