Todos adoran mi enorme clítoris (4)

El novio de mi amiga la estaba celando conmigo. Así que tengo que convencerlo, pobre muchacho...

Todos adoran mi enorme clítoris (4) por Lado Oscuro 4 ( ladooscuro4@hotmail.com )

Capítulo 1. Una sana amistad entre chicas...

Con Alina nos amamos verdaderamente. Ella seguía con su novio, pero se había aficionado a mí, y me buscaba después de cada clase de gimnasia para venirse a mi casa. Y mi vicioso clítoris se había aficionado a sus lamidas, que eran lo primero que me pedía en cada encuentro. Y yo se lo permitía, claro. Le manejaba la cabeza para cogerme su boca con mi clítoris. Ella podía estar chupándomelo por horas y me llevaba de orgasmo en orgasmo en orgasmo, sin que su boca se cansara nunca. Alina mezquinaba sus orgasmos para poder seguir más tiempo lamiendo y chupándome mi enloquecedor nabito.

Se había aficionado también a mi gran culo. Y me lo chupaba de diversas maneras. A veces me hacía tender boca abajo y hundía su cabeza entre mis nalgas, aferrándose con sus manos a mi cintura, para poder enterrar mejor su cara entre mis glúteos. Tanta pasión me podía, siempre, y tuve los más memorables orgasmos por lamida de orto que pueda recordar. Otras veces me hacia parar e inclinar la cintura sacando el culo. Y se ponía en cuclillas y comenzaba a besármelo y besármelo, llenándome los glúteos de besos que me ponían a mil. Y después comenzaban las lamidas cada vez más apasionadas en el interior, y se iba abriendo camino hacia mi ojete, que terminaba cogiendo con su lengua, hasta que yo me corría, y me volvía a correr. A veces hasta tres veces. Esta chica sabía abusar de mí hasta dejarme agotada. Otras veces me hacía acostar de espaldas, con las piernas levantadas, mostrando el culo, y me comenzaba a lamer entre las nalgas, mientras sus manitas me pajeaban el clítoris. O me hacía acostar de costado, levantando un muslo y ella se colocaba de costado, apoyada sobre el otro, y me lamía el interior de mis glúteos con un entusiasmo lindante con la devoción. Era muy creativa y siempre se le ocurrían nuevas formas de abusarme el culo. Y yo me corría, y me corría y me corria...

Por supuesto que ella también se corría. Estaba corriéndose todo el tiempo mientras me comía el culo con pasión, una y otra vez.

Capítulo 2. Las verdaderas amigas se ayudan mutuamente, siempre que pueden.

Yo estaba muy caliente con ella y solía restregarle mes tetonas contra la cara, en un flap flap de movimientos laterales que casi la nockeaban hasta que finalmente dejaba que su boquita se apoderaba de uno de mis pezones y metiéndose la mayor parte de él dentro de su boca, aplastaba su rostro contra la gran masa de mis pechos. Y pasaba de uno al otro, manteniéndome paralizada por el deseo y dejándola hacer, como la araña cuando ata a su presa con sus hilos. Y nos corríamos como locas todo el tiempo.

Cuando le enseñe a ensartarnos con las piernas abiertas en tijera para frotarnos los clítoris, se volvía loca y se quedaba refregándose mi clítoris contra el suyo como una poseída, haciéndonos tener grandes series de orgasmos. Mientras me decía cosas apasionadas. Y me dejaba de cama. Y a ella no le iba mucho mejor. Pero siempre, después del ratito que nos llevaba recuperar, me sometía a una nueva sesión de frotación de clítoris a la que no podía resistirme. Llegó a desarrollar una variante que consistía en colocar de tal modo su concha contra mi clítoris que se la hacía coger con este.

Los encuentros nos quedaban cortos. Y los apasionados besos de lengua mientras restregábamos nuestros cuerpos entre sí, retorciéndonos sensualmente de mil maneras, se sucedían sin solución de continuidad, hasta que quedábamos trenzadas en un gran orgasmo de nuestros cuerpos.

Quedábamos rendidas.

Capítulo 3. Pero los hombres no entienden la amistad entre chicas. Siempre sospechan las peores cosas.

Y el novio había comenzado a mirar con cierta desconfianza nuestra relación. "Pero, ¿qué es lo que tienen que hacer estando tanto tiempo juntas?" se irritaba.

"Cosas de mujeres" le decíamos misteriosamente. "Tenemos que contarnos cosas". Pero él no se terminaba de tragar el asunto. Y Alina ya no sabía que hacer para desviarlo de sus sospechas. Ella lo quería y no quería perderlo. Al final me cansé de la situación. "Dejámelo a mí", le dije. "¡Hacé lo que sea!" me pidió Alina, "¡Pero acabá con esta tortura!" "¿Te parece que acabe con él?" le pregunté con doble sentido, subrayando mi pregunta con una sonrisa. "¡Hacé lo que te parezca para acabar con esta persecución!" No supe si había o no entendido mi pequeña broma. Pero, en todo caso, ya tenía mi permiso.

Capítulo 4. Así que nos propusimos quitarle sus infundadas sospechas.

Alina no tuvo ningún inconveniente en que yo los acompañara en algunas de sus salidas. Él estaba un poco intrigado, pero no es que le desagradara mi presencia. Ni mucho menos. A diferencia de Alina, yo era casi tan alta como él. Y con mis tacos aguja lo sobrepasaba. De modo que no tenía que bajar demasiado la mirada para ver las rotundas cremosidades de mi tetería, que yo llevaba siempre erguida. Por la frecuencia creciente de sus miradas furtivas yo diría que estaba preocupándose con el asunto. Yo, por mi parte, me mantenía modosita, dejando que mi cuerpo hablase por mi misma. Claro que ayudaban un poco las minifalditas, los tacos aguja y las remeritas escotadas que marcaban mis pezones. No tuve que hacer nada. Sólo limitarme a acompañarlos seguido y dejar que me viera. Ningún coqueteo obvio, salvo el tirar mis cabellos para atrás de modo que pudiera admirar mi perfil y, como al pasar sacaba más para adelante mis melones. Claro, entre una salida y otra le estaba trabajando la cabeza. "¿No te da celos esta situación?" le pregunté un día por lo bajo a Alina. "Si" me susurró "te estoy celando a vos." La respuesta me sorprendió, pero no pude menos de sentirme halagada. Y con piedra libre.

Cuando íbamos al cine nos poníamos uno a cada lado de Alina. Y yo veía que el tipo -Carlos era su nombre- se moría de ganas de sentarse conmigo. A la salida íbamos a tomar una gaseosa y una porción de pizza a un local cercano. Y allí yo atendía a su charla mirándolo con ojos de comérmelo (lo que no me costaba mucho, debo reconocer, porque era un tipo bastante buen mozo y viril), pero podía pasar también por amabilidad. Claro que yo apoyaba los codos sobre la mesa, aprovechando la posición para juntar mi pechazos y elevarlos con la presión de mis brazos. Por momentos parecía que estaban por salirse del escote. Y sus ojos hacían lo propio de sus órbitas. A veces, con la excusa de ir al toilette, le daba una buena vista de mi sabroso culo que yo sé mover con procacidad. Pobre muchacho, había comenzado a sufrir, verdaderamente, y yo lo gozaba. Pero al menos había disminuido sus sospechas sobre Alina y yo. Ahora sus sospechas eran sobre él y yo.

Capítulo 5. Y poco a poco fuimos quitándole esa idea fija. Pero claro, tuvimos que reemplazarla por otra.

Estiramos esta situación lo más que pudimos. Pero en un momento empezó a hacer fisuras. Carlos tenía erecciones que le hacían demorar en levantarse de la mesa. En la calle, nos poníamos una a cada lado agarradas de sus brazos, y yo le apretaba un tetón contra el brazo. Y otra nueva erección, indisimulable. Alina se moría de risa con la situación. Y cuando a solas me chupaba el clítoris, recodábamos las caras de sufrimiento que ponía el pobre Carlos cuando estábamos los tres. Y entre risas, urdíamos estratagemas para producirle más erecciones y más seguidas. Una de esas estratagemas consistía en prolongar las caminatas y los apretones de mi tetaza sobre su sensibilizado brazo. "¡Toing!" se producía la erección y ya no bajaba durante todo el paseo. El pobre se esforzaba por disimular lo indisimulable. Pero Alina se hacía la boluda. Y yo, no tanto. En una de esas ocasiones con Alina decidimos que iríamos en el subte. Y aunque estaba medio vacío, yo aproveché para rozarle la tranca con el muslo, haciéndome la distraída. Pero se me fue la mano con los rozones. O fueron demasiados, o demasiado seguidos, o quizá era que durante la larga caminata el palo le vendría rozando contra la tela del pantalón. La cosa es que cuando bajamos al andén el pobre tenía una tremenda mancha de semen en los pantalones. No supe bien cuando le había ocurrido el percance, pero que le habíá ocurrido le había ocurrido. Y se tuvo que ir excusándose como pudo para disimular el percance. Ya en mi casa, con Alina, mientras me hacía una lamida-cogida a mi culo en pompa, ambas llorábamos de la risa al recordar la expresión de su cara. Pero él ya no sospechaba de ella, ahora sospechaba de si mismo. Y estaba muy preocupado por lo que le estaba pasando conmigo, y más por lo que no estaba pasando. Había caído presa de una obsesión. Ahora tenía erecciones casi todo el tiempo que tenía que pasar a mi lado, y eyaculaciones en seco cada dos por tres, a la menor provocación. Y mis provocaciones no eran precisamente menores.

Capítulo 6. Había llegado el momento de acabar completamente con sus sospechas... En fin, de hacerlo acabar... con sus supicacias. O "Usos creativos de la concha".

Aunque la gracia del asunto era que yo aparentaba no darme cuenta de nada. Un día, ya compadecidas, planeamos con Alina darle una oportunidad. A la salida del cine fuimos a mi departamento y Alina "recordó inesperadamente" que al día siguiente debía levantarse temprano y excusándose y pidiendo disculpas nos dejó solos. Me lo dejó servidito servidito. Yo me desperecé en el sofá, dejando que mi mini mini faldita permitiera la vista casi obscena de mis muslazos. Tanta carne y con esas formas y de esa calidad, era algo casi obsceno en verdad. Además de que mis braguitas habían quedado a la vista, transluciendo la lujuriosa fronda detrás de su transparencia. Yo, claro está, hice como que no advertía nada, ni siquiera la temible erección dentro de sus pantalones. Pero él ya no podía más, la situación lo había superado. Temblando se arrodilló frente a mis mórbidos muslazos, y me declaró su pasión. Yo fingí sorpresa "¡Pero Carlos, vos sos el novio de Alina...!" mientras entreabría un poco más mis piernas, como quién indica el camino hacia las sedosidades de mi olorosa entrepierna. Él, trémulo, no encontró palabras para responder. En cambio se lanzó a besarme los muslos con la devoción que había juntado durante todas esas salidas en que había tenido más que una ocasión para desear mis muslos. Y ahora me tenía allí, con los muslos casi abiertos a merced de su voracidad, y no podía contenerse y me besaba todos la piel de ambos, con especial atención al lado interno. "¡Ayy... Carlitos... no me hagas eso...!" dije lanzando un suspiro que le llegó hasta el alma. "¡No está bien que me beses el interior de mis muslos...! a...sí... ¡¡asíiii...!!" y le aferré la cabeza para que no la retirara y siguiera besándome ahí, en las inmediaciones de mi intimidad. "¡¡noh... nooh, esto no está bien...!!" dije al tiempo que avanzaba mis muslos para que su cabeza llegara más adentro. Sus ojos brillaban con la adoración que mis intimidades le provocaban. Y besaba y lamía con ansiedad el interior de mis muslos. Y yo, acuciada tanto por el placer que me producía tener su cabeza entre mis piernas, como por un algo de sadismo erótico apretaba un poco las piernas levantando al tiempo la rodilla para rozarla la cara con la erótica suavidad de mis muslos. Y hacía eso una y otra vez, simulando resistirlo, pero en realidad enardeciéndolo. Me excitaba mucho tenerlo allí entre mis rodillas desahogando la pasión que había sabido insuflarle durante semanas y meses con mis picardías de coqueta putona. La situación de tenerme allí, prácticamente a su disposición con toda mi muslería oferente, y al mismo tiempo haciendome la tímida y melindrosa, era una combinación que le estaba rompiendo la cabeza. Más cuando yo soltaba, en medio de mi aparente resistencia, algún jadeo. "...¡No... no... Car... los... ¡" decía yo, casi gimiendo mientras con los muslos atrapaba firmemente su cabeza por ambos costados. El placer de tenerlo allí apresado por mis muslos a escasos centímetros de mi concha, haciéndolo desearla como una meta obsesiva, me resultaba enormemente erótico. Sabía que el olor de mi concha excitada estaba llegando a sus fosas nasales, mientras yo continuaba simulando una vana resistencia. Totalmente obnubilado, el novio de mi amiga besaba todo lo que tenía a su alcance mientras farbullaba apasionadas declaraciones de amor, con la mirada fija en la unión de mis muslos. Si no hubiera sentido tal calentura, la situación podría haberme provocado risa.

Lo dejé avanzar de a poquito hacia mi concha, escuchando los jadeos de su desesperación, y los míos propios. "¡¡Nn-no... Car... li… tos…!!" y la voz se me quebraba en inflexiones graves dejando translucir la sensualidad y erotismo que me producían sus lamidas, besos, caricias y sobre todo el hecho de tenerlo atrapado entre mis muslos. Finalmente "logró" alcanzar mi olorosa concha, y a través de la tenue tela de la braguita comenzó a lamérmela. "¡¡¡Aahh... aaahhh... " exclamé, derritiéndome en su boca.

Capítulo 7. Cuando una se decide a dar una ayuda, no tiene que retacearse...

Él siguió con su lamida febril. Pero, ya una vez saciada con la tregua del primer orgasmo, tenía nuevamente la iniciativa. Y pasándole una de las piernas por sobre la cabeza le saqué la concha de su alcance, dejándolo a merced de mi hermoso culo. Su desconcierto duró apenas un par de segundos. Luego su pasión se desató´sobre mi culo. Se lo removí eróticamente sobre la cara para inmediatamente sacárselo también. Me paré frente a él como si hubiera decidido volverme inaccesible a sus deseos. El pobre quedó de rodillas, como si estuviera adorando mi pubis, mis muslos, mi pancita y allá arriba mis enorme tetazas de diosa, todavía dentro de la liviana remerita. Lo miré desde arriba, completamente en control de la situación. Él estaba temblando de deseo. "¡Parate Carlos!" le ordené.. Se paró como pudo, con su terrible erección haciendo punta en sus amplios pantalones. Lo estreché contra mí, apresándole la erección entre mis muslos. Se sentía rica. Pero yo lo miraba seria a los ojos. Y empecé a retarlo, mientras le daba apretones con mis muslos en la poronga. "¡Te estás abusando de mí, que soy una mujer que nunca hizo nada para provocarte...!" Y me pareció oir mi propia carcajada interna. ¡Si al pobre lo había arrastrado hasta allí, llevándolo prácticamente de la nariz con mis provocaciones...! Me saqué la remerita, dejando mis mórbidos melones, totalmente erguidos frente a sus narices. "¿Me querías tener desnuda?" le dije mientras acentuaba el denso masaje que le estaba dando con mis muslazos. "¡Bueno, ahora me tenés aquí, totalmente desnuda!" "¡Ahora te toca a vos!" Y luego de sacarle la camisa, le bajé los pantalones junto con el slip, dejando su poderoso nabo temblando en el aire. Y ahí lo atrapé, en la unión de mis muslos separado de mi intimidad apenas por la delgada tela de las braguitas. "¡Te voy a dar un beso, a ver si se te pasa la lujuria!" Y aplastándole las tetas contra el pecho en un sensual abrazo, y su tranca entre mis muslos, rodeé sus labios con mi carnosa boca y revolviendo me lujuriosa lengua en su boca y le día unas pocas hamacadas de mi sedosa y caliente intimidad sobre su tranca. Y con eso bastó. Sentí su nabo hincharse todavía más entre mis muslos y mi concha, y comenzó a pulsar largando poderosos chorros que alcanzaron la pared que estaba a unos cuatro metros detrás de mí, según pude verificar al otro día. Lo mantuve abrazado, sosteniéndolo durante toda su acabada, que acompañaba con sus apasionados gemidos.

Capítulo 8. Y cuando yo me pongo a ayudar no sé cuando pararme...

Lo fui guiando hasta el sofá y terminé sentada en su falda. O más exactamente, sentando mi sabroso culo sobre su todavía semi-enhiesto palo. Aplastando el costado de una de mis tetonas contra su cara, le hablé con un todo de dulce reproche. "¡Ay... qué chico malo, que chico malo...!" Y girando un poco el torso acomodé su cabeza poniéndole un gordo y gran pezón en su boca. Se prendió inmediatamente y comenzó a chupármelo y lamérmelo, mientras yo le acariciaba la cabeza, y le hablaba... "Tenés que entender, Carlitos, que no está bien lo que estuvimos haciendo..." "Alina no se lo merece..." Y le cambié la cabeza a mi otro tetón, para lo cual tuve que sentarme a horcajadas frente a él, haciéndole sentir la raya entre mis nalgas contra su pene, que acusó recibo inmediatamente. "Sacate la bombacha" masculló en medio de su mamada. "¡Pero qué barbaridad!" protesté "¡Pareciera que no escucharas lo que digo...!" Y levantando mis piernas deslicé mi bombachita hasta el piso, y volví a apoyarle el culo, ahora desnudo, contra su ya bien parado nabo. Y comencé una frotación del mismo en el canal entre mis glúteos, en una suerte de paja que corrió su prepucio, dejando su hinchado glande al descubierto. Y seguí frotándoselo mientras seguía prendido de mi Tena. Y pronto se corrió de nuevo. Pude sentir los chorros de caliente semen saltando entre nuestros cuerpos. "¡Mirá que sos terrible, eh!" le reproché con cariño. El pobre cayó hacia atrás quedando despatarrado en el sillón. No era para menos, ¡...le había hecho echarse dos polvos en menos de quince minutos...! Cuando se lo conté, Alina rezongó "¡Qué barbaridad! ¡A mí siempre me hace esperar por lo menos tres cuartos de hora para echarse el segundo polvo!"

Capítulo 9. Cualquiera otra habría considerado que ya lo había ayudado lo bastante. Pero no yo. Hasta que lo tuviera lo suficientemente "ayudado" no pensaba parar.

Pero en ese momento lo único que deseaba era seguir abusándome de él. Y echarle la culpa, por supuesto. Así que, subiéndome al sofá, con una pierna a cada lado de su cuerpo le puse mi concha a la altura de sus ojos. Y decidí utilizar mi arma mortal, para animarlo. "¡Sos un egoísta!" le recriminé con voz mimosa moviendo mi concha cerca de su cara. Él abrió los ojos haciendo un esfuerzo. "¡Todo lo que interesa a vos es tu propio placer...! ¡Y no te importa nada de mí! ¡Mirá como me dejaste...!" Y separando un poco mi vello púbico, dejé al aire mi enorme clítoris erecto. Esta vez abrió los ojos sin ningún esfuerzo, y bizquearon clavándose en mi subyugante aparatito. "¡Santo Dios! ¡Qué es eso !" "Es mi pequeño clítoris, cielito... Yo sólo quiero que me lo beses un poquito, así yo también puedo acabar...! ¡No es que quiera que se te pare otra vez esa porongota...! ¡Sólo unas lamiditas, por favor...!" Y le acerqué el clítoris a la boca, apoyándoselo entre los labios. "¡Dale, papi, unas lamiditas...! ¡Total qué te cuesta... ¿eh?...!" Y para terminar de animarlo se lo froté contra los labios, hasta que los entreabrió, y entonces de lo metí y comencé a cogerle la boca suavemente. Yo sabía que el olor de mi concha debía estar entrando por sus muy abiertas fosas nasales, transtornándolo completamente. Y mientras él iba cayendo presa de sus efectos yo aprovechaba para cogerle la boca.

"¡Usá le lengüita, papi, unas lamiditas..., dále...!" Y se lo seguía metiendo y sacando. Comenzó a gemir, por allí abajo.

"¡Mirá como te has estado abusando de mí, y ahora ni siquiera me lo estás chupando bien...!" dije, empujando mi concha contra su cara. "¡Succioná, papito, succionalo!" "¡Asíii..., qué rico!"

Una vez que lo tuve donde y como quería, dic rienda suelta a mi abuso. Y comencé a removerle mi concha sobre la cara, poniéndome prácticamente a horcajadas sobre ella, ya que pasé ambos muslos sobre el sofá, de modo que su cara quedaba encajada contra mi pubis. Y le cogí la cara, y le cogí la boca, y le dejé el rostro lleno de mis jugos vaginales y sembrado de pendejos. Él se había agarrado con ambas manos de mi portentoso culo, mientras sucumbía a los embates que le daba sobre el rostro. Finalmente no pude resistir más el enorme placer que me producían mis refriegues y el tener a ese hombre completamente subyugado por mi dominación, y me corrí en su rostro, dándole fuertes conchazos y obligándole a beber los jugos de mi acabada, hasta que luego de la aplastada final de mi concha sobre su boca, me quedé quieta, recuperando la respiración. El pobre seguía lamiendo y lamiendo, por allí abajo. Yo lo dejé hacer, mientras me reponía, total las chupadas de concha nunca me hicieron daño. Pero después de dos o tres minutos, el frenesí de sus lamidas, comenzó a ponerme en tono nuevamente. Y volví a los refregones de mi concha sobre su cara, mientras le aferraba la cabeza para que sintiera completamente mi dominación. Y me eché otro gran polvo. Así, tres veces. Luego de mi último polvazo me desmonté de su cara, y sentándome sobre sus muslos con las piernas abiertas, encontré entre ellas su terrible erección. Y pude constatar a que punto de enardecimiento lo había llevado con mis restregones y mis acabadas abusivas. Ese nabo parecía a punto de explotar. Sin poder resistir la tentación, comencé a frotarlo con mi vello púbico, en lentos vaivenes adelante-atrás arriba-abajo. Y me dedique a examinarle el rostro. Lo que más me calentó fue ver sus ojos húmedos y vidriosos, su mirada desenfocada y embobada. Nunca había tenido, seguro, una experiencia semejante. Y nunca le habían llenado tanto la cara de pendejos. Estaba completamente entregado a lo que yo quisiera hacerle. Y yo estaba haciéndole una lenta paja con mis pendejos, apretándole la poronga contra nuestros vientres. "¿sabés, papi?... nunca un hombre había abusado tanto de mí... ¡Me hiciste echar un montón de polvos...!" Y continuaba pajeándolo con mis pendejos contra su erectísimo nabo. Él me seguía mirando embobado, con sus ojos vidriosos y desenfocados. "¡Y me has hecho traicionar a mi mejor amiga!" Y continuaba con mi lenta paja. Veía como su pecho subía y bajaba, al compás de sus jadeos, y eso me ponía a mil. Eso y el hecho de que al pajearlo a él también estaba pajeando mi clítoris. Así que yo también comencé a jadear y mis parados melones subían y bajaban ante sus ojos. De pronto, de entre ellos salió un lechazo, camino al techo, que me mojó la nariz. ¡El pobre no había podido resistir más mi lujuria y se había corrido por tercera vez, mientras sus piernas se estiraban tensas, y de su nabo seguían brotando los chorros camino al techo. Claro que yo, guiándole el choto con mis manitas aproveché para rociarme con su semen la parte de debajo de mis tetazas. Me alcanzó para las dos, antes de que con un gran suspiro, Carlos cayera derrumbado debajo mío. Me alejé del sofá para disfrutar de la vista de su cuerpo desmadejado, y totalmente desagotado. No parecía quedarle energía, para nada más. Miré mi reloj: ¡apenas cuarenta y ocho minutos y ya tenía derrumbado a este hombre, frente a mí, luego de haberse echado su tercer polvo! Eso daba... dieciséis minutos entre polvo y polvo. Estábamos batiendo records. En cuanto a mi concernía, no había una gran novedad porque es rara la ocasión en que no me haga hacer acabar diez veces por un tipo, pero a mi me resulta más fácil.

Capítulo 10. Tuve que ingeniármelas verdaderamente, para poder seguir brindándole mi ayuda, y que respondiera, el pobre...

Lo dejé tendido en estado de ensoñación y me fui a la cocina, a preparar algo de comer. Totalmente desnuda, salvo por mis tacos aguja. Lo que me producía cierto sentimiento erótico.

Cuando a los quince minutos retorné, lo encontré completamente dormido y me apiadé. Pensé que era mejor no seguir abusando de él, al menos por un rato. Digamos... otros quince minutos. Pero mientras lo veía dormir, totalmente despatarrado, me senté en el sofá de enfrente, con las piernas bien abiertas y comencé a acariciarme. Con una de mis manos, la concha y con la otra mis tetazas. Pellizcaba un pezón, acariciaba la tersa piel, me la amasaba un poco..., y pasaba a la otra. Comencé a calentarme... Y mi culo también pedía lo suyo. Así que saqué el consolador del cajoncito, lo lubriqué en mi vagina, lo chupé un poquito para saborear mis jugos, y me lo fui enterrando en el culo. Y con la mano que estaba abajo comencé un lento mete y saca. Me volvían loca las sensaciones en el orto. Y perversas fantasías comenzaron a cruzar por mi mente. Mi otra mano, como si tuviera vida propia, se había entusiasmado con mis tetas. Me las estrujaba, apretándome los pezones. Y mis jadeos subían de tono. Frente a mí yacía mi reciente víctima reponiéndose inconciente del estado en que lo habían dejado mis abusos. "Es el novio de mi amiga" me dije, disfrutando de la idea. "En realidad estoy cogiéndome a un par de enamorados..." y mi manito inferior dejó un poco el mete y saca del consolador en mi culo, luego de llevarlo hasta el fondo, y comenzó a pajear mi clítoris. Hasta que me vino un deleitoso orgasmo.

Pero mis tetas habían quedado calientes y deseando más manoseo.

Con el gran pene consolador todavía enterrado en mi culo, me levanté y me acerqué al yaciente cuerpo de mi desvanecido reciente amigo. Me paré a su lado, pensando en como reanimarlo. Ya habían pasado los quince minutos, así que ya le había dado media hora de tregua, lo que es bastante.

Fui a la cocina y volví con una taza de té y algunas galletitas. Acariciándole suavemente el pecho comencé a retornarlo a la realidad "Mi vida... te traje un rico tesito para que te reanimes..." El pobre se sentó con dificultad para tomar la taza. A su lado puse el platito con las galletitas, que comenzó a engullir inmediatamente. Y comencé a pasearme frente suyo por la pequeña sala, mientras buscaba un tema cualquiera de conversación que me sirviera como excusa para seguir meneándome ante su vista. Yo sabía que aún se encontraba muy lejos del deseo, pero mi espectacular figura en tacos altos era suficiente para mantener su atención centrada en mí. Y mientras le charlaba, comencé a masajear mis melones, para concentrar aún más su atención. "Yo estuve pensando en lo que hicimos..." "¡En lo que me hiciste hacer con tu pasión viril!" corregí. "¡Sos un hombre muy lujurioso, Carlos, y jugaste conmigo como se te dio la gana...!" Él contemplaba, absorto, como yo estaba amasando mis tetas, estrujando mis pezones. Estaba captando su interés, advertí satisfecha, las cosas iban bien. Había acabado con las galletitas en un santiamén. "¿Te traigo más galletitas, Carlitos?" me incliné hacia él con mi más sensual sonrisa. Su mirada fue hacia mis grandes melones que parecía ofrecerle al inclinarme. "Sí... vendrían bien..." Inclinándome hasta rozarle la cara con mis tetas, recogí el platito y me lo llevé para la cocina. "Te hice otra taza de té, cielito" y con un nuevo rozón de mis melones le puse otro platito lleno de galletitas al lado. Volví a erguirme, todavía a su lado, para que pudiera tener una vista de mis tetonas en la perspectiva de su mirada desde abajo. "Gra-gracias..." murmuró, y comenzó a comer las galletitas una tras otra. Una vez frente suyo seguí paseándome y con mis meneos le di también una buena vista lateral de mis parados glúteos. Lo noté más reanimado. Y continué masajeando mis melones como al descuido, mientras continuaba la charla. "El problema es Alina..." comencé, "... Es una buena chica, y no se merece lo que hicimos..." "¡Lo que me hiciste hacerle!", recalqué ante su mirada sometida a la fascinación de mis poderosos encantos. "Y yo me pregunto..." continué, mientras una de mis manos comenzaba un masaje muy erótico de mi vagina, "... me pregunto si tenemos derecho a ocultarle lo ocurrido en esta casa esta noche..." Noté la alarma en sus ojos.

"S-si, como tener lo tenemos..." "¡No me interrumpas!" lo corté, como si me importara lo que iba a continuar diciendo, o lo que yo estaba diciendo. "P-perdón" musitó él, sumiso. Le di la espalda girando bruscamente, como si estuviera molesta. En realidad quería que viera el consolador que tenía metido en el culo. "Estee... Julia..." le oí decir, "¿Eso que te sale ahí es un... consolador?" "¡Ay, sí! ¡Justamente de eso te quería hablar!" Y me le acerqué ondulando mis caderas lentamente. "Yo sé que por esta noche vos no das para más" le dije irguiéndome frente suyo, para que pudiera tener una perspectiva desde abajo de mi suculento cuerpo y mis inmensas tetas allá arriba. "Pero yo me quedé muy excitada y mientras vos descansabas me empecé a pajear... Pero como no me alcanzaba con las manos, me enterré este consolador con forma de pene, en mi culo" "Ah..." exclamó él, tragando saliva. "...Y me lo estuve metiendo y sacando del ojete durante un rato..." "... Pero es un poco incómodo hacérselo una misma, ¿te imaginás?" Y le mostré, volviendo mi lindo culo hacia él, cuanto me costaba el mete y saca. "Sí, puedo imaginarlo..." Y evidente mente lo estaba haciendo, porque sus ojitos habían retomado su brillo. "Y te quiero pedir un favor de amigo..." "¿Síi...?" "¿No podrías vos darle al mete y saca del consolador en mi culo...?" "Yo te pondría el culo bien cerquita, para que no tengas que molestarte y vos me lo cogés, como un buen amigo, con el consolador..." Y para subrayar lo dicho, me incliné en diagonal, sacando la cadera hacia el lado de él, de modo que mi escultural culo quedara a centímetros de su nariz. "¿Síi? ¿Me vas a hacer el favorcito...? ¡Dale, agarrá el consoladorcito, por favor...!" Su mano obedeció y comenzó un suave saca-mete, con un poco de timidez al principio. "¡Esperá, esperá!" "Quiero que estés cómodo, así podés pajearme bien el culo" Y arrodillándome entre sus piernas puse mi culo en pompa frente a sus narices. Con mis tetones tocando el costado externo de sus muslos. Asomando mi cabeza por el costado, pude ver que su miembro ya no parecía tan agotado como antes. Y el muchacho siguió dándome por el culo con el aparato. Yo lanzaba gemidos y jadeos, más que nada para calentarlo. Y movía el culo con ondulados movimientos circulares, como para darle un festín a sus sensaciones. Pude escuchar como se iba acelerando su respiración.

Capítulo 11. Y le pedí un favor, pero era para seguir "ayudándolo".

"¿Te puedo pedir un favorcito...?" dije con voz mimosa. "¿cuál fa... vorcito...?" contestó con un tono sospechosamente ronco. Me volví a asomar por el costado. Estaba completamente empalmado. "Quiero que me des algunos besos en el culo, hasta donde alcances, claro..." "Bu-bueno" se aclaró la garganta, pero la voz le seguía saliendo ronca. Y sentí su boca besando el costado que estaba más cerca de su cara. Yo lancé un suspiro sensual. "Asíii... papito... me gusta mucho..." Y seguía ondulando mi culazo para mantener atrapado su interés. No, ese muchacho no tenía como distraerse de mi culo en esos momentos. Comencé a hacer movimientos laterales para darle ocasión de besarme más cerca de la raya. Y él besaba todo lo que le ponía a su alcance. Seguro que si en ese momento le pedía que me cogiera el orto, no iba a tardar ni un segundo en metérmela. Pero yo quería enervarlo aún más. De modo que, como quien no quiere la cosa le fui acariciando el muslo con mis melones. Escuché como su respiración se aceleró´aún más. Yo seguía con mi culo en provocativa pompa, que se agitaba lateralmente y ondulaba también. Y respondía a las enculadas que me estaba dando con el consolador, con culadas mías para atrás. Y lanzaba profundos suspiros, mezclados con mis jadeos y gemidos. "¡Sos un gran amigo..., Car... litos..., sólo un buen ami... go me haría desinteresadamente este gran favor...!" Y en eso sentí los chorros de semen caliente estrellándose contra mi vientre. Me sonreí maliciosamente, otra vez mis escarceos habían desatado su lujuria. Me asomé nuevamente. Su pene cubierto de semen seguía en plena erección. ¡Claro, lo había calentado demasiado, y la erección no se le bajaba!. Seguí con mis suspiros, quejidos, jadeos y exclamaciones, para mantenerlo bien caliente y obsesionado con mi culo. Pero me pasé. De pronto me sacó el consolador y escuché su voz enronquecida. "¡Ma que amigo ni amigo, quiero enterrarte mi poronga en ese orto...!" Y cambiando su posición, sin cambiar la mía, que seguía alegremente con el culo en pompa, me enterró su nabo hasta el fondo. Lo sentí todavía más gordo que el consolador y muchísimo más caliente. Y comenzó a serrucharme. Como yo estaba re-caliente, me corrí enseguida, pero él tenía todavía para rato. Y siguió serruchándome el orto, con gran placer de mi parte. A los cinco minutos vino mi segundo polvo, y mi orto se estremeció nuevamente en espasmo apretándole el nabo. Sus jadeos aumentaron. Y siguió con su serruchada cada vez más frenética. Yo empecé a tener las sensaciones más locas y perdí todo control. Yo era sólo mi culo, mi soberbio culo, recibiendo lo que más me merecía. Y cuando acabé por tercera vez, en medio de temblores, apretándole su enhiesto aparato, con los espasmos involuntarios que me producía mi orgasmo, estos actuaron como un ordeñe y sentí como el nabo se hinchaba aún más y escupia chorros de semen en mis entrañas. Quedó abrazado a mi espalda, con su nabo todavía enterrado un mis profundidades, hasta que poco a poco se fue derrumbando, -"¡flop!" hizo su pene al salir- y él quedó derrengado boca arriba en el piso, con una pierna arriba del sofá, y su respiración todavía agitada. Una piltrafa.

Capítulo 12. Y procedí ayudándolo más allá de toda posible resistencia suya.

Entonces decidí darle mi última abusada por esa noche. Sabía que él ya no tenía reacción posible, así que cuando senté mi concha a horcajadas de su cara, fue para que tuviera bien claro quien dominaba a quien. Y me hice una soberbia paja, refregánole la concha sobre la cara, y llenándosela de mis jugos, me mandé una estupenda cogida de cara, echándome polvo tras polvo en su inerme cara, hasta saciar completamente mi lujuriosa dominación. Cuando desmonté su cara, lo ví con la lengua afuera, y pegados por mis jugos una nueva repartida de mis pendejos. Sus ojos agotados brillaban, sin embargo, de lujuria. Y una vaga sonrisa lucía en su transitado rostro. No hace falta que les explique a que hago alusión con lo de "transitado rostro". Ya saben ustedes a que me refiero.

Pero ya no me servía para más nada, por esa noche. Así que lo hice vestirse y lo despedí, todavía vacilante y derrengado, hacia la oscura noche. "¡Mañana vamos a hablar de lo que pasó aquí esta noche!" le dije en tono severo.

Y todavía riéndome, tomé el gran consolador y me lo llevé a la cama. La dominación que había hecho sobre ese muchacho volvía una y otra vez a mi mente. Y tuve que hacerme dos pajas, para poder dormirme.

Si tenés ganas de darme tus impresiones sobre este relato, escribime mencionando su título a ladooscuro4@hotmail.com . Me encantará leer tu comentario.