Todos adoran mi enorme clítoris (1)
Tengo un clítoris enorme que, cuando lo muestro nadie, sea hombre o mujer, puede resistir la tentación de chupármelo.
Todos adoran mi enorme clítoris (1) por Lado Oscuro 4 ( ladooscuro4@hotmail.com )
No es por vanagloriarme, pero mi clítoris en estado de reposo mide dos centímetros y medio. Y cuando se excita mide cuatro centímetros y medio. Y cuando lo muestro, todos me lo quieren chupar.
Al principio me desean por mi soberbio culo, mi cinturita o mis tetas, o por mi cara de niña perversa, pese a mis cuarenta y cinco. Pero cuando me ven el clítoris se vuelven locos. Hombres, mujeres, de todas las edades.
Recuerdo una visita que hice a una doctora para "ver el problema de mi clítoris". En realidad yo quería una buena mamada, y sabía que bastaría con mostrarle mi clítoris a la médica.
-Doctora, he venido a verla, porque mi clítoris me tiene a mal traer.
-¿Cuál es el problema? Cuentemé.-
-El problema es que todo el tiempo me pica, y me lo tengo que hacer chupar, para quedarme un poco tranquila.-
-Y, ¿por quién se lo hace chupar?- se interesó la médica.
-Por cualquiera, para eso no tengo problema. Todos me lo quieren chupar en cuanto se los muestro.
-Que raro, nunca escuché de algo así..., a ver, sáquese la ropa.-
Estaba lista para eso. Me saqué la blusa y, cuando hice lo propio con el brassier, mis tetas saltaron afuera y la médica abrió los ojos, mirando mis desbordantes enormidades. Aclaremos esto: siempre tuve tetas grandes y paradas. Y cuando a los treinta y cinco temí que pudieran vencérseme, me hice una cirugía que me aseguró que siempre estarían bien altas y, de paso, me hice agregar unos cuantos decímetros que dejaron a mis tetazas convertidas en dos monstruosidades capaces de noquear a cualquiera, fuera hombre, mujer, niño o niña. Tengo dos enormes pezones rozados, de un diámetro de ocho centímetros, y una piel suave y perfecta que engalana mis voluptuosidades. Así que no fue de extrañar que la doctora se quedara turulata con la visión de mis melonazos. Ese fue el primer estrago que produje en su actitud profesional. Pude ver que sus ojos se habían humedecido, que ella tragaba saliva y trataba de mantener la compostura. Bi-bien...- tragó saliva, -sasáquese el re-resto...-
Bien erguida, de modo que mis tetas lucieran esplendorosas, me saqué la faldita, dejando a su vista mi espléndido culo apenas cubierto por una braguita transparente.
-¿Le parece que me saque también los tacos altos, doctora?- Eran tacos en verdad muy altos, tipo tacos aguja, y yo sabía que me daban un look espectacular.
-N-no, así está bien, déjeselos...-
Me senté sobre la camilla, con las braguitas todavía puestas. No quería acelerar demasiado el trámite, sabía que en cuanto la mujer viera mi gran clítoris estaría perdida. Me quedé sentada sobre mi maravilloso culo, bien erguida, dándole un espectáculo que estaba soliviantando su moral. Y decidí avanzar un poco más.
-El problema es que mi clítoris es enorme, doctora. Cuando cumplí doce años todas mis compañeritas me lo querían chupar. Y tenía un montón de orgasmos por día...-
-Aah...- balbuceó la médica, aclarándose la voz.
-Y después estaba mi tío, de treinta, que estaba loco por mi hermoso atributo.
-S-su tío?...-
-¡Y mi vecina! ¡La señora Clara, del quinto "B", que siempre me pedía que le fuera a "hacer compañía", o al menos eso le decía a mi mamá, y desde que llegaba hasta que me iba, no hacía más que jugar con mi clítoris. Me lo tocaba, me lo pajeaba, me lo besaba, me lo chupaba, que sé yo, me hacía tener montones de orgasmos en cada tarde que pasábamos juntas. Y yo sólo tenía doce añitos. Pero tantas chupadas a mi clítoris me lo hicieron seguir desarrollando. ¡Y lo tengo tan sensible...! ¡Usted no se imagina lo sensible que es mi clítoris, doctora!-
-¿N-no...?- tartamudeó la doctora.
-¡Por eso se lo quiero mostrar, para que comprenda mi problema!- y poniéndome de pié y de espaldas a ella, me bajé lentamente mis braguitas, mostrándole, paso a paso la esplendidez de mi culo.
Luego volví a sentarme, totalmente desnuda y esplendorosa, ante sus ojos azorados que me miraban con timidez y deseo. Advirtió la abundante pelambre que precedía a mi concha.
-¡Q-qué pepeluda...!- no pudo menos que exclamar.
-¡Menos mal que tengo la concha tan peluda, doctora, así protejo mi clítoris de los roces y miradas!-
-Cla-cla-claro, pero mués-muestreme ese famoso clítoris- dijo tratando de disimular con su pequeña broma la ansiedad que tenía por ver mi aparatito.
Abrí lentamente las piernas, dejando ante sus ojos la doctora se había sentado en un banquillo frente a la camilla, de modo que sus ojos estaban en línea recta con mi concha. Levanté las rodillas, de modo que pudiera ver también mi ojetito. -¡Estoy recién bañadita, doctora, así que puede revisarme a gusto!- Y abrí un poco más las rodillas, para que mis muslos le mostraran mi concha. La mujer, tragando saliva, se acercó hasta unos pocos centímetros de mi sexo.
-¿Es-está se-segura de que está recién bañadita? Yo siento olor a sexo...-
-Es porque ese es mi sexo, doctora, y hablar de todo esto siempre me excita...- Le tomé una de sus manos y la guié hacia mi concha. -¡Toque, doctora, sé que tiene que revisarme, así que me sacaré la vergüenza!- Y le puse sus dedos a la entrada de mi vagina, que estaba bastante húmeda. Instintivamente, ella separó el vello púbico, buscando el clítoris. Enseguida lo encontró, claro. Estaba erecto como un pequeño nabito a punto de explotar.
-¡Madre mía!- exclamó la médica con una ronca agitación en la voz. Ya la tenía donde quería.
-¡Tóquemelo, doctora! ¡Quiero que vea lo sensible que es!-
La mujer, obedientemente, tocó mi clítoris con la yema de dos de sus dedos. Y mi clítoris dio un pequeño saltito. -¡Ayy, doctora...! ¡Tóquelo, pero con más cuidado...!- dije con un suspiro ronco. Levantó los ojos hasta enfrentar los míos, que la miraban desde arriba con una sonrisa amplia y un toque de ironía, como si dijeran "Aquí te tengo, a punto de chuparme la concha, y lo deseas locamente..."
-¡Así síii... doctora. Acaríciemelo suavemente... ¿Ve que duro se me ha puesto...? ¡Fíjese como han aumentado mis jugos! ¡Usted es buena en esto, doctora! ¿Siente como aumenta el olor de mi conchita?-
La mujer sólo pudo responder con un jadeo bajo.
-¡Pero si no le acerca la boca no va a poder hacer una revisación a fondo, doctora...!- La mujer, obediente, acercó la boca a mi clítoris. -¡Tóquelo con los labios y sienta su calentura y su vibración...!- Y después de unos momentos sentí como su boca tocaba mi clítoris en casi un beso. Le agarré la cabeza empujándola hacia delante. Y sus labios rodearon mi clítoris en lo que ya era un beso, íntimo, lento. Un beso que la doctora estaba saboreando ya, no había duda. Le sostuve la cabeza contra mi concha. -¡Ayy, doctora, cómo me caliento...!- Su cabeza estaba entre mis muslos que la apresaban para que no pudiera salirse de mi concha.
-¡Eso, doctorita, chúpemelo...!- la mujer ya estaba en mi poder, para lo que yo quisiera. Su boca, prisionera de la atracción de mi tremendo clítoris no podía dejar de chupar y lamer con pasión. Así que, apretándole más la cabeza, me vine en su cara. -¡Ahhh... ahhh... ayyy... qué di-vi-no...!- Y le refregué mi sexo contra su cara.
Luego me paré de un saltito y pude ver el extravío en sus ojos. Dándome vuelta le puse mi escultural culo frente a la cara. Y para animarla, tomé su nuca y aplasté su rostro contra mis glúteos. Sin decir palabra le frote la cara con mis nalgas, hasta que sentí su lengua trabajando entre ellas. -¡Siempre que acabo por una buena chupada de clítoris necesito una buena chupada de culo, doctora! ¿Piensa que está mal?- Ella farbulló algo ininteligible con su boca enterrada entre mis nalgas. No se pudo entender, pero pienso que me quiso decir que no, que no estaba mal que me hiciera chupar el culo. Bueno, ahí tenía otra mujer ocupada con mis partes bajas, como había llevado a tantas otras y tantos otros- a hacerlo por pura sumisión apasionada.
-¡No sabe las cosas que les hago a hombres y mujeres con mi gran culo...!- La pobre tenía la nariz aprisionada entre mis glúteos, y apenas la sacaba para respirar, para luego volver a enterrarla en las profundidades, mientras su lengua no dejaba de lamer.
-¡Se está cansando, doctora! ¡Permítame acomodarla mejor!- Y acostándola sobre la camilla me senté sobre su rostro. -¿Verdad que está más cómoda doctora?- y le aplasté la cara entre mis nalgas abiertas. La escuché gemir. La situación la estaba calentando mucho, pobrecita. Y el sólo pensarlo me llevó a mi orgasmo de culo. Se lo retorcí contra su boca y sentí sus jadeos cada vez más acelerados hasta que la escuché acabar, totalmente entregada.
Me levanté para observar su rostro que lucía una expresión de extravío en sus ojos vidriosos.
Me volví a sentar a horcajadas de su boca, esta vez poniéndole la concha. -¡Volvamos al clítoris, doctora, así puede seguir su revisación...!- Y le metí el clítoris entre los labios. A partir de ahí la cosa fue pura diversión, para mí al menos, que le restregaba el clítoris por toda la cara, para luego volvérselo a meter en la boca. Y cogerle la boca como si mi clítoris fuera una pequeña pija. Y movía mi concha en círculos sobre su cara, y para atrás y adelante en vaivén. ¡Revíseme bien, doctorcita!- Y abría bien la concha para meterle la cara adentro, y la revolvía sobre su rostro, hasta que la calentura de la situación y las frotaciones me dieron el mejor orgasmo de esa semana. Todo sobre su cara, por supuesto. Después de mantener un rato mi concha sobre su cara, se la saqué suavemente, haciendo un ruido de sopapa.
Ella quedó completamente derrengada, sobre la camilla, con el cuello y la pechera de su guardapolvo completamente enchastrados por mis jugos.
La ayudé a levantarse sobre sus inseguros pies. Me miraba con ojos desenfocados. Evidentemente no sabía muy bien donde estaba. Había observado eso muchas veces en personas recién pasadas bajo mi concha o culo, esa expresión de estupidez embobada, de turbiedad en la mirada. La doctora ni siquiera había comenzado a recuperarse. Así que aproveché y le dije: -¿Ya tiene el diagnóstico de mi problema, doctora?- Me miró tratando de comprender de qué le hablaba, evidentemente mi culo y mi concha seguían sobre su cara, todavía. Así que abrió la boca como tratando de decir algo, pero no salió palabra alguna. -¡Comprendo, doctora, necesita elaborar mejor mi caso! Volveré el viernes para que me dé su diagnóstico- Ella se balanceaba incierta, frente a mí, le costaba mantener el equilibrio. Además, mis tetas al aire atrapaban su mirada, aún desenfocada. Le di la mano, con firmeza, -¡entonces nos vemos el viernes, pero antes déjeme agradecerle lo bien que me ha atendido, doctora!- Y poniéndole mis tetonas casi en su rostro le di un gran abrazo y un beso de lengua que la dejó pelotuda, haciéndole sentir bien mis tetonas.
La dejé parada, en medio del consultorio, con todo el pelo revuelto, la cara y el pelo empapados con mis jugos y llenos de olor a concha, su guardapolvos totalmente empapado de jugos de concha, la mirada soñadora y la vertical vacilante. Me vestí, y al salir del consultorio todavía estaba en la misma situación. Le iba a costar reponerse.
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