TODO...por dejar de fumar
Historia de una jefa que es usada por sus empleadas
Sé que mi historia resulta increíble por descabellada y por lo perfecto de su ejecución, pero aún hoy sigo preguntándome como fueron capaces de engañarme y de burlarse de mí, sin que pudiera sospechar algo, varios meses antes, mientras todo se organizaba.
Tras la reunión de objetivos de cada lunes con mis colaboradoras, me dirigí a mi despacho y en el correo de mi ordenador, entre otras cosas apareció una propuesta avalada por la empresa para utilizar las vacaciones para hacer una terapia para dejar el hábito del tabaco. Incluso se podía estudiar solicitar más tiempo debidamente justificado. Las condiciones, descripción del tratamiento y el hotel en el que tendría lugar, todo venía descrito, así como los incentivos laborales que se obtendrían tras pasar análisis cada seis meses para comprobar que se había dejado definitivamente el tabaco.
Pasados unos días y en una conversación informal, fue Ana mi propia secretaria la que me sorprendió al decirme que estaba apuntada a la terapia antitabaco, pues yo creía que ella fumaba muy poco, pero me confesó que no era así y que quería quitarse definitivamente esa dependencia, lo mismo que Olga y Mercedes, las dos hermanas del departamento de contabilidad y me animó para que me lo pensara, pues mi consumo era más elevado cada mes y ya pasaba de las dos cajetillas.
Pasaba el tiempo y cuando quedaban menos de un par de semanas, tomé la decisión de inscribirme y lo hice saber, por si alguien más se animaba, pues en ese momento ya éramos cuatro las interesadas.
Llegó el día y coincidimos en el aeropuerto y tras un vuelo de apenas hora y cuarto llegamos a Pisa donde nos esperaba un microbús puesto por la empresa. No había transcurrido otra hora cuando llegamos a un precioso hotel de las afueras y tras acomodarnos quedamos para la cena.
Pasó el tiempo sin darnos cuenta y de repente al final de la cena, empecé a notarme cansada y me retiré a mi habitación con muchas ganas de dormir. Cuando a la mañana siguiente me desperté la habitación había cambiado y me encontré en una estancia pequeña con un aseo incorporado, con muy poca luz, apenas una cama y lo que me sorprendió totalmente, ninguna pared tenía ventana: era como una cárcel pero doméstica.
Me estaba tratando de reponer de esa visión cuando aparecieron sonrientes mis tres subordinadas, abriendo la puerta y se colocaron a mi alrededor en torno a la cama. Ana no perdió el tiempo y me explicó que las tres deseaban desde hacía más de dos años poder divertirse conmigo como respuesta al trato inhumano, descortés y en muchas ocasiones muy humillante que les había dispensado en el trabajo a ellas y a otros muchos empleados y que tras barajar distintas opciones, se les ocurrió plantear la terapia para dejar de fumar, sabiendo que con las prestaciones que ofrecía supuestamente la empresa y mi avaricia, no podría evitar apuntarme, como así ocurrió, aunque el tratamiento que tenían pensado, según confesó, era otro muy diferente.
En ese momento Olga que por cierto es bastante más corpulenta que yo, empezó a acariciarme y haciendo un gesto, me retiré hacia atrás, pero Ana y Mercedes, me sujetaron mientras Olga se colocaba encima mío, me abría el pijama y empezaba a sobarme los pechos, sin dejar de mirarme con ojos de deseo, lo que me sorprendió muchísimo. Ana, mi secretaria comentó entonces que Olga era lesbiana, algo que yo ni sospechaba y que en bastantes ocasiones les confesó que yo le gustaba y que le gustaría tenerme para ella y poder jugar conmigo.
No salía de mi asombro y los acontecimientos se sucedían tan rápido que no lograba centrarme y menos aún cuando Olga llevaba rato esforzándose en mi clítoris, mientras yo trataba de cerrar las piernas que entre Mercedes y Ana acabaron por tener bien sujetas y abiertas. Supliqué que pararan aquello, que haría lo que quisieran pero que no siguieran pero no sirvió de nada, mientras mi cuerpo empezaba a aumentar rápidamente su temperatura y yo seguía gritando que se detuvieran, momento en el que Mercedes sacó una mordaza de su ropa e intentó ponérmela.
Como me negaba a abrir la boca, mientras una mano me tapaba la nariz, otras dos me colocaron con rapidez la mordaza con una enorme pieza interior que ocupaba totalmente mi boca aplastando mi lengua, atándola muy fuerte, tanto que no pude evitar quejarme de dolor, mientras Olga parecía complacida con mis gemidos.
Mi excitación por las manos de Olga, iba en aumento como un caballo desbocado y en un momento dado y sin querer que ocurriera, tuve un enorme orgasmo, como hacía bastante tiempo que no recordaba. Eso me descentró todavía más y cuando me repuse, las tres chicas me dijeron que a partir de ese momento, me considerara su muñeca de juegos y que tratara de mostrarme servicial y complaciente, si no deseaba tener más problemas y no pude evitar ponerme a llorar, sin que me hicieran el más mínimo caso. Fue Olga que parecía llevar la voz cantante, quién de nuevo tomó la iniciativa mostrándome un vestido de color azul y blanco, con volantes y de aspecto parecido al de Alicia en el País de las Maravillas, indicándome que me lo pusiera. Pensé que no lo decía en serio, pero la mirada de las tres me convenció rápidamente de que no era así y me dispuse a vestirme. Ana y Mercedes me ayudaban mientras Olga salió de la habitación y regresó con unas cintas para el pelo y una cámara de fotos, con lo que me resultó fácil adivinar que lo que pretendían eran chantajearme más tarde, pero en ese momento no tenía escapatoria ni se me ocurrió nada, porque todo estaba pasando demasiado deprisa.
Al poco rato, ya con el vestido puesto, unos zapatos blancos de charol y dos coletas sujetas con cintas, mientras Mercedes me ataba de nuevo las manos a la espalda, Ana me colocaba un collar en el cuello con una anilla, como los que se ponen a los animales.
Yo me sentí absolutamente ridícula como si asistiera a una fiesta de disfraces, sólo que en esta ocasión, Olga estaba sacando fotos sin parar, mientras las tres no dejaban de reírse.
Después de eso me llevaron al exterior y pude ver que no estábamos en el hotel al que
Habíamos llegado, pues aquello era una villa antigua en medio del monte y no se apreciaban señales de civilización próxima.
Estás monísima, para comerte, dijo Olga con ironía. Me gustas y siempre he deseado tener una muñeca como tú. Verás cómo lo vamos a pasar muy bien. Esas palabras me intranquilizaron y en ese momento empecé a notar el mono del tabaco y a ponerme muy nerviosa, mientras caminaba con los zapatos de tacón sobre terreno desigual y mis pies estaban sufriendo lo indecible y no dejaba de gritar, aunque la mordaza que ocupaba mi boca, apenas dejaba oír unos gemidos.
Al acabar el paseo Olga se quedó conmigo y me llevó a una habitación enorme con una gran cama. Me puso sobre ella boca abajo, arrodillada con las piernas fuera, mientras me las ataba bien abiertas a cada esquina, quedando mi culo en pompa a su total disposición. Intentaba juntar las piernas instintivamente, pero las cuerdas que me ataban por rodillas y tobillos, me lo impedían.
Sin previo aviso y al notarme húmeda, comenzó a introducirme sus dedos con una mano, mientras con la otra, no dejaba de acariciarme mi hermoso y respingón trasero y aunque traté de controlar la situación, mi cuerpo no obedecía y de nuevo me puse a cien, mientras Olga no dejaba de excitarme, aunque yo apenas podía verla, al estar atada boca abajo y en un momento dado, me introdujo unas bolas chinas.
Tuvimos ambas varios orgasmos y yo terminé exhausta, confusa y muy sorprendida de mi primera experiencia sexual con otra mujer. Me llevaron más tarde a mi habitación donde tras una cena muy rápida, me quedé dormida.
Al día siguiente, con el cuerpo dolorido y cansado, me desperté muy pronto antes de amanecer y mi cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que había pasado que parecía una pesadilla, mientras volvía a sentir un intenso deseo de fumar un cigarrillo. Las chicas llegaron juntas con ropa doblada que no pude distinguir en ese momento, un montón de cintas para ataduras y una sonrisa maliciosa y preocupante. Después de saludarme me contaron que como parecía que no admitía de buen grado el “tratamiento inicial” y que había suplicado y protestado mucho el día anterior, habían estimado que una terapia de choque sería lo más idóneo para relajarme y así poder seguir tratándome más delante de modo más efectivo.
Sentí mucho miedo ante esas palabras, porque negarlo y no pude evitar ponerme a suplicarles de nuevo, lo que las enojó muchísimo. Olga me sujetó con fuerza y me tapó con su mano la boca, ordenándome que me callara inmediatamente. Su voz era tan enérgica que me quedé muda en ese mismo momento.
Me hicieron poner de pié y empezaron a vestirme con un mono de tela. Me colocaron después un cinturón especial en la cintura y a él fijaron las muñecas que quedaban a ambos lados. Los codos los ataron entre ellos por la espalda de modo que formaba cada brazo una escuadra sujeta a mi cuerpo por encima de mis caderas sin posibilidad de movimiento, luego ataron las piernas por encima de las rodillas, los tobillos y hasta los pies quedaron inmovilizados. En ese momento Ana y Mercedes salieron de la habitación, mientras Olga revisaba todas las ataduras y me introducía casi con saña, una mordaza de bola en la boca, sin oposición por mi parte, visto el cariz de los acontecimientos.
Puso delante de mí, en el suelo un saco plegado de tela, perforada en algunos sitios y me indicó que me pusiera sobre él, pues yo era el paquete a guardar. Me asusté y empecé a gritar todo lo que pude que no era mucho y casi haciéndome caer, pues prácticamente no podía caminar me obligó a dar dos pasos y a situarme encima. En ese momento abrían la puerta las otras chicas y grité histéricamente al ver al otro lado de la puerta una caja de madera alargada a modo de féretro, en la que sin duda pretendían introducirme.
Una bofetada de Olga me contuvo un momento, mientras me decía que para evitar esas reacciones necesitaba esa terapia y que tendría mucho tiempo para pensarlo en total y absoluta intimidad. Ana mi secretaria me colocó colgado del pecho un botellín con agua que entraba en mi boca mediante una goma en la bola de la mordaza y también puso un antifaz sobre mis ojos y mientras escuchaba como las otras chicas se afanaban en colocar la caja en el suelo y quitar la tapa, no pude evitar de nuevo ponerme a llorar, porque estaba aterrorizada y no sabía lo que serían capaces de hacer conmigo las chicas.
Cerraron el saco sobre mi cabeza y me levantaron en volandas, me pusieron boca arriba sobre el fondo, me ataron sólidamente a la caja con las fijaciones que ésta traía y pusieron la tapa y escuché como la clavaban. El silencio y la oscuridad me acompañaron de esa guisa según me dijeron ellas, todo un día y ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado lo que pude sufrir y sentir todas aquellas horas que se hicieron eternas.
Transcurría el tiempo y cada día tenían preparadas nuevas ideas, lo que ellas llamaban juegos y en una ocasión tras la comida, me hicieron ir a la sala grande en la que había multitud de objetos eróticos, soportes, cuerdas y ropa diversa.
Me hicieron quedar en tanga, me dieron unas medias de malla para que me las pusiera y luego comenzaron Ana y Mercedes a vestirme con un traje de cuero, sin tirantes que acababa justo sobre mis pechos y con falda de tubo. A medida que me lo iban poniendo, me di cuenta de que sabían mis tallas perfectamente porque me quedó muy ajustado y la falda apenas me permitía estirar las piernas para caminar.
Mercedes se dedicó a atarme las manos en la espalda, primero por las muñecas y a continuación por encima de los codos para colocarme finalmente un guante que recogía ambos brazos. Lo sujetó pasando por los hombros y volvió a ajustarlo en tres puntos, de modo que mis brazos quedaron completamente tensos e inmovilizados, fijando el extremo del guante a la parte inferior de la falda.
Seguía sin creerme que mis colaboradoras, me estuvieran haciendo esto y volví a suplicar y a decirles que estaba dispuesta a hacer lo que quisieran, pero fue en vano. Ana colocó cinta americana sobre mi boca, me retiró el collar y acto seguido me instaló un gorro de cuero que recogía toda la cabeza hasta la base del cuello y se ataba por detrás, dejando al descubierto tan sólo la franja de los ojos y volviendo nuevamente a ponerme el collar sobre él y sentí en ese momento una impotencia total, producida especialmente por la rigidez del guante que hace que te veas totalmente indefensa, lo que te desmoraliza aún más. Me hicieron sentar y me colocaron unas botas de tacón alto y una cinta de pequeñas dimensiones uniéndolas, lo que me obligaba a dar pasos muy pequeños, con lo cual mis movimientos eran todavía más torpes.
Fuimos caminando así hasta la sala principal, en cuyos sillones se acomodaron Olga y Ana, mientras Mercedes cogía varias cosas.
Me colocó en la cintura una bandeja que se sujetaba por detrás con un cinturón y con dos cadenas a la anilla del collar de mi cuello y me dejó junto a los sillones en los que estaban las chicas. Sirvió unas copas de champán para las tres y las depositó en la bandeja advirtiéndome de lo que pasaría si se caían. Hicieron un brindis por “un trabajo bien hecho”, mientras no dejaban de mirar y de reírse de mí y transcurrió la tarde, haciendo de mobiliario de salón y de asistenta, pues me hicieron moverme llevándoles copas por toda la casa, mientras mi cuerpo acusaba más y más la imposibilidad de movimientos y mi ánimo se hundía definitivamente cada minuto que pasaba.
En otra ocasión me encontraba atada boca abajo sobre la cama, cuando Mercedes se puso encima mío y me sujetó por los hombros mientras su hermana empezaba a lubricarme el ano mientras yo me esforzaba en mantenerlo cerrado.
Al seguir en mi empeño Olga empezó a darme azotes en las nalgas sin ninguna consideración, cada vez más fuerte, de modo que fui cediendo ante el dolor y en pocos minutos sentí en mi interior un enorme vibrador que apretaba toda mi zona anal, sintiendo dolor con la vibración al tiempo que no podía evitar excitarme.
Olga volvió a repetir la operación con otro vibrador vaginal, mientras hacía caso omiso de mis súplicas. Sujetó con una brida unida a un cinturón ambos vibradores y le pidió a su hermana que me sentara y me amordazara. Hacía días que no me atrevía a replicar y sin mediar palabra pasé a tener mi boca ocupada totalmente por una mordaza hinchable que infló mis pómulos y que me impedía totalmente mover la lengua. Mi aspecto resultaba grotesco, de lo que pude darme cuenta porque Mercedes buscó un espejo y acercándose a mí me mostró mi imagen con la cara totalmente deformada y un aspecto absurdo junto a las dos coletas que me habían hecho en mi pelo. A Olga le faltó tiempo para seguir haciendo fotos y yo ya no sabía qué hacer pensando en lo que podría pasar si las hicieran públicas.
Estaba en esos pensamientos cuando me hicieron poner de pié, me desataron las manos y comenzaron a desnudarme, mientras Ana entraba en la habitación con un vestido de látex negro con falda hasta la rodilla y empezaron a ponérmelo.
Ajustado, marcando muy bien mi pecho y con un escote discreto, me sorprendió porque la parte inferior estaba partida en dos por detrás, dejando al aire mi trasero enrojecido y atándose con tres presillas, justo por debajo, haciéndome parecer otra vez, una muñeca. Las manos volvieron a estar atadas ahora por delante y las tres se quedaron observándome un buen rato hasta que Ana les dijo: Bueno ahora es mi tiempo, así que me llevo a nuestra muñeca conmigo para divertirme un rato y dicho y hecho. Me ató una cadena al collar que llevaba permanentemente en el cuello y tiró con fuerza para indicarme que la siguiera.
Fuimos al jardín y me hizo caminar rápido bastante rato, tanto que me estaba ahogando con el ejercicio y me costaba respirar con la mordaza y al darse cuenta, me hizo parar, me la quitó y me señaló un bebedero en el suelo, junto a un cobertizo, llevándome hasta él y haciéndome poner de rodillas, me obligó a beber como un animal, mientras Mercedes que había salido a su encuentro, no dejaba de hacer más fotos y mi ira iba en aumento, mientras bebía. Mientras eso pensaba, un sonoro golpe en el trasero que me propinó Ana, me hizo volver a la realidad y aún tuve que caminar por espacio de media hora más, antes de que me llevaran de nuevo a mi habitación, adonde llegué totalmente agotada, tanto que me quedé dormida y no recuerdo ni haber cenado ni cuando me desataron.
Otra vez mientras me estaba acabando de asear en mi habitación, Ana y Olga entraron y me anunciaron una sorpresa. Colocaron una capucha que cubría completamente mi cabeza y tirando de la cadena de mi collar, empezamos a caminar hasta que llegamos a una estancia que no pude saber cual era en ese momento. Me pusieron en un cierto punto de la sala y me ordenaron arrodillarme y Ana me dijo que habían dispuesto que yo hiciera una felación al jardinero de la villa, al que habían hecho acudir.
No podía creer que quisieran obligarme a eso y empecé a suplicar bajo la capucha, hasta que una mano en la boca me hizo callar. Al momento escuché el ruido de unas pisadas y me di cuenta de que se alguien entraba a través de la puerta de la terraza y Ana le pidió que se sentara en una silla dispuesta frente a mí como luego pude descubrir. Me quitaron la capucha y pude ver la sorpresa. Me encontré arrodillada ante un hombre ya cincuentón, sin demasiado cabello, con buen aspecto que sin dudarlo un instante se abrió el pantalón mostrando un generoso miembro deseoso de recibir cuidados. A pesar del tiempo transcurrido, reconocí a Sergio, un colaborador mío hace unos diez años atrás a quién hice despedir para afianzar mi imagen ante la dirección de la empresa. Mi humillación era total y me arrodillé mientras de mis ojos empezaban a caer unas lágrimas que no importaron a Sergio, que me sujetó con fuerza por el cabello, moviéndome la cabeza delante y detrás, cada vez con mayor rapidez, mientras me hundía la verga en mi boca y Olga seguía dedicándose a fotografiar la escena como ya hiciera en otras ocasiones desde que comenzara esta aventura. Mi antiguo empleado acabó en mi boca y sentí como ésta se me llenaba y corría por mi garganta.
Ana me ordenó que lo limpiara y que lo mantuviera en la boca hasta que me dijera y terriblemente avergonzada lo fui haciendo, mientras notaba como el miembro iba perdiendo fuerza.
Habían pasado tantos días que ya ni me planteé cuando acabaría aquella situación y una mañana, para mi sorpresa, amanecí en mi habitación del hotel al que llegamos el primer día, me levanté y todo estaba allí, tal y como lo había dejado y cuando me decidí a bajar a desayunar, me encontré con las chicas que me saludaron como si nada hubiera pasado, preguntándome por mi estado y si había descansado bien y comentando que ya llevábamos ¡cuatro semanas sin fumar! En ese momento recapitulé y me di cuenta de que ni había echado en falta el tabaco con la “terapia personal” que me habían aplicado las chicas durante todo ese tiempo.
Trascurrió ese día sin novedad, incluso hicimos las cuatro una excursión a un pueblo próximo al hotel, siempre con el recelo por mi parte de que algo volviera a ocurrir y se repitiera la historia. Esa misma noche procure cenar poco y estuve vigilando mi bebida, tal era mi temor de verme drogada de nuevo y ya en la habitación apenas pude dormir, prácticamente hasta el amanecer en el que el teléfono de la habitación me despertó de sobresalto y eran las chicas para que bajara a desayunar antes de que cerraran el buffet.
Después de una mañana tranquila con sesión de sol y piscina en el propio hotel, tras la comida cogimos el autobús hasta el aeropuerto, mientras en mi cabeza no dejaba de amontonarse todo lo ocurrido esa cuatro semanas largas en las que aparentemente nadie nos había echado en falta a ninguna, mientras no salía de mi asombro ante la sorprendente naturalidad de mis colaboradoras.
A todo esto, mi nombre no importa, he olvidado decir que hasta ocurrir esta historia, yo era la responsable máxima del departamento de comercio exterior de mi empresa y que para llegar a ese puesto, actué sin escrúpulo alguno, haciendo favores de todo tipo a quién estimé oportuno y apartando siempre a quién pudiera hacerme sombra en mi ascenso, por lo que no soy muy popular entre el personal de mi departamento y ahora estoy para siempre a merced de tres de mis empleadas que no dudarían en enviar fotos con “mis aficiones”, no sólo a nuestra empresa, sino que lo colgarían en internet, para que nadie me contratara y todo…por dejar de fumar.