Todo vuelve

¿Puede un amante despechado con la nueva novia de su amigo?

Todo vuelve

Sólo hacía dos semanas del "Paso, esto es de maricones", que me había dedicado Juanfran al ofrecerme a él por última vez. Me había enojado bastante (y dejado bastante jodido, por desgracia, sólo emocionalmente) al decirme eso en su casa. Además, me había sentido extrañamente ridículo al subirme las braguitas y los pantalones después de incorporarme del sofá en el que había reposado mi cuerpo para exhibir mi pocito. Yo le había aliviado decenas de veces, le había enseñado a follar desde su más profunda torpeza, se la había mamado siempre que lo pedía y jamás le exigí nada, ni siquiera una paja… durante los tres meses de verano. Luego, con el nuevo curso, llegó Marta. Al primer fin de semana ya intuí que iba a traer problemas. Ella, a pesar de mi extrema discreción, me caló enseguida. –Ese tío es mío, te enteras, maricón-, me había advertido en un reservado de la disco. Y así fue. El problema, para Marta, es que yo había acostumbrado "demasiado" bién al joven guaperas.

Tres meses de sexo de aquí te pillo, aquí te mato, aunque fuese con otro chico, marcaron al machito. A las dos semanas, se empezó a soltar. De la primera (y complicada) noche de junio que se dejó pajear por mi, de su primera chupada al primer y torpe polvete (nada que ver con el pedazo de malagueño que me iniciase a mi el verano anterior), a pedirme que me pusiese "cosas de tía", casi siempre se conformaba con que llevase bragas, a darme por el culo casi en público en dónde a su joven sexo le apetecía… y eso era algo que Marta, al menos de momento, no pensaba darle. El mismo día que me dijo que "pasaba", empezó a salir con la chiquilla; su error fue no comprobar primero si podría seguir con sus juegos, cosa que yo le habría permitido encantad@. El caso es que el muy idiota tocó teta ya el primer día y picó, pero sólo hasta poco más lejos le iba a dejar llegar la calientabraguetas.

-Marco, ha llegado Juanfran-, avisó mi madre desde la planta de abajo ese viernes por la tarde. A los pocos segundos ya estaba en mi habitación. Dejé el Cosmopolitan que leía en esos momentos y levanté la mirada hacia el chico que, en estos momentos, cerraba la puerta sin apenas ruido. –Creo que se a lo que has venido-, le dije mientras me acercaba hacia él y empezaba a soltarle la bragueta. –Tío, que tu madre está abajo…-, soltó, pero no hizo amago alguno de detenerme. –¿Y qué. Te crees que ella no sabe que su hijo es marica , como tu le llamas?-, repliqué enseñándole mi habitación que pasaría por la de cualquier chica. Seguí con lo mío y, de golpe y porrazo, apareció su pene entre sus piernas. Lo cierto es que es muy bonito. Apenas curvado hacia la izquierda, durísimo, con un capullo precioso, mmm… se me hizo la boca agua. Lo llevé rápidamente a la cama y, antes de que se lo pensase, me tragué el nabo. Mientras, automáticamente desinhibido, Juanfran ayudaba sacándose los pantalones con más o menos acierto. En cuanto la tuvo bién húmeda, me dediqué a lamerle los huevos y a hacerle una paja lenta y larga de esas que tanto goza. Chupaba y chupaba, regresando de vez en cuando a la tranca del chico para volver a los cojones. Ahora ya me acompañaba, mesando mi pelo, conduciéndome hacia dónde más placer le daba. –Esto no lo hace Marta, ¿verdad?-, pregunté fugazmente. –No, sigue, no debería haberte dicho eso el otro día…-, respondió, creo que sinceramente. Seguimos un buén rato de esa guisa, disfrutando del sexo oral hasta que me di cuenta de que ya lo tenía dónde yo quería… y paré.

-¿Qué pasa? No me dejes así, tío-, se quejó pajeándose él solito. –No se, no se… Aún estoy dolido por aquello, ¿Sabes?-, respondí alargando su agonía . Dándose cuenta de que iba a correrse si seguía, detuvo su trabajo manual, me miró con su cara de ningún plato roto en la vida y se ofreció a lo que quisiese. Craso error por su parte. Volví a acariciar su tranca, besé de nuevo los huevos, pero cuidando de no manosearlo demasiado, quería mantener su excitación tanto cómo me fuese posible. Traté, con bastante éxito de llevarlo lo más cerca posible al orgasmo, pero sin permitirle llegar, mientras deslizaba mi lengua hacia su culito; cada vez más cerca. Si se dio cuenta, no le importó. En menos de un minuto le estaba ya metiendo la lengua por el culo y el chaval parecía gozarlo lo suficiente. -¿Te gustaría sentir lo que yo siento?-, inquirí tratando de mostrarle la más viciosa de mis miradas. –Sí, no, no se…-, fue su coherente respuesta. Si dudaba, ya había descartado el no automático, eso era bueno. Había dos maneras de hacer aquello pero me decanté por la directa: no quería arriesgarme.

En un movimiento tan rápido que me sorprendió incluso a mi lo puse a cuatro patas sobre la cama, agarré un dispensador de biolube, embadurné mi tranca, le abrí los cachetes del trasero y le eché un generoso chorro sobre su precioso agujerito. Ayudé con el dedo meñique, para no asustarle demasiado, a que le entrase dentro, me puse detrás… y le entré. Que mi pichita fuese sustancialmente más pequeña que la suya ayudó bastante, porqué el grito de Juanfran fue más de sorpresa que de dolor. -¡OHHH! ¡Joder, sácala, cabrón, sácala…-, chilló demasiado alto. Ahora seguro que a mi mamá le quedaban pocas dudas acerca de lo que hacíamos. -¡Qué rico!-, me limité a reconocer. Realmente, su culo era de vicio. Se había cerrado a tal punto que me dificultaba enormemente seguir jodiéndole. –Relájate, mi amor, gózalo…-, le recomendé agarrándole como pude su polla que, para mi sorpresa, seguía tiesísima. Seguí, mal que bién, con la paja que le debía, con mi tranquita enchufada en su recto, ardiendo. Primero gimió, al ratito ya jadeaba, alivió la presión sobre mi pobre pene, aproveché la situación y comencé a bombearle. -¿Te gusta, puta?-. entre jadeos alcanzó a responder. –Sí, joder, pero despacito…-. Lo complací y le follé lentamente, casi sacándola y entrando de nuevo a fondo. Extrañamente Juanfran comenzó a gozar de verdad. Luego supe que llevaba días entrenando su esfínter, pero en ese momento me extrañó, aunque me facilitaba mucho las cosas. Yo soy más de tomar, pero reconozco que aquello me estaba encantando… tanto que pegué un tirón de sus caderas, lo clavé contra mi sexo y, en tres o cuatro sacudidas, me vacié en su interior chillando como una locaza.

Quedé unos segundos cómo atontado por el maravilloso orgasmo que había tenido, pero reparé en que no podía permitir que el chico se arrepintiese. Mi idea de venganza acababa de ser sustituida por una sensación de deseo sin límites; de modo que me salí de su culo, me arrodillé de inmediato entre sus piernas, me tragué lo que pude de nabo y en apenas unos segundos, tras aprisionar mi cabeza contra sus ingles, se vino en mi boca.

Unos segundos después de tragarme su lefa, ante la dificultad de salir al baño en esos momentos, ya recostado junto a él, percibí algo de vergüenza en su mirada. Aquello no pintaba bién. Se levantó, se vistió apresuradamente sin reparar en que le rezumaba semen del culo y, ante mi pasividad por la falta de ideas, comenzó a salir. Yo no había previsto aquello, y ahora no sabía qué hacer, sólo quería jugar con él, pero ahora no quería soltarlo. –¿Saldrás esta noche?-, pregunté cómo si no hubiese pasado nada. –No sé, he quedado con Marta-, respondió cabizbajo y saliendo definitivamente. Me quedé en la puerta, ya sin importarme mi desnudez, mirando cómo bajaba las escaleras. –Adios, doña Laura-, se limitó a decirle a mi madre escapando a toda velocidad. Era mi momento del bajón. Me duché llorando por haber estropeado algo que podía haber funcionado.

-¿Pero no salía con la chica aquella… Marta?-, preguntó mi madre mientras yo me abrochaba la bata de ducha. –Sí, pero ya ves…-, dando por supuesto que ella había estado al tanto de todo, imposible de otro modo con el ruido que montamos. Aquella noche decidí no salir y quedarme en mi cuarto comiéndome el tarro. Ni siquiera la invitación de mi madre a ver juntos la peli me convenció. El día sólo se arregló cuando mi mamá repitió por segunda vez, ya entrada la noche: -Marco, cariño; Juanfran ha venido a buscarte…-