¡Todo un record!

A veces es mejor quedarse con ganas que apurar hasta el extremo, pero todo depende de las circunstancias.

¡Todo un record!

Me fui por la tarde a casa de Lino a cobrar; esto es lo malo de ser el director de una orquesta. No podía apartar de mi cabeza a Fernando, "¡mi niño!" decía yo cuando pensaba tranquilo y solitario. Llevaba el móvil y llamé a Jose para saber dónde estaba:

¿Tony? – preguntó -.

Sí, Jose – le dije – soy yo. Voy a ver al manager ¿Por dónde andas?

Pues ya sabes – dijo con desgana -, donde siempre; en el puto bar.

Espérame ¿Vale? – continué -, seguramente no tardo más de diez minutos.

Venga, maricón, ¡tengo unas ganas de verte…!

Seguí hasta aquella calle inclinada, misteriosa, apartada y, según me parecía, poco segura, y aparqué en la puerta de Lino. Hablé con él un poco más porque se habían suspendido las galas de la semana siguiente, pero teníamos galas casi sin parar hasta octubre y, en no sé qué sitio, deberíamos hacer doblete entre un pueblo y otro cercano, alternándonos con otra orquesta. ¡Toda una odisea!

Salí de prisa hacia el bar y ya desde afuera vi al precioso gitanillo sentado en su rincón esperándome. Me extrañó que no se levantase a saludarme, pero me fui a su lado y le apreté la mano.

¿Cómo estás, bonito? – le dije - ¡Cuánto tiempo sin vernos!

Demasiado – me dijo con la voz un tanto extraña -, creí que ya no venías más a cobrar.

¿Estás mamado, Jose? – le pregunté -; te noto raro.

¿Mamado? – me miró sonriendo -; llámalo como quieras: borracho, pasado, bebido… Tengo media cogorza; eso sí.

¿Quieres que demos una vuelta a ver si te despejas? – le propuse - ¿O prefieres tomar un café o algo así?

¿Café? – preguntó con cara de asco - ¡Anda, anda, que estoy muy a gusto! Sólo me falta una cosa, payo.

Eres borde, Jose – le dije -, y eso que al principio parecías estar dormido

Mira, Tony – cambió la conversación -, una vez, no hace demasiado tiempo, me propuse darme el máximo gusto de mi vida ¿sabes? Y como me quedé solo en mi casa, decidí hacerme toooooooodas las pajas que pudiera en un día; todas en un solo día. Adivina cuántas me hice.

Pues no sé, chico – me quedé en blanco -, tal vez cinco o seis, ¿no?

¡Diez! Me hice diez pajas con sus respectivos descansos y yo solito; sin fotos ni nada. Me vestía, me empalmaba, me desnudaba y ¡otraaaa!

Baja la voz, Jose – le dije -, a mí no me importa que te oigan, pero creo que si te conocen es mejor que no digas eso en voz alta.

Tienes razón, colega – bajó la voz -, no vaya a ser que alguna tía se entere y me pida diez polvos ¡Diez mierdas pa ellas!

La situación me pareció tensa y puse un billete sobre la barra para pagar y salir de allí. Lo tomé por el brazo y lo llevé a la calle anocheciendo. Ya afuera, tuve que agarrarlo por la cintura y me miró sonriendo seductoramente.

¿Cuál es tu record? – preguntó -; no me lo has dicho.

¡Bah! Es igual; no lo recuerdo. Nunca me he propuesto llegar al límite. Casi te diría que prefiero quedarme con muchas ganas y guardarlas para el día siguiente.

Vamos a la casa encantada – me rogó -, te mostraré una cosa y te prometo no quedarme dormido.

No, Jose – no me gustaba aquella situación -, eso del record puede que esté muy bien. Supongo que acabarías con la polla brillante de sacarle lustre.

Noooo – me miró extrañado -, no se me puso brillante, sino que se me puso el capullo hinchado como un globo y rojo, rojo, rojo

Te podías haber lastimado – le dije en serio - ¿lo sabes? No me gustas cuando estás bebido; mejor dicho, no me gusta la gente bebida.

¡Está bien, está bien! – se apoyó en la pared -, te prometo que ya no bebo más… hoy, claro. ¿Ves? Ya estoy firme y recuperado. Vamos a la casa dando un paseo y ya verás cómo se me quita.

No sabía qué hacer. No me gustaba su situación, pero tampoco quería dejarlo así. La idea de ir a la casa encantada no me atraía y, cuando no quiero hacer algo, es difícil que alguien me convenza, así que me negué:

Mira, Jose – le dije -, me lo paso muy bien contigo, pero si estás bebido me haces sentirme muy mal. No me hagas esto.

Se recostó con tristeza sobre la pared mientras me miraba con los ojos entreabiertos. Miró luego al suelo y me dijo lentamente:

Tienes razón, Tony. Te estoy dando la coña. Déjame hoy a solas, pero prométeme que vendrás a verme mañana.

¿Mañana? – me extrañó su interés - ¿Tú sabes que yo trabajo pasado y que, además, tengo pareja?

Sí, sí – dijo -, lo sé. Yo quería verte hoy, pero me he pasado. Lo siento.

Y tomándolo por el hombro le consolé un poco y le prometí que iría a buscarlo el día siguiente más temprano para estar con él todo el tiempo posible. Quedamos en la puerta del bar a las once de la mañana. Se lo recalqué: «En la puerta».

Al volver para casa, y muy cerca de allí, vi un centro comercial y paré a comprar algunas cosas, pero me estaba meando y pasé a los servicios. Un chico alto, fuerte y de raza negra, comenzó a mirarme descaradamente, se acercó y me dio una palmada en el culo. Nos la montamos en uno de los servicios. ¡Joder, qué polla! Casi me revienta.

Puse unos canelones en el microondas; no tenía ganas de cocinar. Encendí la tele y la apagué. Me fui a la cama con el deseo de ver a Jose por la mañana.

Fui a buscarlo a las once sin avisarle por teléfono y lo encontré muy bien peinado, aseado y con una ropa más adecuada. La verdad es que estaba guapísimo. Cuando me bajé del coche y me dirigí a él, me tomó de la mano y la apretó mientras me pedía perdón otra vez por lo sucedido la noche anterior. Le dije que nos íbamos a casa y nos subimos en el coche. Volvió a pedirme perdón y yo le quité importancia.

No conozco estas calles – me dijo – y es que vives lejos, tío.

La verdad – le contesté – es que yo sólo las conozco de ir y venir a casa de Lino.

¡Ya!, pero como yo siempre voy en [tren de] cercanías y en metro al centro….

Cuando llegamos a casa, abrí la puerta del garaje y observé cómo miraba asombrado a un lado y a otro. Salimos luego a la calle y me dijo extrañado:

¡Oye! ¿No se puede tomar el ascensor en el sótano? ¿Hay que salir a la calle?

Calla un momento, por favor – le dije -, voy a llamar a Daniel para saber a qué hora volverá. Le diré que estoy en la calle dando un paseo.

Daniel me dijo que sus primos estaban en la casa de sus padres y que volvería sobre las siete o las ocho. Jose me miraba atento para saber si había problemas.

Nada, Jose – le dije -, todo resuelto. Está con los primos y no volverá hasta las siete o más.

¡Ah! – contestó despreocupado -, entonces hay tiempo.

Tío – le dije riéndome - ¿sólo piensas en eso?

Subimos a casa y pasamos al salón. Ya era hora de tomar una cerveza, pero no quería a Jose borracho otra vez, así que le dije que tomaríamos un refresco.

No me importa, tío – me dijo -, en realidad no tengo mucha sed.

Nos tomamos un refresco charlando un poco de todo, volvió a pedirme perdón por lo que ocurrió el día anterior y acabó abalanzándose contra mí y besándome desesperadamente y su mano se fue directamente a mi paquete cuando lo vio un poco abultado. No, no iba yo a quedarme con las manos caídas, así que le metí mano por todos lados. Su pecho terso y brillante me dejaba deslumbrado y no sabía qué hacer con él. En muy poco tiempo, estaba abriéndome el cinturón y, tirando de la cintura del pantalón hacia los lados, se abrió mi portañuela. Su mano apretó mi polla como si no la hubiese tocado antes o no la fuese a tocar más. En pocos segundos, echó su cabeza hacia abajo, tiró del elástico de mis calzoncillos y me la sacó sin más. Comenzó una mamada rítmica y continuada y por más que le decía que no iba a poder aguantar mucho, seguía mamando a una velocidad fija. Seguí advirtiéndole que ya no podía aguantar más, pero parecía no oírme. Me vino un gustazo instantáneo de tal fuerza, que varios chorros de leche entraron a toda velocidad en su boca. Lamió muy bien lo que quedaba y, tomando el vaso de la mesa, echó allí todo mi semen.

Me encanta tu polla – dijo -, no puedo remediarlo.

¿Es que no encuentras a algún gitanillo lindo y morenito?

No me gustan los gitanos – me dijo -; los que conozco se la dan de machotes o van a correrse y les importa un huevo si te lastiman. Tú eres distinto. Siempre estás pendiente de mí; hasta cuando me avisas de que vas a correrte en mi boca. No me avises, si no paro es que quiero tu leche en mi boca.

Vale, tío – le dije -, te entiendo. Yo te aviso porque cuando me la has mamado he tenido que aguantar el gusto.

No, no lo aguantes – aclaró -, cuando te la mame es que quiero tu leche en mi boca al final ¿comprendes?

Y viendo que seguía acariciándome y seguía empalmado, hice yo lo mismo con él, pues ni siquiera le bajé los pantalones, sino que abrí su cremallera, metí mi mano dentro de sus calzoncillos y empecé un masaje; pero mi cabeza se fue sola hacia su polla morena y torcida y, antes de metérmela en la boca, le dije:

¡Eh, tío!, que yo voy hasta el final también y no pienso parar.

Y comencé con un ritmo lento y empujando fuerte hacia el fondo a veces y notaba que aguantaba el placer y cómo se le tensaban todos los músculos del cuerpo. Fui subiendo el ritmo poco a poco y comenzó a ladearse y apretaba mi torso con sus rodillas y me tomaba la cabeza con sus manos. Comenzó a temblar y a soplar: «¡Ya, ya, ya, ya me viene!». Entró su leche en mi boca como un torrente y me levanté para mirarle. Estaba ahogándose y mirando al techo.

Tomé el mismo vaso y eché allí su semen con el mío:

¡Joder, tío! – le dije - ¡Vaya guarrería!

Al final haremos un batido con todo eso – dijo -, a ver el aspecto que tiene.

Y cuando le dije que iba a tirarlo, me advirtió de que aún quedaba mucho tiempo.

¿Cómo? – exclamé - ¿No pensarás que voy a dejar ese vaso ahí encima de la mesa? ¿Y si viene alguien?

No abras – dijo - ¿Esperas a alguien?

No supe qué responderle y, además, me pareció que tenía razón. Me senté y seguimos hablando, pero al poco tiempo ya estaba otra vez acariciándome y besándome. Quise parar todo aquello para comer algo, pero entre una cosa y la otra, eran ya las cuatro y me había hecho ¡seis mamadas!

Tío – le dije -, tenemos que parar. Además me estoy meando. Ahora vengo.

¡Vale! – contestó sin moverse -, pero lávatela bien.

Me volví y lo miré asustado:

¿No pensarás seguir, verdad? – le miré asustado -.

¡Pues claro que sí! – me contestó sin inmutarse -, ya no te veo hasta dentro de una semana.

Me lavé bien después de mear, porque no me parecía correcto aparecer otra vez en el salón sin lavarme, pero estaba dispuesto a decirle que ya se había acabado la «sesión».

Puse luego el salón un poco más oscuro y encendí la tele mientras nos comíamos una pizza. La tele, como siempre, era un bodrio y Jose comenzaba otra vez a abrazarme disimuladamente y a echar su cabeza sobre mi hombro. Así se llegó hasta la séptima. Yo ya no sabía de dónde me salía tanto líquido.

El cuerpo es muy listo – me dijo -; te pide de comer y de beber y en poco tiempo ya tienes más leche.

Sí – le contesté -, pero esta vez me vas a dejar sin una gota para una semana.

Se echó a reír y me dijo que yo no sabía hasta qué punto se regeneraba aquello.

¡Claro que se regenera! – le dije -. Además es bueno hacer ejercicio diario para eso. No me gustaría llegar a los treinta y echar un chorrito de nada.

Y como ya me estaba poniendo otra vez, vi llegar la octava. Comencé a pensar que quería batir otro record y le dije:

¿Sabes? Si lo que quieres es llegar a un record de diez mamadas, podías haber elegido a diez tíos y haberle hecho una a cada uno.

No – respondió muy seguro -, me gusta tu polla y si piensas que quiero batir un record, será con la misma, no con varias. Así batirás tú el record de correrte y no se te inflará el carajo.

Intentaba convencerlo de una manera y de otra; llegué a enfadarme con él y a decirle que lo iba a llevar a su casa, pero no había forma humana de que parase. Me dejaba descansar y yo – todo hay que decirlo – estaba contentísimo de tener su polla de vez en cuando en mi boca (y también dentro de mi culo).

Por fin llegó la décima y se acercaban ya las siete. Él no sabía que Daniel vendría seguramente a las ocho, así que le dije que había que irse.

¡Has batido un record y yo otro! – dijo - ¡Joder! Y yo seguiría, te lo juro.

¡Vamos, vamos! – fui recogiendo cosas -, no quiero ni pensar que entre Daniel en casa y te vea a aquí.

¿Por qué? – me preguntó extrañado - ¿No te deja tener visitas?

Tantas visitas – le dije – le van a escamar.

¡Hombre! – me miró con asombro - ¿Es que ya te ha pillado con algunos más?

¡Vamos, Jose! – le dije muy en serio -; puede ser que me salgan líos y eso, pero no me traigo a la gente a casa ¿comprendes? Daniel y yo tenemos un trato sobre eso, pero deberíamos respetar esta casa, que es de los dos, no es un puticlub.

Y ya muy serio y recogiendo sus cosas, me dijo:

Tienes razón, Tony. En dos cosas. Él es tu pareja y le debes un respeto y esta es vuestra casa, no un picadero. Si fuese un picadero, tendríais que poneros de acuerdo en los días y en las horas. No me parece correcto.

Aún te voy a ser más sincero, Jose – le dije con temor -, porque me da la sensación de que ni siquiera está con sus primos. Tal vez, si lo está, se haya follado a alguno.

¡Vamos! – me dijo algo más consciente -, no quiero ser el metepatas de la historia.

Lo llevé a su casa y, cuando llegábamos, me dijo:

¡Para, para aquí!, es que hay unos almacenes y quiero comprar algunas cosas. Luego seguiré andando. Tú da la vuelta por aquella calle.

Tuve que reírme por dentro, pues me parecía saber qué tipo de «compras» iba a hacer en aquellos almacenes.

Pero al llegar a casa, encontré a Daniel fresquito y tomando alguna cosa: «¿Quieres un poco? Aliméntate, que luego me dices que no tienes ganas».

Me pareció que iba a ganar el record de Jose. Y así fue.