Todo un espectaculo para sus ojos

Se sintió voyeur al ver a su compañera de oficina masturbarse a escondidas en el despacho.

Llevaba horas encerrado en su despacho, tantas que ni siquiera se había dado cuenta de que ya había anochecido. Se levantó de su mesa, se estiró sobre su silla, se quitó las gafas y se restregó los ojos que le ardían. Aún le quedaban un par de asuntos por resolver para la reunión del día siguiente así que tomó unas monedas sueltas del primer cajón de su mesa y se dirigió a la máquina del café que había en el pasillo de su planta.

Al salir del despacho pudo observar que todas las luces estaban ya apagadas, las mesas recogidas, los ordenadores desconectados y se dio cuenta de que a quien únicamente podría encontrar a esas horas en la oficina era al personal de seguridad que no tardaría en hacer su ronda de las once.

Antes de ir por un café bien cargado, pasó por el baño. Se refrescó la cara, el cansancio se notaba en su rostro que palidecido se reflejaba en el espejo. Su cara, delgada y algo demacrada aún lo parecía más por su barba que no había tenido tiempo de afeitar en dos días. Se dijo a si mismo que no podía seguir así, que tantas horas de trabajo acabarían con él, pero siempre se repetía lo mismo, una y otra vez, proyecto tras proyecto, pero había luchado mucho por llegar a donde había llegado y sabía que no abandonaría tan fácilmente.

Al volver del baño, atravesó de nuevo el pasillo y le pareció ver luz en uno de los despachos del fondo. Era muy probable que Claudia, la Directora que lo ocupaba, se hubiera dejado la luz encendida al marcharse, así que se dirigió a él con intención de apagarla. Según se aproximaba escuchó ruidos con lo que decidió acercarse a la puerta casi de puntillas.

Las persianas de las cristaleras que daban a la sala estaban cerradas, pero la puerta estaba entreabierta. Se acercó sigiloso y no pudo creer lo que estaba viendo o más bien oyendo, porque lo único que veía era la mesa de Claudia y su sillón vuelto hacia las ventanas que daban a la calle. Ni siquiera podía asegurar que Claudia fuera la mujer que estaba sentada en aquel sillón que se balanceaba. Pudo oír como un zumbido que de vez en cuando se hacía más perceptible, como un motor al acelerarse o desacelerarse.

No distinguía bien, pero le pareció oír que la mujer que se encontraba en el despacho, emitía gemidos, unas veces más profundos, otras más livianos

El mero hecho de oírla, empezó a excitarle, marcando el bulto de su pene en la bragueta de sus pantalones. Se aflojó la corbata y se desabrochó un par de botones de la camisa, sintió calor. Por momentos quería poder abrir más la puerta, pero el hacer ruido podía llevar a que aquella mujer se diera cuenta de su presencia. El hecho de sentirse un mirón le excitaba aún más.

De repente, el sillón se movió y se giró en sentido a la puerta. Casi fue sorprendido por esa mujer, pero se apartó a tiempo. Su corazón latía apresuradamente y su verga crecía cada vez más entre sus piernas. No pudo evitar sentir el deseo de volver a mirar y de nuevo y con el mayor de los cuidados, se acercó a la puerta y pudo verlo todo con total claridad.

Efectivamente era Claudia, no había duda alguna. Su melena morena y rizada era inconfundible. Ella, una de las mujeres más deseada por todos los hombres de la oficina y más envidiada por el resto de las féminas. Tenía unas piernas larguísimas que a menudo exhibía bajo faldas demasiado cortas para un despacho de tal posición. Según su opinión, había veces que iba demasiado maquillada o provocativa, pero podía permitírselo, de ahí el celo de sus propias compañeras que se pasaban el día cuchicheando a sus espaldas y diciendo que parecía una mujer fácil, cuando en el fondo, a todas les hubiera encantado ser como ella, tener su figura y sus ademanes de zorra que sabía disimular muy bien bajo trajes de chaqueta de marca.

Estaba allí, medio recostada en su sillón reclinable, con las tetas por fuera de un sujetador negro de satén que se le veía en su blusa desabrochada, unas medias negras que oprimían sus delgados muslos, con su diminuta falda arremangada y sin bragas. Aquel espectáculo le hizo sentir una punzada en sus testículos, se bajó la bragueta y con una de sus manos agarró fuertemente su polla que estaba húmeda y dura como una roca.

En ese momento pudo averiguar de donde venía ese zumbido que había oído. Claudia tenía entre sus manos un vibrador, un enorme miembro de látex negro que se metía en la boca ansiosa, propinándole unos lametazos increíbles. Mientras él mismo se masturbaba, imaginó que la polla que Claudia relamía con tanto gusto era la suya. La ensalivaba, jugando como una auténtica zorra con el hilo de saliva que dejaba en ella. Abría su boca, se relamía los labios y se metía el pollón de látex hasta lo más profundo de su garganta, como una experta mamadora.

Creyó enloquecer. Sus piernas temblaban y su polla estaba a punto de reventar. En ese mismo instante, ella tomó el vibrador y se lo colocó entre sus enormes senos que ya estaban liberados de su sostén. Jamás pensó que Claudia pudiera tener unas tetas tan grandes, tan redondas, con esos pezones tan oscuros y tan protuberantes. Sintió unas ganas tremendas de tocarlos, de pellizcarlos, de atraparlos entre sus dientes y estirarlos hasta oírla chillar de placer y dolor.

Mientras ella paseaba el vibrador por sus tetas, se metía los dedos en la boca y los llevaba a su sexo, palpándolo desesperadamente, acariciando su clítoris y metiéndoselos dentro de su vagina que él observaba desde la puerta, abierta completamente. Todo su sexo estaba perfectamente depilado, él jamás había visto un coño tan pulcramente rasurado.

Su polla seguía cada vez más dura entre sus manos, mojada de líquido pre-seminal que él extendía según se la meneaba arriba y abajo. Paraba y acariciaba su glande con el pulgar de su mano, se tocaba los testículos y volvía a pajear su polla con ahínco.

Los gemidos de Claudia eran cada vez más perceptibles. Se levantó del sillón y poniéndose de pie se volteó, inclinándose sobre él, abrió sus piernas y empezó a meterse por el coño aquella enorme verga negra que chorreaba sus propias babas. Se tocaba a la vez el culo, que estaba totalmente expuesto a las miradas que desde la puerta él le propinaba. Masajeaba su ojete que se abría dilatado como la cavidad de una cueva, metía sus dedos en él y los sacaba una y otra vez hasta que su ano estuvo tan abierto que sacó la polla de su coño para metérsela por él. Gritó desesperada hasta tener un orgasmo.

Ya no podía aguantar más, estaba a punto de eyacular. Le temblaban las piernas, los testículos le dolían, sus músculos estaban totalmente rígidos e imaginando que se follaba a Claudia por el culo se corrió. Su leche salió disparada como un geiser sobre su propio vientre, manchando sus manos y su camisa.

En ese momento oyó el ascensor que se paraba en su planta y vio al guarda de seguridad que llegaba. Como pudo se metió corriendo de nuevo en el baño, encerrándose. El corazón le iba a estallar y la expresión de su rostro que contemplaba de nuevo en el espejo no tenía nada que ver con la que había visto antes. Estaba sudando, colorado, con las pupilas dilatadas. Metió la cabeza debajo del grifo, dejando que el agua refrescara su nuca y su cara. Una vez que se hubo calmado, volvió a su despacho a terminar lo que aún tenía pendiente, preguntándose a si mismo cómo miraría al día siguiente a Claudia cuando la viera aparecer por la oficina.