Todo sencillo (4)
Noche de fiesta para Gael.
¡Hijo de puta! Nunca debí haberme fiado ni por un momento de Saúl. Sólo rezaba porque no me jodiera la vida, pero mi bola de cristal personal anticipaba una etapa de chantajes por parte de ese buitre. Ahora mismo tenía unas ganas locas de molerlo a puñetazos, pero sin embargo mi cuerpo estaba congelado, y probablemente un mínimo golpe lo haría quebrarse en cristales.
El resto de gente llegó poco después de ese momento. La energía que traje conmigo para la noche del sábado se había consumido de repente, y eso lo notó la mayoría de mis amigos. Sin embargo, muchos se contuvieron de preguntarme, desconociendo la forma de proceder conmigo o sabiendo cómo de inútil sería el intentarlo. Aún así, Sira, con la que mejor me llevaba de aquel grupo, se me acercó, mostrando la preocupación en sus facciones:
Gael, ¿sucede algo?
No, no, para nada –contesté fingiendo normalidad.
No bailas casi, con lo que te gusta lucirte, y ni siquiera te has reído de las payasadas de Luis. Cuéntame, ¿pasa algo en casa?
¡Qué va! No seas tonta –dije yo inmediatamente. ¡Qué absurdo!-. Mira, me acabo este culín de la copa y nos vamos a la pista a darlo todo, ¿ok?
Salimos de la zona de la barra dispuestos a mostrar uno de nuestros espectáculos. La pelirroja y yo somos unos máquinas cuando nos lo proponemos, o por lo menos nos lo creemos y nos divertimos, que es lo importante. Nos apartamos un poco de nuestros amigos para bailar el R&B que el Dj había escogido, algo lento, lo que le daba un toque sensual. Jugábamos a la seducción, sabiendo que después no pasaría nada, pero para nosotros era lo gracioso. Acercábamos nuestros cuerpos, entrecruzando las piernas para lograr una mayor aproximación. Movíamos las caderas al ritmo de la música, alternando los muslos en sus cadencias para hacerlo más sexual. Yo con mis manos en la cintura de Sira, las suyas, delicadas, tras mi nuca. Nuestros ojos se miraban fijamente, y sonreíamos sinceros. Era nuestro momento, y nada debería estropeárnoslo, no deseábamos que eso ocurriera.
Tras una buena serie de canciones bailando sin descanso, mi garganta me pedía un trago, así que dejé a Sira bailando con Víctor y me encaminé a la barra. Esquivé a la gente, me apoyé sobre la barra y llamé al camarero, que no daba abasto. Me sirvió el vodka-limón que pedí mientras yo buscaba el dinero en mi cartera.
- A esta pago yo –Saúl había entregado un billete y recibía las vueltas. Él ya llevaba un vaso de tubo agarrado, algo con refresco de cola.
Yo simplemente cogí la copa y me encaminé de nuevo hacia el centro de la pista, pero su mano alcanzó mi hombro y me detuvo:
- ¿No te apetece charlar un rato? –hizo un gesto con la cabeza, señalando de nuevo las banquetas-. Ahí podremos estar más apartados del grupo.
Esto no me hacía ninguna gracia. No sé qué coño se planteaba hacerme o decirme, pero no podía negarme a su “exquisita” invitación, así que regresamos. Me senté, di un trago, fui a apoyar el vaso, lo pensé mejor, di otro trago, algo más largo, y entonces sí lo dejé sobre la barra. Mis ojos seleccionaban de los estantes el alcohol que bebería tras esta situación, esperando escuchar algo desagradable, incómodo o molesto de su parte.
¿Cómo se llama? –fue lo primero que dijo Saúl.
¿Perdona? –su pregunta me había descolocado.
Digo que cómo se llama.
No sé a qué te refieres.
Venga, ese dios tuyo tendrá un nombre, ¿no?
¿Esto a qué viene? Porque no tengo ni idea –comenté sincero.
Simplemente me apetece saber el nombre del que te folló –se estaba divirtiendo con todo esto, pero no sabía adónde pretendía llegar, y eso desconcertaba.
¿Por qué?
¿Y por qué no? –contraatacó. Me dio una palmada en el muslo y dejó la mano ahí, apretando mi pierna-. Si somos amigos, ¿no?
¿Pero qué mierdas sucedía? No entendía nada, pero el hecho de notar sobre mi pantalón la muestra de que Saúl llevaba la conversación por sus terrenos me hacía continuar por caminos agrestes en medio de la niebla, sin saber con qué te tropezarás o chocarás, si el enemigo planeaba una emboscada o si el sendero acababa en un precipicio.
Ricardo –dije escueto.
¿Y cómo le conociste?
En un botellón.
Saúl se quedó callado, esperando que prolongara mi respuesta. Por ello intervino cuando no le satisfizo mi brevedad.
- ¿En un botellón? ¿Eso es todo? ¿Seguro que no quieres contarme dónde o cuándo?
José Cuervo. Es lo único que pensé en ese momento. Mis pupilas habían tomado la decisión de escoger al genial José Cuervo como desahogo, junto con un salero y varias rodajas de limón. Sí, el tequila entrará bien.
La mano de Saúl sobre mi muslo me sacó del ensimismamiento. No me apretó ni me pellizcó. Lo curioso es que me estaba acariciando la pierna. Sí, acariciando. No entendía qué le ocurría al tío este. Parecía uno más de los jeroglíficos a descifrar con el correcto significado. Sin embargo, su cara no se correspondía con el movimiento de su extremidad. Mostraba divertimento, sentimiento de poder, leve intimidación. Me limité a responder:
Fue un botellón en las fiestas del barrio de una amiga –no quise mencionar a Elsa, ya que ella es del mismo grupo de amigos de la universidad-, hará un mes y pico. Él era amigo suyo. Nos enrollamos. Es todo.
Me imagino que eso no es todo –notaba sus sucios ojos sobre mi piel-. Seguro que habrás querido decir que os enrollasteis y follasteis a lo bestia –sé que soy ateo, pero en ese momento recé porque me sacaran de ese penoso momento Alá, Zeus, Buda o la seguridad del local, quien fuera-. Me gustaría conocer a ese tal Ricardo –¿qué? Eso me descolocó. Saúl continuó-. Me gustaría pedirle consejos para que a mí también me llamen “mi Dios”. Seguro que lo hacías porque te partía el culo y tú disfrutabas como una perra, ¿verdad? –la mano de mi muslo se desplazó, para acariciarme la mejilla mientras soltaba veneno por entre sus dientes-. Te encanta que te destrocen el ojete, que te preñen, porque eres una puta, ¿eh?
De repente, un cubata se cayó sobre la barra y nuestras ropas, empapándonos de lleno. Saúl se separó de mí y empezó a emitir improperios. El veloz camarero ya había levantado el vaso y se encontraba limpiando el líquido derramado con una bayeta para evitar que más gotas cayeran sobre nosotros. Yo me desplacé un poco hacia la derecha, pero Saúl tuvo que apartarse bastante más, levantándose, puesto que la mayor parte de la copa había caído en su lado. Ciertamente encomendarme a quien mi subconsciente hubo rezado me salvó. O la suerte, que también existe. Pero gracias a ese cubata, que alguien debería beatificar, Saúl salió disparado al lavabo. Yo únicamente cogí unas servilletas y me limpié por encima, puesto que esa noche no la estaba disfrutando y por tanto daba igual si las manchas en mi ropa pegaban con mis zapatillas o si la nueva colección de los diseñadores me copiaría el estilo.
No sé si debería haberlo hecho un pelín antes –me dijo el camarero.
¿Perdón? –levanté la mirada.
Ese cabrón te estaba puteando y no me apetecía soportarlo más. Te sorprenderías de lo que uno escucha mientras sirve copas y limpia los cacharros.
Así que él era mi salvador. Un camarero de mi estatura, pelo castaño, piel iluminada por los intermitentes focos verdes y azules del local, suave de facciones, sin nada a resaltar demasiado, pero que resultaba atractivo. Fue él quien tiró la copa sobre Saúl.
Gracias –dije con timidez. Me avergonzaba que hubiese escuchado todo, aun si eso sirvió para librarme de aquel hijo de puta.
De nada –me guiñó un ojo-. Te invito a un chupito de tequila, ¿quieres? –me quedé perplejo. No podía ser que supiese...- Te he estado observando, y sé que quieres un poco de José Cuervo –resolvió mis dudas.
Gracias –repetí, algo apenado por la situación vivida.
¡Hey, chaval! Alegra esa cara. Me tomo contigo ese chupito, ¿vale?
Rápidamente agarró la botella y unos pequeños vasitos de cristal, llenándolos hasta el límite. Trajo el salero y unas rodajas de limón que supongo que estarían cortadas previamente. Con su ánimo enérgico, me puso la sal en la mano y me incitó a coger mi correspondiente trago, a la par que él. Levantó su brazo para brindar y dijo:
¿Cuál es tu nombre?
Gael.
¡Por Gael! –acto seguido chupó su mano, ingirió todo su tequila y mordió su limón sin desagrado alguno.
Entonces me miró, invitándome a hacer lo mismo, lo cual no retrasé. Tras dejar la cáscara de limón en el platillo el camarero me dio una palmada en el brazo y comentó:
Ahora te levantas y te pones a bailar, ¿ok? Yo tengo que seguir con el curro. Encantado, Gael –me estrechó la mano.
Igualmente, ...ehm...
Jesse –se presentó.
¿Jesse?
Me has caído bien. Salgo de trabajar a las siete. Si entonces sigues aquí, te explicaré por qué Jesse –sonrió y se fue al otro lado de la barra para atender a un grupo de tres chicas, sin permitirme decir nada más.
Me quedé pensativo. Qué tío más misterioso, hasta el punto de haberme hecho enfocar mi atención en él. ¿Me estaba invitando a tomar un... desayuno juntos o sólo intentaba ser amable? De todas formas, me había librado, durante al menos unos instantes, de la increíblemente cómoda presencia de Saúl y su ausencia total de malicia. Por ello le estaba agradecido.
Sira me reclutó de nuevo para bailar de nuevo con ella. La pelirroja pegaba su cuerpo incluso demasiado para lo que ya solemos habitualmente.
- Tengo un pesado detrás y no me quiero largarme de este local, así que tú vas a ser mi ligue de esta noche –me gritó al oído como explicación.
Yo sólo obedecí a sus movimientos, arrimándome a su cuerpo y rodeando su cintura con mis brazos. Ella tenía los brazos levantados y disfrutaba del ritmo para nada acelerado de la música, bailando sensualmente con sus caderas. Quien nos viera diría que me estaba perreando y que esa noche los dos nos acostaríamos.
La verdad es que Sira era una tía que podía haberme gustado al empezar el curso, pero al tener ambos a nuestras respectivas parejas, sólo quedamos como grandes amigos, y desde entonces no la veo como algo más. El pelo anaranjado lo tenía esa noche algo ondulado, pero por el calor que sofoca cuando bailas, lo tenía recogido en lo que yo llamo un moño-estropajo, o sea, lo que las mujeres hacen con una goma sin importar como les quede, sin preocupación alguna, con mechones sueltos que le caían hacia el cuello. Sin embargo, le quedaba muy bien. Sus ojos verdes me miraban con diversión, con la complicidad que nos caracterizaba cuando estábamos en la pista. Para mí estaba demasiado delgada, pero por mucho que comiera Sira permanecía en su peso. Eso sí, sus caderas y su culo la aliñaban perfectamente, y más en esos pantalones ajustados.
“...Got you all hot and bothered, mad ‘cause I talk around it, looking for the goodies. Keep on looking ‘cause they stay in the jar…” nos hacía bailar suave, sensualmente. El pretendiente de Sira ya no estaba por ninguna parte, según observé, pero ambos continuamos igual de provocadores. La pelirroja pasó lentamente sus manos por mi nuca, acariciando mi pelo y mi cuello, con la misma mirada de complicidad cruzando el estrecho espacio que existía entre nosotros. Decidida y con suma parsimonia, sus labios se aproximaron a los míos, rozándolos, sin apretar en un beso, sólo notando nuestra respiración mientras nuestros cuerpos bailaban. Llegó un momento, no sé cuál fue el límite, en el que todo se había convertido en un morreo intenso pero muy, muy, muy lento. Las lenguas jugaban sin prisas, mi cabello notaba sus dedos enredándose. Fue, digamos, muy erótico.
La canción cambió a otra más marchosa y menos sexual, momento en el que nuestro beso se detuvo. Únicamente había sido menos de dos minutos, pero ¡qué sensación! Sira rió mientras decía:
Te has empalmado.
¡Como para no hacerlo! –me quejé.
A mí también me ha calentado –confesó en mi oído.
Sabíamos que no había sucedido nada, no cambiaría nada en nuestra relación de amistad, así que no le dimos mayor importancia y volvimos con el resto del grupo. Saúl no estaba. Elsa se me acercó:
¿Pero qué coño ha sido eso? ¡Que Sira tiene novio! –parecía alucinada y molesta.
Lo sé, ¿y?
¿Cómo que “y”? –me increpó ahora Víctor-. Que os habéis dado el lote mientras arrimabais cebolleta.
Bah, eso no es nada –dije yo-. Si sé que ella está genial con su novio. Nosotros somos amigos y ya.
Los dos me miraron mosqueados, como si les estuviera tomando el pelo. Por ello continué mi explicación:
A ver, Sira y yo nos llevamos genial, pero ninguno de los dos quiere nada más. Los dos estamos seguros de ello. Un beso no cambia nada. ¿Nunca os habéis besado con algún amigo? –les pregunté.
Pues no –contestó Elsa, mientras Víctor negaba con la cabeza.
Acto seguido, para quitar hierro al asunto, me lancé a los labios de Víctor, agarrándole por la nuca para así evitar su escape, y le planté un beso corto que le dejó perplejo. La misma acción la fui a repetir con Elsa:
- Ni se te ocurra –dijo amenazadora-. Tus babas para ti.
La amiga de Ricardo se fue con el resto de gente. Víctor se pasaba el dorso de la mano por su boca:
¿Pero qué...?
Venga, Víctor –le interrumpí-. Ha sido un simple beso, no pasa nada. Somos colegas, hay confianza. Punto –no obstante, no le veía muy seguro-. ¡Sira, ven aquí! –grité.
Ella vino inmediatamente hacia donde nos encontrábamos nosotros. Víctor ignoraba lo que pretendía, los demás nos miraban a cierta distancia.
- Vamos a realizar el juego de confianza –le expliqué a Sira, la cual asintió. Entonces me dirigí a nuestro amigo-. Vas a cerrar los ojos. Los dos te vamos a dar un beso. No sabrás quién es quién. Simplemente vas a ver que da lo mismo, que es un beso sin importancia, y que no ocurre nada, en confianza con tus colegas.
Víctor se mostraba dubitativo, y aún así accedió sin pronunciar palabra alguna, cerrando los párpados. Acto seguido, primero Sira y después yo, le plantamos un beso, moviendo nuestros labios y sin usar la lengua, sin ser correspondidos. Volvimos a nuestras posiciones anteriores.
¿Ves? –dije, nuestro amigo abrió los ojos-. No sucede nada.
No sé... –expresó confuso.
Venga, tío –soltó Sira-. Que es sólo un puto beso. Como si te la hubiésemos chupado... –ironizó.
Pues eso, macho –continué-. Todos seguimos viéndonos como a los mismos de siempre, no nos montamos películas, es sano.
Yo me voy a por una copa –comentó Sira.
Te acompaño –dije yo.
Fuimos los dos hacia la barra.
¿Tú crees que le ha molestado? –pregunté.
¡Qué va! Lo que pasa es que le hemos puesto cachondo. ¿No le has visto el paquete? Así a lo tonto somos unos putos calientapollas –la pelirroja se echó a reír.
Por cierto –cambié drásticamente de tema-. ¿Y Saúl?
Me han dicho que estaba mazo de cabreado porque le habían tirado una copa, y que no sé qué de que le había salido mal la noche y que se ha largado a casa.
Yo suspiré aliviado en mi interior. Por lo menos durante un día me había librado de aquel hijo de puta. Lamentablemente no sé por cuánto me iba a durar la suerte.
- Dos chupitos de tequila –gritó Sira.
Mi salvador entonces se nos acercó con algo de ánimo de conversación:
¿Qué tal la noche, Gael? ¿Mejor que antes?
Bien, gracias.
Los presenté, pues mi amiga estaba esperándolo desde que le había oído decir mi nombre. Jesse trajo entonces tres chupitos de José Cuervo, con su sal y su limón.
¿Otro? –cuestioné con una mueca divertida.
¿Por qué no? Me apetece tomarme otro contigo. Bueno..., con vosotros –corrigió.
Sira sonreía, algo se olía. Mi salvador volvió a dirigir el brindis:
- ¡Por el filetazo que os habéis pegado!
Nosotros dos le miramos sorprendidos. Él continuó:
- Todo el mundo os ha visto metiéndoos la lengua.
Tras ese comentario tuvimos que explicarle lo mismo que ya habíamos hecho a nuestros amigos. No dijo nada más, simplemente asintió, dándonos a entender que opinaba de igual manera y alzó su brazo de nuevo:
- ¡Por la amistad! –nos guiñó el ojo, y los tres procedimos a chupar la sal, tragarnos el tequila de golpe y morder el limón.
Durante el resto de la noche, el grupo fue desapareciendo. Elsa, Laura y Luis fueron los primeros, ya que cogerían un taxi para ahorrarse unas pelas. Lo último que supimos de Nelo era que se iba al baño, pero le vimos de la mano con una morena despampanante, así que no era difícil sumar dos y dos. El local también se fue vaciando, y pronto descubrimos que Víctor, Sira y servidor éramos de los pocos existentes en la pista de baile. Víctor, nuestro amigo de Zaragoza, no parecía molesto. Bailaba con nosotros como si nada hubiera pasado, que es lo que deseábamos tanto la pelirroja como yo.
Al ver la poca presencia tras media hora o así, comenzaron las sutiles indirectas de los dueños del sitio para echarnos, al estilo “enciendo las luces para mostraros que con quien estás ligando es un cardo” u “os cambio de música a una más tipo gitaneo-electrónico que todo el mundo ama”. Sira concluyó que era el fin de su noche y propuso volvernos juntos. Víctor y yo estuvimos de acuerdo. Sin embargo, una chica gorda y bajita me tocó la espalda para hacerme girar.
Te llama el camarero de la barra. Creo que te has dejado algo allí –comentó, y se fue.
Id vosotros –dije a mis amigos-. Voy a ver qué problema hay con el camarero.
Ninguno puso objeción, Víctor por ignorancia y Sira por sospechas de lo que allí sucedía. Se despidieron de mí y se fueron.
Me dirigí a la barra, donde mi salvador me esperaba, bayeta en mano.
- ¿Me esperas quince minutos mientras dejo todo apañado? ¿Te hace un chocolate con churros?
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Media hora más tarde los dos estábamos en una cafetería, yo con un café, él con su chocolate caliente y compartiendo media docena de churros, que, por cierto, ¡estaban de muerte! Estuvimos charlando de todo un poco. Me dijo que venía de Vancouver, pero que llevaba asentado aquí desde los 12 años. Eso lo corroboraba la piel lechosa de su cara y su carencia de acento. Su pelo era corto, con algo de cresta, de color castaño claro, con algunos reflejos anaranjados. Su nariz chata y su perfecto afeitado le hacían parecer de mi edad, aunque tuviera 24 tacos.
Me contó un poco sobre su vida sirviendo copas y yo sobre la mía bebiéndolas. Tenía un buen presentimiento, acentuado por el hecho de que este tío me empezaba a gustar. La conversación era interesante sin llegar a ser seria o aburrida. Jesse era muy inteligente, cosa que le daba otro punto a su favor. Lamentablemente, me dijo, no podía seguir costeándose la carrera de fisioterapia, así que la dejó a medias. Un punto más a su favor era la simpatía que desprendía, o, quizás más superficial, sus labios cerrándose sobre un churro justo antes de quebrarlo con sus dientes, blancos y alineados sin necesidad de dentista. Puta suerte, ¿no? Por lo menos no pasó por lo mío, como el abrir la boca y espantar hasta al perro del vecino previo al arreglo, o caer en el patetismo de besar la almohada como método de mejora en mis posibles relaciones y acabar enganchado a los hilos de la tela por culpa de los brackets.
Curioso método de mantener la amistad –retornó Jesse al morreo entre Sira y yo.
La verdad es que funciona –dije sincero.
No sé yo... –comentó divertido.
¿Quieres probar? –pregunté con inocencia, dando a entender que era sólo un beso entre colegas. ¡Únicamente! Nada más. Bueno..., la verdad es que después de semejante rato con su compañía me moría por besarlo.
Creo que paso –contestó. ¡Mierda! Intento fallido.
El cabrón sonreía. Le hacía gracia nuestro método y así me lo reconoció, diciendo que era una buena excusa para morrearse con alguien. Mierda de nuevo. Encima se había dado cuenta... Gael, siendo lo listo que crees ser, él te ha pasado por encima con su todoterreno. Rezaba porque no me pusiera en una situación compremetedora. No sabía cómo sortear el bache. Entonces él preguntó lo que esperaba que nunca hiciera:
¿Por qué el tío de antes, al que tiré la copa, te estaba puteando?
¿Saúl? Ehm... no me apetece hablar del tema –dije esquivo.
Si no quieres no hables, aunque quizás hablar con un desconocido –se refería a sí mismo- es más sencillo. Aún así, no deberías permitir que te traten así.
Ya...
Mi mano movía la cucharilla despacio, en círculos continuos. Eso me relajaba. Tras unos segundos de silencio me decidí a contarle la historia. Jesse me escuchaba atento, callado, dejándome soltar todo por la boca sin interrumpirme. Tras unos minutos, donde el café ya vomitaba por el mareo de mi centrifugación, terminé la narración, cogí un churro, le di un mordisco y suspiré, viendo por la ventana la temprana claridad del domingo. Entonces Jesse hizo su primera intervención:
Deberías olvidarte de lo que piensen los demás y vivir tu orientación sexual como te plazca, sin arrepentimientos ni posibles chantajes por aquel hijo de puta –sí, Saúl, iba por ti- o cualquier otro.
No es tan fácil –repliqué.
No, obvio, pero es más liberador –entonces el canadiense apoyó su palma en el dorso de mi mano izquierda, la que no manejaba la cucharilla-. Créeme.
La seguridad con la que habló me hizo pensar que él podía haber pasado por lo mismo. La ternura de su mirada me hizo pensar que realmente se preocupaba por mí, y casi le acababa de conocer. La mano atrapando la mía y acariciando mi piel me hizo pensar que la aceleración de mis sístoles y diástoles podían estar acompasadas con sus propios latidos. Por toda esa suma, me dejé llevar, notando como todos mis músculos se relajaban, y le besé.
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