Todo sea por un amigo

Por un amigo uno hace cualquier cosa; hasta acostarse con su mujer.

TODO SEA POR UN AMIGO

Julio y Graciela son una de las parejas de amigos que uno considera ideales; casados hace más de diez años y a pesar de las diferencias de edad –él es por lo menos doce o trece años mayor que ella- son la envidia de muchos mortales. Julio debe andar por los cuarenta y algo, aunque no los represente y Graciela debe haber pasado por poco los treinta y debo admitir que está muy bien físicamente.

El día que Julio me llamó por teléfono para pedirme que nos encontráramos a tomar un café, porque quería hablarme de un problema de su matrimonio, repasé mentalmente lo que sabía de su relación y me pareció extraño su pedido ya que los consideraba una pareja excelente.

Nos encontramos por la tarde en un lugar tranquilo del centro y no tardó en entrar en tema.

-Eduardo, vos sabés que Graciela y yo te estimamos y te consideramos un verdadero amigo.

-Gracias, Julio. Vos también sabés que es recíproco.

-Lo que tengo que decirte es importante. Mi relación con Graciela se mantuvo a pesar de la diferencia de edad porque el sexo fue un capítulo esencial en nuestras vidas; un poco por su juventud y otro poco por mis ganas lo cierto es que nuestro matrimonio funcionó todos estos años porque en la cama nos llevábamos muy bien, porque no teníamos límites, porque explorábamos todo lo imaginable y un poco más también.

-Julio, ¿porqué usás el pasado?.

-Porque desde hace un tiempo ya no es así. Te acordás que hace unos seis meses me operaron. El diagnóstico era de un cáncer de próstata y las consecuencias de la cirugía fueron la falta de erección y por lo tanto de deseo sexual, con lo cual mi vida con Graciela se está desbarrancando. Ella me quiere y yo a ella, pero tarde o temprano buscará un hombre que satisfaga sus necesidades sexuales. Y no la puedo culpar.

-Julio. Pará. Consulta otro médico, hoy en día hay tratamientos...

-Dejame terminar Eduardo. Lo mío es irremediable y si tengo esta conversación con vos es porque hice todas las consultas médicas posibles y analicé todas las opciones.

-No entiendo que papel juego en tu historia.

-Ya viene. Si hay alguien en quien yo confiaría esto es a vos.

-Explicate.

-Eduardo, quiero que mañana te acuestes con Graciela. Y sigas haciéndolo a partir de allí para poder mantener el matrimonio a pesar de mi condición.

-Julio, dejate de embromar.

-Eduardo, es en serio. Mañana te llamo para combinar. Chau.

Dejó unos pesos sobre la mesa en pago de los cafés, me saludó y se fue con rapidez. Me asombró su determinación; lo claro que tenía elaborado el tema; la solución que había imaginado.

Cuando llegué a lo de Cristina un rato después, no podía dejar de pensar en la conversación con Julio, me parecía totalmente ridícula, una broma.

Le conté a Cristina lo mejor que pude esperando que le pareciera tan alocada como a mí. Su respuesta me asombró.

-Es natural que Julio haya imaginado esa solución. La base de su relación fue el amor y el sexo. El amor sigue vigente y el sexo lamentablemente no. Entonces es lógico hacer ingresar en la pareja lo que falta por medio de un tercero. En este caso vos.

-Pero, eso sería mentiroso. Graciela estaría traicionándolo con otro hombre.

-No, Graciela estaría cogiendo con otro, estaría sacándose la calentura, llamalo como quieras, pero no estaría traicionando la confianza de Julio. No le estaría siendo infiel. Yo en tu lugar estaría halagado de que hayan pensado en alguien a quien consideran un amigo.

Me fui rápido de su casa, necesitaba pensar y aclarar mis ideas. Quizás era cierto y Julio y Graciela necesitaban de mi colaboración para salvar su matrimonio. Y pensándolo bien no estaría mal cogerme a Graciela, aunque fuera una sola vez.

Todo sea por un amigo.

Graciela era una morocha de pelo lacio, flaca y bien formada, con un buen par de tetas, un culo redondito, vientre chato, en suma estaba más que bien. Y si era cierto que en su relación con Julio no existían los límites no estaría mal probar suerte.

A la mañana siguiente bien temprano llamé a Cris para pedirle ayuda.

-Cris, se me ocurrió que sería bueno invitarlos a tomar un café en tu casa, -que es un terreno neutral- y que después, Julio y vos desaparezcan con alguna excusa. Una vez solo con Graciela, pasará lo que tenga que pasar.

-Me parece bien. Preparo un café, unas masitas y después nos vamos con Julio a visitar a una tía anciana que desvaría y que intentó asesinar a mi primito.

-Cris, no me jodas. Estoy bastante preocupado con este asunto.

-A las siete, ¿está bien?.

-Muy bien. Nos vemos a las siete, chau.

Cuando Julio me llamó poco después le conté lo que había programado y le pareció excelente. Quedamos en encontrarnos a esa hora en la casa de Cristina.

Llegué un rato antes para supervisar todo. Revisé el dormitorio, el baño, la sala, el café, las masitas, hasta las servilletas. Me paseaba como un león enjaulado.

-Pará Eduardo, es una cogida con una mina que está muy apetecible, no es la coronación de la reina de Inglaterra. Lo único que tenés que hacer es cogértela. Y punto.

-Cristina para vos que estás afuera de la cuestión es fácil, pero para mí...

El timbre interrumpió nuestra discusión. Las siete en punto.

-Llegaron.

-Voy a abrir.

-Graciela, Julio, ¿qué tal?.

El primer vistazo fue como una patada en la mandíbula. Graciela estaba espléndida. Su pelo negro brillante, su cutis blanco, sus ojos negros con algo de pintura, sus labios rojos. Con un traje negro de pollera no muy corta y saco cruzado negro, un pañuelo rojo al cuello, unos zapatos negros de taco alto que estilizaban su figura. Quizás era buena la idea de Julio.

Las boludeces de rigor en las reuniones sociales; el estado del tiempo, la televisión, algo de política pero no mucho, etcétera, etcétera.

Terminamos el primer café y Julio anunció que tenía que salir por un par de horas para ir a ver a un pariente enfermo. Cristina ni lerda ni perezosa le pidió si la podía alcanzar hasta un lugar próximo.

-No, Cristina. Lo lamento pero voy para otro lado.

Nos miramos Cristina y yo, sin entender un carajo.

-Quédense ustedes con Graciela, que yo voy y vuelvo lo antes posible.

El cabrón había introducido una pequeña modificación al libreto original. Su idea era que Cris y yo atendiéramos a su mujer; antes de que pudiéramos articular palabra, escuchamos el ruido de la puerta cerrándose detrás de él.

Nos miramos Cristina y yo y la miramos a Graciela, quien no pareció darse cuenta de nuestra turbación.

Cristina reaccionó segura como siempre lo hace y levantándose de su silla, se acercó a Graciela que estaba sentada en un sillón; la tomó de las manos y tirando con suavidad la hizo parar.

Ella la miraba fijamente intentando adivinar sus próximos actos; se incorporó y quedó a escasos centímetros de Cristina. Cris le tomo la cara con las dos manos y le estampó un beso en los labios. Graciela entrecerró los ojos y comenzó a responder al beso. Cris dejó que sus manos bajaran por su cuello, siguió por sus hombros y sus brazos y con total naturalidad comenzó a acariciarle las tetas por sobre la ropa. Graciela que estaba con sus brazos caídos al costado del cuerpo, no tardó en imitarla y por unos minutos estuvieron besándose y acariciándose una a otra con gran intensidad. Los suspiros de las dos sobresalían por sobre la música suave de la radio. Ya estaba claro que no había vuelta atrás.

Una vez más Cris tomó la iniciativa y preguntó: -¿Vamos al dormitorio o nos quedamos acá?.

-Vamos-, fue la contestación.

Abrazadas iniciaron el camino, conmigo siguiéndolas detrás. Al entrar, Cristina comenzó a desprenderle el saco. Con un movimiento de hombros se desembarazó de la prenda mostrándonos sus tetas grandes y firmes debajo de un corpiño de encaje. Cristina siguió con su pollera que cayó al suelo con un murmullo. La tanga negra dejaba entrever un cuerpo joven y cuidado. No tardó más que unos segundos en quitarse los zapatos y las medias, sacarse el corpiño y bajarse la tanga, quedando totalmente desnuda sólo con su pañuelo rojo al cuello. Estaba cuidadosamente depilada, y todo su cuerpo era un monumento a la sensualidad que admiramos unos instantes.

Cris comenzó a quitarse el vestido de algodón que traía, siguió con los zapatos y las medias dejando al descubierto un conjunto de corpiño y tanga blanco de encaje que no le conocía pero que le sentaba de maravillas. De su cuerpo ya he comentado lo suficiente, pero hoy estaba magnífica; una verdadera diosa. También se quitó la ropa interior quedando desnuda por completo. Por unos segundos quedaron una frente a otra intentando decidir quien tomaría la iniciativa.

Las dos me miraron como invitándome a hacer lo mismo que ellas, y no me demoré en hacerlo. Un minuto después estábamos los tres abrazados besándonos, uniendo nuestros cuerpos, acariciándonos, entrelazándonos parados en el centro del dormitorio.

Como obedeciendo una orden anónima, cada una de ellas me tomó de una mano y me llevaron hasta la cama. Me empujaron hasta que quedé acostado en el centro con Cristina a un lado y Graciela al otro. Graciela se inclinó sobre mí y comenzó a besarme con su lengua abriéndose paso entre mis labios al tiempo que Cristina comenzó a acariciarme comenzando por el pecho y descendiendo hasta encontrar mi pija; empezó pajearme con la lentitud y fuerza que ya conozco muy bien y logró en un santiamén mi erección. Más pronto de lo que me hubiera gustado Cristina se desentendió de mí y se colocó detrás de nuestra invitada acariciándole con ambas manos el culo y las tetas, recorriéndola con la punta de los dedos con increíble suavidad. Graciela fue bajando lentamente hasta empezar a chuparme la pija y juguetear con mis huevos y puedo asegurar que era muy buena en ese trabajo Mientras tanto Cristina había empezado a besarle la espalda bajando hasta su culo; comenzó lamiendo sus nalgas hasta que ubicó su agujero; los gemidos de nuestra invitada me indicaban que la lengua de Cristina estaba haciendo una buena tarea. Un minuto después Graciela se incorporó y se sentó sobre mi pelvis; no tardó en metérsela comenzando suaves movimientos; subía y bajaba echándose un poco hacia atrás para que se frotara su clítoris. Cristina en tanto le acariciaba las tetas, pellizcando sus pezones, algunas veces creo con demasiada fuerza. Deben haber pasado tres o cuatro minutos cada una en su tarea; era fascinante ver la expresión de Graciela, se la notaba relajada y gozando plenamente, no emitía un solo sonido. Así en completo silencio llegó a su orgasmo con un largo y profundo suspiro.

Recién entonces pronunció sus primeras palabras desde que entramos al dormitorio. Fue para decir: -Gracias a los dos; lo necesitaba realmente.

Cristina tan oportuna y delicada en sus comentarios acotó: -Hermana, esto recién empieza. Por si no lo notaste ni Eduardo ni yo empezamos a gozar. Y buena falta nos hace.

Reaccioné intentando tranquilizar: -Cristina, por favor.

-Cristina las pelotas. Si no me equivoco, después de la dieta que tuvo, Graciela necesita algo más que un orgasmo para estabilizar su metabolismo.

-Podés tener la plena seguridad.-, le respondió.

El cambio en la actitud de Graciela fue notorio, de la callada y pasiva de la primera parte pasó a dominar la escena, por supuesto que con nuestro beneplácito. Tumbó a Cristina sobre la cama, le abrió las piernas y empezó a chuparle la concha con largos lengüetazos.

Cristina jadeaba por el tratamiento y la alentaba: -Más adentro, Graciela, más adentro. Así, así.

Mientras tanto yo y para no quedar fuera del juego, me dediqué a las tetas de Cris; mis manos y mi boca completaban la tarea de Graciela.

En poco tiempo Cris acabó en la boca de ella y tal es su costumbre con sonoras exclamaciones de placer.

Cada una había tenido su satisfacción, el único que restaba era yo, que a esa altura era un incendio.

Graciela me sondeó: -¿Te viene bien por atrás?

Cristina respondió por mí: -Cualquier agujero es bueno. Hasta por la oreja si entra.

-¿Tenés alguna crema?

-De variados colores y con sabores diferentes. En casa nunca faltan los artículos de primera necesidad.

-Traéla por favor.

Cristina no tardó en regresar con un pote de crema; prolijamente se dedicó a untarle el ano aprovechando para meterle un dedo. Cosa de no perder la ocasión. Estuvo varios minutos en la tarea, cosa que Graciela disfrutaba sonriendo.

Imitándola tomó una buena porción y se dedicó a embadurnármela, haciéndolo con lentitud. Me concentré en sus caricias y si hubiese querido seguir pajeándome toda la noche no me hubiera negado.

-Listo. Ahora sí.

Se puso en cuatro patas sobre Cristina quien le empezó a chupar las tetas; me coloqué en posición y empecé a empujar introduciéndosela. Poco a poco, por una parte se fue distendiendo y por la otra seguí empujando hasta que mi vientre chocó con sus nalgas. Primero con suavidad y luego con algo más de energía empecé a bombearla; la crema cumplía su función perfectamente haciendo que mi movimiento fuera fluido y suave.

Al cabo de unos minutos dijo: -Más rápido, Eduardo. Más rápido.

Obedecí como un autómata incrementando la cadencia; mi pija entraba y salía a un ritmo ideal.

Sabía que en poco tiempo más iba a acabar; intenté demorar la eyaculación, pero no lo logré más que en unos segundos. Aflojé un poco y casi simultáneamente la escuchamos decir: -Estoy acabando. Ahhh. Que delicia.

Nos recostamos boca arriba uno al lado del otro, satisfechos.

Cristina le preguntó: ¿Estuvo bien para vos?

-Sensacional. Dos polvos en una noche después de tanto tiempo. La verdad que me hacía falta. ¿Qué hora es?

Miré el reloj en la mesa de luz. –Las ocho y media pasadas.

-Julio debe estar por llegar. ¿Me puedo dar una ducha?

-¿Y si no le abrimos y seguimos cogiendo?- preguntó Cristina.

-Cris, sensatez por favor.

-Bueno, por lo menos lo intenté. Pero cuanto menos nos podemos duchar juntas. ¿Sí?

Y allí fueron las dos; la puerta del baño se cerró y mi imaginación empezó a trabajar estimulada por los murmullos que llegaban apagados y las risas que destacaban por sobre el sonido del agua.

No tardaron demasiado en regresar desnudas y sonrientes; se vistieron con lentitud dejándome admirarlas. Incluso creo que eso era parte de un show que habían preparado; los resultados sobre mi aparato fueron inmediatos. Ambas lo notaron riéndose con picardía. Se me acercaron desde ambos lados, se agacharon sobre mí y cada una depositó un beso sobre mi erección.

Graciela dijo: -Mejor lo conservamos para otro día.

Y Cristina agregó: -Que va a ser muy pronto.

Se incorporaron invitándome a hacer lo mismo; a regañadientes me levanté y me vestí.

Regresamos a la sala y no deben haber pasado más de un par de minutos cuando sonó la chicharra del portero eléctrico. Atendió Cristina y la escuché decir: -Sí, pasá.

Volviéndose hacia nosotros y dirigiéndose a Graciela: -Tu marido.

Fue hasta la puerta y la abrió esperando la llegada de Julio.

Cuando él entró nos miró con curiosidad intentando ratificar lo que debía haber pasado.

Graciela se le acercó sonriendo y le dio un beso en los labios, lo que fue la confirmación que él esperaba.

-Bueno, nos vamos. Espero que pronto nos reunamos en casa para tomar otro café.

Se cerró la puerta y pensé: -Bueno, todo sea por un amigo.