Todo queda en familia: Pillados

Oí la puerta, pero no era Javi, sino mi padre. Nada más entrar me vio completamente desnuda, a cuatro patas esperando a mi Amo. Me miró alucinado, pero no dijo nada... y yo tampoco.

Todo queda en familia: Pillados

JAVI

Miraba a Cris de reojo de vez en cuando mientras fingía estar muy interesado en la sección deportiva del periódico. Mi padre y yo cruzamos un par de palabras pero no hablé con mi hermana. Lo que si noté fue que él la miraba de manera extraña, diferente. Con cierta… ¿lujuria? Sí, esa es la palabra. Me pregunté si sería casualidad o es que hasta ese día yo no me había percatado. O si, más que casualidad, era el resultado de que nos oyese la noche anterior.

Al cabo de unos diez minutos mi padre dijo que se iba, que había quedado para comer y volvería ya por la noche. Oímos la puerta de la calle cerrarse pero ninguno se movió.

  • ¿Y bien? – dije por fin. Cris me miró, confundida – creí haberte dicho que en mi presencia tienes que estar a cuatro patas.

  • Lo siento, Amo – dijo adoptando la posición.

  • Me voy a la ducha – dije – desnúdate y haz la comida. Ah, por cierto, en mi presencia quiero que tengas siempre los pezones duros. No quiero perder tiempo en tener que endurecerlos si me apetece usarlos.

  • ¿Desnudarme? ¿Y si me ve alguien por la ventana? – pareció que la primera parte de mi orden no terminaba de convencerla.

  • Que te desnudes, no me hagas repetirte las cosas, joder – me fui hacia la puerta – Cuando baje comemos, date prisa. Tenemos pendiente tu castigo.

  • Sí, Amo.

CRIS

Mientras me pellizcaba los pezones con fuerza hice lo que Javi me ordenó, en parte asustada y en parte excitadísima. Estaba tan atenta a cualquier ruido por mínimo que fuese que indicara que mi hermano ya había bajado, que en cuanto oí el sonido de una puerta abrirse, terminé de servir su comida en un plato – a mí no, no lo haría hasta que me lo ordenase – y me coloqué de nuevo a cuatro patas, delante de su silla.

Lo que sucedió a continuación fue uno de los peores sustos de mi vida. Efectivamente, el sonido había sido el de una puerta.

  • Me he dejado… - oí, mientras veía que agarraban el pomo y entraban.

Pero no era Javi. Era mi padre.

El corazón me dio un vuelco. Él entró y lo primero que vio fue a mí, desnuda a cuatro patas con las piernas lo más abiertas que podía y el culo ligeramente alzado, delante de la silla, con los pezones duros.

Al verme no dijo nada. Mi reacción debería haber sido levantarme e intentar justificarme, como mínimo, pero me quedé totalmente paralizada mirándole a los ojos, avergonzada. Él fue hasta la mesa, donde estaba su cartera, la cogió y se fue sin mirarme ni decir nada.

Permanecí a cuatro patas. Me costó un rato que los latidos de mi corazón recuperasen un ritmo normal. ¡Mi padre me había descubierto! Si ya me dio muchísimo corte un par de años atrás, cuando me pilló masturbándome, - y eso que estaba dentro de la cama, tapada y apenas vio nada – no quería ni imaginar lo incómodo que sería cuando nos topásemos la próxima vez.

Mentiría si dijera que, pese a lo asustada que estaba, mi coñito no se mojaba recordando su expresión. Al principio pareció asustado, o sorprendido, pero después... Y además, si se hubiera enfadado me habría dicho algo, ¿no? Por un momento me imaginé que se uniera a nuestra aventura y mi coño ardió. Pero enseguida deseché la idea.

JAVI

Cuando bajé a la cocina ya estaba mi plato en la mesa y mi hermana permanecía a cuatro patas.

  • Comerás normal, como una perra tardarías mucho, prepara un plato – dije. Había quedado por la tarde y tenía poco tiempo.

Ni siquiera se movió.

  • ¡Eh! – grité.

Cris se asustó y me miró, saliendo de su ensimismamiento.

  • ¿Sí, Amo?

  • ¿En qué estás pensando, guarra? He dicho que te sirvas y comas normal, hoy estamos escasos de tiempo – repetí – Y calladita.

  • Sí, gracias, Amo.

Se sirvió y se sentó frente a mí. Me levanté y fui hasta ella.

  • Aunque comas normal, no te sientes normal – ordené – Las piernas bien separadas, las putas no juntan las rodillas. Y las tetas encima de la mesa – se las coloqué, pellizqué sus pezones y me volví a mi sitio.

Con una mano empecé a comer, pero la otra no pudo evitar tocar mi polla. Verla así, sometida, me ponía cachondísimo. Después de un rato, Cris rompió el silencio.

  • Amo, ¿puedo hablar?

La miré, contrariado. Esperaba que mi mirada indicase una respuesta negativa, pero ella insistió y cedí.

  • Es… es importante, Amo.

  • Bueno. Habla.

  • Ha… ha pasado algo, Amo… mientras estabas en la ducha papá ha venido porque se ha dejado la cartera.

El tenedor se me escapó de la mano y chocó contra el plato.

  • ¿Cómo dices? – pregunté con los ojos muy abiertos - ¿ha entrado aquí? ¿Te ha visto?

  • Sí, Amo, me ha visto.

  • ¿Y qué ha dicho? ¿Qué ha hecho?

  • No ha dicho nada, Amo. Me ha mirado, ha cogido su cartera de encima de la mesa y se ha ido.

  • Entiendo.

  • ¿Qué vamos a hacer, Amo?

  • Comer y castigarte – respondí con desdén.

  • Me refiero… a lo de papá.

  • Nada. Si no ha dicho nada, a lo mejor es que no le parece tan mal, ¿no? Ya hablaré yo con él, no creas que no me he dado cuenta de cómo te comía con los ojos esta mañana.

Mira, a lo mejor vino bien que ayer gimieses como una zorra, igual nos ha oído.

  • Pero Amo, no sabría ni cómo mirarle a la cara

Me reí con cierta ironía.

  • Bueno, yo te pillé comportándote como una puta y ahora hasta me suplicas que te folle, ¿no?

  • Sí, Amo, pero

  • No hay peros, cállate de una vez. Ya hablaré yo con papá… a lo mejor nos sorprende.

CRIS

Javi me ordenó subir a su habitación.

  • He dicho que hay prisa, zorra, ¿no puedes andar más deprisa o qué?

  • Sí, Amo, lo siento mucho – me disculpé, tratando de ir más rápido, en la medida en que mi postura de perra me lo permitía.

Cuando llegamos me hizo subir encima de su mesa, que estaba, por primera vez en mucho tiempo, completamente despejada de papeles.

  • De rodillas, mirándome – dijo – eso es. Las manos a la espalda.

Cogió una caja de cartón que tenía al lado y empezó a sacar cosas de ella. Me quedé alucinada.

  • Pensaba follarte el culo como castigo, pero he pensado que eso después te acabará gustando, así que no es justo – no pude evitar suspirar aliviada. Pensé que eso quería decir que de momento no lo haría, pero me equivoqué – lo complementaremos con eso, pero lo más acertado será una buena azotaina. ¿No crees, perrita mía?

  • Sí, Amo, como desees.

  • Eso pensaba.

Lo primero que sacó fueron unas esposas, con las que unió mis manos tras la espalda. Después algo metálico que escondió en la mano.

  • Hum… están duritos… - dijo refiriéndose a mis pezones, retorciéndolos.

Cuando consiguió endurecerlos aún más, me mostró lo que segundos antes había visto: un par de pinzas metálicas unidas por una cadenita. Aprisionó cada pezón en una de ellas. El dolor era muy agudo, parecía que fuese a arrancármelos de cuajo, sobre todo cuando él mismo movió las pinzas de un lado a otro. Pero tuve el suficiente sentido común como para no decir nada.

Después cogió un rotulador negro permanente, de esos que no se borran. Agarró mi teta izquierda y dibujó algo debajo del pezón, una especie de triángulo invertido con una J dentro.

  • Esta es la marca de tu Amo, y tiene que estar siempre visible, ¿entiendes, perra? Siempre. Quiero que todas las mañanas la repases. Si algún día por algo has de quitártela lo hablaremos, pero hasta nueva orden llévala siempre. ¿Está claro?

  • Sí, Amo.

Giró mis caderas y me hizo recostar las tetas y la tripa encima de la mesa. Siguió enseñándome cosas. Lo primero fueron dos bolas bastante grandes unidas por una cuerda blanca.

  • Esto son bolas chinas, te las meteré ahora en ese coño abierto de guarra calentorra y las llevarás siempre si no hay órdenes que indiquen lo contrario. Como te he dicho antes, cuando haga falta quitártelas me lo dices y lo hablamos. Pero por norma las llevarás. Sin correrte, por supuesto.

Nada más pensar en ello mi coño se encharcó más. Lo que vino después me hizo menos gracia.

  • Bolas anales – me las mostró. Eran bolitas pequeñas, de más pequeña a más grande, seis o siete en fila, todas juntas con una especie de asa al final.

  • Y ahora – le oí decir a mi espalda – lo que estarás esperando desde hace rato. El instrumento con el que serás azotada.

Era un látigo. Un gran látigo de mango grueso con un montón de tiras de cuero. Lo dejó por allí cerca y le noté detrás de mí. Me metió las bolas chinas de un golpe seco en el coño y gemí.

  • Espero que sepas estarte calladita, zorra. No tendré que amordazarte, ¿verdad?

  • No, Amo, estaré callada.

  • Bien.

Su mano empapada de mis flujos se dirigió a mi culo. Empezó a meter un dedo, delicadamente, metiéndolo y sacándolo hasta que, pasados unos minutos, consiguió que entrase entero.

  • Muy bien, perrita, ahí van las bolas. Relájate o será peor. No pienses ni por un momento que si contraes el culo no te lo abriré. Te lo follaré igualmente, pero si lo cierras te dolerá todavía más. Aquí mando yo, ¿estamos?

  • Sí, Amo, por supuesto.

Las primeras bolitas no entraron mal. Eran muy pequeñas y empezó a hacer un movimiento de meter y sacar que incluso parecía placentero. Las siguientes entraron con mayor dificultad, pero nada exagerado. La más grande debía tener el grosor de un dedo, y eso ya me había cabido, al fin y al cabo.

Cogió el látigo y siguió detrás de mí.

  • ¿Seguro que no tendré que amordazarte? No me importa hacerlo ahora mismo. Pero si me haces interrumpir el castigo para taparte la boca me enfadaré mucho.

  • No hará falta, Amo.

  • Me gusta eso, perrita.

El primer azote lo descargó sin aviso previo. Cerré los ojos por el dolor y me moví hacia delante. Las pinzas acusaron el contacto y los pezones me ardieron. Conseguí no gritar.

Descargó quince azotes en cada nalga con fuerza, rompiendo el silencio de un golpe seco cada vez que el látigo aterrizaba en mi piel.

  • Las piernas más abiertas – dijo.

Cuando terminó de azotarme me cogió de las caderas, levantándome un poco el culo.

  • Voy a encularte, así que ahora sí te amordazaré, no me gustan los gritos. Mejor prevenir. Pero antes voy a permitir que me chupes la polla para que me cueste menos. No te quejarás, ¿eh?

  • Gracias, Amo.

Me agarró del pelo y me la clavó hasta el fondo. Estuvo moviéndome la cabeza un rato. Poco a poco iba notando cómo se ponía más y más dura. No sé si lo había dicho hasta ahora, pero, aunque de larga es más bien normal, la polla de mi hermano es bastante gorda. Sólo pensar en que me taladrase el culo con eso me asustaba muchísimo.

Cuando lo estimó oportuno me la sacó y cogió la mordaza. Era la típica tira de cuero con una bola en medio. Me la puso y me sentí incómoda. Tenía que abrir mucho la boca y me dolía la mandíbula.

Oí un ruido, como de un bote al abrirse. Al momento me sacó las bolas anales y algo grasiento – que luego supe que era vaselina – invadió mi ano, y mi hermano empezó a meter y sacar dedos. Al principio le costaba mucho, pero poco a poco mi esfínter se fue relajando.

  • Creo que tu culito ya está preparado… - dijo sacando los dedos y limpiándose en mi cuerpo – tranquila… no te preocupes, acabará gustándote antes o después. Lo voy a usar bastante, así que terminará por darse de sí.

Noté la punta en la entrada intentando abrirse paso. Empujó un poco. Cerré los ojos y me di sin querer en los dientes con la bola.

  • ¿Duele? – preguntó.

Asentí con la cabeza, que era lo único que podía hacer.

  • Pasará.

Empujó un poco más y se quedó parado. Sus manos agarraron mis tetas y las apretó, tocando las pinzas. Después las dejó caer y chocaron contra la mesa. Al cabo de un rato el dolor fue pasando. No del todo, pero inexplicablemente, aunque me dolía, mi coñito respondió mojándose. Javi lo notó y me sacó las bolas chinas de un solo tirón. Gemí.

  • Parece que ya te va gustando, eh putita.

Volví a asentir con la cabeza. Me metió las bolas de otro golpe y las dejó dentro. Sacó la polla entera de mi culo y volvió a meterla, poco a poco. Notaba cómo mi ano se iba dilatando y cada vez le costaba menos, pese a que aún me dolía ligeramente. Mientras metía y sacaba su miembro de mi interior me dio varias palmadas en el culo. No lo entendía, ¿cómo era posible que, después de tantos azotes y tener la zona ardiendo, me pusiese caliente que me siguiera dando? Me agarró de las nalgas, apretando y clavándome las uñas.

  • Me corro, puta… me corro… - exclamó al tiempo que sus manos me azotaban por las tetas, el culo y la tripa.

Noté el primer disparo de semen caliente que me llenaba entera y cómo su polla, aprisionada en mi ano recién desvirgado, se contraía en espasmos de placer. Terminó de correrse y relajó los músculos y la presión sobre mi cuerpo, pero no me sacó la polla hasta pasados unos minutos, ya flácida. Cuando lo hizo, noté cómo su semen me resbalaba.

  • Qué guarra, parece que cagues leche – se burló.

Vino a quitarme la mordaza. Tragué saliva y abrí y cerré la boca varias veces.

  • Gra… gracias Amo.

Me dio golpecitos con su polla en las mejillas y alrededor de la boca.

  • Límpiala.

Miré sin poder evitarlo con cara de asco, y me dio una torta.

  • La sangre es tuya, guarra. He dicho que la limpies, venga. No tenemos todo el día, hay que terminar tu castigo.

Pensando que podía tragarme todo lo que había ahí, que no sería solo sangre, hice un enorme esfuerzo y lamí con desgana, limpiando todos los restos.

Después Javi me agarró y me quitó las esposas y me situó los brazos a ambos lados del cuerpo.

  • Si vas a estarte quieta no te esposo. No quiero que muevas las manos.

  • Sí, estaré quieta, Amo.

  • Y me gustaría que tampoco gritases, no quiero amordazarte por si tengo que usar tu boca otra vez.

  • No gritaré, Amo.

Cogió el látigo, me abrió las piernas y se situó delante de mí. Descargó un latigazo en mi teta izquierda. No me lo esperaba, pensaba que aquellas pinzas ya eran castigo suficiente y, aunque no grité, me llevé sin querer la mano a la zona dolorida.

  • ¡Qué te acabo de decir, estúpida!

  • Lo siento, Amo, no me he dado cuenta… no me lo esperaba… pensaba que

  • Nadie te ha mandado pensar. Sube los brazos.

Con brusquedad me juntó las manos por encima de la cabeza y me las esposó.

  • A ver si así te estás quieta de una puta vez. Veinte azotes en cada una en vez de quince como tenía pensado. Y si gritas serán muchos más. A ver si te enteras de quién manda aquí. Vamos, empieza a contarlos, sin tener en cuenta el primero.

Fue alternando de una teta a otra, por diferentes zonas: empezó por arriba, justo debajo del pecho, y acabó abajo, entreteniéndose especialmente alrededor de los pezones, como si no fuesen suficiente tortura las pinzas.

"Bueno, ya ha terminado" pensé cuando descargó el número cuarenta.

Me cogió de la cintura para ayudarme.

  • Baja de ahí y súbete a mi cama, tumbada bocarriba, perrita.

Agradecí el cambio de postura y tener algo blando sobre lo que apoyarme. Javi ató con cuerdas cada uno de mis tobillos a una especie de barras que había a los lados de la cama.

Empezó a frotar mi clítoris y jadeé con intensidad.

  • Sí… Amo, estoy muy caliente – murmuré.

  • Pero mira que eres guarra, da igual lo que te hagan que acabas encharcada – dijo despectivo, limpiándose en mi cuerpo.

Agarró el látigo y me temí lo peor. Por un instante se me pasó por la cabeza suplicar, pero deseché la idea.

  • Aquí sólo diez. No aguantarías más.

Fueron con diferencia los que más me dolieron. Intentaba cerrar las piernas como un acto reflejo pero me era imposible, así que mi coño indefenso quedaba expuesto a todos los azotes. Al ser los últimos se recreó en cada uno, haciéndolo lentamente y con mucha fuerza. Después del octavo, pese a que sabía que me arriesgaba a que el castigo aumentase, dije con un hilo de voz:

  • Amo por favor, ya no más. Me duele muchísimo.

  • Cállate, puta, he dicho que no quiero oírte.

Pegó los dos últimos con especial fuerza, pero conseguí no gritar.

  • No ha estado del todo mal, si no fuera porque sigues empeñada en hablar sin tener que hacerlo. Y encima estás cachonda perdida, ¿no? – para cerciorarse de sus palabras volvió a frotar mi clítoris con dos dedos.

  • Sí, Amo

  • Pues espera, cerda.

Cogió mi vibrador, que lo había guardado en la caja donde tenía los demás utensilios y lo sustituyó por las bolas chinas. Lo metió hasta el fondo y puso la vibración al máximo.

Se sentó en una silla delante de mí con un reloj en la mano.

  • Te doy tres minutos. Si no te corres, peor para ti, te irás caliente como una perra en celo.

No me costó demasiado. El vibrador era muy potente, y las protuberancias que tenía al final estimulaban mi clítoris con pequeñas descargas. Noté una especie de cosquilleo por todo el cuerpo que me hizo tensarme y agarrar con fuerza la colcha. Me mordí el labio inferior. El hormigueo empezó a subir y a subir hasta explotar, provocándome un montón de grandes y pequeñas descargas.

  • Ahhhh, Amo, me corro… ahhhhhhhhhhhh

No me importaba nada. Ni los vecinos, ni mi padre, ni los castigos, ni que me viesen… Sólo disfrutaba de mi orgasmo, atada a la cama de mi hermano, con el vibrador incrustado y mi coño chorreante y palpitante.

Los espasmos pararon y mi cuerpo abandonó poco a poco la rigidez. Suspiré profundamente y ladeé la cabeza, agotada.

Javi se acercó hasta mí y me desató sin decir nada.

  • Gracias, Amo – murmuré con un hilo de voz entrecortada.

Me sacó el vibrador y me hizo lamerlo para limpiarlo. Después me quitó las pinzas con delicadeza, me desató y me liberó de las esposas. Lo guardó todo en la caja, mientras yo permanecía inmóvil esperando alguna orden.

  • Yo me lo quedaré todo, incluido el vibrador. Al fin y al cabo sólo te correrás con mi permiso.

  • Muy bien, Amo.

  • Delante de papá nos comportaremos como siempre, aquí no ha pasado nada, ¿está claro? Cuando quiera usarte ya te lo haré saber.

  • Sí, Amo.

  • Ahora vete, por hoy ya está bien.

Y salí de su habitación, alucinada, preguntándome si realmente había sucedido o todo había sido fruto de mi mente calenturienta. Pero las marcas de mi cuerpo demostraban que era cierto… y todo lo que vino después, también. Pero eso, como dijo Kipling… eso es otra historia.

NOTA: Para escribir a Cris podéis seguir haciéndolo como hasta ahora. Si alguien quiere hablar con Javi directamente puede escribir a kraftwerk78@yahoo.es