Todo por una Película homosexual.
Ese día estaba de lo más aburrida. Era sábado, pero faltaba mucho para que fuera de noche, y los sábados no son nada hasta que oscurece. Mis dos mejores amigos tenían compromisos en la tarde, o eso me habían dicho, por lo que reunirme con ellos se convirtió en un gran no antes de siquiera pensarlo.
Ese día estaba de lo más aburrida. Era sábado, pero faltaba mucho para que fuera de noche, y los sábados no son nada hasta que oscurece. Mis dos mejores amigos tenían compromisos en la tarde, o eso me habían dicho, por lo que reunirme con ellos se convirtió en un gran no antes de siquiera pensarlo. Entonces recordé que Erick (mejor amigo), me había prestado una película. En ese momento debí suponer que era el tipo de película que obligatoriamente tendría que ver en mi habitación, con la puerta cerrada; pero como no había más nadie en casa, me dije: ¡a la mierda! Y decidí verla en la sala, en ese enorme televisor LCD que tan acostumbrado estaba de transmitir los partidos de fútbol que mi padre tan fielmente miraba. Inserté el disco en el reproductor de video, tomé el mando y me acomodé en el enorme sofá que, según papá, era para su uso exclusivo. Me terminé de recostar y oprimí el botón «Play», reproducir. Y el aparato comenzó a transmitir la película. Bastaron pocos segundos para reconocer que se trataba de una película de temática homosexual... trágica; el tinte que escogen la mayoría de los cineastas al momento de realizar dichas películas. Menos tiempo tardé en notar que los protagonistas eran unos dioses, y si no lo eran estaban bastante cerca. Habían sido esculpidos con sumo cuidado, remarcando detalladamente cada centímetro de piel, escogiendo los tonos correctos, pincelados de la manera adecuada... en resumen —y como ya dije— unos dioses. Aunque tanta perfección no generaba nada en mí, me gustaba admirarlos, porque cada ser humano es bello a su propia manera, pero no me generaban absolutamente nada.
Sentí tremenda decepción cuando vi que cortaron la escena erótica. Odiaba cuando hacían eso. Tal vez lo hacían para no herir susceptibilidades, aunque a mí más bien me parecía que era debido a la ineptitud, o al temor de convertir algo erótico en vulgar y pornográfico, por eso se iban por lo seguro. Suspiré. Dejé que algo de esa trágica tensión contagiada por
el melancólico fluir de esas escenas cinematográficas me hundiera en un estado de meditación extrema. Dejé que la empatía me condujera por senderos prohibidos. Imaginé que era yo quien me encontraba en una situación como la que veía, creyéndolo algo muy lejano, algo poco posible. — ¡Qué estás viendo! Interrumpieron mi ensimismamiento. Me alarmé y me levanté con brusquedad cuando reconocí la chillona voz de mi madre. Miré el televisor, ahí estaba la escena erótica que tanto había pedido. A buena hora decidió aparecer. — ¡Asia Damaris! —gritó con más brusquedad (lindo nombre, ¿no?) — ¿Qué es eso? —señaló. —Pues, una película —contesté con mi característico tono petulante —En serio, madre, ¿seguro no necesitas lentes nuevos? No me contestó, en lugar de eso caminó en mi dirección, me arrebató el control de las manos y apagó el televisor. — ¿Eres lesbiana?
Típica reacción. Te ven viendo algo gay y ya piensas que eres gay. No es que mi madre estuviera equivocada, pero me gustaban mucho las películas heterosexuales, y siendo lesbiana, verlas no me había hecho cambiar de opinión. De la misma manera que una película homosexual no me había hecho lesbiana. ¡Ah, la gente y sus ideas estúpidas! —Mamá —suspiré — no quiero herir tu susceptibilidad, pero el ver una película homosexual no me hace homosexual. — ¡Entonces, qué significa! —exclamó con esa molesta voz. —¿Sabes?, si ves una película de vampiros no terminas convirtiéndote en uno, lo mismo aplica con las películas de fantasmas, hombres lobos... ¡Ah! y el que ame las películas sobre asesinatos no quiere decir que también sea una asesina serial. Por lo menos no recuerdo haber matado a nadie —reí divertida. —No me trates como tonta, jovencita. —Hizo presencia su mirada asesina y hasta entonces sentí verdadero temor — Ya sabía yo que ese jovencito, Erick, te estropearía... — ¡Mamá! —Grité indignada — No te atrevas a decir algo sobre Erick... —Entonces, explícate. «Por supuesto que no», pensé. Mamá no sabía nada, y no iba a salir del closet cuando estaba tan malditamente enfadada. Ese era un tema que debía tocar en un momento más relajado, cuando ella estuviera tan tranquila que sólo me contestaría: «ah sí, ya lo temía». Y no haría más alboroto que ése. —Es una película romántica como cualquier otra, no le veo lo malo —traté de explicarme. —Nada de malo. ¿Crees qué es normal que dos hombres hagan...? —titubeó —¿hagan eso? —El amor no tiene... — ¡Oh! —Interrumpió — El amor sí tiene género, no me vengas con esas estupideces. ¡Ahora mismo quiero que me digas por qué estabas viendo esa porquería! — ¡La estaba viendo, porque tu hija es tan mujer y ama tanto los penes que los pide en porción doble! Cachetada.