Todo por una película homosexual 3

Había estado loca por haber creído que podría dormir. Enterré mi cabeza en la almohada y cerré los ojos fuertemente, pero nada daba resultado.

Había estado loca por haber creído que podría dormir. Enterré mi cabeza en la almohada y cerré los ojos fuertemente, pero nada daba resultado. Noté los brillosos dígitos del reloj digital que Denise había colocado, estratégicamente, frente a la cama: 9:31. ¡Dios! Estaba muerta. Era tan temprano y yo no sabía qué hacer.

Me levanté de la cama, fui a la cocina, m

e preparé algo de comer y al mismo tiempo preparé algo para Denise. Caminé hasta su oficina, una habitación que había preparado para que nadie le estorbara ni la molestara cuando estaba trabajando. Llamé a la puerta una, dos veces, pero tal vez ella no me escuchó. Dejé la bandeja con la comida en el suelo y abrí la puerta lentamente, como si se tratara de espiar algo que no debía. Tampoco escuchó cuando entré, pero seguramente eso se debió a que cuando entré, me quedé paralizada.

Denise tenía la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, la boca deliciosamente entre abierta, más abiertas se encontraban sus piernas que guardaban una distancia suculentamente sugerente entre ellas, y su mano, su perfecta y delicada mano derecha, descansaba entre éstas mientras la mano izquierda se encargaba de acariciar sus senos.

Habíamos sido amigas desde el colegio. Nos habíamos conocido durante nuestros primeros días como inexpertas colegialas; pero jamás la había visto así. Por un segundo dejó de ser mi heterosexual mejor amiga y se transformó en el objeto de mis deseos. «No, —me dije— ya lo arruinaste con tus padres no puedes arruinarlo también con tu mejor amiga.

Respiré profundo y, muy lentamente, fui caminando hacia atrás, para alejarme de ahí como si nada hubiese sucedido. Pero fui tan torpe que terminé chocando contra la pared. El brusco sonido inmediatamente acaparó la atención de Denise, quien enseguida se volteó y me vio alarmada, avergonzada. —Lo siento —me disculpé — debía haber tocado.

Su expresión cambió, se

guro había notado mi mentira, sabía que yo jamás entraba a una habitación sin llamar antes. —No —titubeó. Sus mejillas se habían ruborizado dulcemente. Aquella visión me pareció exquisita, pero, ¿cómo decirlo sin terminar arruinando todo? —No podía dormir y decidí preparar algo de comer, te traje algo —señalé a mis espaldas, en donde había dejado la bandeja.

Estábamos nerviosas y sabía que por el momento eso se solucionaría yéndome, pero no quería hacerlo. No mientras Denise siguiera pareciéndome tan condenadamente sensual. ¿Cómo era que nunca lo había notado? ¿Cómo había pasado desapercibido semejante sensualidad, semejante deseo, semejante belleza? —Siento que hayas visto... —Soy lesbiana, ¿recuerdas? —Me callé al notar que mi comentario no había sido el más adecuado —No, lo que quise decir fue... ¡Carajo! Cómo podía estar tan afectada. Bien, a veces parece que la masturbación femenina fuera demasiado tabú incluso para las mujeres, pero es un hecho que muchas la practicamos, e incluso sabía que Denise lo hacía, ella misma me lo había comentado... Pero no, no es lo mismo saberlo y verlo...

—Digo —continué —no... No es nada del otro mundo, no te preocupes.

No, claro que no era nada del otro mundo, pero eso no evitó que yo me humedeciera, había encontrado la situación tan excitante que fue normal el que yo terminara así.

Cogí, rápidamente, la bandeja con la comida. Me acerqué y la coloqué sobre el escritorio. —Espero te guste —sonreí nerviosamente

—Buenas noches.

De haber podido, habría corrido, me habría encerrado en cualquiera lugar y de ahí no habría salido hasta saciar esa deliciosa urgencia que se había apoderado de mis sentidos. En lugar de eso me esforcé por hacerla desaparecer. Me acosté sobre la cama, tapé mi rostro con la almohada, aspiré la limpia fragancia que despedía, y entonces recordé que esa era la almohada de Denise, que esa era su cama, sus sábanas, su aroma... ¡Demonios! La excitación había vuelto. Luchaba por no hacer nada, era mi amiga, no podía ofenderla de esa manera, no sin su permiso; pero cada rose de las sábanas me encendía hasta llegar a pensar que no podría soportarlo más. Y cuando terminara, Denise dormiría a mi lado... ¡Dios! —Asia... —susurró Denise desde la entrada de la habitación — ¿Estás bien? —Sí, sólo algo... —escondí mi rostro detrás de la almohada. Luego sentí el movimiento de la cama, Denise se había acostado a mi lado, como siempre que me quedaba en su casa. Tantas veces habíamos compartido la cama, ¿por qué tenía que ser tan malditamente diferente en ese momento?