Todo por una barra de pan 2
Continuación del relato. La jóven Sybilla de Salvart recuerda los últimos acontecimientos.
Por extraño que pareciera, Sybilla de Salvart se sentía más a salvo en la celda que en la casa de aquél desgraciado campesino.
S: ¿Porqué me hacen ésto? ¡¿de qué se me acusa?! - Gritaba exigiendo al carcelero noticias, éste se reía con ganas. C: ¡Dad gracias a que vuestro padre tiene dinero para pagar! - Otras mujeres no lo tenían y cada día tenían que ganarse el pan no sólo con el sudor de su frente sino con su dignidad pisoteada por una panda de lascivos guardias.
Pensaba en el giro que había dado su vida y no terminaba de creérselo. Había pasado de la seguridad y tranquilidad de su vida de noble a una serie de acontecimientos a causa de su propia estupidez.
S: No me lo puedo creer... -Se decía acunándose a ella misma en su desgracia.
No se podía creer que por robar una simple barra de pan estuviese tan sometida ahora. Ella, como cualquier noble de la época, estaba amparada por muchísimas reglas y leyes que la protegían de casi todo, salvo el robo. Le gustaba vestirse de hombre y por las noches entrar a robar en las masías de las afueras: Grano, una gallina, pan...lo que fuera, nimiedades, que la hacían sentir viva y poderosa. Sin embargo una noche la sorprendieron robando en una cocina una gran barra de pan de semillas y el dueño de la susodicha masía la encerró en un cuarto de aperos mientras decidía qué hacer con ella.
J: He decidido que te entregaré a la guardia y que te juzguen por ladrón -Dijo seriamente. S: ¡No podéis hacerme ésto, tú me sirves! - Gritó ella.
Sorprendido Joan Cuervo arrebató de las ropas al supuesto ladrón y se sorprendió mucho, y gustosamente, de ver a la hija de ese maldito y arrogante Salvart. Se marchó dejándola apenas vestida con una ajada enagua y camisa blanca. Pasaron unos días y la muchacha siempre gritaba exigiendo comida y bebida, y no simples mendrugos o agua.
S: ¡Ternera y vino, desgraciado! ¡quiero ternera y vino o probarás mi ira! - Le gritó. J: Yo no temo a la ira de los de Salvart - Escupió a los pies de la muchacha y sonrió con más malicia - Y si quieres comer, tendrás que pagar - Amenazó. S: ¡Yo no te pagaré, bastardo! ni siquiera tengo dinero aquí, estúpido - Protestó ella. J: Eso no es problema
Y antes de que la muchacha comprendiera el significado de aquellas palabras el hombre se abalanzó sobre ella. Terminó de romper la ropa con violentos tirones y la tiró contra el suelo.
S: ¡Para, para sucio campesino! - Seguía exigiendo, hasta que se llevó una bofetada.
Joan era consciente de que no podía violarla pues ello le supondría la horca si los padres de ella no consentían el matrimonio, cosa que jamás harían. Pero...podía forzarla por otra zona. La volteó tirándola encima de la mesa y la inmovilizó sujetándole la nuca con una mano.
S: ¡No, porfavor, no! - Era la primera vez que Sybilla saboreaba el amargo flavor del terror
Y Joan se prometió que no sería la última vez. Sin ninguna consideración o preparación deslizó y restregó su miembro entre las nalgas de la mujer; quien intentando soltarse se rozaba más provocando las delicias del hombre que estaba apunto de ultrajarla.
J: No tenéis ni idea de cuánto he deseado éste momento... - Susurró Joan a su oído.
Tras aquél susurro ella quedó paralizada de puro terror y abrió la boca para suplicar clemencia al tiempo que las lágrimas rodaban por sus blancas mejillas, pero no salió una súplica sino un grito de terror cuando Joan Cuervo, enemigo de su padre, la sodomizó.
¡Sodomizada como una vulgar prisionera de guerra! Sybilla aún se estremecía al recordar el calor de aquél hombre y su respiración jadeante cada vez que entraba una y otra vez. Le dolió tremendamente cuando la desgarró, y no mostraba nada de piedad. Era evidente que el hombre pensaba en su placer y se recreaba pues sonreía...le veía sonreír a través del espejo polvoriento que tenía enfrente de ella. Y lo más que le dolió fue en el alma cuando notaba que se humedecía sin remedio, y cómo comenzaba a emitir lentos pero existentes jadeos de placer.
S: Desgraciado...me vengaré de todo eso - Lloró en la celda mientras deslizaba una mano hacia su entrepierna, acariciando lentamente su pubis.
Recordaba a aquél hombre fuerte y ciertamente atractivo...y a la vez como un diablo sin escrúpulos. Y lo peor de todo es que se excitaba. Recordar cómo apretaba sus caderas y se hundía en ella hasta lo más profundo cuando ambos alcanzaron el orgasmo la dejaba encantada. Recordar cómo después le dejaba sobre la mesa un simple mendrugo de pan y un vaso de agua la enfurecía.
S: ¿Porqué el sheriff permite ésto? - Se preguntó a solas en la celda.
Alguien, fuera, se echó a reír con ganas después de haberla escuchado.
G: ¿Te lamentas ahora, ladrona? - Preguntó el carcelero riendo aún. S: ¡Métete en tus asuntos, gusano! -Espetó ella abrazándose a sus piernas.
"¿Porqué?" Se preguntó de nuevo, recordando al desgraciado Louis, el hijo del sheriff. "¿Porqué lo hice?"