Todo por una barra de pan

Primera parte de una historia de la edad media

El Barón de la tierra Antón de Salvart lloraba de impotencia, violarían a su hija y no podría hacer nada, ¡y encima una pandilla de campesinos sin gloria ni pena!. Se arrepentía ahora amargamente de que su hija, la joven Sybilla de Salvart, se hubiese burlado del hijo del sheriff del condado hasta el punto de lograr que se suicidara, ahora su padre se vengaba de esa manera. ¿O se vengaban los campesinos? ¿o...se vengaban todos? golpeó la mesa con rabia.

A: ¡No pueden permitir que esa locura se cometa! -Gritó hasta la afonía, otra vez, a un salón vacío.

¿Cómo había llegado la desgracia a la familia Salvart? su hija Sybilla era jóven y no muy alta, de pelo negro largo. No era ni gorda ni flaca, de rostro ciertamente atractivo y de senos pequeños pero firmes. Ella era una jóven rica y como tal, mimada. Nunca le faltó nada en su casa pero desde hacía tres años se había dedicado a vestirse de hombre y robar en las masías de los campesinos.

A: Nunca debí interrumpir en esa boda... -Musitó Antón amargamente, mientras las lágrimas caían sin consuelo.

La boda a la que se refería era la del campesino Joan Cuervo con la jóven Zaida Aranda. En ese enlace se unían las dos familias de campesinos más poderosas de la región, y la familia Cuervo había preparado un banquete por todo lo alto: vino de primera calidad, venado y cerdo asado, y unos dulces de hojaldre y crema de calabaza. Sin embargo en el apogeo de la boda el barón de Salvart apareció con sus caballeros, guiados por el olor de la deliciosa comida y el jolgorio de los instrumentos, y exigió vino y comida para su cohorte formada por seis. En seguida los campesinos se sintieron nerviosos y asustados mientras los siete hombres reían y obligaban a las mozuelas de mejor ver que sirvieran el vino y la comida.

¿Qué se celebra, hombrecillo? -Preguntó Antón. G: Nada, mi señor, sólo es un convite de... -Empezó el padre de Joan. J: Mi boda, mi señor -Contestó inocentemente Joan. A: Tu boda... -Los ojos le brillaron al señor con malicia - ¡Trae a tu novia para que la admiremos! - Inquirió el señor y la muchacha no tuvo más escapatoria que la de ir.

Las burlas y risas continuaron mientras las bromas subían de tono al señalar los caballeros los senos de la muchacha. En un momento dado el señor sonrió, sin decir palabra tomó del brazo con violencia a la jóven y se fue escaleras arriba mientras los caballeros, burlándose, no dejaban subir a nadie.

J: ¡No, os lo ruego! - Gritó el joven Joan que no obtuvo respuesta alguna.

Arriba el señor, invocando al poder de la 'Prima Nocte', ya había rasgado las vestiduras de una asustada muchacha que sólo podía gritar, llorar y tratar de resistirse pese a los golpes.

A: Verás cómo te va a gustar, pequeña furcia - Rió lanzándola contra la cama.

Él apenas sí se despojó de los protectores y la cota de mallas, se extrajo el miembro y a base de golpes obligó a la muchacha a abrirse de piernas. La desfloró de una sola embestida, fuerte y furiosa, lo que produjo un dolor terrible en las entrañas de la joven, que se transformó en un aullido demasiado audible.

J: ¡No, no! - Gritaba Joan desgarrado mientras le sujetaban entre muchos para evitar que intentase salvar a su esposa, y muriese ensartado en las lanzas.

Al barón el placer de la muchacha le importaba poco, le importaba el suyo. Le recorría el rostro con la lengua y luego hundía la boca entre los esplendorosos senos, que se movían arriba y abajo a cada penetración, para morderlos y chuparlos. Notaba que el orgasmo le estaba tan cerca como lejos para ella y se arqueó sobre la muchacha. Con una serie de jadeos eyaculó dentro y al par de segundos hubo sacado el pene.

Ha sido muy divertido - Rió el hombre mientras limpiaba el miembro restregándolo contra los labios de la mujer violada, que se mantenía inmóvil y con la mirada perdida.

A: ¡Ya puedes hacer uso, chiquillo! - Rió de nuevo cuando bajaba con cara de satisfacción y antes de apurar una última copa de vino. J: ¡Algún día vengaré todo ésto, Antón de Salvart! - Amenazó el jóven Joan, iracundo, mientras éste y sus caballeros se alejaban al galope.

Ahora el barón se estremeció recordando esas palabras, sabiendo que el propio Joan Cuervo sería el que violase a su hija.

No debí hacerlo...