Todo por un Baby Doll Negro
Mis inicios como TV y mi primera vez. O al menos la versión romántica de los hechos.
Desde niña siempre me identificaba con mi lado femenino. Siempre he sido muy sentimental, tenía los sentimientos a flor de piel todo el tiempo. Al ver películas de amor, o películas con una trama bastante emotiva lloraba, y eso fue algo por lo que siempre me han molestado.
Mi fascinación por la ropa de mujer y las modas femeninas comenzó por mi gusto por la lectura. Siempre buscaba alguna cosa que leer, y cuando no podía encontrar algún libro, me entretenía leyendo las revistas y catálogos de mi madre. Fue allí cuando empecé a ver la belleza de la forma femenina, sus curvas, la gracia de las poses con las que las modelos exhibían joyería o lencería, en especial la lencería. También ponía especial atención al detalle de su maquillaje, al realce de sus muslos y glúteos al posar en ciertas posiciones, y como no, el busto, el cual comparaba con el mío, que aunque no tuviera, ni podría soñar tener debido a mi género de nacimiento, deseaba poseer.
Un día, mi madre se compró un baby doll negro con encajes, con muchos lazos, que no dejaba nada a la imaginación, y que, sea por desfortuna o para fortuna mía, vi modelar orgullosamente una noche. Esa experiencia me dejó marcada para siempre, pues sentí una envidia tremenda al ser yo un hombre y no poder verme de esa manera tan sensual, tan hermosa, tan femenina.
Como éramos una familia con algunas comodidades, y debido al trabajo de mi padre, contábamos con una computadora con internet en casa. Por las noches, cuando ya todos se encontraban descansando, me colaba a la sala y la encendía, ya fuera para jugar algún videojuego, para buscar alguna caricatura o video por el internet, y a veces, para seguir viendo imágenes de modelos.
Me tenían obsesionada. En la soledad, a medianoche, me empeñaba en hacer las mismas poses que las modelos que buscaba, tratando de encontrar los secretos de su belleza. Teníamos en la sala un espejo de cuerpo completo que me venía muy bien para hacer mis experimentos, que fueron incrementando su osadía y complejidad con el paso del tiempo.
Un día me animé, y con el mayor cuidado del mundo, me colé en el cuarto de mis padres, y con el corazón en la mano, nerviosa, y con ese cosquilleo que uno siente al estar haciendo una travesura, por fin tuve el valor de tomar el baby doll negro de mi madre, junto con el tanga a juego, y los escondí muy bien debajo de mi cama, esperando que no descubriera mi travesura.
La ansiedad me carcomía el alma. Pasaban las horas, y mientras hacía mis tareas, no podía dejar de pensar en cómo me vería con esa prenda sagrada, con esas telas tan finas pegadas a mi cuerpo. Me imaginaba mi pequeño cuerpo moreno, cubierto nada más por el diseño de flores del baby doll, únicamente con la tenue luz de la luna y la pantalla de la computadora para marcar la silueta de mis femeninas curvas.
Llegó la noche, y cuando el reloj marcaba ya las 12, sigilosamente removí el baby doll de donde lo había escondido, y dando pasos de tigresa en cacería, bajé a la sala. Estaba nerviosísima, y para hacer el menor ruido posible, decidí mejor no encender la computadora esta vez, y quedarme solo con la luz de la luna rebotando en la ventana, que a mi juicio, era suficiente para ver el resultado.
Me quité mi pijama y la ropa interior de varón, y me quedé desnuda. Con cierto escalofrío, me acomodé el tanga entre las piernas y lo alcé, sintiendo el roce de la delicada tela en mis muslos y en mi miembro. Como era estilo hilo dental, debía pasar el hilo por entre mis glúteos para poder anudarlo a mi cintura. Sentir el roce del hilo con mi trasero me provocó una sensación, hasta entonces, desconocida. Sentí una especie de escalofrío cómodo recorrerme el cuerpo, y al terminar de acomodar la prenda en su lugar, no tardé en notar lo que sería para mi uno de mis grandes defectos: La prenda no me quedaba justa, como vi a mi madre calzarla, sino que al frente se podía notar un desagradable bulto.
Sin embargo no dejé que esto me arruinara la experiencia, y continué con mi faena colocándome el baby doll. Se me hizo muy difícil encontrar la manera de anudar los lazos, pues no deseaba verme todavía en el espejo para darme la sorpresa, y con mi nerviosismo me temblaban mucho las manos. Por fin, terminé de colocarme el baby doll, y dando un respiro, me dispuse a darme la vuelta para ver el resultado.
Me di la vuelta con los ojos cerrados, y haciendo una de las poses que me aprendí de memoria durante todas esas noches de aventuras, los abrí. No podía creerlo, frente a mí, estaba la imagen de una señorita mostrando su mejor figura, bajo la luz de la luna, como si de un relato de novela se tratara. Se me escaparon las lágrimas, pero tenía cuidado de no sollozar, o el ruido alertaría a mis padres y sería descubierta por ellos, para quizás ya nunca volver a disfrutar de esta vista.
Seguí moviendo mi cuerpo para grabar mentalmente la escena, y así poder planificar mejor futuros modelajes. Luego de quedar satisfecha con el resultado, removí las prendas y me puse las mías, con mucho desgano y tristeza, para luego quedar plácidamente dormida en mi cama, durmiendo sobre el baby doll.
En las noches siguientes, siempre a la misma hora, repetía el ritual de vestirme con el baby doll y la tanga, y posar frente al espejo. Afortunadamente mi madre no se dio cuenta de la pérdida de ese baby doll, así que no tuve que regresarlo. Eventualmente decidí que era tiempo de probar más guardarropa, y de vez en cuando robaba algún tanga y brassier a juego para probármelos, aunque no tuviera busto. Solucionaba el problema del relleno con ciertas pelotas de agua peluditas que venden en las jugueterías, que a mi parecer tenían la forma y consistencia justas.
Luego fui más allá. Aprendí a usar sombras muy tenues y a delinear mis ojos. También aprendí a arreglarme las pestañas, y a usar rubor. Obviamente, debido a lo efímero de mis sesiones como chica, aprendí también a limpiarme el rostro rápidamente. También me aventuré a pintarme las uñas de los pies, ya que casi siempre tenía los pies cubiertos, y en caso de tener que ir a algún balneario con la familia, solo era cuestión de remover la pintura con acetona la noche anterior.
Luego ya no solo era lencería, sino además ciertas joyas, faldas y blusas que encontraba de mi gusto. En este punto mi madre si empezó a notar la falta de las prendas, pero yo tenía la habilidad de devolverlas en lugares inadvertidos, como al fondo de los cubículos, debajo de prendas que ya no se ponía, detrás de algún traje de oficina, etc. En algún punto creo que llegó a sospechar de mí, pero nunca le di indicios de que yo fuera el responsable. Bueno, al menos no hasta que le revelé mi verdadera orientación sexual años más tarde...
Entrada mi adolescencia, como cualquier otro joven, empecé a sentir cierta atracción por los temas sexuales. Alguna que otra vez en mi búsqueda de imágenes había aparecido alguna imagen subida de tono, pero como no eran mi objeto de atención, pasaba de largo y me enfocaba en lo que me interesaba. Pero empecé a sentir morbo por las imágenes pornográficas, y fue allí cuando descubrí que era posible estimularse sexualmente introduciéndose objetos en el ano. Ya para entonces había aprendido a masturbarme, pero no lo sentía como algo natural, sentía que no era la forma en la que tenía que obtener el placer.
Un día, mientras me masturbaba, decidí aventurarme y empecé por masajear mi ano. Rápidamente empezó a apoderarse de mí un placer indescriptible, y excitada, introduje la punta de mi dedo dentro. Empecé a mover mi dedo dentro de mí y eso me provocó una agradable sensación. Pronto estaba enterrándolo por completo en mi interior, buscando sentir el máximo placer. Me corrí como nunca antes, pero el desorden resultante se me hizo desagradable, y no fue hasta algún tiempo después que aprendí a hacerme lavativas que empecé a hacerlo con regularidad.
Muy pronto los dedos empezaron a quedarse cortos, y haciendo uso de mi fiel amiga la computadora, encontré que podía utilizarse una alta gama de objetos comunes del hogar como dildos. Uno de mis juguetes favoritos y el que se convirtió en mi "regular" era un cepillo de dientes de mango grueso con hendiduras de goma que tenía desde hace muchos años. Muchas veces me imaginé siendo penetrada por un hombre, entregándome en cuerpo y alma a mi amante, mientras él me embestía una y otra vez, vestida en el baby doll negro de mi madre, haciendo cara de lujuria y placer para que no parara de hacerme sentir en el Nirvana, hasta que llegaba el orgasmo y me encontraba de regreso en mi cuarto, a oscuras, sola, con mi mano tomando el objeto plástico que tanto placer me había dado, pero que no podía satisfacerme por completo, como yo lo deseaba.
Eso era lo de todas las noches. Hasta que conocí a Raúl.
Raúl era un chico de tez ligera, un poco más alto que yo. Yo medía en ese entonces 1.60 y él estaba por los 1.75. Nos hicimos amigos en el último año de la prepa a través de nuestro gusto en común por el anime y las caricaturas. Su cuerpo sólido y recto hacía un gran contraste con el mío suave y curvilíneo.
Ya a esta edad se notaba que la herencia de mi madre habían sido mis glúteos y mis facciones finas, cosas por las que muchos de mis compañeros se burlaban. Esto, sumado a mi comportamiento emotivo y tímido, hizo que se me tachara de homosexual, cosa tan común en las escuelas latinoamericanas. En la adolescencia uno no se siente con la libertad de ir en contra del grupo, por eso estos calificativos me resultaban dolorosos, pues yo simplemente quería encajar, aun cuando en ese momento no me daba cuenta que me estaban diciendo la verdad. Aun así, y creo que eso fue lo que me conquistó de él, Raúl me defendía a capa y espada, haciéndome sentir querida y protegida.
Raúl y yo nos reuníamos muy seguido para ver series, hacer los deberes de la escuela o simplemente disfrutar de nuestra amistad mutua. Ya fuera en la casa de él o en la mía, siempre había algo que hacer y experiencias que compartir.
Él me contaba también sobre sus aventuras amorosas. Debido a su buena apariencia, muchas chicas del colegio lo perseguían. Más de una vez llegó a roces íntimos de piel a piel con algunas de las chicas más guapas del cole, y mientras me contaba los jugosos detalles, pues no se reservaba nada conmigo, inconscientemente yo mordía mis labios de envidia, pues ya me hubiera gustado a mí poder hacer eso con un chico guapo como él. Tal vez, y ahora lo comprendo, esa fue la primera vez que sentí celos.
Mientras más y más crecía nuestra amistad, más y más deseaba yo estar junto a él, y no solamente como amigos. De vez en cuando, mientras veíamos alguna película, relajados en el sofá, me arrullaba a él y me encogía en su pecho, sin que él hiciera algo por evitarme. Me quedaba entonces muy cómoda, y en ocasiones, plácidamente dormida sin que él me despertase. En otras ocasiones, era él quien me rodeaba con sus brazos y me acomodaba a su lado. Era extremadamente dulce. Creo que él también, sin saberlo, empezó a tener sentimientos por mí.
Pronto empecé a notar otra cosa muy extraña. Por más insinuaciones que las chicas le hacían, él empezó a ignorarlas. Ni aun redoblando esfuerzos (y eso que algunas eran especialmente tenaces), lograban moverlo. No buscaba ya el contacto de otros con la sed que lo hacía antes. Yo lo noté, y fue entonces cuando decidí hacer mi siguiente movimiento.
Regresaron a mí esos días tan femeninos, vistiendo como una señorita, viéndome hermosa y alegre en un espejo, ofreciendo la flor de mi juventud a un caballero. Raúl era mi caballero, y yo tenía que ser su rozagante princesa.
Organicé mis movimientos cuidadosamente. Planeé cada etapa, cada paso. Estudié como un guion cada palabra que le diría a cada dependiente de las tiendas que iba a visitar. Consulté foros, me entrené. Descubrí tips para comprar encubierta. Hice consultas tan cruciales como el uso del condón, como hacer una felación, el uso del lubricante. Estaba decidida: Iba a entregarme a él. Iba a entregarme al hombre de mis sueños. Yo lo sentía, y presentía que él también lo deseaba en su subconsciente.
Gasté todos mis ahorros en comprar el conjunto más bonito que pude. Después de vitrinear por tanto tiempo a escondidas ya tenía un par de modelitos bien estudiados que consideré me quedarían bien. Ya me sabía mi talla exacta, así que no tendría problemas con eso. Compré una blusa azul de manga larga holgada con encajes, que junto a una falda blanca estampada con flores me hacía sentir muy femenina y atractiva, con cierta dignidad, muy lejos de parecer vulgar y lasciva. Para los zapatos me decidí por unos hermosos zapatos cerrados de gamuza, de tacón mediano y cincha en el tobillo, que me daban un look muy de señorita. Por encima, un porte muy digno y sofisticado, pero por debajo, le tenía guardada una sorpresa. Di muchas vueltas, pero al final encontré en una tienda de lencería lo que estaba buscando. Por suerte para mí allí trabajaba una chica muy alta y le resulté simpática (como chico, claro está), y me fue fácil convencerla de que tenía una novia parecida a ella, y que buscaba algo de ese tamaño.
Mientras tanto, empecé a hacerme la difícil con Raúl. Le ponía excusas todo el tiempo, no contestaba sus mensajes tan pronto como me los enviaba, e incluso dejamos de reunirnos en casa para ponernos al día con las series. Resintió mi lejanía, y comenzó a mostrarse cada vez más inquieto, queriendo saber qué pasaba. Ahí es donde me di cuenta de cuanto me extrañaba en realidad, y que mi plan podría dar resultado.
Luego de hacer sufrir por un rato al pobre, le dije que le iba a contar lo que me pasaba. No sé si el destino me ayudó, o qué fuerzas habrán intervenido en mi auxilio, pero mis padres esa semana tuvieron que salir de emergencia al extranjero para solucionar un problema de negocios, y pasarían al menos 3 días fuera. Como yo ya demostraba poder cuidarme sola, me dejaron a mis anchas en casa, confiados en que no me metería en problemas. Antes que se marcharan, casualmente les pregunté si Raúl podía quedarse a dormir, y me dijeron que sí, ya que antes habíamos hecho lo mismo sin que pasara nada malo.
Ese día mis padres salieron en la madrugada para tomar el primer vuelo que salía del aeropuerto. Me despedí de ellos y en el momento que dejé de escuchar el motor del auto alejarse por la calle, me dispuse a realizar los últimos preparativos. Revisé que las prendas estuvieran todavía donde las había escondido y que estuvieran bien ordenadas y sin defectos, revisé el maquillaje y las joyas que le pediría "prestadas" a mi madre, y por último, revisé la sorpresa.
No podía volver a dormir. La emoción y la tensión de revelarle a Raúl mis sentimientos por él me tenían a mil por hora. Además de los preparativos normales para la escuela, me hice una lavativa y me depilé completamente las piernas y todo el cuerpo a excepción de los brazos. Como soy de facciones finas, casi no tenía bigote ni barba, y no se me dificultó eliminar el poco bello facial que tenía. La sensación de mi piel tersa y sensible me hizo sentir escalofríos. Me hizo pensar en que si yo lo estaba gozando, Raúl lo gozaría aún más...
Ya en el colegio, seguí con el juego de hacerme la difícil. Evitaba su mirada, que me buscaba cada vez más angustiosa, y en los recreos, hui de él y me escondí en cuanto rincón podía.
Ya casi a la horade la salida, le mandé un mensaje diciendo:
"Si quieres saber que me pasa, vente a mi casa hoy en la tarde y te lo contaré todo. Pide permiso a tus padres para quedarte. Será una noche muy larga."
Disimulando la risita coqueta de colegiala que tenía, apreté el SEND. Quería hacer sufrir a mi galán. Quería que me deseara. Unos instantes más tarde, me llegó su confirmación: "Ok. Solo quiero saber que pasa, nada más. Me tienes preocupado."
Casi se me derrite el corazón cuando vi esas palabras en la pantalla del celular, pero debía mantener la compostura. Aún estaba en territorio enemigo, y me estaba arriesgando a que alguien descubriera mi plan.
Llegué a mi casa, y rápidamente me puse en acción. Me duché de nuevo, me puse la crema corporal de mi madre, me puse el perfume más caro que tenía, me puse el maquillaje de la mejor forma posible, siempre cuidando de hacerlo finamente, me pinté las uñas de los dedos y los pies de un color azul cobalto, y me arreglé el pelo, que aunque corto, tenía cierto volumen y era ondulado, así que pude hacerme un peinado muy lindo que iba bien con el resto del conjunto.
Fue entonces cuando saqué la sorpresa del cajón donde estaba guardada; Un baby doll negro, parecido al de mi madre, de encaje y cintas, con una coqueta tanga de hilo dental. Ponerme ese conjunto y verme en el espejo me hizo regresar a mis días mágicos de modelo iluminada por la luna. Pero ahora, lograría cumplir todas mis fantasías.
Luego me coloqué la blusa, la falda, y los zapatos. Acomodé todo en su lugar y me vi por última vez frente al espejo. Tuve que hacer un terrible esfuerzo para no llorar pues arruinaría el maquillaje. Era toda una señorita, digna de cualquier caballero. Era digna para mi Raúl.
Pasaron las horas, y él aún no llegaba. Me asusté. Pensé que quizás me había sobrepasado con él y ya no llegaría, y que había echado a perder todo por lo que había trabajado. Pero entonces, sonó el timbre.
-Soy Raúl, déjame pasar por favor
Me quedé de piedra. Aunque ya había repasado este momento en mi cabeza varias veces, imaginártelo y tener a la realidad tocando a tu puerta son dos cosas totalmente diferentes.
-Andrés, dime que te pasa, ¿Por qué estás tan raro? ¿Qué te han hecho? ¡Dímelo!
Raúl empezaba a alzar la voz, y entonces reaccioné, pues mis vecinos podrían sospechar algo.
-Raúl, sé que sonará raro, pero cierra los ojos
-¿Qué? ¿Qué cierre los ojos? ¿Pero por qué? ¿Qué pasa?
-Cierra la boca y los ojos y pasa -le dije frustrada, pues no era así como me lo había imaginado
Abrí la puerta y allí estaba él, vestido con una camiseta gris un poco apretada, con sus típicos pantalones Jean, su pelo castaño, sudoroso, tan dulce como siempre, tan alto como siempre, tan guapo. Tan mío.
Lo tomé del brazo y de un tirón lo metí a la casa, y cerré la puerta tras él. El pobre todavía tenía cerrados los ojos, temeroso de lo que pudieran encontrar.
-¿Qué pasa? ¿Por qué me has pedido que cierre los ojos? ¿Qué te pasa Andrés?
Me enternecí con él y antes que pronunciara otra palabra, le tapé la boca con mi dedo índice, como en las telenovelas. Podía sentir sus temblorosos labios chocar contra mi dedo, sentía su respiración entrecortada. Era el momento.
-Abre los ojos
Mi Raúl, en ese momento, abrió los ojos para encontrarse con aquella persona que yo siempre había querido mostrarle, pero que nunca había podido. Ahí estaba yo, con mi falda de flores, mi blusa azul y mis zapatos de gamuza, toda una señorita, parada frente al hombre que me hacía sentir en las nubes. No sé cómo se habrá sentido él, pero yo en ese momento me sentía tan vulnerable, tan sumisa, tan libre, tan yo.
-¿Andrés?
-No Raúl, Andrea. Esto es lo que quería mostrarte.
El pobre Raúl no se lo podía creer. Estaba impactadísimo. Vi como el color se le escapaba del rostro, y en un momento de claridad me di cuenta que quizás me había pasado con él. Lo tomé de los brazos y lo ayudé a sentarse en el sillón, y me senté junto a él.
-No- no te creo. ¿Andrés? ¿Pero qué haces? ¿Por qué te has vestido así? ¿Es una broma?
-No Raúl, esta soy yo. Siempre había querido vestirme así, verme así. Siempre quise verme como una señorita. Tú eres el primero en ver mi verdadero yo.
Raúl estaba como desorbitado. Veía sus labios temblorosos, las gotas de sudor frío recorrer su cara, sus manos temblorosas vibraban sobre las mías. Nunca había estado en una situación así, y claramente no sabía cómo reaccionar.
-Quisiera que por favor me llamaras Andrea
-Andrea... -dijo, tragando grueso, aún sin poder digerir lo que pasaba.
Decidí que lo mejor era dejarlo solo un momento y le dije que traería un vaso con agua. Él solamente pudo asentir ligeramente con la cabeza. Solté sus manos, y caminando de la forma más femenina que pude, fui a la cocina a servir el agua.
Mientras esperaba, todo tipo de cosas me pasaban por la cabeza:
"¿Me habré pasado con él? ¿Fue demasiado todo esto? ¿Querrá seguir siendo mi amigo? ¿Se burlará de mí? ¿Me abandonará?"
Pasaron los minutos y decidí que a lo mejor ya había pasado suficiente tiempo. Regresé con el vaso de agua y lo encontré ya un poco menos tenso en el sillón, con la mirada perdida. Le di el vaso con agua y se la bebió de un sorbo, como quien ha pasado meses en el desierto. Le pregunté si quería más y asintió, así que regresé a la cocina y le serví otro trago de agua. Ya con el segundo sorbo pude ver cómo le regresaba el color al rostro, y pudo articular palabra:
Todo el mundo decía que eras maricón, pero nunca pensé que fuera verdad.
Raúl, no me digas así, sabes que no me gusta -le reproché, poniendo voz femenina, pero molesta
Entonces, ¿Ahora qué? ¿Vas a ir vestido de chica al colegio? ¿Cómo le vas a explicar esto a tus papás?
No Raúl, no voy a salir al mundo todavía - le dije, poniendo mi mano sobre su pierna - eso tomará algún tiempo
Bueno, pero entonces, ¿Por qué te has estado comportando todo misterioso estos días? ¿Y por qué me has estado ignorando?
Porque tenía miedo
¿Miedo de qué?
Miedo de que me rechazaras, que ya no quisieras estar conmigo...
Raúl me miró, con sus tiernos ojos color miel, como en otras veces me había mirado cuando quería decirme algo importante
- Yo siempre seré tu amigo
Me sentía muy feliz, ¡Raúl me aceptaba tal y como era!
Con una gran sonrisa en el rostro, y los ojos llorosos, lo abracé fuertemente. Él simplemente me rodeó con sus largos brazos, y me sostuvo junto a él durante largo rato.
Pero yo no solo lo quería como amigo. Yo quería ser algo más, yo quería mucho más. Aunque tenía miedo de perder lo que había logrado ganar hasta ese momento, en mi corazón sentía que era ahora o nunca que tenía que revelarle a él mis verdaderos sentimientos.
Raúl...
Si Andrea
¡Me dijo Andrea! El corazón me latía a mil por hora. Los labios me empezaron a temblar. Se me resecó la boca. El valor encontró a mi lengua, y le dije:
No era eso lo único que quería decirte
¿Y qué más me querías decir? - me dijo.
Levanté mi rostro y lo miré fijamente a los ojos, nuestros rostros estaban muy cerca, tan cerca, que podía sentir su respiración.
- Te amo - dije, casi en un susurro
Raúl se me quedó mirando por un momento, pero luego alejó la mirada, e hizo su rostro a un lado. Yo bajé la mirada, resignada, perdida. Había logrado tanto y con dos palabras lo había echado a perder todo. Me sentía estúpida, me sentía tonta por todo lo que había hecho, me sentía ridícula vestida en esa ropa tan rara, era solo un muchacho con un fetiche que le acababa de decir a su mejor amigo, a su único amigo, que lo amaba. El mundo desapareció y solo estaba yo, mi ropa, y las piernas de Raúl colgando del sofá.
Raúl se terminó de alejar de mí, y se recostó al otro extremo del sillón, siempre con la vista hacia un lado. Yo seguía allí, inmóvil, viendo hacia el sillón como buscando un asidero donde colgarme para no seguir cayendo en este abismo tan profundo en el que me encontraba. El silencio reinaba en la casa. Solo un reloj de pared sonaba con su escandaloso "tic, tac", que interrumpía nuestros pensamientos y nuestra respiración.
Al fin, un movimiento. Raúl se volvió a acercar a mí, y tomó mis manos con las suyas. Examinaba mis dedos, viendo mi esmalte de uñas, como buscando reflexiones en el metalizado del azul cobalto. Apretó mis manos, y las alzó. Junto a mis manos, alcé yo la mirada y me encontré con sus ojos color miel, viéndome fijamente.
¿De verdad?
¿De verdad qué?
¿De verdad me amas?
Supe en ese momento que no debía vacilar. Que era ahora o nunca. El momento de la verdad.
- Si Raúl, te amo. Desde el primer momento en que te vi, te amé. Amo tu sonrisa, amo tu voz, amo tus labios, amo tus ojos color miel, amo que seas más alto que yo, amo que me dejes acostarme en tu pecho cuando vemos películas, y amo la forma en la que me defiendes de todo el mundo.
Raúl bajo la mirada, y con algo de pena en su voz, me dijo:
- Nadie me había dicho tantas cosas bonitas
Me sorprendió, porque yo sabía que muchas chicas lo deseaban. Que podían haberle dicho aún más, ofrecido aún más de lo que yo podía ofrecerle.
- ¿De verdad? - le dije - ¿Ninguna chica te había dicho eso?
Raúl volvió a posar su mirada en la mía
No, todo el tiempo ellas solo buscaban besarme o acostarse conmigo, era como su juguete, se peleaban por estar conmigo pero luego me dejaban, y ninguna se quedaba. Ninguna me había dicho que tenía bonitos ojos, o que les gustaba mi voz, nada. Tú has sido la primera.
¿En serio?
Siempre me sentí bien contigo, siempre me gustó estar contigo, siempre-
En ese momento no pude soportarlo más, y lo besé. Nunca había besado a nadie, y sentir el roce de sus labios con los míos me provocó unos escalofríos similares a los que sentí como cuando me puse el baby doll de mi madre por primera vez. Enloquecí. Me apretaba cada vez más a él. Él enloqueció también. Abrimos nuestras bocas y nuestras lenguas bailaron por primera vez. Era mágico. Se notaba la experiencia que mi Raúl había ganado con aquellas chicas. Nuestras lenguas jugaban, chocaban, se mecían, se decían con locura "Te amo" en un baile húmedo y caluroso. Separábamos nuestros labios por un instante, y como un par de imanes, inmediatamente se volvían a juntar.
- Te amo -le decía una y otra vez, cuando lograba tomar aire, para luego continuar con la faena.
Lentamente empecé a quedar debajo de él. Me cubría, sentía su peso sobre mí. Levanté mi pierna izquierda por encima de él y la posé sobre su pierna derecha, mientras la otra me caía por el costado del sillón. Lo rodeé con mis brazos y acariciaba su espalda mientras él empezó a recorrer mi muslo, que había quedado descubierto cuando levanté la pierna. Tenía razón; él estaba disfrutando la suavidad de mi piel, y yo disfrutaba sentir sus manos rozándome.
Poco a poco empecé a sentir como su pantalón se abultaba en mi vientre. Me asustaba pensar que él no sentiría tan agradable sentir mi bulto en el suyo, pero al parecer no le importaba. Estaba absorto comiéndome la boca a besos.
Pero de pronto, separó sus labios de los míos y se sentó en el sillón. Podía ver como el sudor había empapado completamente su camisa. Yo no debí haberme visto mejor, con mi pelo desarreglado, la falda desarreglada y el maquillaje corrido, jadeando por el placer y el cansancio de la besuqueada que mi Raúl me había dado.
No sé si deberíamos seguir - me dijo, con la respiración entrecortada aún por la emoción
Te dije que sería una noche larga - le dije, y me abalancé sobre el como una fiera. Le quité la camisa y empecé a besar su cuello, su pecho, su abdomen, y bajé hasta estar frente a frente con su bulto, encerrado dentro de una prisión de mezclilla y algodón, listo para la guerra.
Tan rápido como pude desabroché su cinturón, su pantalón, y bajé la cremallera. Rápidamente saltó su erección frente a mi rostro, aún atrapada por el calzoncillo. Liberé a su miembro de su prisión elástica, y esa fue la primera vez que vi el pene de otro hombre.
Para mí era perfecto. Aunque su largo era promedio, tenía un buen grosor, y estaba circuncidado. Rodeé el tronco con mis manos, escupí sobre su glande, y empecé a masajearlo suavemente. Lo vi a los ojos con ojos de lujuria, y él solo me correspondía la mirada con sus ojos entrecerrados y respiración jadeante.
Por fin me decidí y lamí su glande dando giros con la lengua. Sentí ese sabor a sexo, que ahora se me hace tan común pero que en ese entonces para mí fue tan especial. Lo saboreé, sentí cada palpitación, cada elevación, cada textura, y luego, abrí la boca lo que más que pude y lo introduje dentro.
Empecé despacio, acostumbrándome a su grosor. Luego fui metiéndolo más y más adentro de mi boca, succionándolo y lubricándolo con cuanta saliva podía. Mi boca hacía ruidos muy sucios y me encantaba. Podía sentir el placer que le estaba dando a mi Raúl con mi boca a través del paladar y la lengua. Era hermoso, estaba dándole placer a mi amado.
- Espera, me voy a venir - me dijo, jadeando muy fuerte
Entonces decidí que quería sentir como era que un hombre se viniese en tu boca, y aceleré el ritmo. En ese momento no me importaban los riesgos, aun cuando Raúl había tenido varias parejas. Yo solo quería hacer que se viniera.
Empecé a chupar más fuerte, más rápido, y pronto empecé a sentir como su pene de repente explotaba dentro de mi boca, lanzando un material espeso y amargo. Lo sentía en mi paladar, en mi garganta, en mis labios, en todos lados. Después de cinco o seis espasmos, sentí como su pene se relajaba. Recogí con mi lengua todo su semen y con una gran sonrisa se lo mostré. Él solo me veía con sus ojitos entrecerrados, con una leve sonrisa.
Nadie me lo había hecho tan bien... - atinó a decir, después de un rato
Y eso que apenas comenzamos - le contesté.
Le di un beso en la frente y me fui a la cocina a enjuagarme la boca con algo de agua. Aunque me gustó la sensación, no me agradó el sabor de su semen en ese momento. Además, tenía que dejarlo recuperarse para lo que venía. Busqué en mi mochila el lubricante, los condones ya para qué, ya se había venido en mi boca, o al menos eso pensé. Total, yo sabía que después de esto no buscaría a nadie más.
Llené un vaso con agua y caminé de la forma más sexy que pude a la sala, y lo encontré ya un poco más repuesto. Con un dedo le abrí la boca y le puse el vaso de agua en los labios. Él empezó a beber, y rápidamente lo terminó.
¿Necesita más agua mi galán? - le dije, con voz de gatita coqueta
Lo único que necesito es a ti - me dijo, besándome otra vez.
¡Esto era justo lo que quería! Ojalá y todas aquellas chicas nos pudieran ver en este momento, ¡Se morirían de envidia! ¡Un chico le hizo sentir cosas que ninguna de ellas le había hecho sentir!
Ven, te tengo otra sorpresa - le dije, tomándolo de la mano y dejando el vaso en la mesita del café
No más sorpresas por favor - me dijo riendo - sino no podré soportarlo
Guiándolo tras de mí lo llevé al piso de arriba, al cuarto de mis padres. Ahí había una cama lo suficientemente grande para hacer lo que quisiéramos, y además ahí cerca estaba el baño. Me di la vuelta, y mi falda revoleó junto a mí, de forma muy femenina. Me sentía como una niña pequeña y junté las manos.
- Ahora vuelve a cerrar los ojos, no te preocupes, no tardo
Mi Raúl, tan obediente, cerró los ojos. Manos a la obra, aproveché para arreglarme un poco el cabello, limpiar un poco el rímel corrido, y me desvestí, quedando solo con el baby doll, la tanga y los zapatos. Traté de disimular un poco mi erección colocándola entre las piernas, y le dije:
- ¡Abre los ojos!
Raúl abrió los ojos y nuevamente no podía creerse lo que estaba viendo. Mientras yo hacía la pose más femenina que pude, mostrándole toda mi pierna y mi trasero, con la espalda arqueada y la cabeza hacia atrás, como muchas veces había visto posar a las modelos en mis revistas
¡Wow! ¡Estás preciosa!
Solo para ti mi amor - le dije, deseosa
Di media vuelta y contoneé mi trasero frente a él, exagerando los movimientos, para después sentarme al borde de la cama y posar mi mano a mi lado, como diciendo "ven". Él no esperó dos veces y se abalanzó sobre mí, Besándome con locura mientras nos acomodábamos en la cama.
Te beso A beso mo beso Raúl beso
Y yo beso a ti beso Andrea
Estar así, en la cama, besando al hombre que amaba, tan femenina, tan sumisa, tan liberada, me traía tantos sentimientos al corazón. Sentía que iba a enloquecer. Por fin estaba haciendo realidad todos mis sueños.
Me acomodé frente a él y nuevamente empecé a chuparle el miembro. Otra vez empezó el a jadear, y a entrecerrar los ojos. Pero esta vez saqué el lubricante y empecé a ponérselo en el pene.
¿Qué haces?
Te preparo
¿Para qué?
Para que me hagas tuya - le dije, mordiéndome el labio.
Estaba todo casi listo. Me recosté en la cama y me abrí de piernas frente a él para que viera mi agujerito. Debe haberle sorprendido, porque se quedó un buen rato mirando. Le expliqué que tenía que lubricarme a mí también y que lo hiciera bien. Me sentía tan vulnerable en esa situación, pero estaba con mi Raúl y eso era lo que importaba.
Al principio iba un poco tímido y solo rozaba mi entrada con las yemas de sus dedos. Pero poco a poco empezó a tomar confianza e introdujo un dedo. Yo suspiré de placer; era la primera vez que alguien que no era yo jugaba con mi trasero. Metía y sacaba su dedo, y empezó a gustarle al muy cabrón porque no paraba. Luego me metió dos dedos, y yo empezaba a acostumbrarme al grosor. Cuando ya metió tres dedos le dije que parara y que quería que me hiciera el amor ya. Asintió con la cabeza y se preparó para penetrarme.
Acomodó mis piernas y posó su glande sobre mi entrada. "Ya no hay marcha atrás, desde ahora y para siempre, seré suya" pensé.
Te amo Andrea
Te amo Raúl
Sentí como su glande hacía presión sobre mi agujerito, y de pronto pude sentir como iba abriéndose paso dentro de mí. La rápida expansión junto con la sorpresa me hizo suspirar. Sentía un poco de dolor aún después de haber lubricado bien mi entrada. Sentí su miembro abrirse paso centímetro a centímetro, podía sentir cada vena, cada centímetro de su piel. De pronto, se detuvo. ¡Victoria! Había logrado entrar completamente. Me sentía llena, satisfecha, amada, me sentía mujer. Me sentía yo misma.
Tras unos instantes así, Raúl empezó a retirar su miembro, para luego volverlo a introducir lentamente. Entraba y salía, Lleno, vacío. Plenitud, soledad.
Poco a poco fue incrementando el ritmo. Yo me sentía feliz, extasiada, mi hombre embistiéndome contra la cama y yo gozando de todo aquello, gimiendo de placer, dándolo todo de mí para darle placer a mi hombre, a mi amado. Jugaba con mi cintura, daba pequeños giros, lo atrapaba con mis piernas, arañaba su espalda. Me encantaba, estaba enloquecida, era toda una puta. Era su puta, y me encantaba.
- ¡Cógeme duro, fuerte! ¡Soy tu puta! ¡SOY TU PUTA! - le gritaba, fuera de mí
Sentía su sudor caer sobre mí. Sentía como chocaba mi pelvis con la suya. Su pene se movía con la velocidad de un pistón, me llenaba, me volvía loca. Gemía, gritaba, gruñía. Éramos dos animales en aquella cama.
¡Me vengo! ¡Andrea me vengo! - rugió mi Raúl, mi macho
¡Te quiero dentro, dentro! ¡Cógeme! ¡Dame fuerte, no pares! - le decía yo, entre gemidos
De pronto Raúl se pegó a mí con todas sus fuerzas, y en un gruñido muy fuerte, cerró los dientes y empezó a gemir con esfuerzo. Dentro de mí pude notar como ráfagas de fuego que se perdían en mis entrañas. Se vino dentro de mí. Me hizo suya.
Yo estaba excitadísima con todo esto, y sentirlo a él viniéndose dentro de mí, hizo algo en mi cerebro que me cambió para siempre. Ya no estaba sola en mi orgasmo con aquel juguete improvisado de plástico. Había logrado que un hombre real, de carne y hueso, con un pene de carne, se viniese dentro de mí y me hiciera mujer. Me hizo suya, me completó. Eso hizo que tuviera, al mismo tiempo que él, el orgasmo más fuerte de toda mi vida. Mi entrada se cerró como un cepo alrededor de su miembro, como queriendo extraer cada gota de su semen, y sentí como una ola de euforia me recorrió todo el cuerpo. Puse los ojos en blanco y temblé. Mis piernas temblaban como nunca antes lo habían hecho, y me vine como nunca antes me había venido.
Cuando volví en mí lo vi a él recostado sobre mí, jadeando, exhausto también por la tremenda aventura que acabábamos de atravesar. Lo rodeé con mis brazos y lo tuve allí, querido, amado, mientras sentía su miembro salir de mi entrada. Inmediatamente después, su semilla salió de dentro de mí y mojó las sábanas. Ahora ya era una mujer, y me sentía viva por primera vez en mi vida.
Perdí la cuenta de cuantas veces hicimos el amor esa noche. Yo ya era suya, era su novia, era su hembra, me sentía protegida, amada por él. Me sentía plena. Fue como una luna de miel. Al día siguiente, como una pareja estereotípica, le hice el desayuno, lo besaba, vimos películas juntos, abrazados, tomados de la mano. Cuando en una escena se besaban, nosotros también nos besábamos. Y en la noche, Ya sin lencería ni nada, él me hacía suya.
Fueron los tres días más maravillosos de mi juventud. Eventualmente mis padres regresaron, y Raúl tuvo que volver a su casa. Lo regañaron muy fuerte porque se quedó tres días fuera de casa, pero cuando mis papás les explicaron que se quedó conmigo, se disculparon.
Desde esa ocasión fuimos novios en secreto. Las chicas los seguían buscando, pero él les decía que ya tenía novia. Por supuesto, nadie le creía porque de ser cierto ya sabrían quién era. Pero nadie sabía que yo me había convertido en su chica. Los fines de semana yo me ponía mis modelitos, y él salía muy guapo de su casa, y furtivamente nos encontrábamos en mi casa. Eventualmente Raúl se compró un carro, y ahora que ya podíamos movernos con total libertad, íbamos a la playa, o a algún resort de montaña, y allá podíamos dar rienda suelta a nuestro amor.
En otra ocasión les contaré más sobre Raúl y yo, y tal vez otras historias que pasaron después. Mientras tanto, muchos besitos xoxo