Todo por su ama
Agustine deja todo en su vida, e inicia una vida de castigo y sacrificio, solo por el amor a su ama.
El silencio profundo solo era interrumpido por un goteo de agua que se escurría del techo del calabozo sobre algún charco en el piso. Agustine estaba apoyada en el helado piso de piedra, con apenas margen de movimiento debido a la gruesa y pesada cadena que la sujetaba por el cuello a la pared y a que tenía esposadas las muñecas por detrás. La oscuridad era total, y Agustine no tenía noción de distancia ni de espacio. El olor pestilente proveniente tanto de los restos de comida como de su propia orina y excrementos esparcidos por el piso era lo único que hacía ejercitar sus sentidos. Muchas veces se planteaba si haber llegado a esa situación no había sido demasiado, y siempre llegaba a la misma conclusión, que si se le presentara la oportunidad otra vez la volvería a repetir, a pesar del miedo que sentía, fue por su propia voluntad, y en parte disfrutaba esa situación en la que se encontraba.
Es que Agustine se había entregado en cuerpo y alma a su gran amor, otra mujer, para ella la más hermosa que había visto en su vida, que la había encantado con su personalidad y belleza, así como con su autoritarismo y sadismo, a ella, que era muy masoquista... Silvia era su ama, lo sería por el resto de su vida, pero sabía que no iba a ser fácil, ya que era una mujer muy dominante, muy cruel y muy sádica, y la condición para vivir con ella era esa; día y noche encerrada en un calabozo, sacada solo cuando ella sentía necesidad de tener sexo o castigarla para su propia satisfacción, y todo sin vuelta atrás. Una vez dicho el SI ya todo sería diferente, y así, un día, luego de mucho pensar se deshizo de todo lo que la ligaba a su anterior existencia, se excusó con su distante familia diciendo que se iría a vivir a otro país, canceló sus cuentas, renunció a su trabajo y a sus estudios, destruyó todos sus documentos, pasaporte, identificación, libreta de conducir y tarjetas de crédito, quemó una por una toda su ropa, que era muy variada y costosa ya que le gustaba exhibirse, regaló todas sus pertenencias a vecinos, anuló el alquiler de su apartamento y se marchó con su futura ama Silvia, dándole el tan anhelado SI. Luego de varios meses de amoríos y lujuriosas sesiones tanto sádicas como lésbicas, y ya no había forma de decirle que no a su ama. El solo hecho de saber que era su esclava le alcanzaba, aún sin verla a veces por largos días, aún solo viéndola para ser castigada, vejada, torturada y humillada. Sea como sea Agustine era feliz con su situación, y no pensaba cambiarla por nada del mundo.
Por eso soportaba las muy duras condiciones en que transcurría su existencia, pasando días y días, a veces semanas, en completa oscuridad, comiendo del piso solo con su boca, sobre el mismo lugar en donde hacía sus necesidades diarias, encadenada por el cuello con una cadena tan gruesa que el propio peso le lastimaba el cuello, con sus labios vaginales anillados y cerrados con tres pesados candados. Con enormes deseos de masturbarse, sin poder hacerlo. Agustine se había entregado tanto a su ama que todo lo que ella disponía estaba bien. Y así entonces Silvia la usaba a su gusto y antojo, a veces llevándola a su cuarto, lavándola y haciendo el amor con ella como si fueran una feliz pareja, y otras, las más, en el mismo calabozo, atándola a los muros con cadenas, colgándola del techo o atándola al piso, torturándola para su gusto y placer, quemándola con cigarrillos, hierros, clavándole alfileres, humillándola de las formas más perversas, haciéndole comer del piso sobre sus propios desechos, y azotándola con todo tipo de látigos, en todo el cuerpo.
De hecho su cuerpo estaba lleno de marcas, viejas, nuevas, rojas, violáceas y negras. Marcas de golpes que descargaba Silvia para su propia satisfacción. Siempre que era torturada la amordazaba fuertemente, la encapuchaba, le vendaba los ojos y la impedía gritar o sentir algo a su alrededor, haciendo que los golpes y castigos lleguen de improviso, inesperadamente sin poder preveer nada, lo que acrecentaba su sufrimiento y la satisfacción de su ama.
Un día normal de Agustine cuando no era utilizada por su preciosa y adorada Ama transcurría en la más absoluta soledad y la más absoluta oscuridad. A una cierta hora del día, que nunca sabía cual era, se abría una puertita que formaba parte de la puerta principal del calabozo, y con apenas un reflejo podía ver alguna sombra, que le arrimaba un balde con agua fresca. Luego, segundos más tarde se abría una portezuela en el techo y le arrojaban al piso la comida que debía ingerir. Esta segunda operación se hacía sin regularidad, es decir que le podían dar comida todos los días, cada dos tres y hasta cuatro días, debiendo consumir eso y solo eso hasta tanto le repongan el alimento. Esta situación hacía que en muchas oportunidades pasara mucha hambre, pero también hacía que al momento de ingerir los alimentos, esa misma hambre evitaban que sea selectiva con lo que comía, y devoraba su "alimento" sin ninguna queja, aún habiendo caído sobre los desechos y suciedades del piso. Generalmente era comida de alto valor nutritivo pero sin condimentos; arroz, polenta, pasta, cáscaras de frutas, carne y/o pescado crudo, mezclada con desechos de otras comidas, pan viejo, fruta podrida e incluso más de ua vez venía con la comida algún gusano y/o alguna cucaracha, ella no las podía ver pero las sentía, pero el hambre era tal que engullía lo que podía palpar sin miramientos. La acción de comer todo eso era un paso más hacia la degradación y sumisión a su ama y con eso a ella le alcanzaba y la hacía feliz. Jamás se quejó de ello a pesar de las asquerosidades que le daba.
Esta caía sobre el piso, sucio de excrementos y orina, y la única forma de comerlos era arrastrándose hasta ellos, tratando de detectarlos en medio de la profunda y absoluta oscuridad, y con su lengua tratar de ingerirlos, evitando lo mas posible las suciedades circundantes, no siempre tarea fácil, pero el hambre y la ansiedad hacían que esta tarea sea lo que más esperaba a lo largo del tiempo indeterminado que transcurría entre cada entrega. Era lo único diferente de su vida, luego,nada más. Silencio total, solo interrumpido por algún gemido de ella misma, tanto llamando a su ama como por su necesidad de sexo. Tenía absolutamente prohibido masturbarse, tarea que igualmente no era fácil salvo refregándose contra algo en el piso, pero el castigo por hacerlo hubiera sido demasiado cruel, poniendo incluso en riesgo su propia existencia. Estaba amenazada de antemano con encerrada de por vida en ese calabozo si lo hacía, sin jamás volver a salir, o con cosas sino peores iguales que ni quería recordar, y por ello sufría terriblemente la abstensión sexual, gemía clamando por su ama y lloraba horas seguidas por esa necesidad que no podía saciar. Luego, solo la nada, la soledad, el sufrimiento en solitario, el dolor y el abandono al que ella mismo se había sometido.
La oscuridad total habían hecho daño a sus ojos, y las veces que era sacada para que su ama jugara con ella, debía pasar un largo tiempo con los ojos cerrados para adaptarse a la luz. Esas veces era cuando alguien limpiaba ligeramente el piso, retiraba los desechos y secaba los líquidos derramados, cada 15 o 20 días aproximadamente, no tenía claro ya que no tenía noción ni de tiempo ni de espacio. Es difícil concebir la oscuridad total. El aire entraba por conductos con vueltas y contra vueltas que impedían cualquier entrada de luz, las paredes eran oscuras, de piedra pintada de negro, la puerta de hierro tambien pintada de negro cuyo umbral estaba sellado con un burlete de goma negra, por lo tanto no existía ninguna posibilidad de que entrara ni tan siquiera una pizca de luz. Esa era su vida. La nada total, sin nadie que le hablara durante días enteros, sin nada que hacer, la NADA total.
Cuando Silvia la sacaba afuera, la llevaba a un pasillo, la colgaba de las manos o de los pies y la lavaba con una manguera y agua a presión, agua fría, tal cual una res. Luego se la llevaba a su dormitorio, sin hablarle una palabra, muchas veces atada de pies y manos, hacía el amor con ella, a veces dormían juntas aunque Agustine estaba completamente inmovilizada; y como siempre, NADA MÁS. La llevaba nuevamente a su calabozo y ahí la dejaba.
Otras veces no la sacaba, entraba con una lámpara de luz roja, la desencadenaba del cuello, la encadenaba de pies y manos a la pared o al piso, o la colgaba del techo, y ahí se descargaba con todos sus instintos sádicos, la azotaba, la quemaba, le clavaba agujas, y la torturaba de las formas más crueles y dolorosas. En esos casos siempre la amordazaba y apenas podía gritar, no le permitía esbozar una palabra, apenas gemidos. Hacía ya más de un año que no hablaba con nadie, que no podía expresar sus sentimientos y que estaba en esa situación. Ella había recibido la posibilidad de decir que no una sola vez, hace ya tiempo, con la condición que no habría otra oportunidad. Y ahora ya no había vuelta atrás.
A pesar de esas vejaciones, Agustine esperaba ansiosa el momento en que su ama la venía a buscar, ni que hablar de las pocas noches que pasaban juntas, en las que sí se le permitía tener orgasmos, aunque siempre atada, siempre amordazada o siempre vendada, ni que hablar de la satisfacción que le provocaban las caricias de Silvia, el placer que le propinaba su lengua al pasar por su sexo, por sus senos o por sobre cualquier parte de su cuerpo, pero siempre era algo muy programado, nada se excedía de lo que siempre hacía, y siempre volvía a lo mismo. La nada, la oscuridad, la abstensión, el sufrimiento, la soledad.
Una de las cosas que más le dolía a Agustine era no poder decirle a su ama, que tanto cariño le brindaba a su manera, lo mucho que la quería; ni cuanto disfrutaba de lo que ella le había adjudicado, cuanto estaba feliz de ser su juguete, de ser su esclava, de ser su amante. Eso la deprimía mucho y pasaba mucho tiempo en su soledad llorando por ella, apoyada con su cabeza en el frío piso de piedra, con sus mejillas húmedas por lágrimas de dolor, de amor y de sufrimiento, sucia, dolorida, acalambrada, hambrienta a veces, pero sobre todo feliz. Ella era muy feliz, hasta que un día todo comenzó a cambiar, y para peor, llevándose una gran sorpresa. Su ama entró al calabozo como para entretenerse con ella, y tras largos meses de silencio le dijo:
"Bien perra, me has cansado, ya no te quiero utilizar más porque eres menos un sucio animal, una sucia perra alzada, y como tal te conseguí un nuevo amante"
Agustine no entendía a que se refería cuando ella entró con una banqueta larga de madera, la ató al piso de pies y manos con la banqueta apoyada en su estómago y le dijo. "Desde hoy tendrás un nuevo amante, y diciendo esto salió por unos segundos, volviendo a entrar con un enorme perro ovejero alemán, apenas distinguible en la penumbra. Lo llevó hasta posicionarlo sobre ella, que se encontraba en una postura ideal y le dijo que "Jack" sería su nuevo amo y su nuevo amante; que debería tener sexo con el las veces que el perro deseara, que viviría para satisfacer al can, que la relación con ella estaba terminada, y dicho esto los dejó solos.
Jack, que se ve que tenía ya conocimiento del tema, se abalanzó sobre ella, oliendo primero su sexo y su culo, y luego tratando de montarla y penetrarla por alguno de sus agujeros, cosa que logró con bastante facilidad en el agujero trasero, ya que el delantero estaba cerrado con los tres candados y era inaccesible, y comenzó a violarla en forma sostenida y frenética.
Estuvo así por más de quince minutos y luego lanzó un aullido y Agustine sintió penetrar en su interior una gran cantidad de tibio líquido, luego el miembro del animal se hinchó con violencia dentro de su ano, lo que le dolía bastante al propio perro, por lo que agitaba sus piernas delanteras y con ello arañaba en forma violenta el cuerpo de Agustine, quien a través de su mordaza gemía de dolor, pero también de placer.
No le resultó tan desagradable sentir al animar dentro de ella, si estaba angustiada por si era verdad que su ama no la quería más. Pensó que su destino era incierto.
Unos quince minutos más tarde el miembro de Jack se deshinchó y quedó libre. Silvia volvió a entrar , sacó al animal y volvió a dejarla como siempre. Sola, oscura, en medio de la nada.
Así pues se inició una nueva etapa, un nuevo amante satisfacía a Agustine en las mismas condiciones que antes, cada diez o quince días, arañándola, penetrándola y haciéndola sufrir, pero nunca más volvió a saber nada de su ama. Jamás la volvió a llevar a su cama, jamás la volvió a torturar, pero ella sabía que estaba ahí, y con eso le alcanzaba. Era feliz igual con su nuevo amo, y pasó mucho tiempo, mucho,en esas condiciones.
Hoy Agustine tiene otro amante, es un Gran danés (Thor), que la trata igual que una perra. Ella no pide más. Espera ansiosa los días que transcurren entre acto y acto. Su vida es esa, está feliz con ello y ni sabe como es su propio aspecto. No sabe que quedó de aquella belleza que era al llegar hace ya mucho pero mucho tiempo. Solo sabe que es feliz, muy feliz, y que no cambiaría por nada del mundo su actual condición, hasta que su ama lo disponga. Mientras tanto, seguía soñando con su antigua ama, la imaginaba tan bella como la conoció, pero nunca más la volvió a ver personalmente.