Todo por conservar su empleo.

Esta es la historia de una joven señorita que temía ser despedida. Aconsejada por su gran amiga, toma la determinación de

Hace varios meses atrás fui contratada como secretaria en una compañía donde vendían ciertos productos. Saber inglés, ser capaz de relacionarme bien con la gente y tener manejo computacional me convirtieron en una empleada estrella. Trabajaba eficazmente y lograba en un par de minutos, lo que mis antecesoras hacían en horas.

Mi jefe, Armando, no tenía ningún problema conmigo. Me pedía que realizara algo y sabía que lo tendría en su escritorio al cabo de unos minutos. Pero, ya que terminaba todo con tanta facilidad y en poco tiempo, comencé a dedicarme a conversar con las otras chicas de la oficina. El problema es que yo distraía a los demás empleados... El jefe pensaba en despedirme.

Le comenté mi dilema a mi amiga Claudia, una joven argentina que sabe mucho de la vida.

  • ¿Cuál es el problema? Lo que tenés que hacer es re-sencillo, nena.

  • Dime, entonces. ¿Qué hago para no perder mi trabajo? - Le pregunté, de alguna manera odiando su manera soberbia de hablar.

  • Mirá, mañana vos te vestís lo más sexy que podás. Te ponés una falta diminuta y una remera bien escotada. - Señaló Claudia.

  • Pero, ¿cómo sabes que eso va a funcionar...?

  • No me interrumpás. Vas vestida como una cualquiera, encendés el computador y buscás porno... pero no cualquiera, nena, buscá un video de un jefe... con su secretaria. ¿Me entendés?

Luego de esas instrucciones no necesité más palabras y lo único que podía oírse eran nuestras carcajadas.

Al día siguiente, llegué a la empresa con los primeros botones de mi blusa sin abrochar, una pequeña falda negra y unas largas botas de taco alto. Esperé por la hora de almuerzo, cuando todas las chicas se van y el jefe pide que le lleven la comida a su oficina. Una vez que me di cuenta de que estábamos solos, me senté en mi escritorio y comencé mi búsqueda por un video porno, en el cual el jefe... le estuviera dando de lo bueno a su secretaria. No me costó nada encontrar varios que me agradaron mucho.

Debo confesar que las imágenes presentes el video eran calientes, y que le subieron la temperatura a mi sangre. Gracias al video sentí una gran necesidad de tocarme. Eso no era parte del plan, pero no me importaba. Veía a esa chica con un gran pene dentro de su boca y le tenía envidia.

Abrí un poco más mi blusa dejando que mis pechos se escaparan. Los acariciaba suavemente con mis nerviosas manos, pensando que Armando podía salir en cualquier momento. La verdad es que eso me excitaba un poco más. Mi mano izquierda seguía tocando mis senos, mientras la traviesa derecha comenzó a deslizarse por mis piernas, luego abriéndose espacio entre mi falta, para llegar a mi sexo.

Alcancé a sentir mi clítoris una vez, cuando escuché a mis espaldas (con el video porno aun reproduciéndose): "¡Señorita! ¿Qué está haciendo?". Era Armando.

Para esas alturas, estaba mojada, por lo que sólo respondí: "Lo que podría estar haciendo usted mismo, jefecito."

Sin decir palabra alguna, Armando se acercó a mí, abrió mis piernas y sumergió su lengua en mi vagina como si eso fuera lo último que iba a hacer. Su tibia y húmeda lengua se deslizaba desde mi clítoris hasta mi ano. La sensación era indescriptible. Sus manos rozaban mis pezones, haciendo que me vuelva cada vez más loca.

Comencé a despojarme de toda mi ropa, mientras mi jefe dejaba al descubierto su erecto pene. En cuanto lo vi, vigoroso y poderoso, supe que debía tenerlo en mi boca. Me arrodillé frente a Armando, tomé su miembro con una mano, mientras la otra se dedicaba a acariciar mi clítoris una y otra vez.

Mi lengua se movía por todo lo largo de su pene. Luego lo sentí cálido penetrando mi boca, mis labios se derretían sintiendo la cabecita rozarlos gentilmente. De nuevo con su pene en mi boca, puse mi lengua en aquel pequeño orificio, subiéndola y bajándola en varias ocasiones, mientras tanto, mi boca continuaba su cometido de devorar el miembro de mi jefe.

  • "Ponte de pie" - me dijo mi jefe con la respiración entrecortada, y luego agregó: "Date vuelta".

Apoyé mis manos en mi silla y me incliné, dejando que Armando tuviera todo el acceso que quisiera a mi vagina. Tomó mi cintura con ambas manos y comenzó a introducirse tan dentro de mí como pudo. La sensación era deliciosa; saber que en cualquier momento alguien podría entrar y descubrirnos hacía que todo fuera más excitante.

Podía sentir su pene tan duro como una roca, tan largo como la eternidad y tan peligroso como un arma. Entraba una y otra vez causando que mi vagina se mojara cada vez más y más. Mientras él continuaba metiéndomelo, yo acerqué una mano a mi sexo, y comencé a frotar mi clítoris.

Las manos de mi jefe se dedicaron a jugar y mientras la dureza de su miembro seguía atacándome sin piedad, sus deditos comenzaron a introducirse en mi culito. Mi boca no podía quedarse cerrada, tenía que gritar.

  • “Has silencio, o nos van a descubrir” – suplicaba él, sin dejar de moverse.

  • "Sigue, sigue. Armando no te detengas, por favor" - gritaba sin obedecer lo que me acababan de decir.

Sólo escuché el ruido de un montón de cosas cayendo al suelo, cuando mi jefe me dijo:

  • “Súbete acá” – tomándome por la cintura y sentándome en el escritorio recientemente desocupado.

Armando me observó por un momento, mientras yo abría lentamente mis piernas para él. Se acercó a mi cuello y comenzó a darme cálidos besos, mientras yo acariciaba su espalda. Unos segundos después, sus labios estaban juntos a los míos, nuestras lenguas se rozaban y sus manos acariciaban mis pezones. La suma de todo esto llevaba a mi vagina a humedecerse más y más.

Pasé la lengua por mi mano derecha y la acerqué al pene de Armando. Lo masturbé por un momento, hasta que con una agradable violencia, tomó mis piernas y me llevó hacia él. Tomó su miembro y lo pasó por mi clítoris, preguntándome:

  • “¿Te gusta?”

  • “Sí” – le dije yo, sin pensarlo dos veces.

  • “¿Lo quieres dentro tuyo?”

No le respondí. Sólo pude morder mis labios esperando sentir su pene empujando con fuerza hasta llegar al fondo.

  • “Dime. Dime que lo quieres dentro tuyo.” – Dijo, aun acariciándome con su miembro.

  • “Lo quiero.”

  • “Dime que lo quieres dentro. Dime que lo deseas dentro tuyo.” – Agregó, alargando la tortura a la que me estaba sometiendo.

  • “Lo quiero dentro mío. Deseo tu pico enterito adentro mío. Por favor, métemelo. Métemelo”.

Sonrió de una manera muy coqueta, y agarrándome fuerte de las piernas se dispuso a meter su pene, más duro que nunca en mi roja manzanita.

Qué sensación tan deliciosa. Sus manos en mis pechos, su pene en mi vagina, y la incertidumbre de si alguien estaba a punto de llegar, eran la combinación perfecta para provocar un gran placer.

Su pene entraba y luego salía de mí. Yo no podía dejar de moverme, haciendo que el acto sea más intenso para ambos – a juzgar por su rostro. Mi jefe se acercó nuevamente a mi cuello para besarlo, luego me dijo al oído:

-“Desde que te conozco que he querido tenerte así.”. - “En serio” – Agregó, luego de que lo miraba con cara de confusión.

Me dijo que yo era una niña mala, y a las niñas malas se les debe dar mucho para que gocen. En ese momento me di cuenta de lo completamente inapropiado que era su lenguaje para hablar conmigo. Yo soy su secretaria… Me dio mucha risa… Hasta que sus labios se deslizaron por mi pecho y su lengua encontró uno de mis pezones.

  • “Jefe…” - le dije con el corazón a punto de reventar – “me va a hacer acabar muy pronto.”

  • “¿Ah, sí? ¿Te gustaría más si hago esto – y acercó nuevamente sus dedos a mi culito, y utilizó su otra mano para masajear mi clítoris.

  • “Sí. Jefe, siga así”

De pronto, dentro de mi cuerpo sentí una cálida explosión. Todo mi cuerpo comenzó a contraerse, sintiendo que vibraba por dentro.

  • “¡Qué rico!” – fue lo único que pude decir.

Mi corazón saltaba y daba vueltas en mi pecho debido a la reciente caliente experiencia. Pero no hubo tiempo de descansar. Armando, me tomó del brazo y tenía el rostro rojo, mientras se masturbaba. Me ayudó a bajarme del escritorio y me pidió que me arrodillara.

  • "¡Quiero irme encima tuyo! ¡Quiero acabar en tus tetas!" - dijo mi jefe.

Tomé su miembro y continué masturbándolo mientras él apuntaba a mis pechos. Mis manos deslizaban hacia arriba y hacia abajo. Llevé su pene a mi boca y comencé a acariciar sus bolas con ambas manos.

  • “Lámelas” – dijo mi jefe.

Obedecí. Mis manos recorrían la dura roca de Armando, mientras mi lengua paseaba por sus bolas. Fue delicioso sentir cómo mi lengua humedecía y le daba calor a los testículos de mi jefe. Podía sentirlo a él cada vez más caliente. No tardó mucho en dejar escapar una deliciosa bocanada de leche caliente directo a mis pechos.

Miraba a mi jefe con una enorme sonrisa, tratando de recuperar la respiración. Para ese momento me sentía una ganadora, sentía ese exquisito placer que te deja satisfacer a un hombre... más, cuando el hombre es tu jefe.

Tomé un poco de su leche con mi dedo y lo llevé a mi boca.

  • "Eres una secretaria muy mala y traviesa. A lo mejor nos quedamos a trabajar hasta tarde hoy, ¿te parece?" - me preguntó.

  • "Me encantaría ese castigo" - fue mi más honesta respuesta.

Nos quedamos sentados en el suelo, cerca del escritorio mientras me limpiaba un poco. Estábamos riendo, sintiéndonos felices por el orgasmo que acabábamos de tener cuando escuchamos pasos en la escalera. ¡Las chicas habían terminado de almorzar e iban de camino hacia nosotros!

Armando se encerró en su oficina para poder vestirse, yo hice lo mismo utilizando el baño. Tengo la impresión de que las chicas notaron algo extraño en mi oficina, pero nadie dijo nada. Ellas sabían que cualquier cosa que hubiera sucedido tenía al jefe involucrado. No querían problemas.

¿Lo mejor de todo? Desde ese día he recibido un mejor salario, mejores bonos, viajes de "negocios" y  sobretodo, horas "extras" de trabajo duro... y delicioso.