Todo o nada

Estaba tan excitada que intercambié la posición con Pedrito. Me senté a su lado, abriendo las piernas, y él me penetró poniéndose sobre mí. Su cara mostraba que su deseo al fin estaba siendo satisfecho, y me contagió su excitación.

Me senté entre los dos, entre padre e hijo, mi marido y mi niño, mis hombres. Estábamos en el sofá viendo una película bajo una gran manta que nos tapaba hasta el pecho. Estábamos en pijama, el mío de dos piezas de felpa, abotonado por delante, y que me estaba algo grande. Por debajo de la manta, una mano me tocó la pierna, cerca de la ingle. No era la primera vez en esos días, pero esta vez esperé y no la aparté, pues quería ver hasta dónde era capaz de llegar. Pedrito no se esperaba la falta de rechazo y se quedó quieto, a falta de un plan ulterior. Yo, en cambio, puse mi mano en la ingle de mi marido que, tras un minúsculo respingo, se quedó esperando, estoico.

Me mojé las braguitas solo al pensar masturbar a mi marido con nuestro hijo delante, así que busqué su pene, que me estaba esperando con un volumen prometedor. Apenas lo toqué empezó a ponerse más duro, así que metí la mano en su pantalón. Tener esa polla tan gorda y calentita, tan dócil a mi movimiento, me puso a cien. Juan apenas respiraba, muy excitado, igual que yo. Pedrito, ausente de nuestro juego oculto, empezó a retirarse, pero se lo impedí, llevando su mano a mi muslo.

Masturbaba a mi marido con lentitud, trabajando su pene para dejarlo duro y sin intención de que llegara a más. La mano que estaba sobre la de Pedrito la llevé al interior de mi pantalón, al calor de mi entrepierna. Y empezó a pasar el dedo corazón a lo largo de la rajita, sobre las braguitas, haciéndome estremecer cada vez que pasaba por el clítoris. Llevé mi mano por debajo de su pijama para poder asir su verga. Con un par de movimientos, se puso tan dura como la de su padre. Y él metió el dedo por un lateral de las braguitas y lo llevó a mi vagina, introduciendo la punta.

Miré a mi marido y nos sonreímos. Le señalé con los ojos a Pedrito y lo miró sin comprender. Insistí e hice un movimiento más exagerado con la otra mano, para que viese la manta moverse, y entonces se dio cuenta de que estaba masturbando a nuestro hijo. Entrecerré los ojos mientras lo volví a mirar, dejándome llevar por el placer que estaba recibiendo por el dedo en mi chocho, y le hice gestos para que mirara mi ingle. Abrió mucho los ojos al darse cuenta del origen de mi éxtasis y el movimiento involuntario de su polla me comentó lo excitado que estaba.

Solté sus penes y me desabroché el pijama, abriéndome un poco la camisa. Bajé la manta con la excusa de que tenía calor. Mis pechos quedaron parcialmente a la vista con el pezón oculto por las solapas. Ambos podían ver cómo mis senos caían libres, el pliegue que hacían en mi abdomen. Ocurrió que al bajar la manta, ésta quedó pegada a nuestras piernas y a todo lo que había en ellas, así que también pudimos ver el bulto de dos penes erectos y el que hacía el brazo de mi hijo hasta llegar a mi sexo.

Se hizo un silencio solo cortado por el frío sonido del televisor. Llevé mis manos otra vez a sus pollas y los masturbé sin disimulo. Miré a Pedrito y le pedí que siguiera, en referencia a mi chocho. Y lo hizo, lentamente.

— Sí, cariño —dije en un gemido.

Miré a mi marido y le hice un gesto, pasando la lengua hacia mi labio superior, mirando mis pechos. Sin perder un instante, abrió el trozo de camisa que estaba a su lado, mostrando mi seno plenamente, tocándolo con habilidad, manoseando mi pezón, que se puso duro. Una mirada a Pedrito bastó para que sacara la mano de mi pantalón y que abriese su lado de mi camisa, como había hecho su padre. Empezó a tocarme cuando volví a hablar.

— ¡Chuparle las tetas a mami!

Ambos llevaron sus bocas a mis pezones, simultáneamente, y me chuparon con mucha pasión. Me hicieron gemir mucho, era como si estuviesen compitiendo a ver quién era más salvaje, y apreté sus vergas hasta que noté cómo mojaba la entrepierna. Me puse de pie y me quité el pantalón y las braguitas. Me arrodillé ante mi marido, le bajé el pantalón lo justo para que la polla quedase a la vista, y saqué la de Pedrito. Me dispuse a chupársela a Juan mientras masturbaba lentamente a mi niño. Metí la verga envolviéndola en mis labios. Entonces me di cuenta de que Pedrito no se atrevía a mirarnos.

— Mírame, amor, mira a mami. Mira la polla de tu padre, mmm, ¿ves cómo entra en mi boca? Sí, no dejes de mirarme. Tienes que ver lo puta que me vuelvo. Mmm. ¿Sabes que Pedrito ha intentado follarse a su mamá? —me llevo la verga a lo más profundo, muevo la cabeza y se oyen sonidos guturales salir de mí. Tomo un respiro—. Pero yo le he dejado bien claro a tu hijo que puede que sea un poco puta, pero sobre todo soy tu puta —volví a meterme la verga hasta que me ahogué con ella. Pedrito tenía los ojos como platos y su líquido preseminal me mojaba las manos, así que ralenticé el frotamiento. Con Juan, sin embargo, empecé más fuerte.

— ¿Le vamos a dar a Pedrito el chocho de mamá? —le pregunté a Juan. Se la chupaba frenéticamente. Estaba a punto de venirse—. Dí que sí, amor. Déjame gozar de su polla, por favor.

— Pero qué puta eres. Te lo puedes follar. Puedes hacer lo que quieras —me iba a lanzar su leche de un momento a otro.

Le dije a Pedrito que se desnudara, y le di tan fuerte a Juan que su glande golpeaba mi garganta a cada vez. Finalmente me agarró la cabeza y metió el rabo aún más. Pude esquivar la descarga sacando la verga de la garganta pero sin quitarla de la boca, llenándola inmediatamente con su semen. Acerqué mis labios al rabo de Pedrito y solté sobre él toda la leche de Juan, me subí encima y acomodé la verga a la entrada de mi coño. Me dejé caer y el pene lubricado entró suavemente hasta el fondo. Empecé a mover la cadera y él me agarró los pechos. Mi pequeño estaba en una nube y yo sentía su polla venosa en cada centímetro de mi interior. Supe que me correría con el único estímulo de su rabo follándome, sin tener que auxiliarme con la pipita. Me movía lentamente, evitando que él se corriese e intentando gozar lo máximo yo.

Volví a coger el pene de mi marido, y aunque estaba algo bajo, lo moví en una masturbación de reanimación. Estaba tan excitada que intercambié la posición con Pedrito. Me senté a su lado, abriendo las piernas, y él me penetró poniéndose sobre mí. Su cara mostraba que su deseo al fin estaba siendo satisfecho, y me contagió su excitación. Agarré la polla de mi marido, que estaba haciendo un esfuerzo titánico por volver a tener la consistencia que me gusta disfrutar, y se la moví a la vez que la de mi hijo me iba llevando a un fortísimo orgasmo. Jalé de la de Juan y lo hice poner de rodillas en el sofá, para poder llevármela a la boca. Cuando fui a acercarla, vi que Pedrito apartó el torso del mío. Pensé que era aversión por verme hacer una felación mientras me follaba, pero luego me di cuenta que lo que tenía era miedo. Miedo de mí y de lo que le pudiese pedir. Miedo a que le hiciese meter la verga de su padre en la boca y de que me obedeciese. Esto hizo que la mamada fuese muy intensa. Todavía podía ponerme todo el pene en la boca y era maleable en mi lengua. Lo atraje hacia mí asiéndolo de los huevos. Sentía esa serpiente hacerse cada vez más dura en mi boca a la vez que el orgasmo era ya inevitable, y me descompuse en una serie de convulsiones de placer, teniendo que sacar la verga en un manantial de babas.

— Has hecho que mami se corra como una puta.

Pedrito me cogió de los pechos apoyando su peso en ellos, usándolos como pivote en su movimiento de cadera. Esto, y el orgasmo que no se iba, hacía que me faltara el aire. Así que llevé mi mano hacia los muslos para abrirlos aún más para él.

— ¡Mamá, me voy! —me dijo con preocupación Pedrito, que no podía con tanta excitación.

— ¡No la saques, dame fuerte! ¡Dame tu leche! ¡Así, fuerte! ¡Todo dentro, amor, hasta la última gota!

Su rabo súper duro me taladró con mucha velocidad, tanto, que aún pude sentir remontar levemente el orgasmo que acababa de tener. Eyaculó en varias sacudidas y notaba a cada vez que su pene pasaba por la pared más cercana a mi vientre. El rabo de mi marido ya estaba duro, preparado para darme gusto, así que cogí el de Pedrito y lo limpié con la lengua y los labios muy a fondo. Una vez que estaba reluciente, hice que Juan tomase el relevo de Pedrito, y me la metió haciéndome sentir en el cielo. En la misma postura que con mi niño, empezó a follarme mientras me miraba con mucha lascivia.

— Eres una perra en celo. Sólo quieres verga.

— Sí, sí, fóllame así, soy tu perra.

— Tienes un coño de puta barata.

Mientras las lindezas que me decía mi esposo me iban poniendo a cien, confiaba en que Pedrito tuviese una recuperación parecida a la de su padre. Tenía que estar muy excitado, y le cogí el pene.

— Métemelo en la boca.

Lo hizo y lo usé para ahogar mis gemidos. Durante unos minutos lo fui chupando y masturbando hasta que conseguí volver a ponerlo casi duro, y, entre medias, ya me había corrido por la acción de Juan. La puta que me devora salió otra vez e hice que mi marido se sentara. Me puse sobre él, y metiéndome la verga hasta el fondo, pequé mis pechos a los suyos, juntando nuestras caras. Empezó a darme haciendo un ruido fortísimo al golpear pubis con pubis. Sabía que mi hijo vería en mi culo en pompa una clara invitación. En un momento que bajamos la fuerza de folleteo, Pedrito se arrimó por detrás y fue introduciendo la verga en mi ano. Me quedé quieta y, por los gestos que hacía, Juan comprendió lo que estaba ocurriendo en mi otro agujero. Pedrito empezó a follarme con fuerza y me quedó claro que realmente soy algo zorra, porque mi ano se acomodó pronto a su rabo. Me hizo gozar, mi hicieron gozar rellenándome de esa forma. Dejé que me diesen placer durante un tiempo, hasta que hablé.

— ¿Tú le has dado permiso para que me abra el culo? —le pregunté a mi marido.

— No, ¿y tú?

— No —saqué el rabo de Pedrito estremeciéndome al sentirlo recorrer todo el ojete—. Ve a mi cuarto, y del primer cajón de la cómoda, trae lo que hay al fondo, con el bote que está al lado.

Pedrito se fue y seguí follando fuerte con Juan. Mi hijo tenía dos opciones: no volver o volver con lo que le pedí. La intriga por su decisión que tomaría me excitó más. La polla de Juan parecía que había entrado en modo automático y la exprimí con ganas... hasta que Pedrito volvió. Llevaba en la mano mi arnés con la polla de silicona y en la otra un tubo con vaselina. Era su elección y le daría lo suyo.

Me puse de pie y le cogí el arnés, poniéndomelo. Extendí la vaselina por la verga y coloqué a Pedrito a cuatro patas. Juan estaba expectante, con el pene tieso, no así el de Pedrito, que había bajado considerablemente. Me acerqué a él por detrás, mi pene estaba tocándole los genitales y le cogí la polla, masturbándolo para que volviese a ponerse dura. Al poco lo conseguí y fui introduciendo mi verga con mucho cuidado. Empecé a moverme, follándolo con suavidad. Le indiqué a Juan que me la metiese por detrás también. El sandwich anal fue un caos de armonía, y tuvimos que desistir de él, así que Juan sacó la suya de mi culo y yo mantuve la penetración en Pedrito. Le agarré la polla mientras lo sodomizaba, en una masturbación en la que coger su pene era como si cogiera el mío de goma. Lo follé así hasta que se corrió, llenándome la mano y el cojín del sofá. Con el aparato metido en su culo, me quité el arnés e hice que Juan continuase follándome por atrás. Le dije a Pedrito que se diese una ducha y cuando terminó de hacerlo, mi marido seguía haciéndome gozar con su incansable verga.

Esa fue la primera y última vez que Pedrito me folló. Antes de que pasara un mes ya se había independizado, yéndose a vivir con su novia. No ha vuelto a hablar conmigo sobre algo que tenga que ver con el sexo.