Todo lo que se puede contar de una noche

Historia erotica de un fin de semana sobre el encuentro de dos amantes enamorados.

El toco en el timbre de casa y ella le miro con ojos de afecto.

  • ¡Que alegría volver a verte!. – exclamo.

  • ¿Cuántas ganas tenias de volver a verme?. – dijo el sonriendo. – Apuesto a que no las mismas que yo a ti.

  • Si sumáramos tus ganas y las mías podríamos construir una montaña.

  • ¿Seria una montaña grande?.

  • Muy grande. Inmensa. Seria la montaña mas grande del mundo.

El se sentó en el cómodo sillón de tres plazas tapizado de rojo y ella fue a la cocina, volvió a entrar con una botella de Safir y vasos y hablaron del viaje en coche de el, del mal estado de las carreteras, y de la lluvia, de la que el parte meteorológico del día había hablado en términos de inviabilidad.

El lunes el regresaba al trabajo. Pensó como volvería a casa, como se incorporaría al servicio con tiempo

Siempre los mismos servicios espartanos: una tarde, una mañana, y una noche, con un descanso continuado de ocho horas entre servicio y servicio, después de un fin de semana, cuando tocaba, para recordarles el nivel de exigencia de esa "empresa", que solo permitía un respiro a los jefes.

Ella portaba una batita transparente de seda negra, anudada a la cintura con un cordoncito, medias de rejilla hasta el muslo y zapatos de tacón de aguja de doce centímetros. Estos podían perforar además de la carne, el alma. Cuando se sentó a su lado se mostro inmensamente feliz.

En el cristal de la librería colocada frente al tresillo que ocupaban algo se reflejaba tenuemente; sus rostros, tal vez. El miro este reflejo complacido, contento por tenerla a su lado, con sus manos diligentes preparando un gin tonic con un poco de limón exprimido en una copa con dos cubitos de hielo.

  • Tendrías que venir mas a menudo. – dijo ella. – Me gustaría que no fuera solo los fines de semana. Te echo de menos.

  • ¿Qué tal si decidiéramos un viaje?. – dijo el. – Podríamos pasar el verano juntos.

  • Ya, pero no es suficiente. – respondió. – Me paso todo el día acordándome de ti y me fastidia que no estés aquí. Tendrías que hacer algo. No se

  • Algo… ¿Cómo que, Marie?.

  • Bueno, no se si me quieres lo bastante. – dijo. – Me lo dices y te preocupas por mi pero yo quiero que estemos juntos. ¿Me quieres?.

  • Realmente, sabes que es así. No puedo querer a nadie mas – dijo. – Estoy contigo y eres la primera en todo.

  • ¿Qué quieres decir con eso?.

  • Nada. – dijo. – Solo que un tío puede acostarse con muchas mujeres pero solo quiere a una. Esa una eres tu, en mi caso.

  • ¿Te acuestas con mas chicas?.

  • No, solo contigo.

Estuvieron viendo una película de Kevin Space, uno de los actores favoritos de el, en la que interpretaba a un profesor de filosofía universitario; un activista contra la pena de muerte empeñado en dejar en evidencia el sistema penal americano.

La película se titulaba "La vida de David Gale".

  • Oye, Marie, ¿Por qué no me pones un poco mas de Safir?. – dijo. – Apenas lo has cargado.

  • Cielo, te quiero fuerte para luego. – dijo ella en un tono cariñoso, casi suplicante.

  • Deja eso de mi parte, y no te preocupes.

Ella solo pensaba que quizá si el bebiera un poco menos…No es que le disgustara que lo hiciera, que bebiera una copa detrás de otra, pero le fastidiaba que el manifestara después disgusto respecto de la bebida, o que le sentaba mal.

Como de costumbre, lo había dejado solo, con una copa en la mano, aunque al volver el había apurado parte del contenido de la misma, sosteniéndola entre sus manos delicadamente mientras hacia rotar los hielos, que entrechocaban contra las paredes de cristal de la copa.

Realmente, necesitaba todo aquello para estar con ella.

Ella estaba un poco cansada por culpa del trabajo, de sus responsabilidades como directora de la Mutua. Por la tarde, cuando volvía a casa de regreso, solo necesitaba un impasse de unos minutos.

Al momento de separarse, ella no había tenido mas relaciones durante un tiempo, en el cual se había recluido en casa, renegada, abatida, indiferente al mundo, cuyo pulso exterior, frenético y ajeno, le parecía ir en otra dirección al que ella pretendía para si.

Recientemente, el había cambiado de destino en su unidad. ¡Que diferentes habrían sido las cosas si hubiera podido quedarse cerca de ella, tal vez en su localidad, en su casa!. Se tuvo que trasladar a cuarenta kilómetros de su ciudad, distancia todavía infranqueable para permitir una mayor frecuencia en sus visitas.

No le costaba hacerlo los fines de semana pero

Pero estaba lejos.

Seguía estando lejos.

Una erección, de pronto, le asalto.

Ella lo sabia todo sobre el… Sabia la clase de cosas que le excitaban con solo mirarle a los ojos, en los cuales se reflejaba el deseo de estar juntos, su excitación apenas contenida, su mas absoluta entrega para significar su pertenencia a el.

  • Dime, Marie… - dijo el. – Tenemos todo el fin de semana por delante.

El significado de esas palabras venia a decir que no pararían de follar-amarse, en definitiva, de cubrir la inquietud afectiva a través del contacto físico.

La gente al otro lado del edificio en que estaban no sabia que detrás de las persianas bajadas del salón había dos personas enamoradas, mirándose, reconociéndose al otro lado, en forma de siluetas abrazadas con la luz artificial de la lámpara de fondo.

El le acaricio levemente el mentón.

Le dio un beso suave, tierno, pero breve, apenas un esbozo de beso.

Dejo deslizar la punta de la lengua sobre su labio superior y ella se dejo hacer. Se separo de el en el momento preciso en el cual iba a hablar.

  • ¿Qué quieres que te diga, amor, si solo pienso en hacerlo contigo a todas horas y en todas partes?

  • ¿Te masturbas muy a menudo cielo con esta idea?.

  • Si, cariño, todos los días, pensando en ti.

  • ¿Has estado con otros chicos?.

  • Si, con dos desde la ultima vez que nos vimos. – dijo ella. – Quede muy satisfecha y estoy contenta y feliz.

  • Buena chica.

Y volvió a besarla.

Pero la historia con esos chicos, lo cierto, la verdad, es que no la había satisfecho en gran medida.

Naturalmente, ella le amaba y podía calmar su ingente apetito sexual con otros hombres, pero no su necesidad afectiva de el, ya que el no estaba con ella entre semana, y el resto de chicos con quienes mantenía relaciones esporádicas de apenas una tarde dejaban en ella un poso de tristeza hasta que volvían a verse.

Hacia un mes, incluso mas de un mes, que el estaba dándole vueltas a la idea de que ella se acostara con otros; la idea no le entusiasmaba, pero comprendía que si pretendía cuidar de ella y procurar su felicidad tenia que permitir que lo hiciera, pues el, a causa de la distancia, no podía darle todo.

Uno de esos chicos era del hospital, tenia un cargo importante, como ella; sin embargo, su prepotencia a la hora de tratarla, y sus deseos de aparentar que estaba por encima del resto chocaban con su necesidad de sentirse amada.

La justa prepotencia de el le daba un aire de conquistador; el era un ácrata, un tipo duro, o al menos así le parecía a ella, aunque a modo de carcasa, en cuyo interior residía la esencia de su felicidad.

  • Cariño, quiero que me folles brutalmente. – dijo ella. – Si no lo haces no se que va a ser de mi. Fállame duro.

Ella deslizo sus piernas un poco a través del asiento del tresillo.

El le acaricio la cara interna de sus muslos, caliente, presa de la excitación, lo cual le gusto.

Si seguía ocupado con sus cosas; su trabajo, su familia, sus pequeñas anécdotas cotidianas, que se sucedían sin tregua días tras día, no era por falta de afecto hacia ella, ni siquiera por que a el le gustara su vida, sino por imposición de circunstancias contrariadas; sencillamente no podía hacer otra cosa.

Jugo con sus labios; los beso y ella dejo escapar un aliento de deseo que el contuvo con sus dedos sobre sus labios. Después, sus rostros tan apenas distantes unos centímetros el uno del otro, y su otra mano buscando la cálida carne de sus muslos hasta llegar a su húmeda rajita.

Decidieron que lo harían allí mismo.

Decidieron que se amarían en el tresillo.

De paisano, es decir, cuando el abandonaba su servicio para convertirse en uno mas, el ya no era mas que un niño travieso que gozaba con su compañía y se abandonaba a ella como si fuera la primera vez en su vida que estaba con una mujer, ya que en eso consiste el deseo. El deseo le hacia temblar.

Por la noche, el se había acostumbrado a pensar en ella y a no dormirse hasta haberse masturbado una o dos veces con el pensamiento puesto en las cosas que ambos eran capaces de hacer, ya que ella le relataba todas sus fantasías y lo anestesiaba.

Un segundo. El se levanto un segundo. Pero el contacto físico continuo en forma de caricias; su rostro lo miraba suplicante, envenenado, complacido a través de los cristales de sus gafas por el deseo de tener a su chico a su lado.

No tenían prisa. ¿No podían hacerlo cuantas veces quisieran?. El fin de semana era largo, sin tregua para el descanso.

  • Te ayudare a desabrocharte. – dijo ella.

No fue difícil desnudarse frente a ella.

Al soltar la hebilla del cinturón con un pequeño tironcito y el botón del pantalón, este cayo fácilmente al los tobillos plegándose como un acordeón y ella, sentada allí, acaricio su pene erecto detrás de la tela del bóxer, aunque decidió no retirárselo de momento.

El había llegado a contar las horas que la separaban del momento en que disfrutarían de ese instante.

Entonces, cuando saco su pene del bóxer, ella lo masturbo con sacudidas suaves, y tiernas, blandas… Teniendo aquella carne palpitante y erecta entre sus manos, ella se sintió feliz, como una chiquilla, mientras el se soltaba los botones de su camisa, retirándosela con la torpeza propia de quien hace varias cosas a la vez.

Ella se complació en acariciar su vientre, su pecho. Se levanto y se enrosco a sus hombros pegándose fuertemente a el, de tal manera que el pene de el, enhiesto, quedo aprisionado contra su vientre.

Su hija no había llegado a casa todavía. ¿Hablaban?. A menudo. Ella estaba encantada con la recién estrenada felicidad de su madre con aquel chico que, sin excepciones, hacia cuanto podía para estar con ella.

Fuertemente, apasionadamente, se besaron.

Cuando ella quedo a horcajadas, el la tendió sobre el tresillo y entro en su rajita. Empezó a sacudirse dulcemente alzando un poco la cabeza, apoyando ambas manos sobre el respaldo del tresillo, ya que no quería aplastarla, y ella levanto las piernas un poco mas poniendo sus talones sobre su culo, reteniendo el poder de su embestida masculina.

De esta forma, dificulto su movimiento, traviesa

  • Follame, Manu. – dijo ella. – Follame así.

  • Oh, si, Marie… Que suave deslizo, me gusta. – dijo el. – Mírame. Mírame.

Sus ojos volvieron a posarse en el. La acometida de la penetración fue increscendo poco a poco, gradualmente, al compas de su excitación, de la humedad de su rajita, ya que era ella quien ahora lo sentía y no tenia excusas para no abandonarse a sus brazos, para dejar que el la llevara a su sitio entronizado.

Después de levantarse, ella se desnudo, se subió a el, envolviéndole en un agradable olor que mezclaba un rastro de tabaco, perfume caro, sexo húmedo….

Y al rodearla con sus manos sobre su cintura, ella empezó a cabalgar segura sobre si y sintió su carne, tan caliente tan ardiente, bajo ella.

Su pequeña adorable rajita hizo el resto estimulando su pene. Era como volver de nuevo a la felicidad. Ella echo atrás la cabeza. La vista de el enfoco sus hermosos pechos de pezones aureolados, duros por la excitación.

Lo que tanto les había costado preparar ocurrió muy rápido, en poco tiempo, ya que ella se puso a tono, a horcajadas sobre el, y de pronto, se vio enmarcada en un cuadro del cual era su absoluta protagonista, su leí motiv principal con un paisaje hermoso, lleno de jardines bajo un sol ardiente de fondo.

Pellizco sus pezones y luego los lamio. Ella hinco sus uñas en los hombros de el. Se contrajo. Noto que se corría. El asió fuertemente con sus manos la carne de su culo, tan suya, tan obsesivamente poseída y frenética, que ella se detuvo un momento lanzando un grito estremecedor.

  • Cariño, no puedes dejarme tan sola. – dijo. – Te necesito. Estoy tan enamorada de ti….

  • Uhmmmm, si, pequeña.

  • Córrete para mi, cielín. – dijo ella. – Vamos a follar como locos todo el fin de semana.

  • Si, mi niña. – dijo el.

El estaba ansioso y así continuaba mientras ella empujaba con fuerza y sus muslos entrechocaban haciendo aquel ruidito característico; chic, chic, chic

  • ¿Te vas a correr para mi?. – dijo ella frenética, enloquecida. - ¿Lo vas a hacer?.

  • Si… ¿Quieres mi leche calentita?.

  • Si. – dijo ella.

  • Cariño, deja que me corra dentro de ti.

  • Mmmmmm. Si… Si

  • Un poquito mas.

Al compas de sus furiosas embestidas empezó a sentir que algo se precipitaba, una descarga, ya que sus músculos empezaron a tensarse, y sintió que su pene ardía inconmensurablemente al roce contra las paredes de su vagina. Ella poso sus manos sobre su vientre.

Lo miro al rostro y el miro sus pechos y ella puso luego sus manos alrededor de su rostro y deslizo su dedo pulgar hacia la boca de el buscando el interior de sus labios, sus encías, mientras el lo lamia.

Echo la cabeza atrás y se corrió. Eyaculo fuertemente dentro de su rajita y todo acabo. Los dos se quedaron fuertemente abrazados.

  • Cuanto me haces gozar… Manu, de verdad. – dijo ella. – Que especial eres para mi.

  • Pienso serlo todo el fin de semana. – dijo el. – Follaremos, probaremos cosas nuevas. Quiero que te vuelvas loca.

  • Quieres que esto me obsesione.

  • Si.

  • Pero no volverás a marcharte.

  • Estaremos juntos todo el tiempo que podamos. – dijo el.

Y se levanto, todavía expulsando un poquito de su leche a través del pequeño orificio de su pene.