Todo lo que nunca hice bien 10

Recuerdos

El incómodo silencio de querer decir muchas cosas y no saber por dónde empezar. Siento como un revoltijo de palabras se ha atascado en mi garganta, todas ellas entremezcladas, roídas y rotas. Noto su peso como un nudo enorme que me impide respirar. Cuando intento tomar una fuerte bocanada de aire para llevarlas al estómago y digerirlas, el interior del coche me huele a sexo y a culpabilidad. Con rapidez bajo la ventanilla y el aire fresco del principio de la noche revuelve mi pelo, en un momento de libertad. Me lleno los pulmones de ese aire, intentando renovarme y no pensar en todo lo que está pasando conmigo. Todo en lo que estoy permitiendo que Luca me convierta.

Mis manos descansan sobre mi regazo en un cruce doloroso de dedos porque si aflojo noto como tiemblan. Las miro con aire acusador. Las odio por la debilidad que muestran.

Me odio por lo débil que me siento.

De reojo contemplo el rostro inexpresivo de Luca. Tiene sus ojos fijos en el tráfico y los labios flojos. Está intentando parecer calmado, pero sus manos atrapan el material del volante como si estuviese dispuesto a romperlo.

Si no hubiese insistido en llevarme a casa no estaríamos en este momento de tensión, pero la lluvia había vuelto y él se había dado cuenta de que mi vuelta a casa sería a pie sin paraguas. Por lo que se ve le queda algo de caballerosidad.

Me duele algo la entrepierna de la brusquedad inicial de sus actos y quisiera llevarme las manos sobre ella, pero no me atrevo ni a mover un músculo. Mi cerebro se empeña en comparar el momento con la única otra vez que nos habíamos acostado.

Teníamos dieciséis años.

Y estaba borracha.

No habíamos quedado en una cita. No había sido una cena con velas y un ramo de flores o un cine y un beso de portal. No existía nada de eso entre nosotros cuando pasó. Era una fiesta. Una fiesta en la que deberíamos de haber asistido todos nosotros, pero el destino es el destino.

Juan Marcos Yuuka Fernández cumplía diecisiete años, y no se le había ocurrido otra cosa mejor que invitar a todo el instituto a una macro fiesta en su propia casa. El chico nunca había tenido muchas luces. Era hijo del Señor Yuuka, un empresario japonés que había huido de su país después de un asunto más bien oscuro en cuestiones legales y se había instalado en Madrid dónde había montado un conjunto de empresas especializadas en la construcción. En realidad todo esto no es lo importante, pero es lo que explica porque Luca y yo estábamos caminando solos  la noche de un viernes 12 de Septiembre por medio de la carretera dentro de un pequeño complejo residencial.

Ana nos había dejado tirados por una noche de chicas, con película romántica, helado y pintauñas al más estilo americano, por culpa de una Clara que lloraba por haber dado una oportunidad amorosa a Luca. Borja estaba encerrado bajo llave en su propio cuarto por una madre totalmente desesperada con su hijo después de haberlo pillado a media calada de un porro. Toni se había echado atrás cuando Ana, manipulada por Clara, se había quedado en casa. Así que eso explicaba que Luca y yo acabásemos solos yendo hacia a la casa lujosa del Señor  Yuuka a celebrar el cumpleaños del gilipollas de su hijo.

Mi disculpa para no dormir en casa fue tan simple como decirle a mi madre que tenía noche de chicas con las chicas. Luca ni siquiera sé si tuvo que inventarse algo. Él solo caminaba a mi lado con un cigarrillo ya liado en la boca y una actitud que solo se puede tener con dieciséis años. El bus nos había dejado a  quince minutos de la urbanización y no había vuelta hasta las siete y veinte de la mañana, cuando el primer conductor de la jornada comenzaba la labor de la empresa.

La idea era simple, encontrar un buen trozo de cama o sofá y cuando se pudiese dormir sobre él. Levantarse cuando Juan Marcos Yuunke, desesperado, se diese cuenta del error que había cometido y nos echase de su casa a gritos. Coger el bus que tocase para volver como despojos humanos a nuestras respectivas casas.

De la que nos estamos acercando por el medio de la vacía carretera comienza a sonar tímidamente una música que interrumpe el silencio de la urbanización. La emoción me hace dar saltos que sacuden en mi espalda el bolso de cuerdas que traigo para guardar lo mínimo. Mi tarjeta del bus, dos euros sueltos, las llaves de casa y un móvil que se pasará apagado toda la noche. Visto mi falda negra tejana favorita a juego con unas medias oscuras rotas en la rodilla izquierda. Una camisa blanca grande esconde otra más pequeña oscura que se ajusta al pecho en forma de top. El pelo comienza a escurrirse del moño improvisado que suelto de un tirón. A mi lado camina tranquilamente Luca, en sus pantalones negros vaqueros pitillo y una camisa demasiado elegante para él en aquella época. Tenía un color parecido al de sus ojos. El cigarrillo cuelgas de sus labios de una forma perezosa mientras sus zapatos oscuros marcan nuestro paso.

-Parece que hay mucha gente

Él no dice nada a mi comentario, simplemente da una calada y se esconde detrás de la capa de humo.

A medida que nos acercamos, los árboles colocados a cada lado de la carretera nos dejan ver a través de sus hojas una casa enorme, de tres pisos, pintada en tonos pastelosos.  Tanta elegancia y riqueza me instalaba un sabor amargo en la boca, pensando en lo que mis padres tienen que sacrificar todos los días para vivir en el pequeño apartamento alquilado.

Las luces de las casas vecinas están apagadas, dormidas, como si estuviesen abandonadas pero se ven bien cuidadas. No existen cristales rotos, pintura vieja o jardines descuidados en esta zona. Mientras, de nuestra casa, un estruendo abrumador de música sale de la puerta abierta de par en par, inundando la calle. Las luces bailaban a través de las ventanas en una llamada que a mí me parece hipnótica. La gente descansa en la entrada tomando cervezas, aunque la mayor parte de la actividad se desarrollaba dentro y en el jardín trasero, donde los compañeros de Juan Marcos, en ropa interior, se bañan en la piscina del Señor Yuuka.

La mayor parte de la gente ya había llegado y es que, de joven, siempre tenía la manía llegar tarde a todos los sitios y había arrastrado a Luca a ese hábito tan malo. Algunos ya comenzaban a tambalearse con sus bebidas en la mano. Todo eran caras conocidas, salvo algún amigo de amigo.

No me sorprendió ver a las hermanas Vázquez en la puerta, charlando desde sus altos tacones, y viéndose tan iguales que si no las conociese desde que tenía cinco años me resultaría imposible distinguirlas. El truco era una pequeña peca en la esquina del ojo derecho. Cuando eran unas crías, Sara, que era la pequeña y la que carecía de tal punto artístico, se lo pintaba para confundir a los profesores, que intentaban utilizar ese atajo. Habían pasado de pequeñas diablas a arpías sin escrúpulos, pero eran buenas amigas. Sus melenas oscuras y lisas, caían sobre la espalda de unos vestidos muy parecidos. Ya eran altas de por sí, pero parecían modelos en aquellos tacones, que graciosamente eran iguales salvo por el color. Rojo y negro. Eso me recuerda mis propios converses viejos, que protegen mis pies esa noche y que algún día debería plantearme tirarlos.

Ni en broma.

Me dirijo hacia ellas con paso decidido dispuesta a desfasar un poco. Ambas hermanas eran expertas en eso. Alguien para mi camino agarrándome por las cuerdas del bolso. Miro hacia Luca mientras da la última calada al cigarrillo y lo tira de forma perezosa.

-Cuídate-parece una amenaza

Le sonrío salvajemente y muevo la cabeza en un asentimiento que bien podría ser una negación. Le dejo atrás, con esas muecas que solo él sabe poner y que yo ya distingo tan bien. No apuesta nada a que salga entera hoy de esta fiesta.

Y yo tampoco.

Nunca nos quedamos juntos en las fiestas. Tenemos amigos distintos, formas distintas de divertirnos. No soy de esas tías que necesitan que alguien esté con ellas todo el rato, en el baño o cuchicheando sobre cotilleos. Disfrutaba de mi soledad y libertad de pasar de una gente a otra y hablar con quien quiera sin tener que arrastrar alguna amiga detrás de mí. Eso no quitaba que tuviésemos un ojo el uno sobre el otro casi todo el rato, lo que, en más de una ocasión, me ayudó a hacer un estudio meticuloso de como Luca actuaba con las tías antes de que yo tuviese a ningún chaval bailando sobre mí. No se conocía a Luca por ser discreto.

Esa noche para mí iba, tenía que ser, salvaje. Lo siento en las venas, y en la música que truena hasta el jardín y que me hace mover ya mis caderas sin poder remediarlo. Estoy ansiosa. No es que yo fuese una friki y no saliese nunca de casa, pero no estaba acostumbrada a este tipo de fiesta, ni a beber.  Al menos ese alcohol y esas cantidades. Siempre salía con mis amigas y no eran muy atrevidas en ello. Yo era un huracán emocional en aquella época.

Con un par de saludos y algún comentario sobre la gente y la casa, las hermanas y yo entramos. La música me llama mientras Madonna suena a través de unos altavoces bien colocados y al ritmo de  Girl Gone Wild las dos hermanas mueven sus traseros sobre aquellos tacones imposibles. Yo mezo mis caderas en medio de ambas en un espectáculo un poco subido de tono. A la vez Pablo, un chico de la clase de al lado, alto y desgarbado, nos sirve chupitos de vozka blanco como si fuese agua y el show mejora. Giro en la pista de baile como si no hubiese un mañana y me siento  viva.

Por un segundo las hermanas Vázquez, haciendo uso de la necesidad femenina de ir en grupo al baño, me dejan sola. Si hubiese sido al principio de la noche me hubiese apartado a una esquina para hablar un poco con cualquiera, pero no quería dejar de bailar en ese momento. Yo vivo para la música. Me cuesta detenerme cuando tengo todo el uso de mis facultades, con la desinhibición del alcohol, bailar sola era el menor de mis problemas.

En ese pequeño parón en el que las dos hermanas me dicen su necesidad mutua de hacer pis doy un vistazo a mí alrededor. Dos pasos más allá, Snoopie baila moviendo el culo perdiendo todo rastro de pijismo y me gusta, estoy hasta por ir y mover mi culo contra ella, pero decido que eso solo le haría tener un paro un cardiaco y aún no quiero matarla. Pablo está charlando con una chica que nunca he visto, buscando seguramente una oportunidad, y en uno de los sofás, entre los cuerpos de la gente, veo a Luca, que tiene a una chica rubia en el regazo. Siento que he bebido de más cuando un brote de rabia me hace fruncir el ceño, pero me calmo. Las hermanas se alejan de mí discutiendo como ellas saben y Man Down de Rihanna comienza a sonar. En ese preciso momento la gente de la pista parece apartarse un poco y Luca y yo nos quedamos viéndonos como si fuese una pasarela, como si nuestro camino se hubiese separado de obstáculos al igual que Moisés hizo con el agua.

Le sonrío pícaramente, tramando algo. No estábamos en ese rollo, pero si hay algo que siempre he amado es sacar de quicio al tranquilo de Luca. Me mira con una ceja en alto, seguramente pensando que estoy maquinando, mientras la rubia pierde parte de su atención. Ni siquiera se da cuenta. Veo como ella se ríe, quedándose su risa de camino hacia mí, como en una peli muda. Mis caderas se mueven lentamente mientras no aparto los ojos de los suyos azules y giro sobre mi misma, alzando las manos al techo. Doy vueltas a mí alrededor mientras el ritmo balancea mis caderas tentativamente. Noto alguien a mi espalda siguiendo mis movimientos, pero no me giro, mantengo mi meta al frente conectando nuestros ojos en un tira y afloja continuo. Alguien toma mis hombros y me da media vuelta, y aprovecho la oportunidad de mover mi culo. Veo justo enfrente  una camisa de cuadros pero ni siquiera me molesto en mirar a la cara del tipo. Me agarra las caderas intentando controlarme, pero me alejo con una sonrisa en los labios.

-Guapa, no huyas

Sonrío al tipo mirándolo finalmente. No lo conozco de nada y mejor. Llevo mi mano a su cuello y bajo sobre su cuerpo en vertical, como si fuese una barra de strippers. Me giro de nuevo dándole la espalda y Luca está al borde del sillón mientras la rubia hace malabares encima de su regazo. Me siento desatada regalando un espectáculo hacia un tipo que tiene ya su propia conquista. Pero sus ojos me miran a mí y no a ella y eso me hace continuar. Tomo la parte baja de la camisa grande y comienzo a alzarla mirándole. Descubro mi abdomen y una mueca extraña asoma en su rostro. No me detengo a analizarla mientras me la arrebato y la sacudo al aire. El chico de detrás silva contento. No me importa. La canción sigue y yo no he acabado. Camino hacia él, olvidando al otro tipo, sin importarme que la rubia ya se haya dado cuenta de que tengo conquistado a su chico ahora mismo. Así que cuando le indico que venga con una mano, y Luca se levanta apartando a la muchacha, esta me fulmina como si fuese una bruja.

Lo soy.

Camina con lentitud hacia mí, como si todo estuviese en control, pero es un chico de dieciséis años y le he sacado de quicio. Un segundo aparta sus ojos de mí para perderse detrás. Oigo una maldición a mi espalda e imagino que solo ha echado al tipo sobre el que antes me balanceaba. Cuando llega hasta mí lo primero que hace es colocar sus manos sobre mis costados desnudos. No baila, creo que nunca he visto a Luca moverse, pero no impide que gire alrededor de él, alejándome y acercándome, le doy la espalda y muevo mi culo sobre una zona que no debería despertar.

-Tengo que darte alcohol más a menudo-el sonido claro fluye por mis oídos, como si no hubiese música a todo volumen.

-Supongo-le contesto despreocupadamente. La canción acaba y me detengo indecisa, pero él toma mis caderas y me mueve al mismo ritmo anterior en el entretiempo en el que la siguiente canción comienza a sonar.

David Guetta con Bad y sonrío porque joder, viene perfecta. Cambio el ritmo de mis caderas y salto con la música electrónica de una forma mucho menos sexual, riéndome.

Luca aferra mis hombros, me da la vuelta y abrazando mi estómago por detrás hunde su cara en el hueco de mi cuello para susurrar:

- So good to be bad

Se me pone la piel de gallina y sonrío hacia atrás como si fuera un diablo y supiese perfectamente todo lo que está ocurriendo. No tengo ni idea. Luca puede tener los mismos años que yo, pero en el plano sexual me da mil vueltas y yo acabo de iniciar un juego que no se jugar.

Las hermanas Vázquez interrumpen mi respuesta y rodean a Luca, animadas. Él aparta las manos de mí, rompiendo totalmente la magia del momento. Sonríe educadamente. No hay despedida de ningún tipo, pero pillo lo que ocurre. Él ha venido a la pista para hacer su movimiento, no para bailar con las hermanas Vázquez .Se vuelve al sofá tan tranquilo. Me coloco de nuevo la camiseta, algo arrepentida. Pablo nos ofrece otro chupito y bebo sin mirar de qué cojones es.

Una hora después, cuando me he cansado de bailar y no puedo beber más, dejo que el tipo de la camisa de cuadros me saque de la casa al jardín delantero. He perdido a las hermanas hace unos cuantos minutos y no tengo muy claro que sea capaz de caminar yo sola. Ahora mismo la música me molesta, me duele la cabeza y estoy mareada. El chico deja que me apoye casi totalmente sobre él mientras me saca. Me lleva hacia el árbol más cercano de la puerta, a un lateral, donde la luz parpadeante da con muy poca intensidad. Con poca delicadeza me sienta al pie del mismo para que apoye la espalda sobre el tronco y no sobre su cuerpo.

-Joder, que borracha estás-noto la burla en su voz

-No, no es para tanto

Mi cerebro procesa lentamente las palabras pero las entiendo bien, lo que me implica que no estoy tan mal. Frunzo el ceño cuando veo que se sienta a mi lado y acerca mi cabeza a la suya. Yo no quiero eso, he dejado que me sacara porque necesito algo de aire limpio y en esa casa queda poco de eso. Él ha entendido mal la historia y normal, la culpa es mía. Tiro en contra alejándome de él. Ni siquiera recuerdo cómo es su cara. Solo veo la camisa de cuadros azules, que me parece horrible. El opone algo de resistencia a mi retirada.

-Vamos, has estado moviendo ese culito toda la noche.

No para ti

-Como me sigas apretando-lo decía lentamente-voy a  vomitarte encima

-Seguro que no-dice como si fuese broma.

Acerca su mano hacia mi pecho y le intento alejar sujetándole de la muñeca. Fallo y él se ríe de nuevo.

-¿Qué es tan gracioso?-una tercera persona interrumpe sus movimientos

Noto la tensión al segundo, y el chico de al lado ha dejado de reírse bruscamente. Tiene la mano medio alzada hacia mí, pero parece haberse convertido en piedra.

Es gracioso.

-Nada-musita

-Entonces será mejor que busques diversión en otro sitio

Con esas se levanta rápida y medio echa a correr para perderse entre la gente de dentro. Respiro aliviada, alzando mi mirada al cielo sin prestar atención al chico parado enfrente de mí, mirándome con ojos desaprobadores. Miro hacia el cielo borroso y las estrellas. Creo que es de los pocos sitios de Madrid donde se pueden ver tan bien, y mi visión borrosa estropea el espectáculo.  Me maldigo a mí misma por llevarme a esta situación. Tenía que haberme quedado en casa. Frunzo el ceño. No, casa no. No más gritos, ni lloros, ni peleas. Quizás a ver ido con Ana, pintarme las uñas de los pies mientras ambas critican a chicos que ni siquiera conozco.

Tampoco me parecía un plan apetecible.

No nos engañemos, lo malo no fue venir, lo malo fue todo el alcohol que has tragado.

Una cabeza tapa mi visión del cielo y me inclino un poco para perderme de nuevo en las estrellas, pero esa inclinación en mi estado hace que pierda el apoyo del árbol y riéndome me caigo hacia atrás, dejándome caer sobre la hierba. No está tan mal. Mi visión es todo el cielo oscuro y algo de borrosidad.

-Cat-Luca. Su voz tiene un tono de dureza y me estremezco un poco.-Dime porque siempre tengo que acabar cuidando de ti.

Me agarra de la camiseta blanca que llevo y me alza contra el árbol de nuevo. Unos ojos azules oscuros me miran atentos. Ha bebido también, se lo noto en las pupilas dilatadas, o eso me parece. Tampoco alcanzo a verlo perfectamente

-No he pedido que vinieras

Sus palabras me mosquean. Yo no pretendo que cuide de mí nunca, es él quien se acerca en los malos momentos.

-estabas tan despatarrada que se te veían las bragas. Ese tipo estaba a punto de meterte mano aunque le estabas diciendo que no y no veo a nadie cuidándote. Pareces medio ida. – Se sienta a mi lado mientras me sermonea-¿Te has drogado?

Bueno, supongo que tiene sentido que me haga a pregunta, pero no. No soy de esa gente. Incluso aunque ahora mismo busque escape en cualquier lugar, no  me he drogado. Niego con la cabeza como puedo.

Le oigo suspirar dejando salir el aire como si fuese de alivio.

-¿Dónde estabas?-le pregunto de una forma algo acusadora y me doy una palmada mental.

Siento como se encoge de hombros a mi pregunta sin decir nada. Me acurruco contra su hombro intentando tomar una bocanada de su olor, pero solo huele a tabaco y a alcohol. Me aparto. Se lleva una mano al pantalón y saca el tabaco preparado para liarse un pitillo.

-Deberías dejar de fumar

-Y tú de beber

Bueno, nada que decir.

Nos mantenemos en silencio mientras lo lía. Solo me fijo como sus manos trabajan el papel y no sé porque se me va la cabeza a otros temas más sexuales. Me sonrojo y me alegro de estar sentada a su lado y no enfrente.

-¿Y la rubia?-no puedo evitar preguntarlo

No me contesta mientras se lleva el cigarro a los labios y lo enciende.

-¿Estás interesada en un trío?-me dice después de un largo momento de silencio, donde ya pensaba que iba a obviarme.

El corazón se me para y me giro a mirarle y no sé si está de broma o no, pero un pequeño alzamiento de los labios en las esquinas me dice la verdad.

-Gracioso

-Si lo estás, puedo llamarla.-insiste

-Como si fuese a venir

-¿Por qué no?

Porque la empujaste de tu regazo cuando viniste a mí, o porque ahora mismo estás a mi lado sentado. No se lo digo, pero él es lo suficiente listo para saber a lo que me refiero.

-Yo no vendría-le digo simplemente.

-Estás aquí

Me acaba de cerrar la boca. Tiene razón, no debería estar aquí.

-En realidad yo estaba aquí y tú has venido

Se ríe bajo. Estornudo de pronto y me rasco la nariz.

-¿Sabes que siempre me has parecido un gatito?

Me quedo callada durante un segundo por el cambio brusco de conversación.

-¿Por qué?-le reprocho, esperando que diga algo malo

Por unos segundos se instala de nuevo el silencio y suelto una bocanada de aire, siendo consciente por primera vez del frío que hace al observar el vaho que crea mi respiración.

-Porque eres muy mona,-dice finalmente y se gira hacia mí. Lleva su mano a mis mejillas, recorriéndolas con las yemas de los dedos. Le miro atenta- pareces pura dulzura,-se inclina un poco más cerca y toma mi barbilla con suavidad para alzármela en el ángulo que quiere. Su cabeza comienza aproximarse, y cuando con el tipo de los cuadros notaba indiferencia, en este momento el corazón comienza a saltar en mi pecho.- pero-Tiene tus labios tan cerca que con cada palabra el aire que escapa de su boca entra en la mía- si se te acerca alguien demasiado-Aparto mi mirada de sus labios, intentando controlarme y miro a sus ojos. Un brillo extraño me hace sentir que me está tomando el pelo. Insegura de lo que está pasando me alejo de él de un movimiento brusco. Él observa mi alejamiento sin inmutarse, como si ya contase con ello- sacas las garras y te vuelves una fiera. –Termina finalmente sin moverse.

No le digo nada a eso.

-¿Sabes que pienso yo de ti?-le digo

Se vuelve a sentar mirando al frente, descansado su espalda contra el tronco, al lado de la mía. Parece que no le importa nada, pero sé que me está escuchando con atención.

-Pienso que eres un manipulador. Un tipo insensible que toma lo que quiere de las chicas a las que engaña y luego las deja tiradas. Vas de calmado y que lo tienes todo bajo control, pero en la realidad no controlas una mierda.-miro hacia el césped oscurecido por la escasa luz- Lo peor de todo es que sabes que es así.

Dos años. Dos años me había pasado analizando a Luca. Tenía la manía de hacerlo con todo el mundo y todo lo que descubría de él era extraño y malo. Muy malo. Si no estuviese borracha no me atrevería a decirle todo esto, pero ahora, que importa.

-Y aun así estás enamorada de mí.

Y entonces es cuando un pitido se instala en mis oídos y el corazón se tambalea en el pecho. Las mejillas se me tiñen de rojo y me maldigo a mí misma por llevar esta conversación. Intento ponerme en pie para alejarme, pero me tambaleo, medio levantándome.

Luca lleva sus manos hacia mi cintura y tira de mí. Caigo contra él. Intento alejarme pero me aprieta con sus brazos.

-No tiene nada de malo, también me gustas Cat

-Para

Intento alzarme para poder separarme de él. Estoy entre sus piernas.

-Y quiero estar contigo.