Todo lo que necesitas es amor.
Este relato cuenta la vida de una pareja, que van descubriendo el sexo y la felicidad juntos
Todo lo que necesitas es amor ( All you need is love)
Para Haníbal.
El sol calienta nuestra piel desnuda, paseamos de la mano por la orilla, la espuma de las olas rotas nos mojan los pies. Pablo sigue atractivo, ha adelgazado, antes de jubilarse le sobraban algunos kilos, ahora la vida sana , los largos paseos le han vuelto a poner en forma. Tiene el pelo y la barba blancos, lo que le da un aspecto de pirata intelectual, terriblemente atractivo, al contrastar con el bronceado de su piel. Podría decir que se da un aire a Sean Connery o a Clint Eastwood, maduros que están buenos como el pan, pero mentiría, a sus 65 y meses, está bien a lo José Sancho, típicamente español, pero no internacional. Domina la palabra, es culto, con sentido del humor y eso hace que las mujeres se sigan fijando en él. Con un hombre así, una que no es una niña, 61 en mayo, tiene que cuidarse, y lo hago, sin pasar por el quirófano. Mi marido dice que era preciosa cuando me conoció, y luego he sido guapa, un tía buena y ahora soy hermosa. Lo que soy es delgada, lo he sido siempre y con los años el tener buenos huesos y mucha crema para cuidar la piel hace que te mantengas bien. A veces lo tíos me quieren ligar como si fuera una cuarentona, pero he pasado de los 60.
Pablo lleva al hombro el bolso de playa con dos pareos, una camiseta blanca para él y la parte de baja de mi bikini , para ir a comer al chiringuito de Maruja, conviene ir medianamente tapado aunque Vera tenga una enorme zona nudista. Y hoy vamos de festejo: el aniversario del día que nos conocimos..
Hoy es 2 de julio, aunque nos conocimos la noche del 2 al 3 de 1965, siempre lo hemos celebrado el 2 porque fue ese día cuando empezó el concierto en las Ventas de los Beatles en Madrid.
Había pedido a mis padres permiso para ir a dormir a casa de mi amiga Bea. Sabía que les era difícil decir que no. Compañeras desde la infancia, de las monjas a la facultad. Además su padre era jefe del mío en el Ministerio. Sus padres eran tan antiguos y carcas como los míos, pero él estaba de viaje y la madre en un retiro espiritual, así que nadie sabría de nuestra escapada. Habíamos conseguido dos entradas de lo más barato y con vaqueros, camisetas y una rebecas por si refrescaba nos fuimos en metro a la plaza. Había un ambiente tenso, por un lado las fans entre las que nos encontrábamos, por otro grupos de insultadores y en medio, la policía. Lo pasamos muy bien. El primer concierto de nuestra vida, la transgresión de lo prohibido, el estar en algo de un mundo moderno, lejos de la España retro en que vivíamos, el poder chillar, aplaudir , disfrutar.
La salida fue difícil, el ambiente fuera estaba caldeado, Bea y yo tuvimos miedo. Y entonces apareció Pablo, con un “
por Alcalá no, venid conmigo que esto se puede complicar.”
Nos llevó por calles laterales hasta Goya. Fuimos deprisa, casi sin hablar, al llegar a la Cruz Blanca paramos y el primer flash suyo que me encantó. Fue cuando Bea, que como siempre llevaba la voz cantante, me presentó como Maripili y él muy serio , mirándome a los ojos dijo :
Yo te llamaré Pilar.
Bajamos Goya, subimos Génova y García Morato hasta llegar a Iglesias, mi amiga vivía en Martínez Campos, por el camino le contamos que estudiábamos segundo de Exactas, él había acabado Físicas, y cómo si nosotras teníamos problemas si nos detenían, lo suyo era peor, estaba haciendo la mili. Al despedirnos nos propuso quedar al día siguiente a las 8 en el “Quinto Toro”.
Bea no dejó de comentarme lo bueno que estaba, mientras subíamos a su casa y nos acostábamos. Al apagar la luz, me di cuenta que mi amiga se hacía una pajita, excitada por el recital, el riesgo y el chico que habíamos conocido. Yo la imité, mis dedos buscaron mi conejito y al ritmo de la música que todavía estaba en mis oídos y la imagen de Ringo me vine en un orgasmo más silencioso que el de mi compañera.
No fui a la cita, me tuve que pasar todo el día preparando las maletas para irnos al día siguiente a la playa de San Juan en Alicante , donde mis padres habían comparado un apartamento para pasar el verano. No me importó, mi amiga era la atractiva de las dos, estaba muy rica como decían mis hermanos, a su lado yo nunca había tenido nada que hacer.
En octubre empezaron las clases, al segundo día a la salida de Cálculo estaba Pablo apoyado en una columna, apenas me vio su “
Pilar , ¿ te acuerdas de mí?”
me dio una sorpresa.
No me imaginaba que pudiera haber venido a buscarme a MÍ, le saludé con una sonrisa y salimos camino de mi casa. Yo estaba orgullosa, un chico tan guapo y quería verme a mí: la flaquita. Al bajar del autobús , nos tomamos una caña, me pidió el teléfono, se lo dí y a las horas que podía llamarme. Antes de despedirnos , me citó para el día siguiente. Y así empezamos a salir.
Por la playa viene una pareja de hombres, más jóvenes que nosotros, estarán en los primeros cuarenta, están depilados, la verdad es que las porongas depiladas parecen más grandes, aunque sin ello también estarían bien armados. Pablo sonríe y me dice por lo bajo:
- “Veo que te impresionan las pollas grandes”-
-“ A mi me gusta la tuya, recuerda que un violinista procura tocar con su violín, le saca mejores sonidos”-
le contesto insinuante.
Porque ese violín lo he trabajado y mucho. Sé como sacar lo mejor de cada cuerda. Me encantó cuando lo sentí contra mí la primera vez.
Ahora cuando les cuento a mis hijos cómo era la España de finales de los sesenta , no se lo creen. Si, como nosotros, vivías con los padres, era muy difícil por no decir imposible una intimidad sexual como nuestros cuerpos jóvenes necesitaban. Nos habíamos besado, pero en una cafetería o en un cine rodeados de gente que podía decirnos algo, porque lo decían. A mi amiga Bea la habían llamado marrana por besarse en la boca y con lengua en un parque.
Aquella tarde le había invitado a bailar, fuimos a una discoteca, la luz era baja, la música lenta, nuestra danza era un abrazo, me puso la mano en la espalda, yo lo crucé los brazos tras el cuello, y nos besamos. Sus labios pegados a los míos, poco a poco se fueron abriendo para dejar paso a su lengua que lamió mi boca, buscando el camino de su interior. Le dejé jugar conmigo y le contesté caliente. Apretados en el abrazo sentí por primera vez su verga dura pegada a mi cuerpo, me restregué, y seguimos en un beso interminable. Cuando nos separamos, nuestras miradas lo decían todo, eramos el uno del otro. Aquella noche, en la cama, pensando en su miembro duro, que había sentido a través de la ropa, me masturbé como loca una y otra vez, hasta que quedé extenuada de placer.
Era difícil pero empezamos a buscar las ocasiones para acariciarnos con intimidad. Pablo no tenía mucho dinero, era diciembre y todavía no le habían salido alumnos para las clases particulares, con la que se buscaba la vida, mientras acababa la mili. Yo sólo tenía la paga que me daban mis padres. Mi hora de recogida eran las 10 de la noche . Descubrimos las zonas negras de los cines de sesión continua, tenían que ser baratos, y si era fin de semana, pelis para mayores de 16 años para que no hubiera niños. Yo llevaba falda, al entrar iba a los baños y me quitaba las medias y el sujetador, nos tapábamos las piernas con las gabardinas o abrigos, y apenas empezaba la película , comenzábamos a besarnos.
Sus manos me acariciaban los senos a través de la blusa, a veces si las escenas tenían poco luz, metía los dedos buscando mis pezones erectos por la excitación, creía morirme. Por la noche me hacía pajas como loca. Me hice una experta en masturbaciones de larga duración, empezaba, llegaba hasta casi el final, paraba y volvía hasta que no podía más y estallaba creyendo ver las estrellas.
Fue viendo El coleccionista cuando me tocó por primera vez el conejo. Samantha Egar me encantaba, era una guapa de poco pecho, como yo. Nos habíamos besado, me había tocado las tetas y mientras un brazo pasaba por encima de mis hombros dejando caer la mano en mi pecho, la otra mano comenzó a acariciar mis muslos. Lo había hecho antes pero nunca había subido tanto, llegó a mi braga mojada y sus dedos saltaron la barrera de la tela hasta llegar a mi nidito de amor. Apenas me tocó, le besé con fuerza para evitar chillar, y me corrí. Fue la primera vez de muchas, Pablo se convirtió en un maestro pajillero de mi sexo, ansioso de sus caricias. Eso no evitaba que por la noche yo volviera al uso de mis dedos como fuente de placer.
Para y me da un beso, un beso de abuelos que es lo que somos ahora, dejamos la bolsa y corremos hacia el mar. Nos damos varios chapuzones, aprovecho para abrazarle y tocarle la pija, se le pone más gorda, salimos , extendemos los pareos y nos quedamos disfrutando del sol en nuestros cuerpos. Está boca arriba, su miembro descansa tranquilo sobre su muslo izquierdo. ¡ Cómo me gusta desde que lo descubrí!.
La primavera había estallado en Madrid, con ella había acabado el servicio militar de Pablo. Tenía bastantes clases particulares, los padres querían que sus hijos aprobaran en junio, y un refuerzo en las asignaturas de ciencias siempre venía bien. Me propuso subir a pasar un día en Cercedilla, yo podía faltar a clase , saldríamos por la mañana y al final de la tarde estaríamos de regreso, de modo que a las 10 , mi hora de recogida, yo estaría entrando en la casa de mis padres.
Quedamos en la estación de Príncipe Pío. Yo iba con vaquero, una blusa azul y una rebeca rosa, calzaba unos mocasines sin tacón con suelo de goma. Pablo , con su pantalón de pana beige, su camisa a cuadros y una cazadora parecía un galán de los bosques. Me enseñó la mochila, cuatro bocadillos, la bota y una manta del ejercito para sentarnos y no mancharnos con el verde de la hierba que podía estar húmedo.
El viaje en tren se me hizo corto, apoyada en su hombro, soñando con sus caricias, dejando correr mis fantasías. Echamos a andar al bajar casi una hora, por fin estábamos solos.
Era un lugar donde nadie podía vernos, nosotros sí a los que pasaran cerca. El sol se filtraba ente los árboles, Pablo extendió la manta, nos sentamos y comimos uno de los bocatas, era de queso, me puse un pañuelo en el pecho para beber de la bota por si me manchaba. Cuando acabamos me besó, yo me dejé caer y él me acompañó hasta quedar tumbados. Nunca habíamos estado así, lo más parecido a una cama. Los besos fueron haciéndose más y más fogosos. Sus manos recorrían mi cuerpo a través de la ropa. Yo no me quedé atrás, le sobé bien sobado. Llegué a su entrepierna y allí me encontré con su pija dura, la acaricié sobre la pana, mire a mi alrededor no había nadie.
-“
Anda, sácatela , quiero verla.”-
Me obedeció y por primera vez tuve ante mis ojos la joya de mi vida, la que me ha acompañado todos estos años.
Dura, erguida, surcada de venas, con unos pelillos en la base. Me quedé mirándola extasiada, y tímida extendí mi índice derecha para tocarla. Fue como si me diera una corriente eléctrica.
-“
Es toda tuya. Puedes tocarla. No muerde”-
me dijo Pablo con una sonrisa. Y me atreví. Por primera vez en mi vida sentí su fuerza, mis dedos se deslizaban por la columna de la base a la corona final. Con miedo tiré de la piel para acabar de sacar el capullo a la luz, de un color azul grisáceo con tonos rosados , brillante de humedad, con su boca un poco abierta. Pablo tenía el sexo rampante, yo empapado.
La sujeté con el pulgar, el índice y el corazón y empecé a jugar a esconder y mostrar el cabezón de carne, muy despacio al principio, y luego alternando con mimo o con fuerza.
- “
Dios mío …...me cooorroo”-
soltó mi chico al tiempo que estalló como un volcán asustada me apoyé en el arma y el semen cayó sobre la manta en la que nos estábamos acostados. Me apreté a él en un abrazo apasionado. Sus manos soltaron mi vaquero y tantearon buscando mi coñito ansioso , apenas me acarició , yo también me fui, temblando y besándole con pasión.
Aquel día de montaña conocí a un amigo de verdad, jugué con él haciendo que estallara otras tres veces, aprendiendo a conocerle, a manejarlo, usando mi mente investigadora del placer ajeno.
-“ ¿ En qué estás pensando con esa sonrisa pícara?”-
me pregunta mi marido, se ha apoyado en un codo y me mira con curiosidad.
-
“ En la primera paja que te hice. Me volvió loca.”- - “ La verdad es que de novios aprendiste a darle a la zambomba . Me la pelabas en cuanto podíamos.”-
Es verdad después de aquel primer día su polla se convirtió en mi juguete favorito. Buscábamos la última fila de los cines, las pelis más oscuras, y usando un pañuelo para recoger la leche , le ordeñaba todas las veces que podía e íbamos a la sierra las pocas veces que teníamos oportunidad.
Me levanto y voy al agua, me encanta bañarme en el cálido Mediterráneo, Pablo no se hace de rogar y me sigue dándose una zambullida. Nos quedamos un rato en el mar, desnudos, sintiendo nuestros cuerpos.
Pablo descubrió el Mediterráneo el primer verano que estábamos de novios. Como siempre al acabar el curso, mis padres empacaron y para San Juan y yo con ellos. Mis hermanos nos acompañaron los primeros días,luego tenían que ir de soldados a las milicias universitarias. Y llegó mi amiga Bea a pasar unos días con mi madre y conmigo y al primer día de estar con mi amiga , veo venir por la playa a mi galán. Lo habían preparado entre los dos.
A mi madre no le calló bien aquel amigo de la amiga de su hija, que así se presentó Pablo, lo de físico le parecía poco, a ella sólo le gustaban los ingenieros, pero se aguantó. Mi novio estaba de pensión en Alicante y todos los días tomaba el autobús para venir a la playa con nosotras.
Bea fue una carabina maravillosa, salíamos juntas y excepto un par de días, nos dejaba solos. El mar, los besos, las caricias en el agua, una delicia , pero era difícil tocarse íntimamente.
A final de mes, se marcharon Bea y Pablo, ella para ir a Marbella con sus padres y mi novio para empezar a dar clases a los suspendidos en junio y buscar trabajo.
Le echaba de menos y además una duda me corroía: mi amiga ¿ no habría aprovechado para ligar con mi chico?. Los celos son malos consejeros y cuando apareció mi hermano mayor con Pepe, un compañero de carrera y milicias, decidí jugar con él. No en plan serio, sí coquetear, lo que me llevó a que me diera un beso, no me gustó y cuando intentó seguir y comenzar a meterme mano, le rechacé.
Pablo encontró trabajo de profesor en un colegio de curas y comenzó a preparar el doctorado. Yo iba a cuarto y nos veíamos en la facultad, seguíamos haciéndonos pajas. Creo que llegamos a ser unos expertos en manejar el sexo del otro. Mis padres le conocieron y les cayó mal. Era poco para mí. Además sus padres sólo llevaban un bar, ni siquiera eran dueños y vivían de alquiler. Y para más inri , el padre era rojo, un maestro represaliado. Vamos que no era un partido adecuado para su encantadora y elegante hija.
A sus padres , yo les caí bien, les gustaba que estudiara una carrera universitaria, que no fuera nada pija y además veían feliz a su hijo.
A Pablo le hicieron fijo en el colegio, en mayo le salió dar clases de física en una academia para los primeros años de ingenieros, entre las dos cosas llegaba a las 15000 pesetas.
Si mis padres no hubieran sido tan bordes, quizás no hubiera sido todo tan rápido. Me prohibieron salir con él. Era una mala compañía para su hija. Nos costaba vernos.
Era el día de mi cumpleaños, el 12 de mayo, cuando me lo propuso Pablo:
-
“Amor mío, ¿ por qué no nos casamos?. Ahora eres mayor de edad”-
No lo dudé, le besé y le dije que sí. Nos casaríamos al acabar el curso.
La bronca de mis padres casi los lleva a la sepultura, mi madre histérica, mi padre encabronado, mis hermanos disgustados. Ellos y Bea fueron mis invitados a la boda, por sus parte sus padres y los dueños del bar, amigos de la infancia del padre que le habían dado trabajo cuando salió de la cárcel.
La comida en el bar , cerrado para el acontecimiento. Lo más gracioso, a toro pasado, es donde y quien nos casó: El 26 de junio en la iglesia de la ciudad universitaria y el oficiante Jesús Aguirre, el mismo que acabó siendo duque de Alba. Creo que miraba con mejores ojos a mi chico que a mí. Nos dio un consejo cargado de perversidad:
para hacer el amor, esperad a casaros. Sólo os queda un mes.
Y le hicimos caso.
Me gustaría decir que nuestra primera noche fue romántica y plena de palabras bonitas. No fue así. Apenas entramos en la habitación del hotel nos convertimos en dos animales sedientos de sexo. No hablamos , nos desnudamos a la carrera, queríamos vernos en pelota, me gustó con su polla en alto, hermoso como un verraco en celo. Nos besamos y abrazamos. Sin apenas caricias, yo ya estaba tumbada, abierta de piernas , esperándole. Me la metió de un golpe, me dolió pero me daba igual, sólo quería que me jodiera bien jodida y lo hizo. Su bombeo era salvaje , estaba fuera de sí, hambriento, gemíamos y chillábamos hasta que soltó su semen. Yo no me había corrido, pero me daba igual, lo que llevaba deseando mucho tiempo: sentirle dentro lo había logrado. Follamos una y otra vez hasta quedar reventados. La primera en decir algo fui yo: -
“ ¿ Crees que nos podrán trae el desayuno a la habitación?”
Lo pedimos , lo comimos y volvimos a pegarnos un polvo.
El piso: un dormitorio, salón, cocina y baño, cerca de Cuatro Caminos, lo teníamos a primeros de agosto, cuando se fuera el inquilino que lo habitaba. Así que disponíamos de más de un mes. Teníamos 30000 pesetas y un dos caballos que nos dejaba el jefe de su padre, una tienda da campaña y un saco de dormir. Y salimos de viaje.
Madrid- Miranda ( una noche de pasión en un hotel de carretera)- Hendaya, ya estábamos en Francia. Nuestra tienda plantada, una buena playa, eso sí con agua fría. Aquella noche fuimos al cine, sesión tardía, peli erótica, sin llegar al porno actual, pero que nos resultó superexcitante a unos españolitos con censura, el local lleno de paisanos. Sólo estuvimos abrazados, ya podíamos follar tranquilos. Tuve que contener los gritos de placer para que no asustar a los de las tiendas de al lado.
Seguimos viaje hasta las afueras de París. Íbamos en tren hasta el centro para recorrer la ciudad y luego de vuelta a hacer al amor, porque comenzamos a hacer el amor, la locura pasó a convertirse en una busca del placer del otro y en eso encontrar el propio orgasmo. En París, la ciudad del amor, acabamos de enamorarnos.
Hicimos París – Niza de una tacada. Y vuelta al Mediterráneo, playa, mar, sol y sexo. Yo estaba morena y Pablo , negro, viendo las fotos me doy cuenta que se nos notaba felices, y esa felicidad nos daba una enorme belleza.
Niza – Pisa y de allí a Florencia: una maravilla. El David de Miguel Ángel nos impactó, toda la ciudad era un mundo de descubrimientos. Estuvimos dos días empapándonos de arte y belleza. De allí partimos para Roma. La vieja madre de los imperios, nos encantó, alojados en un hotel de mala muerte junto a la Estación Termini, la pateamos, la estudiamos, la gozamos y nos hicimos aficionados a los espaguetis y a las pizzas, lo más barato y que en España prácticamente no se conocían.
Antes de continuar viaje, en nuestra segunda visita al Vaticano, a los dos nos había impresionado, conocimos a una pareja de argentinos. Un poco mayores que nosotros, en los primeros treinta, elegantes y guapos. Él un rubio de ojos celestes. Ella, rubia teñida, sexy y con las curvas bien puestas. Cenamos juntos en el Trastevere. Ellos iban, como nosotros, camino de Venecia al día siguiente, pero pensaban viajar en tren. Eran agradables, el vino nos hacía a las dos parejas más comunicativas, total que les invitamos a ir con nosotros en el 2CV.
Por la mañana nos esperaban junto a la estación. Yo había dejado de usar sujetador a partir de Hendaya, a Pablo le gustaba tocarme los pezones a través del algodón, iba con un vaquero , una camiseta recuerdo de París y sandalias. Igual iba Pablo. Ellos llevaban también jeans (como decían) y camisas . Su equipaje dos pequeñas maletas de mano.
No es lo mismo viajar dos que cuatro en un 2CV, el coche iba más lento y además, en vez de ir junto a mi maridito adelante , iba en el asiento trasero: el de las chicas. Me di cuenta que Silvia , así se llamaba la argentina , tampoco usaba sujetador, la diferencia era que con el tamaño de tetas que tenía, los saltos del coche le repercutían en los senos que se movían alegres bajo la tela. Cuando paramos a comer, sin darme cuenta , bebí un poco más de un delicioso vino blanco frío. A Silvia le debió ocurrir lo mismo, a los pocos kilómetros, dormíamos una recostada en la otra.
Me desperté con la cabeza apoyada en su pecho derecho, al abrir los ojos, se le había abierto la camisa, y el otro estaba ante mis ojos. Una deliciosa montaña de carne sonrosada en la que como pico de montaña destacaba un pezón erguido de un beige claro. Ella, con el brazo sobre mi cuello, tenía su mano en mi teta. Fue como un rayo, ¡yo también tenía los pezones en punta!
Me moví procurando no despertarla, ella seguía dormida, y quedó con la cabeza sobre mi hombro. Su respiración acompasada daba justo en mis pezón izquierdo que sentía vibrar con el aire que expelía.
-
“ Hemos dormido poco y la gatita está agotada”-
dijo Carlos, su marido. Me hizo gracia , y me dio morbo que la llamara gatita. Se despertó al rato, para entonces la caricia de su respiración en mi pecho
,
ya me había dejado mojada. Nunca me había calentado otra mujer, pero la vista de sus tetas a través de la camisa semiabierta y el dichoso airecito me tenían cachonda.
Llegamos a Venecia, dejamos el coche en un parking, Pablo había aceptado su invitación, viaje por habitación. La verdad es que dormir en la ciudad era una tentación, a nosotros no nos daba el presupuesto y ellos habían tomado una con cuartos comunicados, para familias, de padres con hijos. Nos dejaban la de los niños. Cargamos con nuestras dos bolsas enormes , mientras ellos iban ligeros con sus pequeñas maletas y tomamos un vaporetto, el hotel estaba en un afluente del Gran Canal.
No había ascensor, estábamos en el segundo piso. La habitación era grande, la de ellos con una enorme cama con dosel, daba al canal, y tenía una puerta corredera que la aislaba de la nuestra , interior,con dos camas de una sola plaza, entre ambas el baño.
Nos propusieron , ducharnos, y después salir a pasear por la ciudad. Lo hicieron ellos antes, luego nosotros, había dos albornoces, envueltos en el algodón , les encontramos vestidos. No teníamos ropa para ir arreglados como ellos. Carlos una camisa azul cielo y un pantalón gris oscuro. Silvia, una blusa de seda blanca y un pantalón negro, con sandalias de medio tacón estaban elegantes.
-
“ Si quieres te dejo un vestido, seguro que te sienta bien”-
me propuso la argentina. Se me abrió el cielo, entró en su cuarto y me sacó un vestido blanco con pequeñas flores negras. Salieron para dejar que nos vistiéramos, yo estaba muy nerviosa, me asustaba eso de tener otra pareja, y además que parecían saber todo, sólo separados por una puerta . Pero era la oportunidad de dormir dentro de la maravillosa ciudad. Me puse el vestido, aunque Silvia era más pechugona que yo, me sentaba bien, me puse unas sandalias blancas sin tacón. Pablo rebuscó hasta encontrar un vaquero limpio y una camisa azul marino, se calzó unos mocasines negros. No estábamos tan elegantes como ellos pero tampoco parecíamos unos pobres de pedir. Nos esperaban abajo y salimos camino de la plaza de san Marcos, la noche era cálida, paramos a picar algo en un pequeño restaurante, pasta con una deliciosa salsa con pulpitos, nos bebimos dos botellas de blanco frío. Al ir a pagar, nuestros compañeros se negaron a dividir la cuenta. Nos pidieron por favor que les dejáramos invitarnos en Venecia. Era un regalo a una pareja d recién casados de unos argentinos que viajaban solos y con dinero, nosotros eramos una maravillosa compañía de aventuras. No tuvimos más remedio que ceder, nosotros pagaríamos la comida del último día.
Por fin llegamos a la plaza, nos sentamos en un café, al aire libre, había música en directo. Pidieron unos negronis, yo no sabía lo que era, pero estaban buenísimos y pegaban. Tanto que al segundo, Pablo, y sobre todo yo, hablábamos sin ningún pudor de cosas íntimas.
Miro a mi marido, desnudo, boca abajo tomando el sol, me sigue encantando su culo, con dos hoyos sobre las nalgas, a la altura de los riñones, todo bronceado, tan libre , tan abierto, tan compañero.
Sin Venecia y aquella pareja, quizás no seríamos como somos.
( Continuará)