Todo lo que aprendí sobre el sexo
No era una persona atractiva, pero era guapo y tenía muchas ganas de aprender.
Todo lo que aprendí sobre el sexo
Nunca me he considerado una persona atractiva. No soy especialmente alto (mido 1,75), soy delgado (aunque no estoy tonificado ni tengo músculos marcados) y mi color de piel es demasiado blanquito. Soy guapo, eso sí, eso nadie puede negármelo; pero de ser guapo a ser atractivo hay un mundo. Me definiría más en detalle, pero definirse es limitarse, así es que puedes ponerme la cara que mejor te encaje. Pero soy guapo, eso sí, eso no me lo quites. Sin embargo, no puede decirse que mi aspecto sea especialmente masculino. Con todo y con eso, he tenido bastantes relaciones sexuales con mujeres a lo largo de mi vida, así es que igual la clave estaba ahí. Quién sabe.
La primera cosa que aprendí sobre el sexo fue a los 15 años. En aquella época aún atravesaba esa etapa a la que nos gusta llamar "de autodescubrimiento", o lo que es lo mismo, que me hacía pajas día sí y día también y me preocupada descubrir si era o no gay. La solución a esta pregunta, que vino años más tarde, se quedó en el medio, en un "ni pa tí ni pa mí", que no termina de convencerme, pero es lo que hay.
Por aquel entonces me aficioné junto a un amigo a ver porno juntos y descubrí que hacerte una paja con alguien al lado es mucho mejor que hacértela solo. ¿Por qué nadie habla de esto en los vídeos porno? El morbo de tener a alguien al lado, sin necesidad siquiera de tocarte, es una pasada.
Mi amigo se llamaba Juan, y le iba el porno de jovencitos con maduras. A mí nunca me ha terminado de gustar esa combinación, pero para hacerte un par de pajas el fin de semana iba bastante bien. Y qué pajas. Cuando nos acabó picando la curiosidad y empezamos a hacerle la paja el uno al otro descubrimos el paraíso. Nada gay, por supuesto, solo dos colegas haciendo sus cosas de adolescentes.
Allí descubrí la segunda cosa sobre el sexo: puedes conseguir lo que quieras de un hombre caliente. Y es que seamos sinceros, si yo me hubiese querido follar a Juan, solo tendría que haberle puesto un par de vídeos porno y le habría empotrado contra la pared de mi habitación como si fuese un mueble de Ikea. Nunca dejó de mirarme con aquella sonrisa picarona mientras me corría. Y es que pocas cosas no puedes conseguir de un hombre cachondo. Pero lo cierto es que nunca llegamos a cotas más altas.
Cierto detalle que he olvidado comentar es que al contrario que yo, Juan estaba buenísimo. Tenía un cuerpo perfecto forjado en el equipo de Voleibol, era guapo, y por si fuese poco, tenía un cimbrel que no me abarcaba la mano para cogerlo entero. Debía ser por el Volley, pero tenía una muñeca mágica. Me hacía correrme en menos de dos minutos (aunque él tampoco aguantaba mucho más) y nunca se olvidaba de recordarme que sí; que otra vez me había vuelto a ganar. No era lo más satisfactorio del mundo que tu mejor amigo te recordase siempre lo rápido que te corrías en su mano, pero oye, era un pequeño precio a pagar por la experiencia.
Lo tercero que aprendí es que infravaloramos nuestras capacidades. Y es que, a pesar de ser blanquito, delgaducho y poco atractivo (pero guapo); tuve mi primera novia a los 16: Laura, que era un pibonazo. Tenía los ojos azules como el cielo, unas tetas jóvenes pero bien formadas, buen culo, mejillas rojas y aunque era un poco bajita, tenía un cuerpazo de escándalo. Tenía a toda la clase enamorada (a los del curso de arriba y a los de abajo). Empecé a tontear con ella a principio de curso y al ver que no parecía molestarle demasiado, seguí haciéndolo durante todo el año. En la excursión de final de curso íbamos sentados juntos en el autobús. Veníamos de una buena fiesta por la noche y estábamos cansados, pero estuvimos un rato tonteando y yo estaba acariciándole el pelo (cosa que siempre parecía gustarle). De repente, cansada, se recostó sobre mí, y apoyó su cabeza sobre mi pecho para ayudarme con mi tarea. Aquello me pareció precioso. Si cupido existiese, habría estado allí guiñándome un ojo. Y es que en aquel momento me di cuenta de que estaba enamoradísimo de ella. Lamentablemente mi expectación duró apenas un minuto. Y es que hay otra cosa que no te explican sobre el sexo: durante la adolescencia, el más mínimo acto de cariño, hace que te pongas a cien. Y en poco tiempo, el cariño se convirtió en curiosidad y la curiosidad a su vez en perversión. De repente ya no quería solo observarla, quería tocarla, pasar mis manos por sus pechos, rodear su cuerpo, tocar sus labios, besarla y en pensamientos un poco más subidos, destrozarla delante de todo el autobús... Pero no podía; porque a pesar de que todo parecía idóneo, nosotros no estábamos saliendo ni nada parecido. Así es que allí estaba yo, conteniéndome como podía para no rozarla demasiado y bañar mi pantalón en semen. Y aquí viene otra de las cosas que aprendí sobre el sexo: el misterio puede poner a un hombre mucho más cachondo que las palabras o el contacto físico. No recuerdo mayor calentón que en aquellas veces donde deseaba empotrar a la otra persona pero había pequeñeces que me lo impedían, como estar cenando en un restaurante o enel salón de casa de mis padres. La sensación de querer bajarte el pantalón pero no poder es insoportable y a la vez lo más excitante del mundo.
Durante aquella excursión Laura y yo empezamos a salir y también tuve mi primera vez. Y Dios mío, desde que probé su cuerpo era incapaz de pensar en otra cosa. Lo hacíamos cada vez que podíamos: antes de comer, después de cenar, en la habitación, en la ducha, en los baños...
Ver porno está bien, pero debería haber una advertencia de "no hacer esto en casa"; porque no hay nada más incómodo que follar en el baño. Y es que los videos porno son muy excitantes, pero no dejan lugar al misterio. Tampoco hablan de que la primera vez es torpe, de que el corazón te late a cien, de las pequeñas sonrisitas, de las conversaciones de los descansos... Pero lo que más me sorprendió de todo fue el calor. Cuando empecé a desnudarme por primera vez frente a la chica que me gustaba mi corazón latía frenético, pero era su cuerpo el que estaba ardiendo.
Para resumir; Laura me había hecho una mamada en los baños del hotel. Llevábamos un par de días saliendo (íbamos a estar una semana fuera de casa) y no encontrábamos la ocasión para dejar salir todas nuestras pasiones. Y al final, en medio de la cena, Laura, que se había quitado una de las zapatillas discretamente, empezó a masturbarme suavemente con su pie por debajo de la mesa. Cuando no pude más le hice señas, me levanté y la esperé en el baño. Allí nos dimos nuestros primeros besos, tuvimos nuestras primeras caricias y vi por primera vez a una chica atragantarse con un montón de semen (estábamos en un baño publico, no podíamos ponerlo todo perdido...). Este pequeño evento, hizo que por la noche no pudiésemos más y le pidiésemos a nuestros compañeros de cuarto (las habitaciones eran de 4 personas) que nos dejasen solos un rato.
Cuando estábamos desnudos en la cama me sorprendió gratamente el calor que desprendía Laura. Era algo que yo nunca había vivido y podría decirse que me resultó incluso más placentero que el propio sexo. Aquella experiencia ardiente que te quemaba con cada contacto. La sensación de calor de estar dentro de alguien, unidos de alguna forma, era increíble. Escuchaba los gemidos de Laura en mi oído, su respiración entrecortada, sentía sus brazos rodeándome la espalda y, por supuesto, escuchaba el "plas plas" de mi miembro chocando contra su pubis. Hasta que llegó la explosión, ese momento de descanso en el que tu cabeza no sabe a dónde ir y simplemente te agarras al primer trozo de carne que encuentras. Qué sensación.
Tal vez estoy describiendo de forma idílica la escena, pero no me gustaría entrar en los detalles sobre otras cosas que aprendí sobre el sexo (como los diez minutos que tardé en ponerme mi primer condón, el rato correspondiente que tardé en meterla o el lamentable sexo oral que practiqué después del coito para que mi pareja también pudiese terminar). Gracias a Dios, Laura era una muchacha comprensiva pero más importante: inexperta.
Por desgracia el amor es ciego, pero también sordo y estúpido. Y cuando empecé a salir con Laura me dí cuenta de lo aburrida que era su compañía cuando no estábamos en la cama o en el baño de algún bar. Así es que nuestra relación adolescente no duró mucho y a los 17 ya era soltero de nuevo. En este tiempo, ya no tenía la compañía de Juan, que por lo visto estaba enamorado de Laura y aprovechó la ocasión en cuanto me quité de en medio para conquistarla y apartarme de su vida. Dos pájaros de un tiro.
A pesar de no ser atractivo ya contaba con algo más importante, experiencia, y estaba algo solicitado por el género femenino del instituto. Tan solicitado llegué a estar que en alguna ocasión no me dejaron salir del propio recinto para llevar a cabo el procedimiento.
Aunque tuve varios rollos, la siguiente cosa que aprendí sobre el sexo no llegó hasta los 18, cuando me fui de casa y entré en la universidad. Allí conocí a Carlos, y mis dudas volvieron de sus vacaciones. Podría aburriros con los detalles de cómo nos conocimos y bla bla bla, como he hecho antes, pero creo que esta vez me lo voy a ahorrar. Con él tuve mi primera experiencia con un chico y aprendí que no hay mejor corrida que la que tienes con un pene metido hasta el fondo. Sé que esto a los lectores más masculinos no les convencerá. De hecho, es posible que el comentario les pueda llegar a asquear, pero esa es la verdad amigos, y girar la cabeza para otro lado solo conseguirá que os perdáis un mundo de oportunidades y placer.
Carlos era un par de años mayor que yo, de estatura media, moreno, guapo, con un buen cuerpo y abiertamente gay. A mí me seguían interesando las chicas, pero no podía quitarle el ojo de encima a Carlos. Cuando pasó lo que tenía que pasar, yo estaba hecho un flan. Acababa de bajarle los pantalones y lo que me había encontrado no dejaba lugar a dudas sobre cuál iba a ser mi posición: la de abajo. Puede que estos comentarios os den una percepción errónea sobre mi pene, pero lo cierto es que está por encima de la media; aunque por causas del destino, los chicos que conformaron mis primeras experiencias me sacaban longitud y grosor.
Carlos debió verme sudando y me tranquilizó, me ayudó a dilatar y me dió una experiencia inolvidable. Correrte sin tocarte mientras te follan es una experiencia que el género femenino no puede igualar (a menos que recurran a métodos artificiales, claro). Carlos era hábil. Cuando iba lento todo mi cuerpo temblaba, tenía ganas de caer rendido sobre la cama... Y cuando iba rápido, mi corazón iba a mil, solo deseaba que lo hiciese cada vez más fuerte, más rápido, que me hiciese más suyo. Los resoplidos de un hombre son diferentes, igual que los gemidos que se te escapan. Es vergonzoso, pero la experiencia está a otro nivel. Meterla y sentir que tienes el control es satisfactorio; pero dejarte llevar y que otro te controle tiene un punto que no puedo llegar a describir. Sensualidad en estado puro.
Con Carlos aprendí varias cosas. La primera es que un buen tamaño es recomendable si además de tamaño tienes habilidad; que es muy importante si no tienes habilidad y que no es especialmente importante si eres especialmente hábil. Carlos tenía tamaño y era hábil, pero también tuve relaciones con otros chicos que no necesitaban de un gran tamaño para llevarte al paraíso. Del resto mejor no voy a hablar, porque todos hemos sido inexpertos; aunque unos hayamos prestado más atención que otros.
La segunda cosa es que los chicos son mejores en el sexo, probablemente por su conocimiento del propio género; pero que las chicas son mucho mejores en las relaciones (es mi opinión pero coincide con la realidad). Supongo que ser lesbiana debe ser fantástico, porque te quedas con lo mejor de las dos partes. Una pena no poder comprobarlo.
También aprendí que los chicos somos mucho más viciosos y que tenemos mejor predisposición a explorar las posibilidades del sexo en público. Aún recuerdo la cara de aquella camarera que descubrió para su desgracia (parecía estar interesada en Carlos), que este se había corrido mientras le pedía la cuenta, gracias a mis grandes habilidades controlando el vibrador que llevaba incrustado. Con Carlos disfruté todo ese mundo que solo está reservado para los valientes que se atreven a explorarlo. Tener un juego secreto delante de desconocidos (o de conocidos en ocasiones) es una sensación extraña pero infinitamente placentera. Nos gusta sentir las miradas, comprobar el desconcierto de los demás ante nuestros comportamientos extraños. Aunque no tengas el control de la situación, tienes el control de la información, y eso basta para desprender hormonas por doquier.
Carlos fue una gran fuente de inspiración y diversión; pero estar con alguien significa más cosas y, como ya he dicho, los chicos no somos buenos para las relaciones.
De las últimas cosas que aprendí fue a hacer un buen sexo oral a una chica. Había perfeccionado mi técnica con chicos, pero el género femenino era aún una cuenta pendiente. Por ello, una amiga , al escucharme hacer un comentario sobre el tema, se ofreció como muñeco de pruebas y profesora al mismo tiempo. Durante meses quedamos todos los fines de semana, y siempre solía recordarme lo mal que lo había hecho al acabar. Sin embargo, llegó el día en que conseguí que mi lengua se centrase en el clítoris, que mis dedos mantuviesen un buen ritmo y que mi cabeza no desviase su atención hacia los gemidos de mi interlocutora. Sólo habían pasado tres o cuatro minutos desde que había empezado, pero mi cara estaba repleta de líquido, el cuerpo de mi amiga parecía tener convulsiones, sus pies no paraban de hacer círculos y a mí me costaba respirar debido a que apretaba mi cabeza con sus piernas. Fue increíblemente satisfactorio ver aquella escena. Cuando me fui del piso, mi amiga dijo: "deberías pasarte el fin de semana que viene, podríamos crear una nueva mesa de estudio". Y bueno, ¿quién puede resistirse a recibir las enseñanzas de una buena profesora?
Actualmente tengo 25 años, vivo solo, no tengo pareja pero si relaciones sexuales habitualmente y he aprendido bastantes cosas. Sin embargo, todavía hay temas que se me escapan. Y es que no puedo imaginarme por qué le gente guapa, atractiva y con buenos genitales; sigue teniendo interés por alguien blanquito, flacucho, poco atractivo y que apenas sabe nada sobre el sexo.
Seguiré estudiando.
**Todos los personajes que aparecen en mis relatos son ficticios y cualquier parecido con personas reales es pura coincidencia...
Dante