Todo le pasó al mismo tiempo

Las sensaciones sexuales y emocionales le dicen a una mujer que el problema está dentro de ella.

Todo le pasó al mismo tiempo. Sensaciones en el cuerpo que le marcaron el rumbo. Sintió el esperma tibio y escaso correr por sus muslos, al tiempo que escuchó el suspiro gutural de ese hombre que tanto había significado para ella. Una luna enorme bañaba el cuarto de reflejos azulados y esa era la única estampa agradable.

En ese mismo momento percibió que algo estaba seco y mustio muy dentro suyo, no sólo en su sexo, también en su alma. El no le acariciaba el pelo ni los pechos después de consumarlo, había quedado rendido boca arriba como si nadie estuviera a su lado. Con su pene húmedo y su respiración aún jadeante.

Allí supo que no deseaba estar cerca de su esposo. El orgasmo era efímero, vacío, higiénico pero sin ternura. Por lo tanto, desagradable. No había regreso de esos confines. No era la primera vez que esa sensación de abulia la invadía. Al día siguiente lo abandonó, después de dieciséis años de estar juntos. Martha se fue y simplemente le dijo que ya no lo amaba. Pablo no atinó a nada, esperaba su partida desde hacía tiempo.

Todo le pasó al mismo tiempo. Sensaciones en el cuerpo que le marcaron el rumbo. Se le erizaron los pezones y sintió que su sexo se humedecía cuando la lengua de su viejo amigo rozó ávida y osada el velo de su paladar. Minutos antes cuando descuidadamente le había rozado la mano en ese pub plagado de transpiración humana, había sentido un impulso vital que controló. Sintió deseos de aferrarse a su miembro pero le pareció improcedente a pesar de la confusión y la oscuridad de ese ambiente.

Lo que imaginó lo hizo un par de horas después, cuando el amigo de toda la vida la invitó a su departamento y con un poco de alcohol en la sangre y mucho deseo en la mente, aspiró todo su semen luego de una compulsiva felatio. Supo que su vagina chorreaba mientras él la penetraba con la cadencia de un deportista. Supo que gritaría desenfrenada. Y entonces Martha se dio cuenta que el sexo con Pablo era un desastre y que no había dejado de amarlo, sino que lo que había muerto era el deseo por él. Con Néstor recuperó los bríos en la cama y la capacidad amatoria y las ganas de inventar poses y provocar placer. Aunque supo que no lo amaba, evitó detenerse en ese detalle. Néstor hizo lo que tenía que hacer, esperaba su llegada desde hacía tiempo.

Todo le pasó al mismo tiempo. Sensaciones en el cuerpo que le marcaron el rumbo. Abandonó a Néstor luego de haberse acostado con él durante diez meses. El sexo no le daba satisfacción, o mejor dicho solo complementaba un aspecto. Se sentía sola, desprotegida, aunque serena con los múltiples orgasmos que lograba. Voló en busca de protección y cariño al lado de Pablo, pero él tenía una nueva pareja y la despidió con lejana amabilidad. Derrotada, intentó reentablar encuentros con Néstor pero la trató de histérica y se alejó ofuscada. Sin sexo y sin amor, por primera vez Martha estaba sola. Aunque antes también había sentido lo mismo estando acompañada. Encrucijada odiosa de la vida, desequilibrios imposibles de subsanar: mucho sexo y poco amor, demasiada ternura y escasa pasión.

La masturbación llegó a su encuentro y sigue siendo su única posibilidad de placer sexual. Martha experimenta con todas las formas imaginables: sutiles roces con los dedos sobre el clítoris, introduciendo elemento de bordes suaves y torneados en su vagina, rozando su sexto contra elemento ásperos, echando hielo sobre sus pezones, jugueteando con té tibio desparramado sobre su ano y su vagina y hasta se atrevió a la compra de impensados consoladores, sustitutos caros de un hombre de piel y hueso.

Todo le pasó al mismo tiempo. Sensaciones en el cuerpo que le marcaron el rumbo. Una tarde en pleno goce onanista descubrió que se sentía tan sola y tan vacía como con Pablo y con Néstor.

Que el placer no era tal y que el deseo no existía. Se dio entonces cuenta que el problema estaba en ella y decidió armar una cita con un sicólogo. El tiempo le dirá que esa fue su mejor decisión, que los problemas que creemos afuera suelen estar muy dentro nuestro. Ocultos, al asecho esperando emboscarnos.