Todo hombre debe tener una mesa de billar en casa.
El sexo es como el billar, necesitas un taco y un par de bola...sobre todo una guarra que te chupe ambas cosas.
La independencia es algo con lo que sueña todo adolescente, sobre todo durante esa etapa en la que te sientes un incomprendido y piensas que todo va en contra tuya, concretamente tus padres. Hacía un par de años que había dejado de vivir con ellos, cinco para ser más exactos, sin embargo, mis expectativas de encontrar un trabajo, cobrar más de mil euros al mes y dejar de depender de mis padres no se cumplieron del todo. En aquel momento lo único que tenía era; un puesto gerente en la hamburguesería de mi pueblo, donde cobraba cinco euros más la hora que mis compañeros, un piso a las afueras de la ciudad y un coche de segunda mano.
Los domingos siempre iba a comer a casa de mis padres, todo lo que pudiese ahorrar era de agradecer y más si mi madre me daba un poco de dinero a escondidas. Aquella semana estuve mirando por internet que ciertas figuras de acción se vendían a muy bien precio y si memoria no me fallaba, yo tenía un par de ellas en la cochera de mis padres, por lo que el próximo domingo aprovecharía la visita para buscar aquellos juguetes. Cuando terminamos de comer, mis padres y yo charlamos durante un rato, pero incluso en aquel momento mi mente solo podía pensar en el muñeco y el dinero. ¿Dónde estaba aquel adolescente que renegaba de las clases capitalistas y todo lo que las rodeaba? Sinceramente no lo sé, ahora solo existía un pobre chaval que se las tenía que ingeniar para poder llegar a fin de mes.
La cochera había cambiado mucho desde la última vez que fui, parece que siempre sucede lo mismo; el hijo decide irse de casa y los padres aprovechan para hacer reformas. Después de buscar durante un par de horas, no encontré ningún rastro de aquellas figuras, lo más seguro es que mi madre se las regalase a algún primo mío o simplemente las tirase a la basura.
Estaba limpiándome el polvo de la ropa cuando me di cuenta de que todavía me faltaba por mirar detrás de la estantería que había al final de la cochera, seguramente tampoco encontraría nada, pero si no miraba, jamás lo sabría. Un par de minutos más tarde mis predicciones se cumplieron, no encontré nada pero para mi sorpresa pude ver algo que jamás pensaría que volviese a cruzarse en mi camino…la mesa de billar.
Qué recuerdos me vienen a la cabeza, la de noches que nos habremos quedado jugando mis amigos y yo hasta altas horas de la madrugada, o aquella vez que Charly se resbaló con una bola y se cayó, todavía me acuerdo de cómo nos reíamos de él. En aquel momento mientras mis manos sujetaban uno de los tacos, mis dedos fueron recorriendo la superficie de este hasta toparse con algo, más concretamente, una marca.
-Todavía no puedo creer que esté aquí, exclamé seguido de una carcajada.
Ruth y yo hacía un par de meses que llevábamos saliendo. Nos conocimos en el instituto, se podría decir que éramos la típica historia de adolescentes, chico de la clase A conoce a chica de la clase B, se gustan y empiezan a salir. Nuestra pareja era como todas, quedábamos los fines de semana, discutíamos y follábamos, ya está, pero desde hace un par de semanas las cosas habían cambiado y ya no era lo mismo. Tanto ella como yo parecíamos haber perdido el interés el uno por el otro, muchas noches antes de dormir pensaba que si seguíamos juntos era porque todavía funcionábamos en la cama, porque sinceramente, éramos la noche y el día si alguien se atrevía a compararnos.
El viernes, en uno de los intercambios entre clase y clase, le propuse a Ruth que podríamos quedar por la noche en mi casa y así pasar un poco de tiempo los dos juntos. Los profesores desde principio de curso nos llevaban acosados con la Selectividad, los fines de semana se habían convertido en un viacrucis de dolor, si no teníamos que hacer trabajos, teníamos que estudiar, y sino las dos cosas, por lo que dejar a un lado el estudio aunque fuese un par de horas nos vendría bien a los dos, y sobre todo a nuestra relación.
Habíamos quedado a las ocho, como era costumbre en ella, Ruth llegó media hora más tarde. Las primeras veces me cabreaba, pero conforme fue pasando el tiempo aprendí a lidiar con ello. Me refiero a que si yo quería quedar con ella a las ocho y media, le decía de quedar a las ocho y así hacía que nuestros relojes coincidiesen sin que ella se diese cuenta. Ya sabéis, si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él.
Eran las 20:35 cuando sonó el timbre.
-Ya bajo, le dije a Ruth por el telefonillo.
Pasaron un par de minutos hasta que terminé de lavarme los dientes y encontré las llaves de la cochera. Cuando bajé allí estaba Ruth, con su cara de no muy buenos amigos y sumergida por completo en su móvil.
-Hola, qué tal le pregunté.
Bien, respondió ella. Parece que la idea de haberla hecho esperar no le hizo gracia. Podría haberle contestado que para una vez que me esperaba ella a mí no iba a sucederle nada, pero eso desembocaría en una pelea y no nos vendría bien a ninguno de los dos.
-Pasa, dije tras abrir la puerta de la cochera. Iré a por un par de sillas.
-¿Y bien? Argumentó ella tras dejar caer su cuerpo sobre su asiento.
-Pues nada, he pensado que podríamos pedir cena a domicilio, ver una película y así pasar un poco de tiempo juntos que ya hacía tiempo que no quedábamos los dos solos.
-¿Cómo? ¿Y ya está? Dijo ella.
-Qué más quieres pregunté yo.
-¿No me has llamado para follar? Qué decepción respondió.
Aquella frase, pronunciada con ese tono de desilusión al ver que no la había llamado para hacerlo sino para pasar rato con ella, despertó un sentimiento en mí de rabia e impotencia. Parece que para Ruth esto ya no era una relación, sino más bien un aquí te pillo-aquí te mato. Todo mi odio hacia ella se manifestó cuando, ajena a todo lo que iba a suceder, ella continuaba mirando los mensajes que llegaban a su teléfono móvil, así que sin pensármelo dos veces, agarré el celular y lo estampé contra la pared.
-Pero qué coño haces…exclamó ella al mismo tiempo que se levantaba y me desafiaba con ls brazos abiertos.
Durante un par de segundos ambos permanecimos de pie, el uno frente al otro, mirándonos furiosos por lo sucedido.
Así que cegado en aquel momento por mis instintos más primitivos, clavé mis ojos sobre los suyos y acto seguido comencé a devorarla con mi boca. Por un segundo llegué a experimentar la misma sensación que tiene un león en la Sabana cuando se abalanza sobre su presa, sabiendo que esta ya no tiene escapatoria. Nuestros cuerpos comenzaron a bailar, pero en este caso de una manera totalmente distinta a la que estamos acostumbrados a ver. Cualquier purista diría que aquello no tenía nada ver con el arte de la danza, que más bien era una ofensa, pero si este fuese capaz de ver más allá, contemplaría el arte que desprendían nuestros cuerpos devorándose el uno con el otro; mis labios clavándose sobre los suyos, nuestras manos buscando a ciegas el sexo del otro, nuestro sudor emanando en forma de vapor a través de nuestros poros, creando así una neblina que nos escondía del mundo, de todo aquel que nos quisiera ver, aquel instante era nuestro y solo nosotros podíamos y debíamos contemplarlo.
La brusquedad de la situación nos hizo olvidarnos completamente de todo aquello que nos rodeaba, hasta tal punto de que hubo un momento en el que uno de mis pies tropezó con el otro, haciéndome caer así hacia atrás sobre una de las sillas. Ruth parecía satisfecha por lo que acababa de suceder, muchos os preguntaríais que cómo lo sabía, tal vez fuese la sonrisa de oreja a oreja que se dibujó en su cara lo que me hizo intuirlo.
Sin apartar su mirada de la mía y todavía con esa sonrisa en su rostro, que ahora ya no transmitía morbosidad sino más bien locura, Ruth fue descendiendo su cuerpo lentamente frente al mío, quedándose postrada frente a mí de rodillas, tal y como lo haría una sumisa con su amo. Sus dedos parecieron enfurecerse con la resistencia que ofrecían mis pantalones ante la rogativa de esta por quitármelos, unas milésimas de tiempo después se dio cuenta de que primero debía descifrar la clave de mi cinturón y sus botones si quería ver de cerca mi sexo. No recuerdo muy bien cuánto tiempo tardó, pero aquella loca consiguió deshacerse de toda mi ropa en menos de dos segundos. Cuando me quitó los calzoncillos, una especie de hedor pareció nacer de mi entrepierna y clavarse en su rostro.
Recuerdo una noche que ligué con una mujer en un bar y cuando llegamos a su casa, me obligó a lavarme el sexo con agua y jabón antes de hacer nada. Aquella noche me di cuenta de que hay gente para todo, sin embargo, Ruth era totalmente lo contrario, aquel hedor no hizo sino ponerla más cachonda si fuese posible, era el aroma del vicio, de lo sucio, del…sexo.
Con su lengua viperina Ruth comenzó a recorrer la superficie de mi polla de arriba abajo, lentamente como a ella le gustaba, sin dejar así que ningún centímetro de mi polla se le escapase. A medida que masajeaba con una de sus manos mi sexo y lo seguía lubricando con su boca, con la mano restante me masajeaba uno a uno los testículos, los cuales de vez en cuando también se los introducía en la boca para saber qué sabor tenían ese día. Uno de mis pelos pareció quedársele entre los dientes a Ruth, lo que la molestó y empezó a hurgarse con el dedo para intentar sacárselo. Aquella situación me sacó una leve carcajada, lo que pareció cabrearla.
-¿Te estás riendo?
No me había dado tiempo a responder cuando aquella mujer se abalanzó nuevamente sobre mi sexo y pareció querer cobrarse una ligera venganza por haberme reído de ella.
Mientras mi cuerpo, desnudo, seguía descansando sobre la silla, Ruth había desistido a seguir usando sus rodillas, ahora estaba sentada en el suelo con su cabeza apoyada sobre mi muslo como si de una almohada se tratase. Mientras la mano de esta seguía subiendo y bajando frenéticamente por mi miembro, su cabeza la cual continuaba sobre mi muslo, le permitía estar lo suficientemente cómoda como para seguir lamiéndome los huevos y no parar durante toda la noche. Unas veces notaba como su lengua tocaba mi testículo izquierdo, luego el derecho e incluso hasta los dos a la vez ¿Cómo coño sería capaz de hacer eso?
Cerciorándose de que mi cabeza estaba echada hacia atrás y mis ojos en blanco, supo que era la víctima perfecta, así que tras pasar reiteradamente su dedo índice por la boca, me lo introdujo en el recto.
-Joder…exclamé de manera sorda y ahogada. ¿Se puede saber qué haces?
Siendo ahora ella la que no paraba de reírse, comenzó a introducir y a sacar aquel dedo de una manera más lenta y pausada, al mismo tiempo que su mano subía por mi sexo, ese dedo se introducía por mi recto, y cuando la mano volvía a bajar nuevamente por mi pene, el dedo salía. Era una combinación de sensaciones que no sería capaz de describir, por si fuese poco Ruth comenzó a dedicarle unos pequeños pero dolorosos mordiscos a mi escroto, aquella mezcla entre placer y dolor no hizo otra cosa sino que terminase eyaculando sobre la cara de ella.
-Qué pena que todo haya terminado dijo Ruth seguido de una risa sardónica.
-Que me haya corrido una vez no significa que no pueda hacerlo otra vez.
-¿Ah sí? Eso tendremos que verlo.
Sin dejarme que ninguna de mis manos se acercase a su cuerpo, Ruth comenzó a desvestirse frente a mí. Sus dedos agarraron ahora con fuerza los límites de su vestido y lentamente los fue superando. Si contenía mi respiración por unpodía escuchar el sonido que las telas de aquel vestido producían cada vez que se rozaban con su piel erizada.
-Quítame las bragas dijo una vez que se había quitado del todo el vestido.
Siendo ahora yo el sumiso, mandé aquella orden desde mi cerebro hasta mis brazos para que estos obedeciesen. Acto seguido vi como una mano se aproximaba cada vez más a mi cara hasta impactar sobre ella.
-Rápido exclamó Ruth.
Rápido decía la muy puta. ¿Pretendes que viendo lo que estaban contemplando mis ojos me diese prisa? Lo llevaba claro. Así que arriesgándome a llevarme otra guantazo, fui bajando aquellas bragas con una lentitud que me permitió aprenderme de memoria la posición de todos y cada uno de sus lunares.
Cuando tuve aquel tesoro entre mis manos, sin dudarlo lo celebré junto con mis fosas nasales, dejando que aquel ahora a coño húmedo recorriese todo mi cuerpo por dentro. Ruth parecía haber satisfecho sus ansias sexuales, y en parte era así, pero solo con su boca, ahora faltaba complacer a la bestia que aguardaba unos centímetros más abajo.
Era tan próxima la distancia a la que nos encontrábamos el uno del otro que pude darme cuenta que un color rojizo iba haciéndose cada vez más presente en los labios de Ruth, acompañado de un leve desconchado. Le estaba sucediendo lo mismo que cuando sales a la calle un día de frío y vuelves a casa, la diferencia era que los labios de ella no estaban así por el frío, sino por la manera en la que había estado felando el miembro.
Ruth se dio cuenta de que no paraba de mirarle la boca.
-¿Qué sucede?
-Tus labios llegué a musitar.
Pasando sus dedos para ver a que se refería, se dio cuenta de lo mismo que yo.
-No pasa nada argumentó.
Así que tras echar su cuerpo levemente hacia delante, clavándome sus tetas en mi cara, consiguió el espacio suficiente para levantar su culo y buscar a ciegas lo que quería. Un instante después vi como una pequeña sustancia en forma de vaselina descansaba sobre la yema de su dedo, la cual no dudó ni un segundo en restregarla por sus labios y acto seguido introducírsela en la boca.
Aquella mujer había sido capaz de coger mi semen para hidratarse los labios…estaba loca. Lo mejor fue ver lo contenta que estaba por haber logrado que sus labios estuviesen un poco mejor. Fue entonces cuando comenzó a frotar su sexo con el mío y a compartir el jugo que tenía en la boca. Aquello me hubiese dado asco si lo hubiese hecho con otra mujer, pero con Ruth era totalmente placentero el notar como mi semen iba pasando de su boca a la mía y viceversa. A medida que esta movía sus caderas, nuestros sexos entraban en un juego interminable, Ruth cada vez estaba más mojada, lo podía notar por las babas con las que sus labios inferiores bañaban mi polla.
Mis dedos mandados por mis ojos, los cuales estaban cansados de no poder ver los senos de esta por culpa del sujetador, se abalanzaron sobre la hebilla de este. Con un simple giro pude desprender a aquellos pechos de la jaula en la que se encontraban presos. Nunca antes me había fijado en la belleza de aquellos senos; turgentes, duros pero blandos al mismo tiempo al tacto y rematados con un pezón en cada uno de ellos que no vacilé ni un momento en morderlos.
-Dios…suspiró Ruth en forma de susurro cuando notó la violencia con la que mis colmillos agredieron sus pezones. Fóllame ya por favor añadió como pudo.
Colocando cada una de mis manos sobre los glúteos de Ruth, la levante lo suficiente como para que con mis caderas pudiese mover mi pene y colocarlo sobre su sexo. Una vez que este estuvo sobre la boca de su vagina, dejé que la gravedad hiciese el resto y soltando mis manos del culo de esta, Ruth cayó de golpe sobre mi polla. Un grito salió en aquel momento de la boca de ella, la cual como un caballo desbocado comenzó a cabalgarme. En ese momento no estuve muy seguro de quién estaba domando a quién, pero por la forma en la que Ruth cabalgaba más deprisa sobre mí a medida que yo asestaba golpes sobre su trasero dejaba indicar quién era el caballo y quien el dueño.
La silla se movía a medida que nos embestíamos el uno al otro, hasta tal punto de desplazarnos desde el sitio en el que habíamos empezado. Hubo un momento en el que giré la cabeza para ver en qué punto de la cochera nos encontramos y pude ver la mesa de billar, fue entonces cuando se me ocurrió todo.
Levanté a Ruth de un empujón y agarrándola del brazo la obligué a seguirme.
-¿Adónde me llevas?
-Cállate le respondí, tras ello le asesté una bofetada en la cara y la empuje sobre la mesa de billar. Ella solo había venido a follar, y eso para mí tenía un nombre, así que la iba a tratar como se merecía.
Tumbada por completo sobre la mesa de billar, con cada una de mis manos, agarré sus tobillos y le abrí las piernas hasta que estas marcaron las diez y diez. Tal fue la brusquedad que hasta su sexo pareció asustarse. No sé si un coño puede hablar, pero por un momento pareció haber exclamado un pequeño grito de placer. Envolviendo ahora sus piernas con mis brazos, levanté a Ruth hasta estar lo suficientemente cerca de mí como para comenzar a asestarle golpes con mi polla sobre su clítoris. Cada vez que mi capullo impactaba sobre este, Ruth se retorcía, clavando sus dedos sobre su cabeza, moviéndolos de un lado para otro, haciendo que todo su pelo tapase no solo su cara sino también sus gemidos.
En aquel momento me vino a la mente una frase que siempre me decía mi padre; Un hombre que se preste siempre debe tener una mesa de billar en su casa. Tal vez se refería a eso y yo nunca lo entendí como debería, bueno, más bien hasta aquella noche.
Hoy en día hay personas que todavía piensan que la mejor música que ha dado la historia de la humanidad ha sido la novena sinfonía de Beethoven, La primavera de Vivaldi, Requiem de Mozart y podría seguir así hasta agotar una lista interminable de obras y sus autores. Pero ahora bien, me encantaría que todos esos eruditos hubiesen estado en mi posición...nuca mejor dicho. La combinación entre el sonido de los gemidos de Ruth y su respiración entrecortada, mezclado con el ritmo acompasado que formaban mi polla impactando sobre su coño, eso sí era música clásica.
El frenesí iba a matarnos, aquello cada vez iba a más. Una de mis manos ahora descansaba sobre la garganta de Ruth, impidiendo que esta llegase a respirar del todo. Era consciente de que hacía rato que sus gemidos ya no eran los mimos, tal vez por la brutalidad de mi pene sobre su vagina, el cual ya no le causaba placer sino dolor, o tal vez fuese por la falta de aire, de lo único que estaba seguro era de que cada vez que miraba su rostro, veía una cara de satisfacción máxima.
Hubo un momento en el que una de las patas de la mesa se partió, haciendo así que Ruth cayese al suelo y mi pene saliese de su cavidad, impactando ferozmente sobre mi abdomen en forma de ataque como si yo tuviese alguna culpa de aquello. Aunque en cierto modo sí.
-¿Estás bien? Le pregunté.
Pero mirándome y sin argumentar palabra alguna Ruth salió corriendo como pudo. A día de hoy me sigo preguntando si se marchó por miedo a la bestia en la que me había convertido o por el hecho de seguir con el juego. Rápidamente di un par de pasos y me abalancé sobre ella. Di las suficientes clases de rugby de pequeño como para saber que si abrazas por detrás las rodillas de tu rival este no tiene escapatoria, así que eso hice.
Ruth se resistió asestándome pequeños codazos en el abdomen y dándome alguna patada que otra, pero en cuanto tuve la oportunidad la puse a cuatro patas y clave mi pene nuevamente sobre su vagina. Ruth cayó con sus manos sobre el suelo, como si aquella inyección de carne erecta la hubiese dejado paralizada, así que para asegurarme de si esta seguía vida comencé a moverme lentamente. A medida que continuaba con mi labor, los gemidos de Ruth iban creciendo por momentos.
-Cállate nos vas a pillar le dije.
Pero viendo que esta hacía caso omiso a mis órdenes, cogí uno de los tacos de billar que se habían caído durante el altercado en la mesa y lo usé como cuerda para tirar de ella.
-Muerde dije tras clavar aquel taco entre sus encías. Cuando me di cuenta que aquella mujer estaba mordiendo el palo lo suficientemente fuerte como para no deshacerse de él, lo mantuve solo con una mano mientras con la otra mano me fui deslizando entre su cabello hasta hacer de él un nudo con mi muñeca y tirar de ella. Aquella escena fue digna de película, no sé si del oeste porque incluía vaqueros y corridas, pero porno estoy seguro.
Tras un par de zarandeos para liberarse de mis ataduras, Ruth consiguió su propósito, pero con tan mala suerte de que girando su cuerpo cayó boca arriba frente a mí.
-Vuelves a ser mía dije entre risas.
-No, tú eres mío ahora. Y acto seguido aquella viciosa empedernida rodeo con sus piernas mis caderas y agarrando mi pene con su mano, se lo colocó sobre la boca de su coño y acto seguido estrujó sus muslos sobre mis caderas obligando a que mi sexo la penetrase. ¿Cómo era capaz de que mi pene entrase y saliese sin que yo hiciese nada?
Aquella mujer se movía de una manera sorprendente. Seguimos follando, esta vez con la postura de misionero…mis testículos, calientes por todo lo que habían sufrido esa tarde, combinados con el frio del suelo, hacían de aquello una mezcla explosiva. Ruth y yo nos revolvíamos en el suelo, al mismo tiempo que nuestros cuerpos se manchaban de polvo, absorbiendo cualquier partícula de mierda o suciedad que hiciese de todo aquello un acto todavía más asqueroso de lo que ya era.
En uno de esos giros mi pene se salio de la vagina de Ruth, fue entonces cuando decidí que tal vez sería mejor introducirle otra cosa en vez de mi sexo. Así que sin apartar la vista de Ruth, escupí sobre uno de mis testículos y lo introduje en su vagina. Fue mágico el ver como a medida que mi huevo entraba en su coño, Ruth y yo nos mirábamos a los ojos y nos corriamos al mismo tiempo. Su fluido quedo prisionero en su vagina por el tapón que mi testículo había formado, sin embargo, mi esperma caía sin cesar sobre su abdomen.
Cuando todo aquello terminó, nos quedamos durante horas, desnudos, acostados en el suelo mirando al techo. Pensando en todo y a la vez en nada.
Sintiéndonos con miedo por las bestias en las que nos habíamos convertido. Como aquel psicópata que se mira al espejo tras haber cometido su primer crimen, sabiendo que tenían razón todos aquellos que le señalaban con el dedo diciendo que era diferente.
No sé si se nos podrá tachar de enfermos por lo que sucedió aquella noche en mi cochera, pero lo único que sé, es que después de todos estos años, tengo una mesa de billar rota, un taco con una marca de dientes y un recuerdo para toda la vida.