Todo gracias a la licencia de conducir

Aprovecho la oportunidad de cogerme y humillar a la mujer de uno de mis mejores amigos. Todo gracias a un accidente y la licencia de conducir.

Marina es una mujer espectacular y no tanto por su cuerpo, que de por si está bueno, sino porque tiene algo difícil de describir, pero que hace que muchos hombres le tengan ganas. Será quizás su personalidad, muchas veces un tanto despreciativa hacia las personas ajenas a su clase social, o quizás su buen gusto para vestir. Que se yo, tiene algo que hace que más de una vez haya aparecido en algún sueño. Pero a pesar de todo esto, es la mujer de Santiago, uno de mis mejores amigos.

Lo cierto es que un día se presentó a mi oficina de seguros, un poco preocupada porque había sufrido un accidente de tránsito y si bien no había causado grandes daños al otro vehículo, tenía su licencia para conducir vencida. Le expliqué que por condiciones de contrato, la empresa de seguros a la cual represento, no se haría cargo de los daños y a su vez enviaría una carta documento explicando los motivos. Esto la preocupó aún más, porque mi amigo se enojaría muchísimo y a su vez agregaría más motivos para el actual distanciamiento entre ambos. Aparentemente la relación matrimonial no pasaba por el mejor momento.

La encontré tan desesperada e indefensa que creí encontrar la posibilidad de acercarme a ella. La intención de ella era encontrar la manera de reparar el error, haciéndose cargo de los daños pero siempre que la carta no fuera enviada y no llegara a conocimiento de su marido el vencimiento de su carnet. La situación era posible, pero no estaba dispuesto a desaprovechar la oportunidad. Le expliqué que no era probable y que si o si salía la carta.

Le expliqué los pasos a seguir y que de todas maneras si bien el evento no estaba cubierto por la póliza, dentro de unos días llegaría el inspector de la compañía para realizar las inspecciones correspondientes por si la empresa decidía hacer frente al pago.

Ella me suplicó por favor. Era la primera vez que la veía en una situación inferior a los demás. Además estaba vestida con jeans apretados y una blusa que dejaba entrever parte de sus hermosos pechos, lo cual hacía que cada vez me calentara más, pensando en presionarla ante la situación que estaba viviendo.

Una vez que se retiró de la oficina, llamé a Carlos, una persona de aproximadamente 45 a 50 años, encargada de realizar las inspecciones en la zona. Le informé la situación y enseguida se interesó de la situación. La idea era que él llevara adelante todo para que yo no quedara pegado en nuestras relaciones personales con Santiago y su mujer.

Hasta llegar el día, no paraba de pensar en la posibilidad de que Marina le contara todo a Santiago y este solucionara todo a través de su estudio, con lo cual iba a tener que seguir soñando.

Por suerte no fue así. El día que llegaba el inspector me comuniqué con mi amiga y la cité a mi oficina. Si bien no fui directo, le anticipé que siempre era mejor impresionar con la presencia. Estuvo de más, porque por más que no quiera, la "rubia" siempre impacta.

Se presentó con una pollera a la altura de sus rodillas y una blusa semitransparente. Pude ver la cara de Carlos, si bien se lo había anticipado, creo que no se imaginaba tanto.

De aquí en más sigo con un relato en tiempo presente, porque me recuerda mejor la situación vivida.

Sin perder tiempo con un tono arrollador, Carlos comienza una especie de reto e interrogatorio por la falta que había cometido mi amiga. Una vez más, Marina se encuentra en inferioridad.

Intenta convencerlo de pagar los daños, pero no le da lugar. Lo peor es cuando deja la posibilidad de pagar algo a Carlos. Es peor, él da un salto de su sillón y la amenaza con denunciarla por la coima. Marina se desespera. Se pone roja. Simulo intentar frenar la situación. Carlos finge terminar la reunión.

Ahí es cuando Marina le suplica ayuda.

Carlos se para frente a ella y le dice que la única forma de arreglar la situación es que renovara la licencia, pero antes tiene que rendir el examen de manejo ante él. Marina asiste con la cabeza y le pide que comience con el cuestionario. Son cinco preguntas de las cuales tiene que contestar todas bien. Las primeras cuatro son muy fáciles, pero en la quinta se complica. No sabe responder.

Carlos: Te daré una oportunidad más. Te haré diez preguntas. Por cada una mal que contestes, Daniel te dará una prenda.

Nuevamente tengo que simular y le pido no intervenir.

Carlos: Está bien, seré yo quien lo haga. Será un gusto.

Es un tono irónico, que creo Marina lo entiende muy bien.

La tercera pregunta no es contestada.

Carlos: Quítate la blusa!!!.

Marina: Por favor, arreglemos de otra forma.

Carlos: No hay otra forma!!!

Ante la negativa de Carlos, ella me mira como pidiendo que le haga el favor de salir de la oficina.

Carlos: Daniel se queda.

Ante la negativa, no queda otra alternativa. Se quita la blusa y ahí queda con sus corpiños blancos y medios pechos afuera.

Sus pezones comienzan a endurecer.

A una nueva pregunta no contestada.

Carlos: De pie. La pollera.

Ahí estaba Marina, rubia, bella, terriblemente apetecible, exponiendo su cuerpo ante su amigo y un desconocido mucho mayor a ella.

De ahí en más no contestaría más preguntas.

Los pedidos suben de nivel.

Carlos: muéstranos tu hermoso trasero. Ponte sobre la mesa.

Tomándola de los hombros la apoya sobre la mesa. El culo de Marina queda apuntando a nuestras caras. Redondo, duro, decorado con su hermosa tanga también blanca. Carlos se para detrás y lo acaricia. La mujer de mi amigo permanece inmóvil. Le pasa los brazos por delante y le agarra sus pechos.

Carlos: sencillamente espectacular. Ahora siéntate y sigamos.

Otra pregunta sin contestar.

Carlos: Ven Daniel, ponte aquí adelante. Tu amiga te va a rendir examen de chupada.

Dirigiéndose a Marina, le solicita que me baje el pantalón y me chupe la pija.

Nuevamente intenta negarse, pero una vez más Carlos amenaza con terminar.

Sin mirarme y muy nerviosa, comienza con la tarea. Alguna vez cuando fuimos más chicos, Santiago me había comentado lo bien que se la tragaba su novia. No mentía. Le cuesta entrar en ritmo, pero ayudada por Carlos, me da una mamada impresionante. En un momento dio a pensar que le gustaba.

Ya no hay más preguntas. Carlos la invita a ponerse de pie, le quita el corpiño y se dedica a sus pechos y pezones. Yo permanezco de pie a su lado, siendo testigo de la situación.

Carlos: anda Daniel, esta perra está muy caliente y tiene que aprobar el examen.

En pocos minutos, estamos desnudos los tres.

La alzo sobre la mesa. Me dedico a su hermosa concha. Mi lengua juega con su clítoris, mientras mis dedos recorre todo su interior. Dicen que las mujeres tienen un punto G. En algún momento lo debo haber encontrado, porque mi amiga empieza a moverse como si se hubiera olvidado de todo. Carlos mientras tanto sigue entretenido con sus tetas. Luego cambiamos de posición. Sus pechos se muestran frente a mí, apetitosos y carnosos. Más de una vez los había deseado en alguna jornada compartida entre amigos en la piscina. En este momento lo tengo dentro de mi boca y entre mis manos. No puedo contenerme, introduzco mi lengua en su boca y nos trenzamos en un grandioso beso a puro lengüetazos.

Luego la acomodamos de pie frente al escritorio, con su cola paradita. Carlos se arrodilla encima del mueble y ahí puedo observar el tamaño de su miembro. Es la posibilidad de conocer si el tamaño no es lo que importa. En varias oportunidades había compartido algún vestuario con Santiago y conocía muy bien que su pija era de un tamaño normal, similar a la mía. Marina tiene colgando frente a su cara, un miembro largo, gordo y a punto de endurecerse.

Mientras Carlos introduce con cierta dificultad el miembro en la boca de mi amiga, tomo sus cachetes traseros, duros e irresistibles, los separo y comienzo un delicado trabajo de lengua y dedos en su orificio. Me acuerdo de la personalidad de Marina y me dan ganas de hundirles todos los dedos y hacerla gritar de dolor, pero sé que tengo que tener paciencia para preparar el premio final. Todos los hombres sabemos que las mujeres, al menos cogen por delante con sus maridos pero siempre nos queda la duda, si también entregan su bien guardado tesoro trasero.

La situación a Marina, parece no incomodarle. Sigue succionando a Carlos, mientras da pequeños movimientos de caderas. Parece que le gusta. Cuando meto mis dedos en su concha, termino de comprobarlo. Estaba totalmente mojada.

Luego de un rato, me paro y comienzo a humillarla.

Daniel: Qué linda putita que resultaste ser. Linda pija te traje. Que lindo culito.

La muy puta no dice nada.

Carlos se sienta en un sillón con su miembro duro y le dice.

Carlos: Vení putita. Siéntate aquí.

Ella no duda más. Va directamente y de espaldas a él, toma su herramienta y la entierra en su concha, bien adornada por algunos bellos rubios, casi imperceptibles.

Ante los mínimos movimientos de Carlos, el miembro va perdiéndose en su interior. De su boca salen gemidos de placer.

Carlos: te gusta mi poronga??

Ella no contesta.

Él la toma de los pelos y le ordena que conteste y aprovecha para informarle que todavía no ha aprobado el examen.

Marina: Siiii..

Carlos: es un poco grande no???

Marina: Siiiii

Carlos: La de tu marido es así??

Marina: No. Más pequeña.

Carlos: Cuál te gusta más??

Marina tarda en contestar. A todo esto, yo estoy parado, testigo privilegiado de semejante cogida. La mujer de mi amigo, cabalgando semejante semental y con sus pechos bamboleando de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.

Marina: esta.

Lo dice tan segura, que ahí confirmo que las mujeres mienten cuando dicen que el tamaño no importa.

Tomo la mano de mi amiga y la dirijo a mi miembro. Le pido que me pajee, mientras la ayudo con mis dedos sobre su clítoris.

Sin sacársela de su interior, Carlos se para y la apoya sobre la mesa, ahora si, le da fuertes estocadas. Yo continuo a su lado jugando con sus tetas. La rubia comienza a gritar, confundiéndose sus gritos con un orgasmo como pocos. Él la sienta en el sillón y escupe sobre su cara la espesa leche.

Daniel: es mi turno putita.

Me siento en el sillón y la subo sobre mi. Hundo mi miembro. Tengo que hacer muchos esfuerzos para no precipitar mi llegada. No quiero desaprovechar la oportunidad tan rápido. Comienzo a decirle cosas denigrantes.

Daniel: mira la rubia, cogiendo con dos morochos. Quién lo iba a imaginar. Chupando pijas desconocidas y tragándose sus lechitas. Si te viera mi amigo Santiago. Qué hermosos pechos. Te mueves como una gatita en celo. Se nota que tu maridito te tiene olvidada.

Ella no dice nada. Solo se mueve y gime.

Mientras tantos Carlos, saliva el culito. En un momento me hace señas. Es el momento del premio final.

La invita a acostarse sobre escritorio. Su culo queda al borde, justo a la altura de mi poronga. Me inclino, le doy algunos lengüetazos en su culo. Carlos juega con su concha. Está a punto. Comienzo a introducir mi miembro. Se hace un poco difícil porque si bien mi miembro es de tamaño normal, tiene una cierta desproporción entre tronco y cabeza. Me cuesta un poco. Ella quiere intentar frenar la situación. Carlos le mete varios dedos en la concha y pellizca sus pezones. Ella comienza a olvidarse y parece entregarse. La cabeza entra toda y ahí si se siente algún quejo de la rubia. Sigo adelante y ya lo que sigue es mucho más fácil. Entro y salgo mientras siento los dedos de mi amigo recorriendo el interior de la concha.

Le pregunto si le gusta que le rompan el culito y si también se lo presta a su marido. Me contesta que a veces.

No hay mejor posición para meterla por detrás que la del perrito. Tengo que aprovechar. La pongo sobre el piso en esa posición. Mientras Carlos Le toma la cabeza y le hunde la pija en su boca, yo continuo disfrutando de su trasero. Mis huevos alcanzan a chocar contra los hermosos y rígidos cachetes. Intercambio posiciones, se la pongo arrodillado, luego me paro y se la hundo hasta donde puedo. EL rápido martilleo tiene sus consecuencias. Mi pronta llegada no tiene vuelta atrás. La tomo de los pelos, la doy media vuelta y le entierro mi pija tiesa que en pocos segundos, previa descarga en el interior de su boca, comienza a perder tamaño.

Carlos toma mi lugar, pero le cuesta mucho ingresar en el trasero. A Marina le duele mucho. Ya es demasiado. Carlos le pide un último favor. Una buena paja y una tragada de leche. Espectacular.

Como quedan muchas cosas pendientes, le informamos que de esta va a zafar, pero que todos los días 15 de cada mes tendrá que pasar a rendir el examen mensual.

Ha pasado casi un año y al día de la fecha todavía seguimos como profesor y alumna, aunque varias veces al mes y en alguna oportunidad se suma Carlos. Con Santiago seguimos muy amigos y visitando su casa más seguido. Conozco todos los rincones.