Todo en Familia (18)
Es mi cumpleaños, y parece que lo disfrutaré en grande, en especial cuando una sirvienta que me llama "amo" me atienda, una colegiala me celebre, y una oficial de policía me castigue por mis fechorías sexuales. Parte 1/3
Antes que nada, agradecerles la gran acogida que ha tenido tanto esta historia como la de la Familia White, como me han indicado en los comentarios. Realmente lo agradezco, para seguir mejorando y escribiendo, y espero que se sigan tocando todavía más con estos relatos.
La saga "Todo en Familia" está cerca de terminar, y esta es la primera de 3 partes. Espero lo disfruten.
Capítulo 18: Mi Familia - El Cumpleaños (Parte 1)
Sabía que sería un gran día, y por eso sabía que podía esperar despertar de la mejor manera posible. Abrí los ojos, y una mujer preciosa limpiaba el ventanal de la habitación, inclinada de tal manera que podía ver su precioso culo. Lucía zapatos de tacón negros y medias blancas hasta los muslos, con unos lacitos azules que hacían ver sus hermosas piernas más sensuales de lo que ya eran. Llevaba un vestido negro muy, pero muy ajustado y escotado, que me permitía ver sus preciosas y perfectas tetas sin problemas, que cubría solo parte de los hombros, y que iba acompañado de un sexy delantal blanco. Su falda de pliegues era tan corta que me empalmé tanto como si hubiera estado caliente toda la noche. Tenía su precioso cabello castaño cayendo en rizos sobre su hombro izquierdo, y sus ojos dorados me miraron casi con devoción.
—Buenos días, amo —me dijo. Era Francisca, mi hermana mayor y el amor de mi vida. Vestida como criada.
—F-Fr… Fr… Fran… ¿F-Fran? —tartamudée. No podía creer lo que estaba viendo y escuchando. Ella me sonrió con lascivia, se inclinó un poco más, y siguió limpiando el polvo de la habitación con el plumero blanco que llevaba en la mano.
—Sí, amo. ¿Me permite felicitarle?
—¿E-eh?
—Es su cumpleaños, amo. —Se acercó a mí lenta y sensualmente, y se inclinó nuevamente para besarme delicadamente los labios—. Espero que no le incomode que lo salude de esa manera, no quiero pasar a llevar sus deseos, amo.
Sí. Era mi cumpleaños, y sabía que tenía preparado algo para mí, pero nunca esperé algo así. Para ser honesto, nunca había disfrutado celebrar mis cumpleaños, y siempre le pedía a mamá que los ignorara, sin éxito. No me gustaba ser el centro de atención. Pero si la atención era ahora así, con mi hermana vestida de sirvienta francesa… bueno, no podía quejarme ya. Estaba empalmadísimo, pero tan atontado que ni siquiera recordaba cómo hacerme una paja.
—N-no, no me incomoda…
—Me alegro mucho, amo. Es un día muy especial. ¿Desea que le prepare desayuno? ¿O quizás quiere que le de un baño? ¿O tal vez le apetece follarme?
—¿Eh? —Creo que hasta había olvidado el diccionario en mi cabeza.
—Lo que usted diga, lo haré, amo. Existo para servirle. —Francisca me dio la espalda y se dirigió al sillón de la habitación. Se puso allí de rodillas, se inclinó hacia adelante, y me miró con puro deseo y una sonrisa de sumisa lascivia. Debajo del vestido llevaba una tanga diminuta de color negro—. Noté que estaba algo excitado, amo, ¿le apetece usarme para aliviarle?
Finalmente reaccioné. Me puse de pie, empalmado completamente, y corrí hacia ella. Levanté su falda, y ella se inclinó aún más sobre el respaldo del sillón, absolutamente sumisa. Corrí sus braguitas a un lado y empujé mi polla al interior de su coño con suma facilidad. Francisca estaba completamente empapada.
—Ahhh… ¡qué rica estás!
—Eso es, mmm, d-disfrúteme, amo —dijo ella, intentando mantener la calma de una profesional criada sexy, conservando el personaje. Eso me enloqueció.
—¿Puedo follarte más de una vez hoy?
—Por supuesto, amo, y-yo le sirvo a usted, y d-durante hoy…. mmmmm, q-que es su cumpleaños, podrá usarme tantas veces como desee. A-ahhh… Cualquiera de mis orificios está disponible para usted, c-cada vez que mmmmmm guste; solo basta con subirme el vestidito… a-ah…
—¿Cada vez que quiera estarás de libre uso? —le pregunté, estirando los brazos para masajear sus tetas por debajo del vestido.
—S-sí…
—Vaya, ahh, espero no cansarme…
—Ya le dije que le sirvo, mi amo, para cualquier… ahhhhh necesidad… Así que entre todas le compramos algo especial… ahhh… en la mesita de noche verá una píldora muy especial… h-hecha para que usted… t-tenga energías todo el día para saciar sus… aaahhhhh, s-sus necesidades con nosotras.
Francisca se cubrió la boca para no gemir y gritar más fuerte, intentando conservar su personaje. Lo que estaba haciendo me parecía sumamente sexy, no había mejor manera de empezar mi cumpleaños. Tenía que ir a la universidad, pero ya estaba pensando en faltar a algunas clases. Podía darme ese gusto.
—¿Te está gustando, Francisca?
—N-no es… necesario que me guste, amo, solo estoy para servirle a usted, y que use mi coñito, o mi boquita, o mis tetitas, o mi culito, cómo, dónde y cuándo le plazca… a-ah… mmm…
—¿Te hace sentir bien el pene de tu amo? —pregunté, penetrándola con aún más fuerza.
—S-sí… Sí, amo, lo siento, discúlpeme por d-disfrutar… ¿A-Amo?
—¿Sí, Francisca?
—¿Puedo solicitarle permiso para sentirme bien y correrme con su enorme polla? A-ahh… aaah
—Te doy permiso para sentirte bien, e incluso gemir, pero no te permito correrte aún.
—¡¡¡¡Ahhhh, cómo diga, amo!!!! Seré buena, me portaré bien para que usted me de permiso para correrme, ahhhh, amo, ¡me encanta su polla, déjeme complacer más su enorme y rica polla!
—Eso es, vamos, compláceme más, Fran, eso es… —Comencé a darle más fuerte de nalgadas y agarré sus tetas como las enormes masas que eran, jugueteado con ellas y pellizcando sus pezones. Mi hermana se acompasaba a mis movimientos, en un vaivén de adelante hacia atrás que buscaba darme todo el placer posible.
Como era usual, dado lo bien ejercitada que estaba Francisca, no tardé en sentir los familiares movimientos musculares al interior de su coño que empezaron a masajear mi polla. ¿Y me decía que estaba completamente disponible para mí? ¡Ya era el mejor día de mi vida y recién estaba dando inicio!
—Ah.. mmmm…. mmmmmmm… a-amo…. —me rogó, con el rostro sonrojado y sudoroso, los ojos implorantes.
Decidí premiar a mi hermana mayor por sus virtudes y deleites, por su esfuerzo en hacerme sentir bien en aquel día.
—Ahora te doy permiso para correrte, Francisca.
—¿Sí? ¿Seguro amo? ¿Le permite a su esclava poder satisfacer su necesidad con el gran pene de su amo?
—Sí, adelante, pero yo también acabaré al interior de tu coño.
—¡Muchas gracias, amo! Ahhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhh, me premia con permitirme correrme como la sirvienta lujuriosa que soy, aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhh, y además me premia con leche en mi coñooooooooohhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhh, ¡deme su semilla, amo! ¡me corro! Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Pocos segundos después de que el cuerpo entero de mi hermana se retorció y convulsionó en medio de su orgasmo, yo también tuve el mío, derramando mi semen al interior del amor de mi vida, que cayó rendida sobre el sofá mientras yo caía sobre mis posaderas en el piso de la habitación. Había sido un sexo delicioso, mi pene estaba completamente rendido.
Francisca cayó también al suelo poco después, pero gateó en dirección a la silla de noche y recogió la “píldora especial” que habían mandado a hacer para mí entre todas. La puso en su lengua, se acercó a mí gateando otra vez, con una cara de viciosa que nunca le había visto a mi hermana, y me plantó un fogoso beso de lengua mientras me pasaba la píldora y la hacía caer por mi garganta con sus propias salivas.
—Oh, F-Fran… mmmm
—Amo, le prepararé ahora el desayuno. Si quiere sígame a la cocina, pronto volverá a sentir una erección, y recuerde que puede usar cualquiera de mis orificios para saciarme.
—¿También cuando me duche?
—Desde luego, amo, puede utilizar a su sirvienta cuándo y cómo sea, y hoy ocurrirá mucho, jiji. Además, debe prepararse, me dejaron un mensaje para usted, amo.
—¿Mensaje?
—Sí, hay una estudiante que necesita clases particulares de su especialidad. Anoté su dirección, y el horario. Es en una escuela directamente. Le sugiero que no llegue tarde, amo.
Ok, quizás necesiten un poco de contexto al respecto. Yo había comenzado a estudiar en la universidad, había optado por una carrera en traducción (se me dan bastante bien los idiomas), pero también me ganaba algo de pasta realizando clases particulares tanto en español como en inglés. Generalmente eran niños y adolescentes que estaban en la etapa más compleja del aprendizaje de idiomas, pero nunca me habían dejado el recado a través de mi criada… porque, claro, no había tenido una criada hasta hacía unas horas.
Por cierto, el efecto de la píldora era muy potente, y me prometieron que duraría al menos la jornada completa. Mientras desayunaba Francisca me hizo una deliciosa paja, y luego me corrí en sus preciosas tetas mientras ella me lavaba el cuerpo en la ducha. A pesar de eso, seguía excitadísimo. No sabía cómo me afectaría eso en el camino a la escuela donde tenía que ir. ¡Ah, y olvidaba decirlo! La escuela era la misma donde Paloma trabajaba (donde se había armado el gangbang en su honor). Quizás me encontraría con ella y podría saciar un poco mis necesidades antes de la clase con la estudiante.
Llegué al establecimiento con tiempo y hablé con el conserje, que me recordaba perfectamente, y entré sin problemas. Según el mensaje, la estudiante me esperaba en la oficina de consejería, donde trabajaba el Orientador de la escuela, que si no recordaba mal, era el anciano don Vicente Valverde. Pensé en buscar a Paloma, pero no sabía donde andaba, y quizás podía estar ocupada. Vamos, que la calentura no puede ganarle a la responsabilidad… ¿no?
Lo peor fue caminar por todos esos corredores con la erección que tenía, mirando a todo ese ejército de colegialas, con sus coquetos uniformes, yendo y viniendo por todos lados. Eran como múltiples Rocíos y Fernandas, algunas inocentes y dulces palomas, y otras eran claramente diablas y putitas en potencia. Deseé con todas mis fuerzas mantener mi control durante las clases, lo cual había conseguido a la perfección hasta ese punto.
Encontré la consejería, toqué la puerta, y una voz femenina me invitó a pasar. Asumí que era la estudiante, y que el Orientador no estaba, así que ingresé sin más. Al entrar no había nadie, pero al avanzar un poco, la puerta se cerró detrás de mí, y al voltearme, me encontré con la estudiante a la que debía enseñar, apoyada sensualmente contra la puerta que estaba bloqueando con seguro. Me quedé de piedra. ¡Era la propia Paloma!
El uniforme de Fernanda era minifalda roja a cuadros y corbata a rayas blancas y burdeos; el de Rocío era con falda a pliegues azul y corbata negra. Paloma estaba luciendo el uniforme de sus propias estudiantes: camiseta blanca, de mangas cortas, con el nombre de la institución sobre el seno izquierdo; una minifalda cortísima de color verde que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, medias blancas a mitad de las pantorrillas, y unos zapatos negros de tacón alto. Todo destacaba maravillosamente con su piel morena. Se había atado el cabello rojo en dos inocentes y sensuales coletas. También estaba utilizando unas gafas de empollona, sin vidrio, que me parecieron muy sexys.
—Hola, profe, un gusto, jeje
—¿Profe? Espera… ¿Paloma?
—Sí, ese es mi nombre, profe, soy Paloma Ochoa —me dijo mi prima, sonriéndome traviesamente, mordisqueando uno de sus dedos y devorándome con la mirada—. ¿Usted será mi profesor privado?
¿La profesora tenía la fantasía de actuar como estudiante conmigo? ¿Así que ese era el juego? ¿Mi hermana de sirvienta y mi prima de colegiala? ¿Y qué harían las demás durante ese día? Definitivamente esto era demasiado bueno como para ser verdad, no podía creer ser tan suertudo.
Decidí, desde luego, jugar con ella.
—Sí, soy el profesor Felipe Alvez, un gusto, señorita.
—Jejeje, usted es mi guapo, profe.
—Gracias, tú también eres muy bonita, Paloma. —Me dirigí a una de las sillas de la oficina (asumí que no le había costado a mi prima convencer a don Vicente de prestársela para la ocasión), me senté y saqué un par de cuadernos solo por protocolo. Sabía que no íbamos a estudiar precisamente—. Dígame, ¿con qué materia necesitas ayuda?
—Ay, profeeee —Paloma corrió hacia mí y sin tapujos se sentó de lado sobre mis piernas, abrazándome el cuello con sus brazos y mirándome con deseo—. Me ha ido muy mal últimamente, ¿sabe? No he podido concentrarme.
—¿No? ¿Por qué no?
—Ay, es que… ¿sabe? Me paso todas las clases mirando a mis compañeros o a mis profesores, o pensando en ellos —me susurró al oído—. Me caliento mucho, ¿sabe? No puedo concentrarme si se me moja el usted-sabe, y por eso mis calificaciones han bajado.
—Oh, pero eso es muy malo —le dije, acariciándole sutilmente la pierna, cerca del límite de su peligrosa minifalda verde—. Y dime, ¿cómo puedo ayudarte? ¿Cuál es tu peor materia?
—Pues, en lo que necesito más ayuda ahora es en la lengua. Digo, en lenguas. Idiomas.
—¿No sabes cómo usar las lenguas?
—No, profe… ¿Me enseñaría?
—Desde luego. Y esta es la primera lección —dije, abriéndole la boca con delicadeza, y usando mis dedos para tocar la punta de su lengua—. Sácala afuera, eso es… Muy bien. Voy a enseñarte algo de lenguas.
Ella, muy obediente, se quedó con la lengua afuera mientras yo acariciaba la punta con la punta de la mía, repetidamente. Noté cómo se le subían los colores al rostro. Fue la primera técnica que ella misma me enseñó hacía unos años, y quise demostrarle cuánto había mejorado, al mismo tiempo que jugaba a que yo era quien le enseñaba a ella.
Luego le besé los labios e introduje mi lengua casi hasta su garganta, mientras ella pretendía ser torpe con la suya. Le di algunas instrucciones y ella “aprendió” rápido. Sin darme cuenta, yo ya le estaba acariciando el perfecto culo que tenía por debajo de la falda, y ella parecía tentada a tocarme el bulto en los pantalones. Decidí jugar un poco más.
Me puse de pie y le dije que se sentara en mi silla. Caminé alrededor de ella mientras le pedía que sacara sus materiales. Ella, sumisa y coqueta, obedeció.
—Así que esas son las reglas, ¿ok? ¿Harás lo que diga?
—Sí, profe.
—¿Crees que aprendiste bien de lenguas?
—Sí, profe, y me gustó mucho. ¿Me puede enseñar más? Quiero ser una buena estudiante y aprender muchas cosas de usted, que es muy guapo.
Por respuesta, me ubiqué detrás de ella, me bajé la cremallera, y puse la polla erecta sobre su hombro izquierdo. Ella miró a un lado y se le abrieron los ojos como plato cuando observó mi miembro. Sonrió con lascivia.
—¡Profe Felipe! Uy… es muy, MUY grande.
—Sí, lo es. ¿Qué te parece si usas tu lengua para lamerlo un poco?
—Ay, no sé, profe… ¿No estará mal lo que hacemos? —me dijo, acercando el rostro lentamente, cada vez más, a la cabeza de mi pene.
Le tomé los senos por encima de la camiseta y los masajeé un rato.
—¿Está mal si se siente bien?
—Hmmmmm, mmmm, creo que no, profe… —Paloma sacó la lengua y lamió repetidamente la punta de mi cipote, saboreando cada gota de líquido preseminal que salía—. Mmmm, sabe muy bien, me gusta mucho el sabor de su ya-sabe-qué, profe.
—Pene, jovencita. Di “pene”.
—Su pene. Mmmm, pene. Me gusta mucho su pene, profe.
Le abrí la boca e introduje mi miembro en su interior, para que lo saboreara con más ganas, sin dejar de masajear sus tetas con mis manos. Noté cómo rozaba sus piernas una contra la otra, ansiosa y delicadamente.
Paloma podía fingir todo lo que quisiera que era una inexperta, pero no podía olvidar su realidad. Cuando tenía una polla en la boca, no podía evitar usar todas las habilidades que había adquirido con los años, y pronto comenzó a lamerme y chuparme con una habilidad deliciosa.
—Lo haces muy bien, hmmmmm, pareces una putita…
—Ay, ¡gracias, profe!
—¿Acaso se la chupas a otros de tus colegas… digo, compañeros, Paloma?
—No, no, yo soy una chica buena, profe, no se nada, pero me gusta aprender de usted, mmm. De aquí es de donde sale la… la…
—La lefa. Dilo, es bueno aprender más palabras.
—Sí profe. La lefa. Lefa… mmmm… quiero lefa.
Senté a Paloma sobre el escritorio, le quité las gafas, la abrí de piernas, y metí mi cabeza bajo su minifalda. El olor que despedía su concha era maravilloso, me moría por devorarle, así que le bajé las bragas negras que llevaba, saqué mi lengua, y después de lamer un rato su clítoris, comencé a penetrarle con la punta húmeda de mi lengua juguetona.
—Ahhhhhhhhhhhh, profeeeeeeeeeee, ¿qué haceeee? Mmmmm, qué bueno, me está comiendo el usted-sabe, profeeee…
—Tu coño. Tu coño es delicioso.
—AY profeee eso me place mucho, me encata que le guste alimentarse de mi coño… P-pero profe, ¿profe?
—¿Sí? —inquirí, sin dejar de lamer nada de su entrepierna. De hecho, también me puse a derramar saliva en la entrada a su recto.
—Ay, mi ojete, oh profeee… mmmm, ¿es normal que quiera más? C-cuando me mojo siempre t-tengo ganas de más cosas… Como si algo me faltara, mmmmmm. ¿Me enseña?
—¿Quieres algo dentro de tu coñito? Pero eso no es de la materia de lenguas.
—¿Y qué es, profe? ¿Qué más me puede enseñar?
—Analtomía.
—Sí, profe, mi panochita está hambrienta… Espere, ¿qué dijo? ¿Analtomía? AHHHHHHHH, ¡PROFE! —gritó Paloma, cuando la penetré de golpe.
Para ser sincero, yo también me moría de ganas de follar, y ¿con quién mejor que con la que me había enseñado en primer lugar? Su lección número 4 había sido la follada de coño, pero yo decidí ir un nivel más allá, así que le abrí bien las piernas, la levanté un poco de la cintura, y penetré su agujero trasero en lugar del delantero.
—¡Ohhh, qué apretada estás!
—Profeeeeee, ese es mi ano, mi culooooo, ¡¡mmmmmmmmmmmmm!! ¡Venga, siga, profeeeee, siga enseñándome todo lo que sabeeeeeeeeee!
La follada anal estaba siendo brusca, veloz y repleta de fluidos por todos lados. Las piernas de Paloma temblaban de placer, y yo me hice hacia adelante para poder volver a besarla. A ella, a mi prima profesora, que hoy era mi estudiante. Se sentía increíble, ella realmente sabía actuar como una jovencita colegiala, y me estaba volviendo loco la idea de demostrarle a mi primera educadora sexual cuánto había aprendido.
Ella se corrió dos veces mientras le daba por culo, y sus ojos se les habían salido de las órbitas. Parecía fuera de sí, y lo único que hacía era gemir como una posesa. Era casi criminal lo que estaba haciendo, pero no me importaba si perdía la razón. Tenía que terminar en grande con aquella mujer que tanto había significado para mí.
Le puse las piernas tan hacia atrás que sus zapatos quedaron junto a su cabeza, sobre el escritorio y le agarré fuertemente los muslos. Sus pezones estaban tan erectos que amenazaban con rasgar la camiseta del uniforme que llevaba (que luego me enteré que pertenecía a una de sus alumnas, la integrante femenina de sus famosos trillizos, que en ese momento estaba en gimnasia). La penetré con brusquedad, buscando educarla agresivamente, para que, en esa fantasía, nunca deseara a nadie más. Aunque algo me decía que ese bien podía ser el caso en la realidad. En mi juventud jamás habría pensado así, pero ahora estaba lleno de confianza y seguridad en mi mismo y mis habilidades amatorias.
Llené su culo de leche después del tercer orgasmo anal de Paloma. No me aparté de ella hasta que me aseguré de que todo mi semen había ido a parar a lo más profundo de su interior, y la cara de Paloma me indicaba que bien podía no estar allí más. Eso sí, se notaba extremadamente feliz y satisfecha.
—¿P-profe? —me preguntó mientras yo me vestía, y ella seguía tirada sobre la mesa.
—¿Sí, cielo?
—¿Puedo ir esta noche a su casa? C-creo que necesito más reforzamiento…
—Me aseguraré de que aprendas cosas que no habrías sabido ni siendo profesora —le dije, guiñándole un ojo, y luego salí de allí. Aún no era mediodía y todo salía a pedir de boca.
De camino a casa en el auto por una de las calles internas y más deshabitadas de la ciudad, noté un coche patrulla detrás de mí, que me hacía luces. Yo no pensaba haberme pasado ningún alto o algo parecido, pero la ley es la ley, así que me detuve junto al camino. Claro, cuando a uno le salen las cosas tan bien, es solo cosa de esperar a que el universo lo compense a uno con algo de mala suerte, ¿no?
Eso pensé, al menos, hasta que vi al pivón de policía que me había detenido. Era una mujer impresionante, con curvas pronunciadas y peligrosas, un uniforme policial sumamente ajustado, escotado y con falda corta que resaltaba un cuerpo espectacular. Tenía el cabello castaño cayendo en rizos sobre su espalda, y utilizaba unas enormes gafas de sol como en las películas.
—Salga del vehículo, por favor —me indicó.
—¿Qué hice, oficial?
—Tenemos reportes de que usted cometió un grave crimen, caballero. Una joven inocente le ha reportado. —Su voz era estricta y firme, sexy en otros escenarios… De hecho, se me hacía algo familiar—. Salga del vehículo.
—¿Que una joven qué? —No me quedó más que salir. Ella me dijo que me apoyara en el auto para que ella pudiera inspeccionarme, mientras me explicaba qué diablos había pasado.
—Tuvo relaciones sexuales impropias con una joven menor de edad en un establecimiento educativo, ¿le parece poco, caballero?
—¿Qué? —Un montón de ideas se me pasaron por la cabeza. ¿Preguntar quién nos había visto? ¿Explicarle a esa diosa de mujer que todo era parte de una fantasía, y que Paloma era de hecho mayor que yo? Eso solo llevaría después a que, tras investigar, supieran sobre Fernanda y Rocío también, no tenía cómo ganar…
Fue entonces cuando ella me acarició el trasero más de lo que sería normal, y luego pasó la mano por mis pantalones. Al interior, mi miembro traicionero nuevamente estaba erecto. La oficial me hizo voltearme, y cuando lo hice, noté que se había quitado las gafas de sol. Vi su rostro. Casi se me cae la cara de vergüenza por todas las tonterías que me había pasado por la cabeza, pero ahora estaba demasiado ocupado pensando en cómo seguir la tercera fantasía de la jornada, y cuál de los agujeros de mi sensual y pícara tía Julia debía penetrar.
¿Cómo se había conseguido mi tía no solo un uniforme muy realista, sino un verdadero coche policial? Ni siquiera me lo pregunté más de una vez. Estaba cachondísimo y no pensaba usar mi razón o lógica durante el mejor cumpleaños de mi vida.
Mi tía, con expresión severa, me colocó unas esposas y me llevó al interior del coche patrulla, con sus vidrios completamente oscuros, y apenas me sentó, comenzó a besuquearme violentamente, tirando de mi cabello y de mis ropas mientras se sentaba a horcajadas sobre mis piernas.
—Oh, chico malo, ¿has cometido muchos crímenes?
—Sí, c-creo que sí.
—Voy a castigarte entonces, chico malo. Voy a tratarte muy duro para que pagues tu condena.
Me rompió la camiseta y acarició mi pecho y los abdominales que había desarrollado, y yo no podía hacer más que dejarme querer, pues mis manos estaban atadas. Liberó mi polla de su irónica prisión, y con sus guantes comenzó a hacerme una paja de campeonato a dos manos.
—Ahhhhhh, ahhhhhhhhh…
—Mira cómo gimes, chico malo, ¿no puedes ni aguantar algo de castigo? Qué guarro eres, ¡qué puerco y sucio! No mereces nada más que castigo —me dijo mi tía antes de inclinarse y meterse mi polla en su boca, y su habilidad como succionadora no tenía parangón.
Mi tía Julia era por amplio margen la más experimentada de mis amantes. Despedía sexualidad por cada uno de sus poros y tenía habilidad en sus manos y su boca que harían a cualquier actriz porno desfallecer de envidia. Se había acostado con al menos dos centenas de hombres en su vida, cambiaba de pareja como quien cambia de ropa interior, había enseñado Y se había follado a sus dos hijas, y era una sensación en todos los bares nocturnos a los que iba a pesar de no trabajar en ninguno de ellos.
—Hmmmm, ahhh, por favor… déjeme… —Tocarla, quise decirle, pero el placer era demasiado como para armar mis pensamientos y completar una oración.
Ella me abofeteó el rostro… nunca lo habían hecho. Seré sincero. No me disgustó ni un poco; de hecho, mi polla agarró un vigor fenomenal.
—¿Darme explicaciones? Ustedes los puercos criminales solo merecen ser castigados con la pena máxima —me dijo, volviendo a sentarse a horcajadas sobre mí, y abofeteándome otra vez. Con una destreza sensacional, en tan solo un movimiento hizo que mi polla se deslizara al interior de su coño. Comenzó a montarme justo después, conservando completo control.
—E-es… muy bueno, es tremendo…
—¿Qué dices, chico malo? ¿Quieres más castigo? ¡Toma! —me dijo, abriéndose la camisa y restregándome las tetas en mi cara, golpeando mis mejillas con cada uno de los enormes globos que llamaba senos—. ¿Te gusta, guarro?
—S-sí…
—¿Te encanta cómo te follo y te utilizo para mi placer, sucio?
—¡Sí!
—Así veo. Ahora noto cómo se te hincha la polla, no esperaba que duraras mucho con alguien como yo. Como ves, la justicia es imposible de vencer por la calaña como tú. Te permitiré acabar en mis tetas, pues no eres digno de correrte en mi interior, y estoy siendo amable.
Siguió dándome bofetadas, y saltó con más vigor y fuerza encima de mi polla. Yo sentía dolor, pero era un dolor muy agradable; sentía que perdía la razón, de puro placer que recibía. Se me nublaba todo mientras notaba cómo se avecinaba la inevitable corrida.
—A-aaahhh… e-estoy… a punto… grrr…
—Acaba en mis tetas, malnacido, tíralo todo encima mío, es el castigo que te mereces por tus crímenes. Y si te veo follando jovencitas otra vez, volveré a castigarlos con mi coño tanto a ti como a ellas, ¿está claro?
—Ahhhh… aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh —grité guturalmente mientras, con una paja increíble, mi tía Julia me hacía acabar sobre sus enormes tetas, cuyos pezones durísimos recibían diestramente los lechazos más potentes. Yo estaba perdiendo la razón con el orgasmo.
—De hecho, te haré una visita esta noche, para controlar que te has portado bien, ¿ok? Si veo algo que no me gusta, te juro que le daré de latigazos a medio mundo.
Para finalizar, me dio otra bofetada. Sentí que se me apagó el cerebro.
Al volver a encenderse, creí estar muerto, y mi alma estaba decidiendo a donde irse, pues una angelita y una diablita, ambas absurdamente sexys, se estaban tocando mutuamente mientras me observaban con inocencia angelical y picardía diabólica. Al parecer, mi cumpleaños no estaba ni cerca de terminar.
Continuará.