Todo en Familia (11)
Ahora que mi hermana y yo al fin estábamos juntos, Francisca y yo debíamos solucionar otro problema: nuestra hermana menor.
Capítulo 11: Mis hermanas Francisca y Fernanda - Rivalidad
El camino de regreso a la cabaña desde la playa había sido muy interesante, aquella tarde. Yo llevaba todas las cosas otra vez, pero no pesaban ni un poco. Francisca y yo cruzábamos significativas, tímidas y dulces sonrisas cada vez que nadie más nos estaba mirando. Las demás iban algo distantes, y no se habían percatado de lo que mi hermana y yo habíamos compartidos, y tampoco estábamos seguros de si decirles sería una buena idea.
Fernanda iba ofuscada, parecía no haber tenido una buena experiencia con aquel chico a quien le hizo sexo oral. De hecho, se quejó bastante de que su sabor no era como el mío, y que no quiso hacerle nada. Parecía particularmente disgustada con tanto Francisca como yo.
Mi tía Julia ni siquiera me miraba después de que la abandoné con aquel vendedor de helados. Rocío estaba silenciosa, tal vez triste, aunque no evitaba mi mirada y sí me sonreía. Paloma, por su parte, estaba en su propio mundo; al parecer iba a salir con sus alumnos, aquellos trillizos adolescentes que se encontró en la playa, al día siguiente, para almorzar.
Al entrar en la cabaña, nos dispersamos en silencio. Aún nos quedaba todavía un día antes de regresar a la ciudad, pero algunas parecían que ya querían regresar. Me sentía decaído. ¿Acaso había sido mi culpa todo eso? ¿De verdad había consecuencias negativas de follar sin parar con más de una persona? Me dio risa pensar en ello, junto con algo de tristeza.
Francisca pasó junto a mí. Sutilmente me abrió los dedos de una mano y dejó algo allí, antes de seguir de largo al baño. Anunció que iba a tomar una ducha, y no quería que nadie la molestase. Ni Paloma, ni Fernanda, ni nadie más siquiera se molestó en contestarle. Escuché el agua correr al interior de la habitación de baño.
Lo que yo tenía en la mano era una nota escrita con la bella caligrafía de mi hermana mayor, una que siempre había admirado desde pequeño. Decía: “En una hora entra tú a tomar una ducha. Espera cinco minutos. Quiero darte algo único”.
¿Una hora? ¿Qué iba a ocurrir en una hora? En cualquier caso necesitaba una excusa para ello, y se me ocurrió que salir a trotar sería una buena idea para pasar el tiempo, y sudar lo suficiente como para que ducharme fuera natural.
—Tía, voy a salir un rato a correr —le dije.
—Como quieras —me contestó mi tía Julia. Me di vuelta para salir, pero me tomó la mano con ambas suyas—. Espera un poco.
—¿Diga?
—No quiero estar mal contigo, sobrino… pero no estuvo bien que me dejaras allí sola.
—No estaba sola, tía…
—Me follé a ese tipo para ti, para que vieras lo zorra que soy. ¿No lo entiendes? —Mi tía se llevó mi mano a uno de sus senos, sobre su diminuto traje de baño color chocolate que aún no se quitaba—. Todas lo somos, y estamos dispuestas a serlo para ti cada vez que quieras.
—Tía…
—Solo te estoy diciendo que puedes follarnos cada vez que quieras, sobrino. Incluso si tienes ganas ahora, y aunque están las niñas aquí, me abriré de piernas para que me penetres.
—Agradezco la oferta, tía. —Le sonreí. La verdad tampoco quería estar de malas con mi propia tía, que siempre había sido buena conmigo—. Para ser sincero no es nada contra usted… es que soy hombre, no tengo tanta batería, ja, ja.
—Cuando estés recargado, ven y fóllame bien fuerte, sobrinito.
—Ok, tía. Disculpe por dejarla sola con ese tipo, aunque debo decir que se veía muy, muy, muy sexy mientras le daban de perrito.
—¡Así me gusta, sobrino! Ok, ok, ve y da una vuelta, campeón, ji, ji.
Antes de salir, Fernanda me dirigió una mirada que no pude traducir. No me dijo ninguna pesadez o algún comentario idiota, o cachondo, como solía hacer. Simplemente me observó con toda seriedad, como si estudiara el interior de mi alma.
Salí a trotar dando vueltas a la manzana mientras escuchaba música. Hacía mucho que no lo hacía, y sentía la necesidad de estar en forma. Pensé varias veces en Fernanda… Sí, era mi hermana también, como Francisca, pero ¿por qué tenía que ser tan distinta a ella? No se me ocurría qué hacer para adaptarme a ella. Mi propia madre la había visto bailando en un club nocturno. No era una diosa como era Francisca, sino que podía considerársele el demonio de la familia en persona.
En cualquier caso, mi mamá agradecería que estuviera haciendo tanto ejercicio (tal vez en más de una manera), y así no tendría que escuchar los comentarios idiotas de mi padre cada vez que nos veíamos, sobre lo mal que me veía para ser un “buen hombre”. Y, claro, también lo hacía por mí mismo… sí. Desde luego.
Me agoté más de lo que pensé. Tenía las piernas agarrotadas y la ropa completamente sudada. Sin embargo, con todo e intermedios para recuperar el aliento, ya llevaba casi una hora. Era hora de regresar.
Rocío parecía estar durmiendo en su habitación, probablemente con mi hermana menor; mi tía estaba viendo televisión en la sala; y Paloma había salido de compras. No había rastro de Francisca, pero supuse que esa era la idea.
Entré al baño sin decir nada a nadie, y me dirigí a la ducha. Me quité toda la ropa y dejé que el agua recorriera mi cuerpo. Uff, parecía que estaba recuperando mis energías. ¡No hay nada mejor que una buena ducha a la temperatura perfecta después de una buena ronda de ejercicio! Sentía que mis músculos volvían a funcionar… de hecho, los noté. Huh. No estaba tan mal… No me parecía ya al chiquillo que recién estaba comenzando a aprender cómo lidiar con las mujeres, o que se acobardaba ante la idea de tener un trío. Mi físico había cambiado, estaba en buena forma, y parecía que lo habían notado.
Escuché a alguien entrar al baño tras cinco minutos. Oí pasos sigilosos y el caer de prendas de ropa. Francisca abrió la cortina de la ducha y pude verla en todo su esplendor. Estaba completamente desnuda y me miraba de arriba abajo con cierta coquetería, dulzura y lascivia, todo mezclado de una manera que solo mi hermana mayor podía lograr. Se veía espectacular con su cuerpo de modelo, sus largas piernas una por delante de la otra, sus tetas perfectas, sus pezones erectos, su maravillosa cintura, su (ahora depilado) monte de venus. Se había llevado un dedo a su boca, mordisqueando su uña sensualmente mientras me observaba.
—Hola, cariño.
—Hola, cielo.
La tomé de la cintura y la metí al interior de la ducha. Se veía muy sensual con el agua bajando por sus perfectos senos. Los mordisquée sin decir una palabra mientras ella me acariciaba la polla, tal como hicimos en la playa. No había sido un sueño, de verdad me estaba follando a mi hermana mayor con la que tantos años había delirado.
—Ohhh, Fran…
—Dame tu boca, Fel —me dijo, poniéndose de puntillas mientras me abrazaba y su cabello dorado era acariciado por el agua. Yo obedecí en introduje mi lengua en su boca, con lo que ella comenzó a besarme efusivamente, sin dejar de hacerme una paja. Había algo muy atractivo y lujurioso en los besos de Francisca. Parecía una verdadera experta, y al mismo tiempo parecía estar recién aprendiendo. Suavidad, paciencia, firmeza, inocencia, sensualidad… todo junto. ¿Cómo no iba a querer follarla? Que sí, que era mi hermana, pero honestamente ¿qué hay de malo con eso?
—N-no puedo creer que estemos haciendo esto al fin —me dijo, susurrándome al oído mientras masturbaba mi polla con sus gentiles manos—. No sabes cuánto tiempo te he deseado, hermano.
—Creo que sí puedo hacerme una idea, Fran, ahhh…
Comencé a masajear sus tetas con fuerza, como si fueran masas redondas. Eran suaves, pero también duras, aunque no tuviera sentido eso. Comencé a darles pequeños golpecitos con mis manos, salvajemente, y ella se retorcía de placer.
—S-sí… ahhh. Fel, lamento estar tan silenciosa después de lo que ocurrió en la playa, pero no sé si las demás deban…
—Va a complicar las cosas, lo sé.
Le abrí a Francisca las piernas y coloqué la punta de mi polla en su entrada. En lugar de penetrarla, comencé a masajear su clítoris repetidamente, a la vez le tomaba del cabello, tiraba hacia atrás, y lamía toda la longitud de su bello cuello de cisne. Notaba cómo mi polla se cubría de fluidos vaginales.
—Ah, ahhh, ah, ah, ah, Fel, hermanoooo, ahhh… m-métemelo. E-entra en mí, ah, ah, ah.
—No, aún no.
—N-no seas malo, ah, ah, ah, oh, qué rico, hmm.
—Tu clítoris está muy duro, Fran… ¿te están pasando ideas por la cabeza?
—Ah, ah, ah, sí… ¿sabes por qué te pedí que vinieras en una hora?
—¿Hm?
Francisca me abrazó y me atrajo hacia ella. Fácilmente pude penetrarla esta vez, y sin un segundo de espera comencé a mover mi pelvis entre sus piernas abiertas.
—Ahhh, ahhh, ahhhh, síiiii, esooo, Feeeeel
—Fran, esto es…
—Quería e-esperar ah, ah, ah, una hora después d-de limpiarme…
—¿Limpiarte? ¿A qué te refieres? ¡Oh, qué bien se siente!
Después de un minuto o dos, mi hermana se apartó de mí. Se dio media vuelta, se inclinó un poco hacia adelante, apoyó las tetas en el muro de la ducha y se tocó ambas nalgas con las manos. Luego miró hacia atrás, hacia mis ojos, y su mirada estaba llena de pura lujuria.
—Nunca pude darte mi virginidad, hermano, a pesar de cuánto me hubiera gustado que fueras solo tú. Pero no soy tan poco experimentada como piensa Feña, ja, ja.
—¿…Ok? —¿Iba a pasar lo que creía que iba a pasar?, pensé.
—Pero sí hay algo único que puedo darte solo a ti. —Francisca se abrió las nalgas, dejando expuesto su pequeño agujerito trasero, que al parecer había limpiado una hora atrás—. Quiero que estrenes mi culito, mi amor.
—¿Es en serio? —Mi erección no tenía parangón. Me estaba entregando su virginidad anal. Vamos, que una de las fantasías de cualquier hombre es que su pareja lo sorprenda con su secreto más íntimo y oculto, sin siquiera pedírselo.
—Muy en serio. Me hace feliz poder darte algo solo a ti.
—Sabes… yo nunca lo he hecho tampoco, ja, ja.
—¿¡Qué!? ¿Ninguna de las otras te…? —La cara de sorpresa e incredulidad de mi hermana se transformó en una de alegría y lujuria—. ¡No sabes lo feliz que me hace escucharte! Vamos, entra en mí, ¡penétrame el ano con tu gran pene, hermano amado!
Me coloqué en su entrada trasera mientras ella se separaba las nalgas y el agua recorría nuestros cuerpos. Me escupí en las manos para lubricar, y poco a poco fui introduciéndome en su interior. Lentamente, con sutileza y delicadeza, mientras mi hermana, quieta, suspiraba y gemía de emoción y ansiedad.
—E-estás muy adentro, Fel… ahhh…
—Tan solo falta un poco más, amor.
—Ahhh, ahhh, ahhhh…
—Listo. Ahí está todo… ¡Uf, qué apretado se siente!
—¡Estás adentro mío, hermano! Me tienes toda llena, hmm… ¿S-se siente bien?
—Muy bien, jamás pensé que sería así. ¿Y tú estás bien?
—Sí, más o menos… E-es cosa de acostumbrarme, c-creo. ¿Puedes moverte?
—Está bien, Fran. Empezaré a moverme.
—Ok. Ahhh, d-duele…
—¿Fran?
—¡Pero no pares, por favor! Sigue, p-puedo aguantarlo…
Lo cierto fue que Francisca no necesitó tanta estimulación para empezar a sentirse bien. En un minuto ya estaba yo moviendo mi pelvis rítmicamente mientras penetraba a mi hermana; y si bien ella comenzó quejándose débilmente de algunos dolores menores, cualquier molestia desapareció después de un rato, y fue reemplazada por intensos gemidos de placer.
—Ahhh, ahhhhh, ahhhhhhh, ahhhhh, Feeeeeeeeel, me encantaaaaaaa.
—¿Ya no te duele, hermana?
—¡No, me fascina! Jamás pensé que… ahhhhh, que sería tan… ahhhhhhhhh, ¡tan rico!
—¿Te lo puedo hacer a menudo? —me atreví a preguntar al tiempo que le daba una nalgada. No sabía cómo reaccionaría ella a eso, y su silencio de dos segundos me aterró.
—¿Hermano?
—¿Sí?
—Cada vez que quieras follarme, cualquiera de mis agujeros… tú solo hazlo. Ni siquiera me lo tienes que preguntaaaaar, está muuuuuy aaaaaaaaaaaaahhhhhh…
Volví a nalguearla. Ella se retorció de placer, así que lo hice otra vez. Y otra vez, y otra, con ambas manos, mientras ella ahora gemía más fuerte y sus nalgas se ponían rojas. Se suponía que no debíamos gritar. Nadie debía enterarse… ¿pero siquiera me importaba eso?
—¡Te amo muchísimo!
—¡Y yo a ti, mi amor!
—Lo sé… oh, lo sé, sigue follándome así, más fuerte, más…
—No puedo creer que estemos haciendo esto, Fran.
—Yo tampoco. Pero no me importa. No me limitaré nunca más, gritaré a los cuatro vientos cuán loca estoy por mi hermano. ¡Sí, fóllame más, Fel, más, más, más! ¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Noté cómo se tensaba el cuerpo de mi hermana. Para ayudarla, me pegué a ella sin dejar de encularla y busqué su rostro. Ella giró el cuello y nuestros labios y lenguas se encontraron mientras yo le follaba más lento, pero mucho más profundamente.
Pronto noté que ella se relajaba en medio de un largo, sexy gemido, y pude ver un chorro de líquido caer desde su coño. Se había corrido, por lo que ahora yo tenía permiso de hacer lo mismo. Aumenté la velocidad de mis embestidas.
—¿Fran? ¿Puedo…?
—Échalo todo adentro mío, cariño, lléname las entrañas.
Con un grito gutural, aferrado intensamente a mi hermana mayor, vertí toda mi semilla al interior de su trasero. Quizás fueron 3 o 4 chorros, todos fueron a parar a su interior mientras ella me sonreía y me acariciaba el rostro y el pecho, cobijándome como cuando éramos niños.
Tuve sexo por primera vez con Paloma.
Tuve un trío por primera vez con mi tía Julia.
Tuve un trío incestuoso por primera vez con Fernanda y Rocío.
Me corrí por primera vez dentro del coño de mi mamá.
Pero con Francisca no solo habíamos tenido sexo anal por primera vez, sino que también habíamos compartido nuestra primera experiencia sexual, nuestro despertar. Con lo que acabábamos de hacer, se cerraba un ciclo.
—Ufff, ufff, guau, eso fue espectacular, Fran.
—Lo sé, cariño… quiero repetirlo pronto.
—Claro, con ella lo repites todo, ¿verdad? ¿Pero conmigo? —dijo una voz. Ambos nos volteamos, asustados, y miramos a la entrada del cuarto de baño.
Como no podía ser de otra manera, nuestra hermana menor estaba allí. Su mirada estaba inusualmente llena de emociones difíciles de describir e interpretar, su cuerpo estaba tenso, y definitivamente podíamos decir que no estaba feliz.
—Feña, ¿qué haces aquí?
—Siempre ella, ¿no? Mamá la ama, tú la amas, todos la aman. Nunca queda nada para mí.
—¿De qué estás hablando? —se defendió Francisca, tapándose la desnudez con una de las toallas que había traído.
—He visto a mamá a solas, cuando piensa en ti. Felipe te lo hizo por atrás antes que a mí, aunque se lo pedí. Nunca tuviste problemas en la escuela, como yo. —Fernanda bajó la mirada. Yo nunca la había visto así de… ¿débil? ¿Indefensa? No sabía cómo reaccionar—. Y tú y yo ya ni hablamos como antes…
Lo último lo dijo en un efímero susurro, como si no hubiera querido que la oyeran. Pero Francisca y yo así lo hicimos. Mi hermana mayor fue la primera en reaccionar:
—Fuiste tú la que te alejaste, que yo recuerde.
—Te lo demostraré… les demostraré que también puedo. Te ganaré, Francisca.
Fernanda se dio media vuelta y salió echando humos del cuarto de baño. Francisca y yo nos miramos por un rato, meditando en silencio, casi como si nos comunicáramos por telepatía sobre lo que haríamos después. Después, nos vestimos y también salimos de allí.
Fuimos a la playa, igual que el día anterior. En esta ocasión, Paloma no fue con nosotros, pues había salido a almorzar con sus tres alumnos. Durante nuestra estadía en la playa, tal como le había prometido a mi tía Julia, permití que me hiciera sexo oral en la tienda, aunque le pedí permiso primero a mi hermana, en secreto. Se sintió raro hacerlo, nunca había pedido permiso a alguna de mis parejas para tener sexo con otra, no es como si estuviésemos en relación, o algo así... ¿no?
En todo caso, Francisca tuvo las mismas dudas, y dado que no había motivo “oficial” para negarse, me lo permitió rogándome que “guardara energías solo para ella”. Mientras mi tía me hacia un fabuloso trabajo oral, usando también sus enormes tetas para masturbarme, Rocío y Francisca jugaban con una pelota de playa en la arena. ¿Y Fernanda, se preguntarán?
Mi hermana menor se fue al mar, flirteó con algunos chicos porque era su naturaleza, pero no hizo nada con ninguno de ellos. Después se quedó tomando sol en completo silencio.
Durante la tarde, recibimos una videollamada de Paloma… solo que no apareció ella en la pantalla, sino un muchacho como de la edad de Fernanda y Rocío, sonriéndole a la cámara mientras el rubor corría su rostro.
—¡Hola! La profe Paloma me pidió que… ohhh, me pidió que… ahhhh.
—¡Pasa para acá, tarado! —le dijo otro chico, casi idéntico al primero, que le arrebató el teléfono—. ¡Hola! La profesora Paloma nos pidió que los llamásemos para mostrarles lo que hace para divertirse… Era así, ¿no?
—¡Eso mismo! Bobo, enfócala a ella —dijo una voz femenina. El segundo chico puso el teléfono desde arriba para que pudiésemos ver lo que estaba sucediendo.
Mi prima, completamente desnuda, estaba de rodillas frente a sus tres trillizos, los alumnos que nos habíamos encontrado en la playa. Con sus dos manos hacía una paja a los hermanos, y con la lengua lamía el coño de la hermana.
—¡Hola, familia, qué tal! —exclamó ella, parando su cunnilingus a la chiquilla solo para mirar a la cámara y poder hablar—. Creo que me quedaré con mis estudiantes esta noche aquí en el motel, para clases privadas, ja, ja. Volveré mañana por la mañana para que regresemos a la ciudad.
—Gracias por avisarnos, hija —dijo mi tía, que casi parecía una madre orgullosa de ver lo que estábamos viendo.
—¡Que lo pases bien, hermana! —dijo Rocío, claramente presa de la excitación. Sus pezones se veían erectos debajo del bikini.
—Hmmm, les prometo que lo haré. Hmmmm, eso, mis niños, si siguen con eso van a aprobaaaar, pero tienen que correrse en la cara de la profe, ¿sí?
—¡Sí, profe! —gritó uno de los hermanos, que comenzó a derramar su pegajoso semen sobre las tetas de Paloma.
—¡Ah, profesoraaaa! —exclamó el otro hermano, lanzando su semen en el cuello y cabello de su sexy docente.
—¡Ahhh, ahhhh, qué lenguaaaa! —gimió la hermana, vertiendo sus jugos en la boca de Paloma.
—¡Qué rico todo! Hmmm, está deliciososoooo —dijo Paloma, restregándose las corridas de los trillizos—, están aprobados, pero descansen un poco, que tenemos todo el tiempo del mundo. Después, quiero que me follen por todos lados.
La noche llegó, y mi tía Julia salió con un tipo que había conocido en una botillería. Después de tanto correr en la playa, Rocío estaba cansadísima, así que se quitó el bikini inocentemente frente a nosotros, deleitándome con su pequeño y sensual cuerpecito, y se fue a dormir desnuda.
De pronto, las luces de la sala se apagaron. En la casi oscuridad, solo iluminados por las luces de la calle, Francisca y yo pudimos escuchar la voz de nuestra hermana.
—Francisca, ¿puedo quedarme con Felipe aquí? —nos preguntó Fernanda justo cuando íbamos a irnos a dormir. Y sí, pensábamos dormir juntos, no nos importaba nada.
—¿Por qué apagaste las…?
—Feña, creo que ya deberías saber ahora que Fel y yo tenemos algo especial. Vamos a dormir juntos, no vas a poder evitarlo —se defendió mi hermana mayor, interrumpiéndome. Por dentro, yo sonreí, sabiendo lo que de verdad estaba ocurriendo.
—Solo va a ser un rato, deja de ser un estorbo —dijo la menor, con voz baja, entre triste, determinada y enfadada—. Vete a dormir, ¿quieres? Y no nos molestes.
Mientras Fernanda se dirigía al otro lado de la sala, le di una nalgada furtiva a Francisca, que se rio como una colegiala y me dedicó una mirada cómplice antes de dirigirse (supuestamente) a su habitación. Fernanda y yo quedamos a solas. Permanecimos en silencio un buen rato.
—¿Qué quieres? —terminé preguntándole.
—Tú. Te quiero a ti, hermanote. Todo de ti.
Fernanda encendió las luces justo después de poner música en su móvil. Era una playlist de canciones y mixes sexys, lentas, música de bajo, beats sensuales y sonidos que encenderían la pasión de cualquier habitación.
Mi hermana se había vestido también para la ocasión. Lucía unos zapatos de tacón negros que la levantaban unos diez centímetros. Sus piernas parecían aún más largas, tan sensuales como las de su hermana, arropadas por medias blancas que llegaban hasta sus muslos. Llevaba una tanguita pequeña, de color negro y con mucho encaje, adornada con un moño blanco, que reslataba maravillosamente la curva de su culito. Además, llevaba la minifalda más corta que yo hubiera visto en mi vida, de pliegues negros semitrasnparentes, que no ocultaba absolutamente nada. Arriba lucía un erótico bralette negro que resaltaba y levantaba sus senos, con encaje y escot en V; y un cinturón de cuello blanco con una argolla. Estaba bien maquillada, sin exagerar, tal como me gustaba, y en lugar de llevar el cabello en coletas, lo había dejado caer eróticamente por su hombro derecho, sobre parte de su rostro, en pequeños rizos. Sus ojos dorados parecían hambrientos de deseo.
Solo en ese momento, mientras mi erección alcanzaba el punto máximo, noté lo muchísimo que mi hermanita podía parecerse a Francisca cuando quería.
—¿Estás listo, hermanote?
—Espera, no creo que… —No alcancé a terminar la protesta, pues Fernanda me empujó al sofá y la diversión comenzó.
Lenta y lascivamente, Fernanda comenzó a caminar de un lado al otro de la sala, sin dejar de mirarme, mientras se pasaba las manos por las piernas y los senos, al ritmo de la música. Yo, la verdad, no podía dejar de mirarla. Sí, que tenía solo quince, pero no los aparentaba para nada. Claramente tenía experiencia en lo que estaba haciendo.
—Puedes tocarte si quieres, pero lo harás muy… —Fernanda se inclinó y puso sus manos sobre mis rodillas, permitiéndome una vista privilegiada de su pronunciado escote—… lentamente. No te quiero acabando antes de tiempo.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le pregunté, bajándome la cremallera.
Mi hermana menor me ignoró mientras seguía bailando, flexionando las rodillas, bajando abierta de piernas mientras se agarraba apasionadamente el cabello. Luego se apoyó en un muro, siempre observándome con sensualidad, tocándose por todos lados. Se levantó el bralette lo suficiente como para sus pezones permanecieran ocultos, pero revelándome la curvatura inferior de los increíbles senos que tenía para su edad.
Después se acercó a mí, me dio la espalda y se sentó sobre mi regazo. Bailó allí, restregando su culo contra mi hinchada hombría que hasta ese punto había estado pajeando lentamente, tal como me pidió. Tenía una espectacular vista de su trasero, y me estaba desesperando por follar.
—¿Te gusta lo que ves, hermanote?
—S-sí, mucho…
—¿Quieres follarme?
—Sí…
—¿El coño y también mi lindo culito? —¿De eso se trataba?, me pregunté. Quería que le hiciera las cosas que le hacía a Francisca. Quería… estar conmigo también. Decidí no ir en su contra. La verdad, no se lo merecía. ¡Era mi hermana menor, al fin y al cabo!
—Sí, quiero follarte el culito, Feña.
—Así me gusta.
Le tomé de la cintura y busqué correr su tanga para poder penetrarla, pero ella se apartó de mí y siguió bailando en su pista. Pensé que estaba jugando conmigo, y estaba empezando a enfadarme, cuando ella se quitó completamente el bralette y lo arrojó hacia mí. Se puso de rodillas en el suelo, dándome la espalda, y se inclinó hasta quedar en posición de perrita, con las manos en el suelo. Luego se volteó hacia mí y me llamó con el dedo.
—Demuéstramelo, Felipe.
Llevado por la locura, la pasión, y una fuerza de gravedad libidinosa, me arrastré hacia mi hermanita y le levanté la prenda diminuta que tenía por falda. Le bajé la tanga a la altura de las rodillas y escupí en su entrada trasera. Luego coloqué mi polla en su entrada, y tal como lo hice con nuestra hermana aquella mañana, la penetré. Fernanda gimió como una perra en celo, suspiró de placer como si le hubieran devuelto una pieza que le faltaba.
Y, hablando de nuestra hermana, Francisca desde luego que estaba mirando todo, desde detrás de un sillón, tal como habíamos arreglado antes. Francisca era la mayor, siempre había sido una suerte de segunda madre para Fernanda y yo hasta que las relaciones se apartaron o rompieron. Ella amaba a su hermana menor, tal como a mí, y quería hacer las paces con ellas. Por eso quería ver lo que era capaz de hacer. De reojo, pude ver que Francisca se estaba masturbando junto al sofá, en el suelo, con las piernas abiertas.
¡Mi hermana mayor se hacía una paja mientras nos observaba a mí follándome el culo de nuestra hermana menor! ¿Qué clase de fantasía perversa y maravillosa era esa?
—Hmmmmmmm, hermannnnnote, ahhhhhh, síiiii, qué ricoooooooooooo.
—¿Te gusta, putita?
—¡Me fascina mmmmmmmucho! ¡Más adentro, más duro! ¡Mmmmmmm! ¡Fel, dame muy fuerteeeee por el culo, tanto como a Frannnnmmmmmmmmm!
—¿Por qué…? —Le di una nalgada que le hizo temblar de pasión mientras le preguntaba lo que quería saber—. ¿Por qué quieres competir con Fran?
—Porque mmmmmmmm, aaaaaaaahhhhh, porque es nuestra hermana, pero se está llevando ahhhhh todo de los demás. —Noté cómo empezó a babear mientras la penetraba, sus ojos estaban fuera de órbitas—. ¡Y se está llevando a ti y tu vergotaaaaaaaaaaa! Ahhhh, fóllame, más, más, más, más duroooooo.
Senté a Fernanda en el sofá, le abrí las piernas, usé mis dedos para penetrar su coño, y volví a introducir mi polla en su ano abierto. Ella puso la cara de placer más morbosa que hubiera visto. Tenía la lengua afuera, los ojos en blanco y los pezones completamente duros.
—Pero eras tan cercana a Fran cuando niñas, la admirabas como yo… ufff, hmmmm.
—S-sí, sí, ahhh, ahhhhhhh, ¡qué buena está tu pollaaaaa! ¡Hmmm, hermanooooooo!
—¿Y te enfadaste con ella porque…?
—Porque sabía que te amaba a ti. Y tú a ella. Podía notarlo. Mmmmmmmmmás que como simples hermanooos, ahhhh, no pareeeeees, pégame en las tetaaaaass.
Así lo hice. Le di palmadas a sus senos que botaron como locos mientras el cuerpo entero de mi hermanita se retorcía y bailaba de placer al ritmo de mis embestidas y la música lujuriosa que nos tenía a mil.
—¿Estás así por lo que sentimos el uno por el otro? ¿Me querías solo para ti o algo así?
—Síiiiiii, pero t-tambiéeeeeen porque… m-mi hermanaaaaaahhhhh, ahhhh, también la quiero para mí… Ahhhhhhhh, también quiero que Fran me… aaaaaaaaahhhhhhh, está tan adentro, creo que voy aaaaaaaahhhh, me corroooooooooooooooh.
Un chorro de squirt salió disparado de su coño a mi estómago, casi como una regadera, pero no dejé de penetrarle el trasero. Había logrado mi objetivo. Había comprendido todo.
Fernanda nos amaba a ambos de sus hermanos mayores. Nos admiraba, quizás, pero Francisca y yo solo teníamos ojos el uno para el otro. La dejamos de lado. Mi mamá también demostraba su amor a su perfecta hija mayor, y a su único hijo varón, mientras permitía que la menor se rebelara contra todo, sin corregirle. Francisca y yo no habíamos considerado lo que nuestra hermana podía sentir, y era momento de dar vuelta las cosas.
Escuché unos pasos a mi lado, y otra mujer, solo luciendo una camiseta muy corta, sin nada abajo, se sentó junto a nosotros. Francisca tomó el rostro de Fernanda con infinita ternura, mirándola a los ojos. En ese momento, las dos eran tan iguales como gotas de agua.
—¿Quieres que también te ame, Feña? —le preguntó con ojos humedecidos y una sonrisa dulce. Fernanda le dedicó una mirada más de odio por verse así de vulnerable… pero pronto dio paso al de una muchacha sensible que admiraba a sus hermanos mayores… y sí, también enculada.
—Sí. Por favor.
—¿Qué puedo hacer para arreglar mis errores?
—Ahhhh, ahhh, mmmmmmmm, ¿has… b-besado a otra chica antes?
—No, nunca.
—¿Quieres aprender con…? —dijo Fernanda, sin dejar de gemir. De hecho, parecía a punto de correrse otra vez, así que comencé a masajear fuertemente su clítoris.
—¿Contigo? Por supuesto, Feña. Eres mi hermana. También te amo a ti.
Francisca se inclinó sobre Fernanda y la besó dulcemente en los labios, visión tan erótica y pervertida que me tuvo al borde del orgasmo. La menor buscó algo en la boca de la mayor, y al encontrarlo, lo sacó hacia fuera. Fernanda comenzó a chupar con sus labios la lengua de Francisca, como si fuera una polla. Mi hermana mayor sonrió y decidió hacer lo mismo con la putita, que sacó la lengua y dejó que Francisca practicar sus besos lésbicos con ella, masajeando su lengua con la suya. Fernanda se corrió poco después; sin embargo, al anunciarlo, nuestra hermana mayor se deslizó hacia abajo y recibió el squirt de la diablita.
Luego, usando solo nuestros dientes, Francisca y yo le quitamos las medias a nuestra hermana, lenta y sensualmente. Después, ambos besamos eróticamente uno cada pierna de la zorrita. Ella gimió de placer como si estuviera poseída.
Cambiamos de posición. Francisca le pidió permiso a Fernanda para ser penetrada esta vez, y así lo hicimos. Me recosté en el suelo y la mayor se sentó sobre mí, introduciéndose mi polla en sus entrañas. Fernanda se sentó sobre mi boca, y pude sentir los movimientos pélvicos sensuales, lascivos, casi profesionales de mis dos hermanas mientras una me montaba la verga y la otra mi lengua en su coño.
—Ahhhhh, ahh, ahhhhh, extrañaba tu pene en mi culo, Feeeeel, ahhhhhh.
—Hmm, su lengua está haciendo maravillas en mi chuminooohhhh, está muy adentrooo.
—Me siento muy bieeeeeen, ¡qué pene más hermoso!
—Somos tus putas, hermanote, somos tus putitas, tus guarrillas todo entregadas y abiertas para tiiiii, ahhhh.
—¡Feña, por todos los cielos! Ja, ja —rio Francisca, y noté cómo aumentó la velocidad de sus movimientos, me montaba como si yo fuera su caballo y me fascinaba—. Quiero que sientas todo el amor que Felipe nos da, hermana, ah, ah, ah, ah, ahhhh, ahhh, ahhhhh.
—Sí lo siento, ¡lo siento muy adentro, su lengua es increíble! ¿Fran? ¿Podrías besarme otra vez?
—Desde luego, cariño —contestó Francisca, casi maternalmente.
Sabía que me estaba perdiendo el morreo entre mis hermanas, pero también estaba disfrutando tanto tener a ambas montándome que no me importó mucho. Además, sabía que no sería la primera ni la segunda vez. Ellas se amaban entre sí tanto como a mí.
Volvimos a cambiar. Francisca se quitó la camiseta y se acostó a lo largo del sofá, masturbándose mientras veía a Fernanda realizarme sexo oral, humedeciendo mi polla con su saliva. Mi hermanita se paró al costado del sofá, e inclinó la parte superior de su cuerpo hacia abajo, acercando su rostro a la entrepierna de nuestra hermana.
—Siempre he fantaseado con comerte el coño, cerda.
—Ay, Feña, ja, ja… ¿Qué estás esperando, cielo? ...Ahh, sí, eso se siente bien… ahhh, ahhhhh, ¡hermana, tu lengüita me está…! Ahhh.
La lengua de Fernanda jugaba como loca en la vagina y el clítoris de Francisca, masajeando su botoncito hinchado, penetrando su agujerito, acariciando las paredes de su entrada… Fran se masajeaba los senos y me miraba apasionadamente, poseída por el placer. Tres hermanos teniendo un trío era demasiado erótico para los tres.
Fernanda formaba un ángulo de veinte grados con su cuerpo, sus piernas alargadas por los tacones estaban firmemente clavadas junto al sofá, esperando que yo hiciera mi movimiento. Me coloqué detrás de ella, le bajé la faldita diminuta, y volví a penetrarle el ano. Ella gritó de placer.
—¡¡¡¡Ahhhhh, mi culooooooooo, mi hermanote me está follando el culoooooo!!!!
—Ok, pero no dejes de lamerme, Feña, porfaaaa —rogó Francisca, tapándose el rostro rojo de la vergüenza por lo que estaba diciendo.
—Me encanta que seas tan ahhhhhh puta como yo, hermana mayor, ji, ji, jaaaaahhhh, ohhhhh, más fuerteeeee... ¡Y por supuesto que sí, golfa, te comeré el conejo delicioso que tienes!
Estuvimos así unos minutos más. Francisca se corrió en la boca de nuestra hermanita, y ella se tragó todo lo que salió. Poco después, yo anuncié su orgasmo.
—¡Córrete adentro, hermanote!
—¿Aún quieres imitarme, hermanita? —preguntó Francisca, divertida, mientras seguía recibiendo una comida de coño.
—Es que quiero saber ahhhhhh cómo se sienteeeee, ohhhhhh, hmmmmmmm, qué delicia tu polla pervertida, pon tu semillita en mi anooooooo, ahhhhh. ¿Porfis? ¿Hermanote? ¿Le darías tu semen a tu hermanita menor?
Solo logré aguantar veinte segundos más hasta que la corrida se hizo inminente, y me derramé en su interior en medio de gritos animales que escaparon de mi alma. Ella lo celebró con una serie de gemidos muy intensos.
—MMMMMMmmmmmmmm, ahhhh, lecheeeeehhhhhhhh… ¡¡¡Lecheeeeeeeeeeeeeee!!!
—¿Cómo está, cariño? —le preguntó Francisca.
—Caliente, la leche de mi hermanote está muyyyy calienteeeee, qué ricooooo.
Retrocedí unos pasos, mis piernas estaban temblando. Me había corrido en el culo de mis dos hermanas en el mismo día. O estaba soñando, o estaba muerto, o era el mejor día de mi vida. Levanté la mirada y vi a ambas acariciándose fraternalmente después de la gran jornada de sexo que habíamos tenido.
Habíamos vuelto a ser hermanos, los tres, como antaño. Y probablemente nunca nos íbamos a separar. No nos importaría lo que la gente pensara, estaríamos juntos los tres… o, bueno, al menos los tres. Aún teníamos que convencer a otra persona de hacer las paces con Fernanda, y se me ocurrió que lo haríamos al mismísimo día siguiente, cuando regresáramos a la ciudad. Cuando regresáramos con mamá.
Pensando en ello, me dieron ganas de mear, así que di unos pasos hacia el cuarto de baño, pero Fernanda me detuvo.
—Te dije que quería probar algunas cosas —me dijo, arrodillándose en el suelo, abriendo bien grande la boca y sacando la lengua—. Vamos, no seas tímido, hermanote. Recuerda que soy toda tuya para lo que quieras. ¡Aaaaaaa!
—¡Fernanda! —exclamó Francisca, colorada de vergüenza, llevándose las manos a la boca. Ella y yo nos miramos. De verdad nuestra hermanita era una salida y cachonda ninfómana.
Sonreímos. En realidad, esa parte de ella no había cambiado, y no tenía por qué cambiar. Francisca me tomó un brazo y me acarició el pecho desnudo mientras yo apuntaba mi verga hacia la boca de Fernanda.
Con un grito gutural, derramé mi líquido dorado en su garganta y su rostro, y noté cómo Francisca se mordía sutil y lujuriosamente un labio ante la escena. Fernanda se acarició las tetas mientras el chorro brillante corría por su cuerpo, y su sonrisa solo denotaba placer.
Cuando acabé, Fernanda miró traviesamente a nuestra hermana mayor mientras nos mostraba su carita llena de jugos:
—¿Ves? Te gané, ja, ja.
Francisca se defendió con algo que nos dejó de piedra.
—A menos que yo llegue primero ante la próxima vez que Fel quiera… hacer.
Sí. Definitivamente era el mejor día de mi vida.