Todo en Familia (06)

Mi madre nos atrapó follando a mí y mi hermana menor. Tras ir a un club nocturno a olvidarme de mi discusión con mamá, descubriré una manera de hacer las paces con ella. Le demostraría a mi madre cuánto la amaba.

Capítulo 6: Mi madre Andrea - Hay una sola

Explicar a mi madre todo lo que yo había hecho, o lo que mi hermanita hacía, sería imposible. ¿Que me había follado a varias de mis familiares? ¿Que su preciosa hija menor se había cogido a la mitad de su clase? ¿Qué también fantaseamos con nuestra otra hermana? ¿Que habíamos involucrado a nuestra primita? No había nada que pudiéramos decir. Lo peor es que ni siquiera pudimos intentar discutirlo… Mamá nos declaró a Fernanda y a mí la ley del hielo después de vernos cometiendo incesto en casa, junto con nuestra primita Rocío. Y el hielo de mi madre era más frío que el infierno griego.

—¿Mamá? —pregunté llamando a su puerta, muy entrada la noche, a pesar de que tenía clases en la universidad al día siguiente. Necesitaba hablar con ella y explicarle. No me contestó. Decidí simplemente entrar…

Mamá se cubrió rápidamente con las sábanas, hasta arriba. Parecía alterada y acelerada, mientras yo estaba confundido. Algo vi. Dejó un objeto que no descifré en el suelo junto a su cama. En aquel momento no habría sabido explicarlo, no estaba preparado para ello, por lo que mi cabeza simplemente quiso bloquearlo. Pero vi.

También sentí un curioso y poderoso aroma en el aire que llamó mi atención y me hizo sentir cosas que tampoco supe explicar, y no entendería hasta más tarde (así como en este relato).

—Vete a dormir —me dijo.

—Pero…

—Largo —me ordenó, y así lo hice.

Como era de esperarse, durante todo el día estuve preguntándome qué era lo que había visto, y por qué no era capaz de recordarlo con claridad. También estuve casi todo el día erecto (sin relación alguna con lo otro, claro que no…). Después de las clases, a la tarde, mi prima Paloma me llamó por teléfono. Me invitó a salir a beber y bailar a un nuevo club nocturno, que me serviría para relajarme y olvidar el problema con mi mamá. Desde luego, no me sorprendió que Paloma supiera, Rocío probablemente le había dicho lo que había sucedido.

—¿Qué? ¿Y Eliseo?

—¿Cuántas veces te he dicho que no te preocupes por él, primito? No estamos pegados por la costilla, él sale con sus amigos y yo con los míos. ¡Vamos! Hay varias amigas mías a quienes les gustaría conocerte, te lo aseguro. Hasta mi mamá me dijo que iría con una amiga de ella.

—Está bien…

—Y ve bien apuesto, ¿sí? Si lo haces hasta te termino enseñando una cosa o dos, ja, ja.

Me arreglé con mi mejor vestuario de fiesta. Bien peinado, camisa oscura, jeans negros que no usaba en meses. Como les dije hace tiempo, era muy tímido, no era muy asiduo a las fiestas, la música fuerte y la compañía, a pesar de cuánto había mejorado y avanzado en mis problemas de inseguridad y timidez. Al menos ahora sí sabía que estaba bien divertirse de vez en cuando…

Llegué al bar a la hora acordada y mi prima me estaba esperando afuera con un par de amigas (ambas profesoras también, pero se conocían desde la adolescencia), diciéndome que el resto de “su gente” estaba ya adentro. Saludé a las tres de beso y después de compartir unas risitas tontas y cumplidos de cortesía (me gané un par, para mi sorpresa), entramos.

Mucha música. Mucho baile. Muchas luces. Muchísimo alcohol disponible. Un grupo de bailarinas con poca ropa bailando sobre una tarima. Sí. Sería más que suficiente para olvidarme del tema.

Por cierto, me sorprendí de lo espectaculares que las tres profesoras lucían cuando no llevaban su atuendo profesional… Paloma se había teñido las puntas de su cabello oscuro de rojo y lucía un vestido del mismo color, así como sus labios escarlata. El vestido tenía un escote pronunciado que resaltaba sus pequeños pero apetitosos y redondeados senos, llevaba un cinturón negro, y era lo suficientemente corto y ajustado como para no solo destacar la curva increíble de su espectacular culo (del que tan orgullosa estaba), sino que bastaba que se inclinara 10 grados para que se viera su ropa interior negra de encaje, como pude comprobar muchas veces durante el baile. Yo no era muy bueno bailando, pero la vista me ayudó mucho a disfrutarlo.

Sus amigas se llamaban Leona y Cleo, respectivamente una rubia salvaje que le hacía honor al nombre, y una mujer curvilínea de sensuales ojos verdes, cabello azabache y un sexy vestido negro, con la que compartí unas cuantas miradas, y un poco más cuando nos pusimos a bailar. Con una razonable, pero divertida cantidad de tragos encima, ambos estuvimos morreándonos un buen rato, y le manosee con pasión el culo, hasta que algo me llamó la atención.

Sobre la tarima había una joven bailarina que danzaba sensualmente usando una barra. Una falda negra cortísima y unas largas piernas de espanto; un bralette del mismo color que hacía destacar tanto su piel blanca, sus senos desarrollados y su llamativa y delgada cintura; ojos avellana heredados de nuestro padre, y cabello rubio-oscuro en dos coletas inocentes como si la diablita de mierda fuera una “niña buena”. Mi hermanita Fernanda bailaba en la tarima cual putita…

Corrí medio borracho hacia Paloma, que bailaba en medio de otros dos tipos que me echaron una mirada de odio cuando los interrumpí, y le pregunté si mi mirada me engañaba. Paloma, fiel a su estilo, con una sonrisa divertida (y algo ebria) me respondió que sí, que era mi hermana menor. Le pregunté cómo era posible, considerando que no tenía permitido entrar a un lugar así hasta unos cuantos años más, y me dijo que era amiga del dueño. ¿Qué clase de amiga? ¿Qué diría mi m…? Comencé a recordar cosas. Mi mam...

—¡Vamos, relájate, primito! No seas sobreprotector con la zorrita y déjala divertirse… —me dijo mientras bailaba conmigo, pegando su culo y su peligrosamente corto vestido contra mi bulto ya inflamado—. ¡Eh, Cleo! Voy a llevar a mi primo a una parte, ¿quieres ver?

—Espera, ¿era en serio? —preguntó la chica con la que me estuve besuqueando, con los ojos como platos y una sonrisa traviesa—. ¿No estabas de broma, Paloma?

—Nop.

—¡Vamos, necesito ver esto, que estoy súper cachonda!

Seguí a Paloma, mi “profesora particular”, hacia uno de los baños femeninos y Cleo corrió detrás de nosotros. Mis sentidos estaban afectados por el alcohol, pero juraría haber escuchado gemidos por allí y por allá. Cerramos la puerta de un cubículo y mi prima no perdió tiempo en comenzar a besarme, a la vez que me desabrochaba el cinturón del pantalón. Yo no me resistí, llevaba toda la noche anterior, el día, y lo que iba de esta noche caliente…

A nuestro lado, Cleo no perdía detalle. Estaba roja, compartía sonrisas pícaras con mi prima, y no era capaz de cerrar la boca. Sin ningún tipo de preámbulo, Paloma se inclinó sobre el lavabo y su vestido se levantó para revelar su trasero perfecto, cincelado por los dioses.

—No pierdas el tiempo, primito, haz lo que te he enseñado —me pidió.

Levanté su vestido, corrí hacia un lado su tanga negra, e introduje mi polla en su empapado chumino. ¿Han notado lo bien que se siente meter la verga en el coño después de mucho rato aguantándose? Es casi como si fuera una necesidad imperiosa. Mi prima me hizo notar algo parecido después de las primeras tres embestidas.

—¡Ohhh, primo, era como que me faltaba algo, qué ricooooo!

—Dios mío, amiga, te está follando tu primo, ¡qué morbo! —dijo Cleo, sobándose las tetas por encima del vestido.

—Síiii, me está llenando enteraaaa, sigue primo, ¡entra y sale, entra y sale, tal como te enseñé!

Le di algunas nalgadas mientras la follaba contra el lavabo. Ella se retorció de gusto y dijo un par de guarradas más, era muy buena para ello (cosa que había heredado de la puta de su madre). Miré a un lado y noté que Cleo se estaba masturbando, su mano estaba debajo de su vestido y sus dedos realizaban un ruido acuoso. La besé otra vez.

—¡Eso, cógete a la puta de tu prima! ¡Qué ricos se ven!

—Ahhh, sí, estás muy mojada, Paloma…

—¡Síiii, primo, dame más, dame más, mi culo entero es tuyoooo!

—¡Más rápido, Felipe! Paloma, ¿después me prestas a tu primo? —preguntó Cleo mientras yo le lamía el cuello.

—Claro que sí, para eso so... s-somos las a-amigas… hmmmmmmm… ¡la puta mad…!

—¡Gracias! Felipe, guarda un poco para mí, ¿eh? No te vayas a… ¡¡¡Ay, Paloma, joder!!!

El grito de Cleo se había debido a que, dicho de forma simple, Paloma se había enfermado de tanto beber (y el movimiento frenético de la follada), y había devuelto su almuerzo en el lavabo. Cleo, como una gran amiga, se quedó con ella y yo salí del baño con una erección de campeonato y una borrachera que me tenía mareado como nunca.

No recordaba hacía cuántas horas había llegado al bar. Mirar el teléfono o mi reloj de pulsera habría sido inútil, porque probablemente no habría confiado en mis ojos con lo mareado que estaba. Tampoco estaba muy seguro de cuántos tragos me habían hecho beber las amigas de Paloma, algunas de las cuales con quienes bailé y bebí para olvidarme de que mi hermanita estaba bailando semidesnuda en el escenario, y que… ¿Qué era eso? ¿Mis ojos me seguían jugando malas pasadas? De no ser así, ¿cómo era que veía, al otro lado del bar, a mi propia madre bebiendo con mi tía Julia en una mesa?

Que sí, que Paloma me había dicho que su mamá quizás iba a ir también allí con una amiga, pero yo no había pensado que era verdad, ni menos que la amiga era mi mamá. Mamá no es de fiestas ni música, aunque sí bebe de vez en cuando, o así pensaba yo… Sin duda, ambas se veían tan jóvenes y bellas como todas las mujeres que estaban allí en el antro.

Mi tía Julia llevaba su cabello en una cola de caballo, lucía joyas y gemas, y un vestido tan corto como el de su hija mayor, de similar diseño, pero sin tirantes y de color azul oscuro en vez de rojo.

Mi mamá estaba maquillada como a mí me gustaba en las mujeres maduras: solo un poco, sin exagerar, pero lo suficiente como para resaltar sus ya bellos rasgos. Su cabello, castaño como el mío, caía en bucles bien preparados sobre sus hombros y espalda. Llevaba pantalones de jeans ajustados, una cadena en el cuello, y un top blanco con tirantes que dejaba al descubierto su esbelta cintura y evidenciaba gimnasia semanal en lugar de haber parido 3 niños en el pasado.

Sin saber cómo ni por qué me acerqué a ellas medio bailando para escuchar lo que hablaban desde el anonimato que otorgaba la cantidad de gente reunida.

—Tengo que parar, Julia…

—Si paras no te olvidarás completamente. Sigue, unas cuantas copas más, querida.

—¡No hablo del trago, Julia! Hablo de Felipe y Fernanda, y lo sabes.

—Lo sé, lo sé. Vas a tener que ser un poquito más honesta contigo misma, Andrea.

—¿Qué quieres que diga?

—¿Que acabaste la relación con mi hermano, entre otras muchas razones, porque eres una zorra incestuosa calie…?

—¡Julia! —exclamó mi mamá, terminándose otra copa, antes de empezar con otra. ¿Qué había dicho? Algunos recuerdos comenzaron a regresar a mi cabeza, poco a poco.

—No te hagas la beata que sabes que digo la verdad, querida. Son muy lindas tus hijas, ¿eh?

—Son hermosaaaaas —dijo mi mamá, arrastrando la última sílaba.

—Más que hermosas, son sexys, Andrea, igual que las mías, heredaron lo mejor de sus madres. ¿Y tu hijo? Ufff, qué apuesto se puso mi sobrinito, ¡hasta más apuesto que mi hermano!

—¡Por supuesto que más que él! Por eso me puse tan mal cuando me vio tocánd... ¡Hijo, ¿qué haces aquí?!

Por supuesto que mi tía me había descubierto, y ahora parecía muerta de la risa por una broma que a nadie le había contado, en tanto mi erección se negaba a desaparecer. ¿Y saben qué? En el momento me importó un país y medio.

Fueron unos minutos incómodos y silenciosos los que transcurrieron hasta que mi madre y yo empezamos a discutir mientras yo bebía y bebía agua, y mi madre bebía y bebía licor. Así como yo al principio del día ella quería olvidar, pero yo ya no quería eso. Ya había recordado demasiado, como que había visto a mi madre, semidesnuda, tocándose entre las piernas cuando entré a su habitación, mirando una foto familiar de mí y mis hermanas… hasta que se cubrió con las sábanas y mi cerebro decidió simplemente entrar en modo anti-Freud y bloquear mis recuerdos.

—¡No entiendo cómo se te ocurre hacer algo así!

—Creo que tengo la edad suficiente, mamá…

—¡Pero es tu hermana! ¡E involucraron a su primita!

—Oh, a mi niña le gustó, dada su carita toda la semana... —dijo mi tía Julia, risueña y por lo bajo, aunque mi mamá y yo preferimos ignorarla.

—¿Qué hay de malo? ¡Los tres quisimos eso! —Aún tenía mucho alcohol en el cuerpo, las inhibiciones definitivamente habían montado una huelga—. ¿Tan malo es que nos divirtamos como tú anoche?

—¡No me hables así, soy tu madre! ¿Qué viene después, Francisca también?

—Uhh, esto se está poniendo bueno —dijo mi tía, mordiéndose el labio seductoramente.

—Si ella lo quiere… —sugerí, sin culminar la oración.

Otro silencio, interrumpido por un nuevo grito de mi madre, acallado por la música estridente.

—¡Te follaste a tu hermanita menooooor! ¡Fernanda es todavía una niñita!

—¿¡Todavía no te das cuenta que tu niñita es la zorra que está bailando allá arriba, mamá!?

Mi madre miró en su dirección, se le cayó la mandíbula al suelo, se agarró la cabeza, tomó sus cosas y salió. Desde luego, la seguí, dejando atrás a mi tía, que se había ido a vitorear a su bailarina sobrina. Mi mamá estaba demasiado ebria para tomar el carro… bueno, yo también, así que pedí un taxi para ambos y ya veríamos al día siguiente qué hacer.

Fue un viaje muy silencioso… hasta que llegamos a casa. Estando solos, tuve un tonto impulso de lascivia, dándome cuenta de lo sexy que era mi madre a pesar de estar en sus cuarentas. La miré desvergonzadamente de arriba a abajo.

—¿Todavía no te das cuenta de nada, hijo? —me dijo con pesar, mientras intentaba con torpeza abrir la puerta. La ayudé.

—Mamá… perdón. No puedo imaginar cuánto tuviste que aguantar por culpa de mi papá.

—Pfff, no sabes cuaaaaantas cosas me llevo aguantaaando… todas las noches tengo que liberar algo de tensión… ¿Q-qué acabo de decir?

—Nada, mamá —dije, haciéndome el tarado. Abrí la puerta y juntos entramos. Ella me miró en el corredor frontal, sus ojos castaños brillaban como estrellas, y estaba ruborizada. No solo era sexy como Fernanda, sino que también tan preciosa como Francisca.

—¿Por qué tu hermanita? ¿Ella te… sedujo?

—Hm, algo así. Creo que fue algo compartido.

—Entiendo. No soy ciega ni tonta, no me sorprende de ella… Supongo que es amor de madre, hijo… te quiero solo para mí, ¿entiendeeeees?

—Sí.

—¿Has tenido esa erección toda la noche? —me preguntó de pronto, mientras comenzaba a desabrocharse el pantalón, justo frente de mí. No intenté evitarlo ni por un segundo. Como ella, yo no era ni ciego ni tonto, sabía lo que estaba ocurriendo.

—No lo puedo evitar, mamá.

—Claro. ¿Te ayudo?

Dos segundos después, estaba besando a mi propia madre, el beso francés más candente que había dado en mucho tiempo, mientras la estampaba contra el muro, acariciándola de arriba a abajo. Mi mamá derribó un jarrón de una mesa con un brazo, pero no le dio importancia y me agarró el trasero. Hice lo mismo con ella y noté lo agradable que era el tacto, así como su curvatura, que tanto me encendió.

—Felipe… —me dijo, apartándose de mi beso.

—Mamá. ¿Me detengo?

—No. No, por favor.

—Pero estás eb…

—¡Si no lo hago ahora no me atreveré cuando se me pase!

La tomé e impactamos contra el muro del otro lado mientras nos besábamos. Esta vez le agarré sus tetas, bellas e impresionantes; le bajé el escote de la camiseta que llevaba, así como el sujetador, para poder mordisquearle y chuparle un pezón. Luego lamí el otro, mientras mi madre gemía de placer.

—Felipe…

—¿Sí?

—Te amo.

—Yo también, ma.

—Amo a tus hermanas también, hmmmm.

—Sí, lo sé.

—En serio no imaginas cuánto… hmmmmm, hijo, hazme lo que le hiciste a Fernandaaaaa.

Le bajé el pantalón. Me puse de rodillas. Vi sus bragas, blancas y con encaje. Llevado por la pasión, olí su entrepierna mientras la desnudaba en esa zona, y cuando tuve la vía libre, comencé a besarla allí. Las piernas de mi madre temblaron a medida que lamía en su zona erógena y me llenaba la boca y la barbilla con sus deliciosos jugos, que no tuve pudor de saborear. Mi madre me acarició el cabello mientras gemía más y más, convirtiendo un gesto usual de madre e hijo en uno de lujurioso incesto entre amantes. Era algo díficil de definir y describir…

—Sí, sí, hijo… de ahí naciste, mi vida…

Sus palabras me enloquecieron, a pesar de que cuando era joven me hubiera dado asco escuchar algo así. Era algo loco. Algo prohibido, completamente tabú. Introduje mi lengua en su coño pensando en ello, en que ella me había parido, la moví de arriba a abajo, de lado a lado, y en círculos, ganándome apasionados agarrones de cabello.

Pronto, mi madre tuvo un escalofrío y sentí un familiar gusto en la lengua cuando un hilillo de líquido cayó desde su coño hasta el fondo de mi garganta. Me puse de pie, volví a besarla y agarrarle las tetas, tiré al suelo unas figuras de madera y un teléfono que había sobre una mesita cercana, y la senté allí. Mi madre se abrió de piernas, me bajó el pantalón y tomó mi polla entre las manos, que mi prima Paloma no había sido capaz de llevar al éxtasis, y que por lo tanto estaba muy cerca de estallar.

Mi madre me empujó hacia ella y en el acto la penetré. Sentí que había cometido el más grande de los pecados, pero considerando lo bien que se sentía, y que no me cayó ningún rayo, comprendí que nada sería igual desde ahora en adelante.

Nunca más me preocuparía por los tabúes. Nunca más sería inseguro de mí mismo. Me follaría a todas las mujeres de mi familia cada vez que quisiera y haría que me desearan. Mi tía Julia, mis primas Paloma y Rocío, mi madre, mi hermana… y también mi otra hermana. Todo había servido para llegar a cometer mi máximo cometido. Me acostaría con mi hermana mayor, el amor de mi vida, y también con todas las demás. Ya nada me importaba.

Penetré el coño de mi mamá con todas mis fuerzas, mientras la besaba y abrazaba muy distintamente a como lo hacía cuando niño. Esto era salvaje, casi violento… animal. Le tomé de la cintura para llegar más adentro y mamá me mordisqueó sensualmente el lóbulo de la oreja.

—¡Síii, más, máaaaaaaaaas!

—¿Te gusta, ma?

—¡Me encanta! ¡Hacía tantos años que no me hacían algo así! ¡Tantos años que necesitaba esto, no pares, hijooooooo!

—¿Segura?

—Sí, nunca pares de hacérmelo…. no me importa compartirte con ellas, pero sigue haciéndomelo, hijo de mi corazón, soy toda tuyaaaaa.

—¿Incluso con ellas dos?

—Si es que no llego yo primero, hijo, ahhhhhh, hmmmmm, máaaaaaaaaaaaaaaas.

De pronto caímos en el suelo, no recuerdo cómo ni cuándo. En la posición de misionero la penetré un rato hasta que me hizo a un lado, se sentó sobre mí, se acomodó mi polla en la entrada de su vagina, se dejó caer, y comenzó a cabalgarme como una verdadera experta. Sonreí. Puse mis manos detrás de la cabeza y me dejé montar, mi mamá parecía estarlo disfrutando mucho. Además, conociendo a mi padre, quizás no era el amante más empático y servicial tampoco, así que no había nada de malo en dejar que mi mamá disfrutara un poco de sí misma.

Se movía de adelante hacia atrás, como si mi pelvis fuera el lomo de un corcel. También saltaba de vez en cuando, como en pleno galope, pero definitivamente prefería el movimiento de avance y retroceso, y parecía encantarle cuando se inclinaba hacia atrás y mi polla tocaba un punto que parecía gustarle mucho.

—¡Te amo, hijo!

—¡Y yo a ti, ma!

—¡Ah, me corro otra vez! —Creo que, de todas las parejas que había tenido, no había estado con una que se viniera tan frecuente y fácilmente. No llevábamos mucho tiempo follando, pero parecía incapaz de acabar de… bueno, de acabar. ¿Era algo natural de ella, o era que llevaba mucho tiempo guardando demasiada líbido?

Le agarré las tetas con fuerza, me sentí y las lamí de nuevo. No sé qué diría el pesado de Freud al respecto, pero me estaba gustando mucho aquello de comerle los pezones a mi madre. Como dije, no iba a complicarme demasiado con el asunto… era riquísimo.

Di vuelta a mi madre, la dejé de panza sobre el suelo y la penetré otra vez, apreciando la belleza de su espalda desnuda, su cabello, su cintura tan juvenil… Mi mamá no paraba de gritar. Sus nalgas se movían a un ritmo vertiginoso, su rajita estaba húmeda de pasión… Yo sentía que no estaba lejos del final.

—¡Mamá, mamá…!

—Oh, sí, hijooooo, hazlo yaaaaa.

—¿Segura? No puedo parar…

—¡Sí, adentro, lléname completa, lléname con tu semen, hijo de mi corazóoooon!

No pensé que aprendería algo nuevo con alguien como mi madre a esas alturas de mi vida, pero esto lo sería. Siempre me corría en el cuerpo de la otra persona, Paloma me había acostumbrado a ello y así lo hacía con todas, en sus rostros, tetas, bocas… ¿pero adentro? Siempre sentí que sería surreal. Siempre hay cierto grado de insatisfacción en detener la follada y masturbarse sobre la otra persona.

Como lo esperaba, fue impresionante. Lancé un grito gutural que no conocía de mi mismo mientras vaciaba mis testículos al interior de mi madre, tal como cuando yo mismo había sido concebido. El morbo detrás de aquel pensamiento me hizo hacerlo con más intensidad, tuve una satisfacción sin igual mientras llenaba el coño de aquella mujer maravillosa llamada Andrea, con mi semilla. La de su único hijo varón, con quien acababa de tener el mejor sexo posible…

Caí rendido en el suelo del corredor junto a mi madre. Ambos estábamos sudorosos y permanecimos en silencio por un rato. ¿Han notado cómo después de una corrida abundante a los hombres nos viene una oleada de culpa, vacío y profundo cansancio físico y espiritual? Bueno, yo sentí lo primero al instante. ¡Me había follado a mi mismísima madre! ¿Qué diablos tenía que decir uno después de algo así? ¿Disculparse? ¿Rogar por perdón? ¿Simplemente huir sin decir una palabra?

Ella fue la primera que abrió la boca.

—Así que mi niñita era la putita que bailaba, ¿eh? ¿Quién diablos le enseñó eso?

—Eh… um, ¿no fuiste tú? —intenté bromear, incómodo, pero la risa jovial de mi madre me calmó de inmediato.

—Noooo, no, no sé si mi hijita ha visto demasiadas películas o anduvo viendo a su tía Julia o qué. ¿Qué voy a hacer con ella, la pobrecita? ¿Se sentía mal después de que no le hablé?

—Sí, un poco. Sabes que es reservada en lo emocional, pero se notaba de todos modos.

—Bueno… —mi madre me tomó la verga, ya desprovista de fuerzas, y la meneó un poco—, si tengo que hacer esta clase de cosas para hacer las paces con mis hijos, no tendré elección, ja, ja.

—¿Hablas en serio?

—Ustedes saben que son mis adoraciones. Siempre lo han sido, siempre he estado orgullosa de mis dos niñas y mi niño, y siempre los he encontrado hermosos. Con los años, los empecé a ver con otros ojos, supongo. Tanta exposición a tanta cosa que hacía tu papá fue de alguna manera positiva. Y después de lo que acabo de hacer contigo, no hay vuelta atrás ni razón para negarlo.

—Oh. —Comencé a imaginar cosas… ¿mis dos hermanas y mi madre? ¿Estaba soñando?

—Por cierto, Julia dijo algo de que irían a la playa. ¿Es cierto?

—Sí, me lo dijo ayer. El último amante de mi tía le dejó una casa para que se divierta con “la familia” unos cuantos días, así que iremos él y mi tía, mis primas, el novio de Paloma, Fran, Fer y yo. ¿Tú no vas?

—No. Me abriste los ojos con esto, hijo… Creo que aprovecharé el tiempo a solas para divertirme como me merezco, y como tu padre nunca me lo permitió. Nunca es tarde.

—Con el cuerpo que te traes, ma, diría que es más que temprano —le dije, y ella me dio un beso en los labios para corresponderme el cumplido.

—Ay, mi hijo galante… Y ya veo: ¿tú y Fran, eh? Siempre tuvieron algo muy lindo ustedes dos, que acabó de pronto. ¿Ustedes han…?

—¡No! ¡Nunca!

—No te pongas a la defensiva…, no me opondría, mientras no me dejes de lado tampoco. Ya es momento de que ustedes dos hagan las paces como corresponde. Aprovechen ese tiempo juntos. Por una vez, hablen. Ya estás más que listo, Felipe.

Sí. Sí lo estaba. Y lo demostraría en aquel impecable viaje a la playa que abriría mi mente a muchos nuevos horizontes, y tendría mi objetivo al alcance, al fin… No se lo pierdan en los siguientes capítulos.