Todo en Familia (05)
Mientras Rocío (mi angelita) y yo seguimos experimentando, mi hermana menor Fernanda (una diablita) nos ve y se nos une. La putita y ninfómana adolescente decide que un trío es la mejor forma de unirse a su hermano.
Capítulo 5: Mi hermana Fernanda - Ángeles y demonios
Llevé a mi primita Rocío a mi habitación mientras nos besábamos. Rocío mejoraba sus inexpertos besos a cada segundo, volviéndose progresivamente más apasionada, tomándome el rostro, abrazándome fuertemente, olvidándose de su desnudez e intentando torpemente dejarme en las mismas condiciones. Le ayudé y me quité los pantalones, dejando en evidencia mi erección detrás de mis calzoncillos.
—¿Puedo verlo? —me preguntó con la respiración entrecortada.
Por toda respuesta me quité el resto de la ropa, y la sonrisa de mi primita solo me excitó más. Sus ojos esmeraldas observaban mi hombría con curiosidad, como un juguete que deseaba quedarse, y con el que tenía muchas ganas de jugar. La zona de sus pecas se tornó todavía más roja, si eso era posible.
—¿Qué te parece?
—Me gusta, se ve lindo. —Rocío acercó tímidamente la mano a mi erección y tocó con un dedo el glande, lo que le causó una sonrisa—. ¿Te duele eso?
—Para nada, angelita. Puedes tocar más, si quieres. —¿Cuál era mi problema?, me pregunté. Si existía el infierno, ¿me iba a ir hacia allá? ¡Era mi propia prima! Era menor que yo, y ya me acostaba con su hermana y con su madre. Pero… tampoco podía evitarlo.
—Sí. Yo ya me s-sentí muy bien… e-en la ducha… sí. Te toca.
Con su adorable mano me tocó más, esta vez pasando los dedos por el largo del tronco de mi polla, de arriba hacia abajo y de vuelta, y luego de lograr que yo suspirara de gusto, se atrevió a usar la otra mano para acariciar mis bolas. Eso la hizo reír, de pura inocente curiosidad.
—Lo haces muy, muy bien.
—¿En serio? Eso me alegra… ¿P-puedo hacer otra cosa?
—¿Qué cosa quieres, angelita? —pregunté mientras ella se inclinaba
—Quiero saber el sabor…
Introdujo mi pene a su boca, abriéndola lo suficiente como para no morderme, y dejando la lengua quieta para servir como almohada. Lo chupó una vez y luego lo sacó. Pensé que quizás no le había gustado, y me asusté, pero el miedo desapareció cuando ella volvió a chuparlo. Esta vez intentó metérselo hasta la mitad, pero al no poder lograrlo, comenzó a chupar la cabeza de mi miembro. Aquella inexperiencia, aquella timidez, aquella curiosidad, y aquella sensualidad con la que besaba y chupaba la punta de mi polla me estaba volviendo loco.
—Lo haces muy bien… hmmm.
—¿Seguro? Es difícil, pero me está gustando hacerlo.
—Cada vez se hará más fácil… Hm. Eso, angelita, sigue…
—Me gusta cuando me dices así, ji, ji —dijo ella, antes de retomar su faena.
—¿Sí? No podría ser de otra forma, hmmm. Eres angelical…
Rocío llegó más adentro. De pronto, me miró, pareció sonreír con mi pene en su boca, y sin timidez comenzó a lamer mi miembro en círculos, logrando sacarme un estremecimiento. Al mismo tiempo, movió la cabeza desde adelante hacia atrás, y no descuidó mis testículos en sus manos ni un segundo.
—¿Qué…? ¿Dónde aprendiste eso?
—Hmmm… es que… —Rocío se sacaba mi polla para hablar, pero no era capaz de terminar ni la mitad de una oración antes de metérsela de nuevo y continuar chupando—. Películas y…
—Yo le enseñé.
Me volteé hacia la puerta y me topé con la colegiala más peligrosa de todas: mi propia hermana menor. Fernanda estaba allí disfrutando del espectáculo, con una mano bajo la cortísima minifalda y otra dentro de su camisa semiabierta, tal como la encontré más temprano, masturbándose en su cama. En ese preciso momento, tuve una revelación: mi hermanita, con sus endiabladas curvas, sus pícaros ojos avellana, sus cabellos dorados, sus tetas de infarto, su lascivia a pesar de su corta edad… Mi hermana menor era una zorra extremadamente sexy.
Pensando en ello abracé a Rocío y la arrojé sobre la cama. Ella miró indecisa a su prima, y ésta le sonrió con lujuria, sin dejar de masturbarse ante la escena.
—¿Le enseñaste? —pregunté, mientras abría las piernas de Rocío y comenzaba a tocar su empapadísimo chumino.
—Con una banana —contestó la putita—. Le enseñe a lamer, a chupar, a comer polla con una banana, siempre nos juntamos las chicas para jugar con alguna fruta, ja, ja, ja, pero también les dije que no era como las reales. Le había dicho a Chio que probara con chicos, como hago yo, pero parece que solo quería tu pene, hermanote. Y no la culpo…
—¿Feña? —inquirió Rocío, suplicando a Fernanda algo que yo no entendí, pues estaba muy ocupado en tocarle el clítoris, haciéndola suplicar y logrando que se abriera más de piernas.
—¿Recuerdas lo que hablamos la otra noche, Chio? Querías perder la virginidad.
—Pero…
—Y yo te dije que Felipe tenía experiencia, ya se acostó con tu hermana, tu mamá, la secretaria de mi papá… y todavía estoy sospechando que algo ocurrió con mi hermana también, pero aún no estoy segura de esa parte.
—¿Qué estás diciendo, puta de m…? —me exalté, a pesar de lo excitado que estaba. No. Si era sincero conmigo mismo, la verdad es que todo lo que estaba diciendo la chiquilla esa me estaba poniendo aún más caliente.
—Creo que mi hermanote te puede dar lo que necesitas, ¡un buen pene y un semen delicioso!
—¿Cómo es que…?
En ese momento recordé algo, no sé por qué. Aquella vez que me follé a mi tía Julia y a la secretaria de mi papá. Cuando acabé, mi tía se llevó la mano, cubierta de leche blanca, a la puerta de su habitación… y cuando regresó, estaba limpia. Mi mente lujuriosa, que aún no abandonaba del todo la adolescencia, había pensado que le había dado de mi corrida a otra persona, pero mi mente racional desechó la idea.
Ahora, me puse a pensar que quizás debí hacerle caso a mi líbido, y Fernanda me leyó la mente, a la vez que se abría más la camisa y me mostraba sus perfectos senos adolescentes, que masajeaba con fuerza con una de sus manos.
—Sí, mi tía Julia me dio a probar. Era primera vez que bebía algo así y me encantó. Desde ese momento me obsesioné con el semen y decidí probar el de todos los chicos en el colegio… Pero no fue suficiente. Ellos son niños, no hombres como tú, hermanote.
Sus palabras sucias me encendieron. Me volví hacia Rocío, que no había cerrado sus piernas a ambos lados de mi pelvis. Aún más, su coño chorreaba como loco, y su rostro enrojecido como tomate parecía invitarme a pesar de su temor. Además, no parecía molestarle la presencia de mi hermanita allí.
Coloqué mi polla en su rajita. Sabía que era virgen, así que debía ser cuidadoso para no hacerle daño. Comencé a penetrarla lentamente, a pesar de cuánto me moría por follarla con fuerza. Ella gimió, y luego realizó un gesto de dolor. Luego otro gritito, más intenso. Me detuve… ¿Estaba bien lo que estaba haciendo?
Mi hermanita se acercó a nosotros, se subió a la cama, y se inclinó sobre su desnuda primita.
—¿Recuerdas lo que hacíamos para que se mojara más, Chio?
—¿Debo… tocarme? —inquirió Rocío, Fernanda asintió, y comenzó a masajearse el clítoris a medida que yo la penetraba un poco más.
—¿Ustedes… se masturbaron juntas? —pregunté, mientras mi imaginación se disparaba como un cohete. También otra cosa se dispararía pronto si seguía escuchando cosas así.
—Sí, cuando hacemos pijamadas. A veces ponemos alguna película en el teléfono y vemos quién es la primera que empieza a tocarse. Casi siempre soy yo, ja, ja, ja.
—¡No le cuentes esas cosas, Feña! —exclamó Rocío, mientras yo seguía entrando en ella. Noté una ligera barrera y comencé a poner presión—. Hmm… hmmmmm, es muy grandeeeee, ah.
—Sí, lo es, por eso le digo “hermanote”. Y ufff, nunca he estado con otra chica antes, pero verte tocándote es… hmmm… —Fernanda se inclinó sobre el rostro de su prima, y con dudas impropias de la putita de mi hermana, le dio un beso en los labios—. Me pasan… cosas.
—...Fer...
Rocío le devolvió a Fernanda el beso, tal como había practicado conmigo. Sus labios se tocaban con fuerza, y ambas estaban rojas de excitación. En ese momento, empujé con fuerza y terminé de penetrar a Rocío, que se retorció completa.
—Estás… ohhh… apretadísima, angelita.
—Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh, ay, ay, ay, ahhhhhhhhhhhhh.
—¿Te gusta, putita? —preguntó Fernanda, esta vez chupando los pezones duros de su prima.
—Está… ahhhhhh, bien… ahhhhhhhh, ay, ay, síiiii.
—Eres increíble, Rocío, ¡estás muy mojada!
—Ahhhhh, me gusta, aaaaay, ay, ay, ¡me gusta! ¡Se siente muy rico!
—¿Qué se siente tu primera vez, putita? —preguntó Fernanda.
—Bieeeeeeeen, quiero hacerlo más… me gusta, ¡me gusta, ay, me gusta, más!
La verdad no duraría mucho. Estaba follando con mi primita menor, que no paraba de gemir ante mis envites contra su conchita casi sin pelitos, a la vez que mi hermanita le besaba los pezones. La zorrita lo notó y se sentó sobre el estómago de nuestra prima.
—Si quieres correrte hazlo, hermanote, pero tienes que seguir, ¿sí?
—¿Seguir? —Me llené de valor y coraje. Estaba dispuesto a hacerlo todo, así que me aparté del coñito de Rocío y comencé a hacerme la paja frente a Fernanda. Noté pequeñas manchas de sangre en mi polla y en la entradita de Rocío, pero ella no pareció darle importancia—. ¿Acaso quieres que te folle a ti también, putita de mierda?
—¡Obvio que sí! ¿Crees que solo mi hermana puede desearte? Vamos, córrete sobre mis ropitas de escuela, que sé cuánto lo quieres.
Así lo hice. Tres chorros de semen fueron a parar a la camisa de mi hermanita, y uno más pequeño a su minifalda roja. Se veía absolutamente sexy, y Fernanda no tardó en intentar recoger mi semen con los dedos para llevárselos a la boca y saborearlos. No había sido demasiado abundante. Tenía aún demasiado guardado en mis testículos, estaba seguro.
—Oh, slurrp, slurp, no puedo con esto, ¡me fascinan demasiado tus mocos, Felipe!
—¿De verdad te gusta tanto el semen?
—¡Sí! No ha pasado una semana que no me haya bebido el chorro de alguno de mis compañeros, estoy completamente obsesionada… Aunque esto no es mucho, ahora nos tienes que dar más, ¡mucho más! ¡Chio, ven! —ordenó, y nuestra primita le obedeció en seguida, poniéndose de rodillas a la altura de Fernanda—. Bésame, putita.
Esta vez, sin decirse nada, ambas se dieron su primer beso francés lésbico, masajeando y jugando mutuamente con sus lenguas, logrando excitarme una vez más, a pesar de que acababa de correrme. No había nada mas estimulante que ver a dos chicas de escuela tan hermosas y curvilíneas besándose y tocándose para mi deleite. Estaba en el cielo.
Fernanda acarició también el cuerpo desnudo de su prima, enfocándose en su maravilloso trasero, y ésta se limitó a abrazar delicadamente la cintura de mi hermana.
—Hmmm, Feña, hmmmmmm…
—Dame de tu lengua, putita, sí…
—¿Todavía tienes puesta tu ropita?
—Tienes razón, Chio, ¿podrías quitármela para que mi hermanote me folle?
Rocío desabrochó la minifalda de Fernanda, que cayó por sus piernas; luego, le quitó la camisa y la dejó también sobre la cama, antes de volverse a besar entre las dos. Mi hermana notó que yo estaba empalmado de nuevo, y sin dejar de morrearse con nuestra prima, me llamó con un dedo.
—¿Estás lista, pendeja de mierda? —le pregunté mientras ponía a mi hermana en cuatro patas. Sabía que a Fernanda le encantaría que la tratara así, como a una puta, con un montón de palabras sucias. Era algo que Paloma me había advertido que podía gustarle a algunas chicas, y habíamos practicado un poco para que no sonara ridículo, sino que erótico. Rocío se hizo a un lado y comenzó a tocarse la entrepierna ante la escena, mientras suspiraba intensamente.
—Sí, me cansé de acostarme con tantos chiquillos en la escuela, ahora quiero pene de hombre.
—¿Segura, Feña?
—Sí…
—¿Aunque sea el pene de tu hermano, diablita?
—Sí…
—¡Ruégame, zorra!
—¡Te lo ruego, dame pene, por favor! ¡Dame de tu pene, hermanote!
Penetré al demonio que era mi hermana menor sin ninguna piedad, y como esperaba, ninguna barrera se puso en medio. La agarré de las nalgas y comencé a bombear en su entrada con todas mis fuerzas, sudando intensamente mientras entraba y salía del cuerpo de mi propia hermana menor. Sus tetas, que tantas veces había visto en casa, por primera vez se me hacían irresistibles; sus curvas adolescentes y perfectas me volvían loco. Noté que empezó a derramar saliva sobre las sábanas…
—¡¡¡Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! Sí, ¡esto sí que es pene! ¡Dame más pene, por favor! ¡Me estoy volviendo locaaaaaaahhhhhhhhhh!
—¿Te gusta, perra?
—¡Sí! Sí, soy una perra… ¡soy tu diabla, hermano!
Rocío se masturbaba frenéticamente junto a mí. Sus ojos verdes se encontraron con los míos, me sonrió, encantada ante la escena (¿a quién no le gustaría ver a la malcriada que era mi hermana menor así de sometida?), y volvimos a besarnos. Su lengua se introdujo en mi boca y yo empecé a masajearla con la mía.
—¡Quiero… ahhhhhh, quiero hacer esto con las demás!
—¿Hm? ¿Qué dijiste, diablita?
—Me encantaría… oh, síiiii, me encantaría hacer esto con mi hermana, y con la tuya, Chio.
—¿Con Francisca y Paloma?
—Y con mamáaaaaaahhhh, y la tía Juliaaaaaahhhh, y ahhhhhhhhhhhh, todas juntas para ti, hermanote, ¡qué rico sería! ¡ME CORRO!
—Ayyyy, ay, ay, hmmmmmmmm.
Quizás lo decía solo para provocarme, o para calentarme… o quizás lo decía en serio. El caso es que logró encenderme a la vez que se corría. Rocío, a su vez, también se vino en sus dedos. Me aparté de ambas y miré a ambas adolescentes como si fueran al mismo tiempo figuras esculpidas por ángeles, y pedazos de carne puestos en la mesa por demonios.
—¿Qué quieres que haga ahora, hermanote?
—Apóyate contra la ventana, diablita. Levanta bien el culito. Quiero que todos los que pasen por la calle vean cómo te folla tu hermano.
—¿Qué? P-pero…
—¿Vas a desobedecerme, zorra?
—No. No… Hazme lo quieras, hermanote, soy toda tuya —dijo Fernanda, caminando con pasos de modelo hacia la ventana de mi habitación, que daba hacia la calle principal. Se apoyó en el borde de la ventana y dejó las tetas afuera, empinando el culito para que la penetrara mientras miraba hacia atrás con deseo, babeando de lujuria—. Pero no dejes de darme pene, por favor.
—¿Y yo? —preguntó mi angelita.
—Quiero que te morrees con tu prima, y que también te pongas en la misma posición que ella. Si la follo a ella, quiero que permitas que ella te meta los dedos, angelita… y si te follo a ti…
—¡Sí! —asintió ella, comprendiendo, y corrió hacia la ventana. Ambas se hicieron espacio y levantaron las pompas, a la vez que se besaban apasionadamente y mostraban su cuerpo a quien fuera que pasase. Una angelita y una diablita. Una experimentada putita y una inocente aprendiz. Ambas eran mi familia. Ambas eran mías.
Penetré a una y la otra, cuidando de ser siempre distinto con cada una. A Rocío la follaba dulcemente, acariciando sus senos y su trasero, cuidando de que mi pene rozara cada centímetro de su vagina recién estrenada; a Fernanda le daba con fuerza, tirando de su cabello hacia atrás y dándole nalgadas. Ambas fueron obedientes y masturbaron a la otra cuando no era su turno, como buenas primas que eran.
—Ayyy, ayyy, síiiiii…
—Ah, más, más, máaaaaahhhhhhh
—M-me gusta… me gusta mucho como lo haceeeen, ay, ay…
—Tu pene, hermanote… tus dedos, Chio… uffff, ¡no puedo más!
—H-hay… hay alguien viendoooh….
—¡Déjalo que mire! Que vea como somos las putitas de mi hermano. ¡Ah, ah, ah, ah!
—¿Van a acabar, chicas?
—¡Sí! V-voy a… voy a… hmmmmmmmmm.
—Yo también, putita, hermanote, ahhhhh, me corroooooooooohhhhhh.
Me aparté de ellas, que cayeron de rodillas frente a la ventana, agotadas y corriéndose. Luego me miraron, vieron que me estaba masturbando, y Fernanda supo qué hacer. También guio a su prima a que se acercara a mí.
—¿Sabes qué es lo que viene, Chio?
—Sí, Fer. Como antes, ¿no?
—Sí, mi hermano se va a correr sobre nosotras, nos va a dar leche caliente, pegajosa y deliciosa sobre nuestros cuerpecitos.
Imaginé el escenario que había propuesto Fernanda antes: vi a ambas, y a Paloma y a mí tía Julia frente a mí, esperando mi eyaculación. También a mi amada hermana mayor… y, sin saber cómo ni por qué, a mamá, completamente desnuda, acariciándose con sus hijas mientras esperaba mi semen. Fue demasiado. Eyaculé como nunca sobre ambas. Estoy bastante seguro de que nunca me había corrido tanto antes.
Sus rostros, su cabello, sus tetas, sus bocas, derramé todo sobre ambas, que gimieron y soltaron un gritito de satisfacción.
—¡Qué rica leche! Calientita para nosotras, ¿cierto, Chio? ¿Qué te parece?
—Sabe muy bien —asintió Rocío, saboreando lo que había caído en sus mejillas y cuello—. Me gusta mucho, Fer.
—¿Pero qué están…?
Miramos hacia atrás de mí. Rocío soltó un gran chillido e intentó cubrirse. Fernanda quedó con la mandíbula en el suelo. Yo no sabía cómo reaccionar… ¿Acaso la había visto de reojo y la imaginé en medio de la vorágine de lujuria?
Nuestra madre estaba en la puerta, acababa de llegar del trabajo, y nosotros habíamos perdido el sentido del tiempo. Ella no podía creer lo que veía, y soltó las bolsas que llevaba en las manos; temblaba, y en su semblante había una mezcla de enfado y decepción. ¿Y ahora qué diablos iba a hacer yo?