Todo en Familia (04)

Me convierto en el héroe de la hermana menor de Paloma y hija de mi tía Julia: la joven Rocío. El heroismo será pagado con creces por la angelita de la familia, que aprenderá sobre el sexo conmigo.

Capítulo 4: Mi prima Rocío - Héroe

Finalmente llegamos a los eventos del presente año. ¿Resumen? Estaba completamente loco por mi hermana mayor, Francisca, que me evitaba lo más que podía. Me follaba a menudo a mi prima Paloma, una profesora que me había enseñado casi todo lo que sabía, y que ahora trabajaba en una escuela donde parecía divertirse demasiado con sus estudiantes. También había follado en un trío con mi tía Julia y Melissa, la secretaria de mi padre. Y, tal vez peor que todo lo anterior, había fantaseado con mi hermana menor y la hermana de Paloma después de verlas leyendo revistas porno, y que mi propia tía me incitara a “enseñarles cosas”. Ufff. Quince y catorce, respectivamente, y una ya era una putita en potencia, al parecer. ¿Era el tipo más suertudo de la Tierra o estaba a punto de ser condenado por un sinfín de deliciosos pero potenciales crímenes?

¿Por qué digo lo de que mi hermanita era una putita? Pues, verán, ella es muy distinta al ángel que es nuestra hermana mayor. Es una guarrilla, y a pesar de todo lo que intentó ocultarlo, fue difícil que no me diera cuenta. Ya tenía un cuerpo bien desarrollado, similar al de Francisca, con tetas grandes y redondeadas, un culito respingado, una cintura esbelta… El hecho de que siempre andaba con su ropa más reveladora en casa me impedía no darme cuenta. Por lo demás, a veces regresaba de la escuela sin sus bragas o con manchitas blancas en la minifalda. Nuestra mamá quizás no se dio cuenta, pues Fernanda lavaba su propia ropa, y quizás mamá no se fijaba así en su niñita… ¿pero yo? ¿Cómo no iba a darme cuenta? Considerando sus llamadas telefónicas nocturnas, deduje que ella había tenido sexo con al menos siete chicos de la escuela. ¿Ven? Una putita en potencia. Nuestra relación ya era menos antagónica y más amigable que cuando éramos niños, aunque sin llegar al punto en que mi hermanita me contaría libremente las cosas que hacía.

En tanto, mi prima Rocío nunca había tenido novio. Y la verdad era una sorpresa. Era preciosa, tenía el aire angelical de una muñeca tallada a mano por expertos, y se había desarrollado a su manera. No tenía mucho busto, pero al igual que Paloma, lucía un maravilloso culito redondo y respingado para su edad. Sus ojos verdes, un par de esmeraldas que volverían loco a cualquier hombre (y algunas mujeres), eran atractivos y llamativos, muy sensuales a su manera. Era una chiquilla alegre y sumamente dulce y cariñosa, pero nunca cruzábamos demasiadas palabras en una conversación normal.

Entonces ocurrió un día que mi tía Julia me pidió que fuera a buscar a Rocío a la escuela porque últimamente había sospechas de un violador en los alrededores, y ella no alcanzaría a recoger a su hijita, pues trabajaría hasta tarde. La escuela de Rocío estaba más cerca de mi casa que la de mi abuela así que no sería problema, llegaría en un santiamén. Sabía que su jornada terminaba a las siete, así que pasada la media hora salí para no llegar tarde y vigilar si había alguien malo cerca. Me sentía como un primo protector, una suerte de guardián, y debo admitirlo, la verdad me gustó la sensación.

El caso es que diez minutos después de salir de casa tuve que regresar, pues se me había quedado el dinero en casa y quería invitar a Rocío a comer algo antes de llevarla a casa. Sería un buen gesto. Al entrar de vuelta en casa, subí las escaleras a mi habitación y escuché un ruido que llamó mi atención. Se suponía que no había nadie más, pues Fernanda estaba en su escuela y mamá trabajaba. Había sido como un gritito, o un suave gemido. Venía de la habitación de al lado, es decir, de la habitación de mi hermanita. ¿Había un gato allí? Toqué a la puerta, pero como nadie contestó con más que otro gemido, simplemente la abrí.

No hay forma más directa de describir lo que vi que de esta manera:

Fernanda estaba allí, acostada sobre la cama, utilizando su ropa de colegiala. El atuendo consistía de una camisa blanca, una corbata a rayas rojas y blancas, unos calcetines blancos muy cortos, y una minifalda a cuadros rojos y burdeos cortísima, muy lejos de las rodillas, que mamá había consentido en comprarle solo si llevaba shorts debajo. Esta vez definitivamente no los llevaba… de hecho, sus bragas blancas colgaban de una de sus rodillas. Tenía las piernas abiertas ante mí, y continuaba tocándose la entrepierna a pesar de que yo la estaba mirando. ¡Mi hermana menor se estaba masturbando frente a mí!

—Hola, Felipe… ¡ah! —dijo casualmente, con un gemido.

—Hola, Feña… ehmmm… ¿no deberías estar en la escuela? —Fue la única pregunta que se me ocurrió hacer en ese momento.

—Debería. Pero no estoy aaaaahhhhh... allí…., ¿verdad? —El movimiento de sus dedos bajo su falda levantada se hizo más rápido. Los ojitos siniestros y pícaros de mi hermanita brillaron, su rostro estaba enrojecido, no paraba de sonreírme con esa sonrisa que solo ella podía hacer—. No t-te preocupes… hmmmm…

—Ok. No le.. ejem. No le diré a mamá. Disculpa por interrumpirte.

—Tranquilo. De hecho, ¿por qué no vienes y me ayudas con esto? Me gustaría comer algo rico, y sé que mi hermanote tiene lo que quiero. —Para mi sorpresa (o tal vez no tanta, conociendo a Fernanda toda su vida), la putita se llevó un dedo con sus jugos vaginales a la boca y sensualmente lo empezó a chupar y lamer.

La muy hija de puta estaba intentando provocarme. No le iba a dar en el gusto, a pesar de la erección que estaba sufriendo. No iba a dejar que se riera así de mí, como si la enana estuviera por encima mío.

—No puedo, Feña, tengo que ir a buscar a nuestra prima, ¿no sabías? —Di un paso hacia atrás, saliendo de la habitación, mientras ella se masturbaba más lentamente; ya no podía ver su rostro detrás de sus piernas—. Quedas a cargo de la casa, tal vez vuelva algo tarde.

—O-ok… —dijo, antes de que yo cerrara la puerta.

Con una terrible erección fue que llegué a la escuela de Rocío, con bastante tiempo de sobra. La esperé en el parque que había al frente mientras vigilaba si aparecía alguien sospechoso. En ese momento me pregunté qué carajos iba a hacer si era el caso. ¿Probar mi suerte a puñetazos? ¿Aguantar un cuchillazo en el estómago? ¿Pelea de piedrazos? Jamás había practicado defensa personal ni nada parecido… Por oooooootro lado, si defendía a mi prima frente a sus compañeros de algún violador en potencia, sería visto como un héroe. Solo necesitaba imaginar la situación y apagar de mi cerebro todas las otras posibles eventualidades.

Pensando en ello fue que vi salir a mi prima. A diferencia de Fernanda, el uniforme escolar de la escuela de Rocío consistía de faldas azul marino, exigían medias largas, y la corbata era negra. Y a pesar de los tonos tan apagados, Rocío brillaba por sí misma, rodeada por sus amigas y amigos. Sus ojos verdes destacaban a la distancia, así como su sonrisa rosada, su cabello castaño atado en una trenza, sus adorables pecas, su cuerpo de princesita… “Ok”, pensé. “¿Qué diablos está pasando conmigo?”

Rocío iba de la mano de un chico, y no parecían ser la única pareja. Había otros tomados de la mano. En eso, el chico la atrajo hacia sí, la abrazó y le plantó un gran beso en los labios en medio de los demás, que se rieron, aplaudieron y aullaron, como si celebraran. Yo no sonreí, no sé por qué, pero fue todavía menos cuando me di cuenta que Rocío estaba intentando apartarse de él. Forcejeaba para soltarse del abrazo, aparentemente avergonzada de que todos la estuvieran mirando. El muchacho le tomó de la nuca para que ella no pudiera dejar de besarlo, pero mi primita le golpeó en el hombro, y solo ahí él le soltó. De hecho, fue en ese momento que me di cuenta de que yo ya estaba cruzando el parque en dirección a la escuela.

—¡Nos vamos a divertir, no seas boba! ¡Anda! —exclamó el muchacho.

—No quiero. Ya les dije que no…

—¿Por qué siempre eres así, Rocío? —le espetó una de sus amigas—. Siempre lo pasamos muy bien con los chicos. Nadie va a saber, vamos a estar nosotros solamente, no le diremos a nadie. ¡Ya tienes que hacerte mujer, amiga!

—Pero así no… —susurró ella. Yo poco menos leí los labios de mi tímida prima.

—¡Dios, eres difícil! —dijo el muchacho, tomándole del brazo. Ella volvió a golpearle en el hombro, y él la arrojó al suelo. Un segundo después, él también estaba en el suelo después del empujón que le di. Para ser honesto, no me di cuenta cuándo llegué allí, ni cuándo levanté la mano… pero se sintió bien.

Yo era solo 4 años mayor que Rocío y esos chicos, pero al parecer esa diferencia de edad se notaba bien. El muchacho se puso de pie y me increpó cosas, y las chicas me dijeron que no me metiera, pero cuando les dije que era el primo de Rocío, las voces callaron. Lo siguiente lo relataré rápidamente, porque a pesar de cuán bien me sentí, no sería nada en comparación con todo lo que ocurriría después con mi primita: tomé de la mano a Rocío y crucé el parque con ella, pasando entre los grandes árboles. El muchacho nos persiguió. Detrás de un árbol le di un manotazo en la cabeza con tanta fuerza que me quedó doliendo la mano, y el chico no quiso levantarse del piso. Rocío rio. Seguimos caminando y, como tenía previsto, la invité a comer algo. Unos helados estarían bien.

—Gracias —dijo ella, tímidamente después de un rato, mientras se comía su helado de fresa y menta junto a mí, en una tienda cercana a la escuela.

—No hay de qué. ¿Cuál es el problema del niño ese?

—Je, je, nada —contestó, riéndose. Solo en ese momento me di cuenta de lo preciosa que era Rocío. Bueno, yo ya sabía que se había puesto muy linda a su edad, hermosa incluso… pero solo ahora notaba cuánto. A diferencia de su hermana o de su madre, su belleza era angelical, pura, virginal, como si fuera una muñeca de porcelana. “¿Acaso pensé en la palabra ‘virginal’?”, me dije.

—No me sirve eso. Dime —exigí.

—Quería llevarme a alguna parte… mis amigas siempre van a esa parte con los chicos. Pero yo nunca quiero ir —me explicó, ruborizándose intensamente, arrastrando cada una de sus palabras.

—¿Y qué parte es esa?

—Es una cabaña deshabitada o algo así. Todos van allí a… ummm… a divertirse y cositas así.

—Divertirse.

—Sí. Cosas… cositas que hacen. En grupo.

—Ajá. Disculpa que lo diga, pero no parece un buen muchacho…

—Je, je, sí. Es un bobo y un idiota —terminó, dedicando el resto del tiempo a comerse su helado, cabizbaja, sin decir ni una palabra más hasta que salimos de allí.

De camino a tomar el bus para ir a dejarla a casa de mi abuela, Rocío se quejó un par de veces, y con razón. Tenía el uniforme sucio después de haber caído al piso después del empujón del susodicho bobo e idiota. Además, tenía el brazo rojo tras el golpe que se dio, con algunas marquitas de raspadura. Creo que lo que más le importó a Rocío fue lo primero, porque definitivamente no le gustaba estar sucia.

Decidí llevarla primero a mi casa, que quedaba más cerca. Le dije que podía tomar una ducha allí, y se podía cambiar de ropa. A Fernanda no le importaría prestarle ropa a su prima y tenían casi la misma talla. Rocío aceptó, feliz.

Al entrar a casa llamé para saber si Fernanda estaba. Sin que me sorprendiera, mi hermanita ya no estaba. Le había dicho que quedaba a cargo de la casa, así que obviamente hizo lo opuesto y se largó. En fin, que hiciera lo que quisiera. Entré a su habitación (me pareció percibir un aroma algo intenso, hasta atractivo, pero no entendí qué), saqué una camiseta y unos pantalones y se los llevé a mi primita al baño. Toqué la puerta.

—Pasa.

—Ok.

Al abrir la puerta, me encontré a Rocío delante de mí, con las manos detrás de la espalda, las piernas juntas, la cabeza gacha, su mirada esmeralda pegada a mi cuerpo. Se movía lentamente un poco a la derecha, un poco a la izquierda, mientras su rostro se ruborizaba más y más y más.

—¿Rocío? ¿Pasa algo?

—Feña me dijo… um… cuando un chico hace algo bueno por uno… ummm… —Rocío dio un paso hacia adelante. Luego otro.

—¿Qué te dijo exactamente mi hermana?

—Que les diera un premio si quería… Y quiero. —Rocío se detuvo frente a mí, tímidamente levantó los brazos, lento como si fuera un sueño, los apoyó en mis hombros, se puso de puntillas, y me dio un rápido pico en los labios. Un beso súbito, veloz, efímero, pero honestamente maravilloso. Luego bajó al suelo, retrocedió rápidamente, y recuperó su posición inicial con los pies juntos y las manos atrás.

—¿Qué estás…?

—¿E-estuvo bien? —preguntó tímidamente, roja como un tomate.

—Bueno, sí, pero… —Ella sonrió ante mi confirmación, y luego miró la ducha—. No es necesario hacer esas cosas si no q…

—Es que sí quería. Me ayudaste, fuiste mi héroe hoy.

—¡Oh! —dije, y se me hinchó el pecho de orgullo como si fuera un niñato inexperto de 8 años que sueña con usar una capa—. Oh… bueno. ¿Vas a…? ¿Vas a meterte a la ducha?

—Sí. —Rocío no esperó a que yo saliera. Aún delante mío, con toda la casualidad del mundo, mi primita se quitó la corbata y comenzó a desabrocharse la blanca, pero sucia camisa. ¿Era que era demasiado inocente aún, era que confiaba plenamente en que su propio primo no tendría malos pensamientos con ella, o era que…? No. Eso no podía ser.

Debajo de la camisa llevaba un corpiño rosa para cubrir sus tetitas en crecimiento. Luego comenzó a desabrocharse la falda, que poco después cayó sobre sus pies descalzos. Sus braguitas de algodón combinaban con su corpiño. En ese preciso instante, mi primita no aparentaba la edad que tenía, sino que lucía como toda una mujer. Yo me estaba volviendo loco y se notaba en mis pantalones. Intenté cubrirme demasiado tarde, pues Rocío ya me estaba mirando allí.

—Eh… Rocío, no mires a…

—¿Tienes una…? Ummm…

Decidí ser sincero, aunque seguramente se debía a mi lujuria creciente.

—Disculpa, Rocío, tengo una erección.

—¡Oh! ¿Puedo ver?

Tras un breve asomo de razón, desestimé la idea y me dirigí a la ducha. Abrí el agua, dejé la ropa de mi hermana en una mesita y dejé que terminara de desvestirse para poder ducharse. Sin mirar atrás, salí del baño, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación.

Escuché el agua correr. Apoyado contra la puerta de mi cuarto, con la respiración entrecortada, noté mi enorme erección, que seguramente no podía ser satisfecha ni siquiera con una buena paja. Pensé en lo fácil que sería ir con la hermana de Rocío, o con su madre, follármelas y que se me quitara, pero el solo pensamiento me excitó todavía más. Literalmente tenía a la otra integrante de esa familia a unos metros de mí, desnuda, duchándose después de que había fantaseado con ella. La nena de la familia que me había besado y mirado con deseo.

Escuché algo. Un llamado muy difuso debido al ruido del agua en el baño. Se repitió el llamado y entendí una palabra: “toalla”. No le había dejado una toalla para cuando terminara de ducharse. “Maldita sea mi suerte”, pensé. Reemplacé en mi cabeza la palabra “maldita” con “bendita” mientras salía de la habitación con una toalla limpia y entraba al baño.

Las cortinas de la ducha no estaban corridas. Aquel ángel maravilloso estaba desnuda frente a mí, con un cuerpo increíblemente deseable, mientras el agua acariciaba a chorros su piel suave, su espectacular culito, sus largas piernas, su cabello oscuro, sus senos apetecibles. Estaba roja aún, pero no aparentaba miedo ni preocupación, aunque sí mucho nerviosismo y ansiedad. Sus ojos verdes apuntaban a mí, sus labios de rubí estaban semiabiertos como una invitación, a pesar de lo nerviosa que estaba.

Lo que fuera que quedara de razón y lógica en mí desapareció en un instante. Me quité la camiseta y me metí bajo el agua. Tomé el rostro de mi pequeña primita y le besé en los labios de una sola vez. Ella tembló frente a mí, pero no me rechazó. La miré y volví a besarla. Esta vez, sus labios me lo devolvieron. Era claramente inexperta, pero no besaba nada mal.

—¿Quieres que te ayude a lavarte? —le pregunté, con toda la mentira en mi voz, esperando que ella lo entendiera. Estoy seguro de que lo hizo.

—Sí.

Tomé el jabón y comencé a pasarlo por su juvenil piel. Primero sus hombros, acariciados por su cabello castaño. Después de cada pasada, me inclinaba para darle un beso en cada zona. Ella temblaba, suspiraba intensamente. Acaricié sus brazos y los lavé, cuidando de no tocar demasiado la zona donde se había golpeado. Luego le di un beso entre medio de sus senos.

—Eres un ángel —susurré, y ella cerró las piernas repentinamente. Un segundo después, volvió a abrirlas a su posición anterior. Con una mano temblorosa me acarició el cabello empapado. Pasé el jabón por uno de sus senos y ella sufrió un escalofrío.

—Hmmm —gimió.

—¿Rocío? ¿Te habían...? Antes, digo...

—No.

—¿...Sigo?

—Sí.

Besé uno de sus pezones. Ella emitió un gritito agudo de placer. Besé el otro y abrió instintivamente sus piernas. Me puse de rodillas y, mientras el agua caía sobre mí y resbalaba por la cintura maravillosa de mi primita adorada, olí su entrepierna. Dulce y maravilloso, casi me pongo a delirar. Con ambas manos comencé a acariciar dulcemente sus labios vaginales. Abrió un centímetro más las piernas y yo abrí sus labios, lenta y suavemente para que no se asustara, y toqué con mi dedo índice su orificio más apetecible.

—Hmmmmmmmmmmmmmm. Ah.

—Oh, dios… —musité cuando noté un líquido diferente al agua en su entrepierna. Resbaladizo. Sabroso, como comprobé después.

Me puse de pie, sus ojos esmeralda se encontraron con los míos y caí como en trance; volví a besarla, esta vez introduciendo mi lengua en su boca. Ella no supo bien cómo responder a ello, pero era una rápida aprendiz y pronto estaba intentando abrir más la boca y mover la lengua para responder a mi beso francés. A medida que la besaba, acaricié con mi mano uno de sus muslos, y sin advertirle, levanté una de sus piernas.

Volví a ponerme de rodillas y sin perder tiempo comencé a lamer su entrepierna, especialmente aquel botoncito especial que le hizo delirar, gimiendo aún más fuerte.

—Ahhh, ahhhhhh, ayyyyyyyyyyy, hmm.

—¿Te gusta? —Cada vez liberaba más jugos vaginales que yo me estaba tragando con gusto.

—Síi, ahhhhh.

Rocío comenzó a retorcerse y me tomó la cabeza con ambas manos, jalando hacia sí misma. Devoré su entrepierna como loco, pasando mi lengua por cada rincón, olvidándome de respirar. Me daba igual. Incluso introduje mi lengua en su coñito, solo por un instante, y ella dijo mi nombre. Mi polla estaba empinadísima, pero lo más cortés… lo más de “héroe”, sería enfocarme en ella por ahora. Y, la verdad, yo lo estaba disfrutando un montón también.

Para el final, lamí sus labios internos y la entrada de su coñito a la vez que acariciaba su clítoris con dos de mis dedos. Ella gritó y no tardó en correrse en mi boca. Al igual que su hermana mayor (que me había enseñado a hacer sexo oral así, por cierto), Rocío se corrió con un “squirt”. Un largo y solitario chorro fue a parar a mi lengua, y luego le siguieron unos cuantos más que se mezclaron con la lluvia de la ducha.

Las piernas de Rocío temblaron y pronto cayó de rodillas. Me abrazó cálidamente… incluso con algo de inusual pasión, aferrándose a mi espalda con sus uñas. Sacó la lengua y, sorprendiéndome completamente, me lamió todo el largo de mi cuello, fuera de sí.

Se apartó un poco de mí, respirando fuertemente, con el rostro acalorado, sudoroso, y notó mi erección dentro de mis pantalones. Luego, clavó sus esmeraldas en mí.

—Perdón… ¿estás…?

—Nah, está bien. Quería que te sintieras bien tú, angelita.

—Oh. Bueno… Quiero ayudarte ahora.

—No, no es necesario que…

—Vamos. ¡Por favor, vamos!

Se arrojó a mi cuello y volvió a besarme. Esta vez, ella introdujo su lengua en mi boca. Estaba entregándose a mí. Por un momento pensé que me había dado un golpe en la cabeza en algún momento, no podía ser real. Pensando en ello, la llevé a mi habitación…