Todo en Familia (03)

La primera vez es algo que uno siempre recordará... ¿pero el primer tío? Mi tía y la secretaria de mi padre me enseñarán más de una cosa durante un cumpleaños adolescente.

Capítulo 3: Mi tía Julia - Práctica doble

—Estoy muy cachonda, Fel.

—Lo sé…

—¡Aunque debería estar molesta contigo! ¡Te la follaste en casa!

—Sip.

—¡Y sin mi permiso! Tú sabes que me gusta participar y ver a nuestra hermanita enculada…

—¿Cuán cachonda estás, Fran?

—Lo suficiente para que me arrojes a ese callejón y me folles por todos lados, hermano.

¿Que si estamos en el presente ya? No, lo siento, aún falta que relate una experiencia más para llegar al tiempo de ahora, y empezar la ruta para contarles cosas como la que está ahí arriba, en cursiva. Tras comenzar mis lecciones sexuales con mi prima Paloma, dos años atrás, mejoré bastante en mis relaciones sexuales con mi novia, con quien follaba a menudo, hasta que terminamos, encontré a otra chica, y luego otra… Estaba teniendo suerte. Me sentía muy seguro de mí mismo, en especial después de cada vez que me acostaba con mi prima y me enseñaba algo nuevo.

Lo que les contaré ahora transcurrió hace algunos meses. En ese momento estaba soltero, pero bastante alegre. Seguro que ya adivinan cuál es mi posición ante el incesto, considerando que me estuve follando a mi prima, estuve fantaseando con mi tía… pero también deseaba a mi hermana mayor. Y aún quedaban cosas que aprender.

Era el cumpleaños número catorce de Rocío, mi prima, y la medio hermana de Paloma. Rocío era una chica adorable y pecosa de cabello castaño oscuro, delgada, que todavía gustaba de ver películas animadas o románticas, era dulce y soñadora. Tenía unos ojazos verdes y brillantes que había heredado de su padre. En esta ocasión, había invitado a todas sus compañeras de escuela, pues se llevaba bien con básicamente medio mundo. Desde luego, la fiesta se estaba haciendo en la casa de mi abuela, repleta de globos rosas y blancos por doquier. En mi caso, sin embargo, mi mirada solo estaba puesta en mi hermana mayor, Francisca, que se había dado un tiempo libre de la universidad para felicitar a su prima.

Me sentía más confiado en mí mismo, me atrevía más a menudo a flirtear con chicas y convencerlas de hacer cosas de adultos… pero no iba a hacer lo mismo con Francisca. Ella era especial, necesitaba un tipo mágico y único de dedicación. Mi hermana mayor no era simplemente “una chica”, era mi ángel. No iba simplemente a arrojarme sobre ella… Esto tenía una dificultad, claro: significaba que nuestros mutuos silencios incómodos, cruces de palabras inocuos e incapacidad para mirarnos por más de un segundo seguían permaneciendo allí, golpeando contra mi corazón, recordándome mi culpa por lo que había hecho con ella hacía años.

En la fiesta, además, estaban mi hermana Fernanda y mi prima Paloma, desde luego, así como mi tía Julia. Pero había una sorpresa que no esperaba allí: mi padre asistió al evento para felicitar a su sobrina… y no venía solo, si no que llegó con Melissa, su secretaria. La mujer que había provocado que mi madre se divorciara de mi padre, y quien organizaba locas orgías en mi casa mientras Francisca y yo nos ocultábamos. Era el estereotipo andante de la secretaria sexy, curvilínea, con cabello negro atado en un moño, gafas seductoras, una falda ajustada, pantis oscuras, una camisa blanca y escotada, y zapatos de tacón. Y eso que era domingo, no se suponía que trabajara…

En fin. El asunto es que yo estaba allí, rodeado de mujeres asombrosas y sensuales, en medio de una fiesta de canciones y juegos, a la vez que esquivaba la mirada de mi padre, que afortunadamente estaba demasiado ocupado en tratar de seducir a las mamás de las compañeras de Rocío. Melissa parecía más que bien con ello, sonriendo pícaramente con cada acercamiento de su amante a las otras mujeres.

A su vez, mi tía Julia se divertía con los hombres, contando bromas subidas de tono mientras bebía con ellos en el jardín trasero de la casa, a pesar de las críticas de mi abuela (que no tenía en el mismo pedestal a su hija que a su hijo). La mesa junto a ellos estaba llena de whisky, ron, cervezas, un par de aguardientes y una tímida botella de vino que nadie se atrevía a tocar. Cada vez que se reía, los bucles de su cabello parecían bailar, su sonrisa de ampliaba, su nariz enrojecía, y si mi visión estaba correcta, tenía menos prendas de vestir encima que al principio de la fiesta. Ahora solo llevaba unos ajustados pantalones de jeans azules y una camiseta blanca sin tirantes que hacía resaltar sus enormes tetas, dignas de una actriz porno vintage. Pegado a ese atuendo estaba yo cuando mi tía Julia me pidió que fuera a la habitación de Rocío a preguntarle a ella y sus amigas si querían pastel…

En el camino a la habitación me crucé con una escena curiosa. En el comedor estaban mi padre y Francisca, conversando silenciosamente, cruzando miradas severas y manteniendo distancia entre ellos. Si alguien podía decirle sus verdades a ese idiota era mi hermana mayor… y quizás yo, de no ser porque cometí uno de los más idiotas errores de mi vida, que fue no intervenir y preguntar qué estaba sucediendo. Me habría acercado un poco más a mi hermana, pero en su lugar, tomé la acción de la que me arrepiento todavía: seguí mi camino de largo.

Pensando en Francisca abrí la puerta de la habitación de Rocío, donde ella, Fernanda y sus amigas formaban un círculo al centro de la habitación, sentadas en el suelo. Reían y cuchicheaban en silencio, compartiendo un secreto que casi me lanza al piso también. Al husmear un poco más, me di cuenta de que estaban leyendo unas revistas…. No simples revistas de moda o grupos de pop, sino que revistas eróticas donde aparecían hombres y mujeres desnudos en escenas softcore que incluían felaciones y sexo vaginal censurado.

Lo que más me impactó fue atrapar a mi hermana menor, Fernanda, tomándose una selfie con una de sus compañeras, con los rostros uno junto al otro, las lenguas afuera y muy cerca, simulando un beso francés lésbico que había en la revista.

—Ehhhhh… ¿chicas? —pregunté, y todas se voltearon a mirarme. Algunas, asustadas, intentaron esconder las revistas lo mejor que pudieron; otras soltaron un grito y se llevaron las manos a la boca, incluyendo a una roja de vergüenza Rocío; y un par, incluyendo a mi boba hermana menor, me miraron divertidas y pícaras.

—¿Sí, hermanote? ¿Quieres leer con nosotras? Ja, ja, ja.

—No, ¿pero quizás nuestra tía querría? ¿Te parece que le diga?

Fernanda me miró maliciosamente y dejó de sonreír.

—No.

—Me parece bien. En fin, ¿quieren pastel? —Algunas, tímidamente, levantaron la mano y otras no. Salí de la habitación pensando en lo que acababa de ver, y peor aún, con una erección creciente. ¿Qué diablos está mal conmigo?, pensé. Eras menores que yo, y dos de ellas eran mis familiares, pero después de verlas curioseando sobre su sexualidad… ¿Qué más podía hacer? No soy de piedra.

No encontré a mi tía Julia en el jardín trasero, y una de las visitas ahí me dijo que había ido con la secretaria de mi padre a repasar unas recetas a la habitación de mi tía. Estaban todos absolutamente ebrios, el tipo que me dio la información se había esforzado un montón para hilar sus palabras y formar una oración coherente, antes de que todos me dieran a entender que no les interesaba que mi tía y la secretaria estuvieran haciendo cosas “de mujeres”, y que preferían lo que vendría después, “cosas para hombres”.

Subí las escaleras en dirección a la habitación de mi tía Julia, y me topé con ella justo en medio. Lo primero en lo que me fijé fue en lo alborotado que tenía el cabello. No, fue en su rostro enrojecido. Ok, siendo sincero, fue en los pezones erectos que podían verse a través de la delgada tela de su camiseta blanca…

—¿Fuiste a la habitación de mi niña? —me preguntó, arrastrando las palabras.

—Sí. Las que quieren pastel son…

—¿Te gustó lo que viste?

—¿Cómo dice?

—Espero que estuvieran jugando… podrías haber jugado con ellas también —dijo mi tía, antes de retomar su ascenso por las escaleras hacia su habitación. ¿Había sido un comentario inocente o sabía lo que de verdad estaban haciendo?

—¿Tía?

—¿Nos ayudas con algo, sobrinito? Necesitamos tu fuerza. Hay algo sobre una mesa… o sobre una silla, y no alcanzamos, o algo así.

No. El “algo así” no fue un inserto mío sobre mi propia confusión, sino que ella realmente dijo eso. En fin, no me quedó otra que seguirla. Y cuando entré a su habitación, detrás de ella, me topé con algo que, por lo bajo, llamaría “sumamente sorprendente”, y por lo alto, “jodidamente cachondo”.

Melissa, la secretaria y amante de mi padre, me tenía abrazado contra ella, específicamente contra su coqueto sujetador negro, pues tenía la camisa abierta. Además, tenía su lengua profundamente metida al interior de mi boca. Cuando intenté apartarme, mi tía Julia me abrazó por la espalda, me dio un sensual lametón en el cuello, y me agarró el miembro sobre mis pantalones.

—¿Pero qué…?

—¿Te gustó ver a las chicas mirando porno? ¿Qué tal si mejor a verdaderas mujeres haciéndolo?

Mi tía me bajó la cremallera. Melissa sacó mi polla hacia afuera, que traicionando mi moral, estaba más que erecta, y comenzó a darle tibias y maravillosas acaricias. Y digo “traicionando” porque estaba tratando de que mi sangre estuviera en mi cabeza, y así entender qué carajos estaba ocurriendo. Sin embargo, la idea se me olvidó cuando Melissa dejó de besarme, me dio un lametón en el cuello, y luego se adelantó un poco más hacia atrás, sobre mi hombro.

Di un paso hacia un lado y vi a ambas mujeres entremezcladas en un delicioso beso de lengua, a la vez que se abrazan apasionadamente, acariciándose mutuamente las curvas mientras sus lenguas jugaban bruscamente una con la otra, como en un combate en que intentaban vencerse con la saliva más sensual que había visto, recorriendo el cuerpo de la otra como si no existiera nadie más, lamiéndose mutuamente los labios como si fuera su dulce favorito. La hermana de mi padre con la amante de mi padre. Dos verdaderas MILFs teniendo acción lésbica frente a mí. Tres pensamientos pasaron por mi mente en ese momento:

  1. A pesar de todo el porno que había visto ya en mi vida, jamás había visto dos mujeres besarse así, frente a mí, en la vida real.

  2. “Si son lesbianas, ¿cómo me estaban besando antes?”. Sí, un pensamiento idiota que demostraba que aún era algo inocente. Me di cuenta de mi error, y de cuán propensas a la bisexualidad podían ser algunas mujeres, poco después.

  3. Quería follar. Quería follarlas a ambas, más que nunca, y no me importaba que una fuera mi propia tía, y la otra fuera una de las personas más odiadas por mi amada madre. De hecho, en parte, quería desquitarme con esa mujer follándola lo más duro que podía.

—¿Te gusta lo que ves, sobrino? —me dijo mi tía Julia mientras Melissa le lamía el cuello y el lóbulo de la oreja.

—Sí. —Sin darme cuenta, ya me estaba masturbando ante la escena.

—Sé que la putita de mi hija mayor te ha estado enseñando cositas —dijo mi tía, quitándole la camisa a Melissa y desatándole el sujetador, para que las tetas de la secretaria salieran al aire—, pero también sé que nunca has tenido un trío ni has visto dos mujeres haciéndolo, y desafié a tu profesorcita a que yo sería la primera que te lo enseñara, je, je, je.

—Sé que no te gusta verme, cari, pero te diré esto: puedes hacer lo que quieras conmigo, me entregaré a ti tal como me entrego siempre a tu papá, y dado como es ese hombre espero muchísimo de ti —dijo Melissa bajándole los jeans a mi tía y metiendo su mano al interior de sus seductoras bragas—. No me decepciones.

Las dos estaban ebrias, sí. Pero, por otro lado, las dos estaban cachondísimas y me estaban invitando a participar mientras se toqueteaban, besaban y masturbaban mutuamente, a la vez que se acercaban a la cama de mi tía. Ésta le quitó la falda a Melissa, que quedó usando solo sus anteojos, medias, sus bragas, y unos ligueros sexys que me volvieron loco. A la vez, Melissa le sacó a mi tía su camiseta, dejándola solo en ropa interior. Para terminar, ambas se sentaron en la cama con una pierna sobre la otra, sensuales, y Melissa se desató el cabello. Eran como diosas… Diosas dispuestas a hacer conmigo todo lo que yo quisiera.

Me acerqué con la polla erecta y la puse en medio de sus dos rostros. Ambas me la miraron como bestias hambrientas, y no tardaron en comenzar a lamerla juntas, una a cada lado, coordinándose a la perfección. Cuando Melissa subía por el tronco y jugueteaba con mi prepucio, mi tía bajaba lamiendo hacia la base. Cuando Melissa me comía las bolas, mi tía Julia me chupaba el glande.

—¿Te preguntas cómo estoy haciendo esto con ella? —preguntó mi tía.

—La v-verdad es que sí… T-tengo curiosidad, ahhh… oh…

—¿Crees este pivón solo se lo aprovecha el tonto de mi hermano? Las mejores fiestas de mi vida han sido con ella, je, je.

—Pero… oh… es que, mi mamá…

—Lamento lo de tu mamá, cari, pero es difícil resistirse a la polla de tu papá, y veo que tú heredaste lo mismo —dijo Melissa.

Por un momento las dos MILFs se descoordinaron, por lo que se encontraron juntas en mi glande hinchado. En lugar de corregir el error, ambas se besaron a la vez que me besaban la polla, lo cual fue uno de los momentos más excitantes de mi vida, ¡pensaba que solo ocurría en el porno! Pensé que quizás me había caído de las escaleras y estaba delirando.

—Me pregunto por qué mi hija no ha hecho esto contigo, sobrino…

—¿Tal vez no tiene una compañera como yo, Julia?

—¿Y mi sobrinita? Estoy segura de que Felipe se volvería loco si se folla a Paloma y a su hermana a la vez, ¿verdad? —Estaba ebria, y estaba diciendo cosas que no quizás no sentía y probablemente olvidaría después, pero mi imaginación estaba cobrando efecto y la sola idea de estar con Francisca y Paloma a la vez me excitó más que nunca.

Empujé al par de maduras guarras sobre la cama y ambas se abrieron de piernas. Rápidamente les quité la ropa interior y metí la cabeza entre las piernas de mi cachonda tía, a la vez que introducía los dedos en el coño empapado de Melissa. Comencé a realizar con ellas lo que había aprendido y en lo que, honestamente, me consideraba muy bueno.

—¿Y tal vez las otras dos? Hmmmm, quizás ya lo están haciendo, ohhhh, y se tocan y besan como nosotras, hmmmmmmmmmm.

—¿Tu dices Rocío y Fernanda? Je, je, je, para eso necesitan alguien que les…. ohhhhhh, sí, sigue lamiendo ahí, sobrinito…. hmmmm, necesitan alguien que les enseñe, ah, ahhh, ahh.

—Ahhhh, tus dedos se mueven como máquinas, cari, ufff, sí, las niñas deberían aprender de alguien como tú.

—¿Yo? —pregunté mientras ahora le hacía sexo oral a la secretaria y le metía los dedos a mí tía, mientras ella se tocaba el clítoris en círculos.

—Sí, ese será nuestro trato —fue la traducción de las palabras de mi ebria tía después de que hice todos los esfuerzos por entenderle—. Podrás follarnos a ambas ahora mismo si educas a mi hijita y mi sobrinita apenas estén listas, je, je.

—¿Uy, esos cuerpos jovencitos solo para este chico? ¿Crees que será capaz?

Yo ya no podía más de la excitación, y estaba dispuesto a demostrar mi capacidad.

Me erguí y coloqué la punta de mi polla en la entrada vaginal de Melissa. Ella me abrazó con las piernas y me impulsó hacia adentro. Ufff, qué bien se sentía, entró con toda comodidad gracias a su abundante lubricación natural, y pronto comencé a moverme de adelante hacia atrás, sintiéndome en el paraíso. Tal vez sea apropiado indicar que, a diferencia de mi primera vez con Paloma, ésta me había enseñado a resistir muchísimo más tiempo que mis iniciales cinco minutos, y podía follar sin parar por más de media hora ya, aunque no estaba seguro de si sería capaz de complacer a dos mujeres a la vez. Solo quedaba intentarlo, ¿no?

Mi tía Julia se abrió de piernas y se sentó sobre el rostro de Melissa. Ésta, ni corta ni perezosa, sacó la lengua y dadas las palabras de mi tía parecía haberla introducido completamente en el coño mojado de ésta.

—Ohhhhh síiiiii, sí, eso Meli, chupa toda mi concha, zorra de mierdaaaaa.

—¡Ahhh, ahhhh, peneeeee! —logré alcanzar a escuchar que decía Melissa, antes que los movimientos pélvicos de mi tía sobre ella la callaran.

—Hmm, ahhh, qué bien se sienteee —gemí, y mi tía se acercó a mí para besarme la frente, la nariz, y luego los labios. ¡Estaba besando a mi propia tía, y no me importaba!

—¿Te gusta follarte a la puta que se folla tu padre, sobrino? —Ni siquiera el pensamiento de ello me quitó ánimos; al contrario, creo que me excitó todavía más. Demostraría que era mejor que él. Esa era mi motivación.

—Síiii —dije, antes de involucrarme en un apasionado, largo y jugoso beso de lengua con mi tía que pareció durar horas, a la vez que le masajeaba los enormes senos y seguía penetrando rítmicamente a Melissa, que me abrazaba con fuerza con sus piernas.

—¿Quieres follarte a la guarra de tu tía también, sobrino? —inquirió mi tía después de un rato.

No necesitaba preguntarlo. Me salí del coño de Melissa y miré por un momento a mi tía. De verdad era deseable, tenía el cuerpo de una estrella porno a pesar de que había pasado los cuarenta, y nadie en su sano juicio se negaría a cogerse un pivón como ese.

Mi tía Julia se abrió de piernas y se recostó encima de Melissa, con lo que las tetas de ambas se encontraron, y poco después también sus desesperadas y hambrientas bocas. Luego, la tía miró hacia atrás y me invitó a penetrarla.

—Felipe, sobrinito querido, ¡cógeme en cuatro como a una perra en celo!

—Eso es, cari, cógete a tu tía, fóllala como una puta como ella se merece.

No me costó ni un poco penetrarla. Oficialmente me había follado a la hija y a la madre, y la pura idea me aceleró a mil. Le di una nalgada a mi tía mientras Melissa devoraba sus labios.

—¡Eso es, sí, sí, dame de nalgadas y fóllame fuerte, sobrino, que llegue hasta mi útero, sí, sí!

—¡Folla fuerte y rico a esta guarra, cariiiiiii! ¡Y tú, so puta, no descuides mi coño!

—Ay, perdón amiga, es que está tan ricooooo… toma, ahí tienes tres de mis dedos, disfruta como una zorra, ¡hija de puta!

—Ahhhhhhh, síiiiii, qué bien se siente, ahhhhhhhhhhhhh.

Abracé a mi tía por la cintura y me incliné sobre su espalda, utilizando todas mis fuerzas para acelerar el ritmo de mi cogida al interior de su vagina.

—¡Dame pene, pene, pene, pene, peneeeee!

—Voy a correrme, el chico no tiene nada que envidiar al padreeeee, ohhhhh.

—¡Más te vale educar bien a las chiquitas, sobrino, y que les des tu pene como se merecen!

No estaba seguro de si había complacido a ambas mujeres completamente o no, pero no podía más. Iba a correrme. Anuncié mi venida con unas nalgadas fuertes en el trasero de mi tía, y ella comprendió al instante.

Presa del éxtasis y la lujuria, hice que ambas se acostaran una al lado de la otra y yo me arrodillé sobre la cama. Comencé a hacerme la paja encima de sus rostros hambrientos, víctimas del deseo infinito. Una era un sex symbol de otra época que solo se había hecho más sexy con los años; la otra era una fantasía hecha realidad que me invitaba a correrme sobre ella con sus ojos lascivos detrás de los anteojos.

—¿Puedo… puedoooo…?

—Córrete sobre nosotras, sobrino.

—Dale de beber a este par de guarras.

—Te juramos bebernos todo lo que salga de tu polla.

—Eso es, mastúrbate más rápido, alimenta a tus putas, Felipe.

Apunté hacia sus bocas, pero la verdad es que mi eyaculación salió caóticamente disparada hacia todos lados. Ni siquiera llevaba tanto tiempo acumulado, pero la excitación había sido demasiado grande e intensa. Cayó un poco en sus mejillas, en su cuello, en el cabello de mi tía, sobre los anteojos de Melissa. Quizás había sido mi más grande eyaculación hasta la fecha.

Mi tía Julia recogió un poco de mi semen con los dedos y se dirigió a la puerta. La abrió y algo hizo… No vi qué sucedió, ni si habló con alguien o algo así. Lo único que supe es que, al regresar, mi tía tenía los dedos completamente limpios. ¿Acaso había tirado mi semen al suelo o algo así?

En cualquier caso, besé a ambas una última vez antes de vestirme y recostarme un rato en la cama de mi tía, presa del cansancio. Me quedé dormido un rato, no sé por cuánto. Al despertar, estaba solo, y la música era intensa abajo. Pop coreano, probablemente las compañeras de Rocío estaban teniendo una gran fiesta. Lo único malo era que mi ángel, Francisca, ya se había ido de regreso a los dormitorios de la universidad, y una vez más nos habíamos ignorado. En su lugar, había follado a otras dos mujeres mientras la imaginaba besándose con una de mis primas… Me sentí verdaderamente culpable.

Este es el último gran recuerdo que tengo hasta los eventos de ahora, muchos meses después, cuando ayudé a mi prima Rocío en más de una forma, lo que eventualmente llamaría también la atención de mi molesta hermanita menor.