Todo empezó en la Sala Bagdad
Una pareja de turistas acuden al mitico local de Barcelona y conocen a otra pareja con la que terminarán pasando una noche inolvidable
Si algo teníamos claro cuando nos surgió la oportunidad de ir a Barcelona era que la noche del sábado conoceríamos la Sala Bagdad. Es un local que me ha apasionado desde siempre. Aunque no me guste, o me gusté poco, participar en ciertos juegos, eso no significaba que no me gustaran otras cosas del sexo. Me gustan los buenos programas sobre sexología lo mismo que los más picarones. Me gusta ver de vez en cuando una peli porno sola o con mi marido y los espectáculos pornográficos también me gustan. La sala Bagdad significa tantas cosas que, visitarla, tenía que ser una de las cosas que hay que hacer en la vida para realizarse como persona aparte de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.
Habíamos pasado la tarde del sábado de turismo por el centro de Barcelona y llegamos de nuevo al hotel cerca de las ocho y media de la tarde. Teníamos el tiempo justo para darnos una ducha y bajar a cenar al Buffet, que abría de nueve a diez. Luego teníamos que volver a subir a la habitación y empezar a arreglarnos para salir. Queríamos tomarnos una cerveza antes de ir a la sala Bagdad. Conforme empecé a arreglarme sentí como me iba emocionando por momentos. Tenía que elegir bien qué ropa ponerme porque iba a ir a la Bagdad y era una oportunidad que, tal vez, no volviera a tener en mi vida. Entonces se me ocurrió una idea graciosa. Pensé que, como me siento muy identificada con la sala porque el porno me gusta pero eso es algo que forma parte de mi vida privada y la gente no tiene por qué saberlo, tenía que tratar de reflejarlo con la ropa que me pusiera. Siempre que salgo de viaje, aunque sea para pasar una noche fuera, suelo echar ropa de más. Creo que a todas las mujeres nos pasa. Así que revisé la ropa que había echado y elegí.
Me puse unos pantalones de pinzas con la pernera ancha de color negro y los combiné con una blusa estampada, en tonos naranjas y marrones, semitransparente. Así que tenía que elegir un sujetador bonito porque se vería. Me maquillé poco, no soy de cargarme la cara de colores y sombras. Un poquito de polvos, sombra de ojos y pintalabios. Llevaba puesta un tipo de ropa formal pero la transparencia de la blusa manifestaba que me gusta provocar. A las once y cuarto, por fin, me ponía las botas, el abrigo largo de piel y salíamos del hotel. Bien tapadita como una chica formal, las transparencias eran para la sala Bagdad.
Nos fuimos al LPbar, un local del barrio gótico que habíamos descubierto por casualidad mientras paseábamos por la tarde y que, además, no quedaba demasiado lejos de la sala Bagdad. Tenía un paseíto, un poco más de un kilómetro según pudimos comprobar con el google earth, pero era por una zona con mucho movimiento de gente y digna de ver puesto que estaba junto al puerto deportivo. No tardamos en llegar al bar y nos tomamos un par de cervezas mientras disfrutábamos de una actuación musical en directo que me gustó mucho. Estaba feliz y me lo estaba pasando genial. A las doce y cuarto abandonamos el LPbar y echamos a pasear por el Paseo de Colón en dirección a la Avenida del Paralelo. Teníamos que subir hasta el cruce con Nou de la Rambla y, allí mismo, veríamos ya la sala.
Mientras caminábamos íbamos hablando de unos chicos que nos habían estado mirando en el bar. Yo defendía la teoría de que nos miraban porque Javi llamaba la atención mientras que él decía que nos miraban porque era yo quien les llamaba la atención. Decía que estaba especialmente guapa esa noche y que por eso se habían fijado en mí. Una vez más, Javi volvía a subirme la autoestima. Recordé a los chicos y las veces que les pillé mirando hacia donde estábamos nosotros y Javi tenía razón, me miraban a mí. Eso me subió aun más la autoestima porque, que esos chicos me miraran, ponía de manifiesto que les atraía. Y si lo hacía es porque algo bueno debo tener. Sonreí, aún estoy buena.
Cuando cruzamos la puerta de la sala Bagdad no me lo podía creer, estaba por fin allí. Habíamos hecho una reserva previa y, antes de sentarnos en nuestras sillas rojas para ver el espectáculo de la una de la mañana, nos quedamos en la barra tomándonos una copa. El lugar me cautivó. Su decoración, el ambiente, los chicos y las chicas que se veían por allí Había gente de todas las edades y para todos los gustos. Una reunión masculina por allí, dos matrimonios por allá y, entre el resto de clientes, una pareja joven que estaba como nosotros en la barra y que me llamó la atención.
Me sonaba mucho la cara de los dos, les conocía de algo. Traté de quitarme la idea de la cabeza. Siempre me pasa que, cuando estoy en otra ciudad, veo a alguien que me suena de Almería y me empeño en descubrir quién es. Pero claro, es algo poco probable que ocurra realmente. Con lo grande que es Barcelona ¿Qué iba a hacer una pareja de Almería precisamente en la sala Bagdad? Le dije a Javi que les mirara a ver si a él también le sonaban. Les echó un vistazo disimulando tan mal como siempre y volvió a mirarme. Me dijo que no le sonaban de nada para, a continuación, continuar comentado. Me dijo que le parecían buena gente y, cómo no, destacó que la chica estaba buena aunque supo suavizarlo con un "pero no tanto como tú" con el que terminó la frase.
Todo lo que estaba viviendo me gustaba mucho. Estaba en un local que invita a tener la sexualidad más acentuada de lo normal y me apetecía tener la sexualidad más acentuada de lo normal. Veníamos de un local en el que unos chicos me habían estado mirando y, sabiendo lo que significaba, me gustaba saber que me miraban. Mi marido había manifestado su sexualidad cuando me hizo el comentario sobre la chica y me gustaba, tanto saber que estaba con la sexualidad acentuada al igual que yo, como el propio hecho de que estuviera así. La chica le había llamado la atención y a mí me sonaba o, al menos, me lo parecía. Así que, de una manera u otra, la chica ya se había convertido en alguien especial sobre el resto de personas que había en la sala. La volví a mirar, pero esta vez lo hice desde mi parte lésbica. Y la verdad es que era atractiva, compartía la opinión de Javi.
El espectáculo comenzó y nos quedamos en la barra para verlo. Fue idea mía, quería tener a la chica a la vista mientras veíamos el espectáculo, quería ver cómo se comportaba. Y, para convencerle, le dije a Javi que me apetecía verlo de pié porque sentada en fila como en un cine me iba a amuermar. Y que me apetecía disfrutar de todo desde la barra. El espectáculo me encendió la tensión sexual, me estaba poniendo y, a la vez, desinhibiendo. Y no era la única, porque Javi ya me había echado la mano al culo por debajo de la barra. Reaccioné para pararle, no quería que fuéramos tan evidentes, es de mala educación. Apoyó la mano en la barra y comenzó a acariciarme la espalda, eso me pareció más educado y le dejé que siguiera haciéndolo. Me apetecía que me acariciara.
Miraba de vez en cuando a la otra pareja, en especial a la chica, e iba sacando conclusiones. Se les veía como una pareja sana, se reían mucho. Los dos tenían también el puntito sexual acentuado porque pude verles más de una mirada de las que describen perfectamente el deseo. Durante la actuación lésbica pude comprobar que la chica era bisexual porque miraba a las strippers y se leía el sexo en sus ojos. Así que en seguida imaginé que la pareja podía haber participado alguna vez, al menos, en un trío con otra chica. En un segundo descubrí que eran una pareja que hacía cosas originales, así que eran divertidos y, por tanto, buena gente. Además eran guapos y tenían el apetito sexual encendido. Me gustaban los dos y sabía que a Javi le gustaba la chica. Así que, si se diera el caso de que me apeteciera montarme una orgía, ellos me parecían una buena pareja de candidatos.
Al terminar el espectáculo nos quedamos en la Bagdad, junto a la barra, tomando copas. Sin darnos cuenta, con los pequeños movimientos que vas haciendo para que la gente se acerque a la barra por cualquiera de tus lados, nos habíamos movido hacia la otra pareja lo suficiente como para poder distinguir sus voces de las demás. Ese acento era poco catalán y bastante almeriense y me puse nerviosa porque eso significaba que podía tener razón y que conocía de algo a la pareja. Javi, conforme les escuchó, me dijo de conocerles. El simple hecho de que creyera que tenían acento del sur le parecía motivo más que suficiente para entablar conversación. Me pareció buena idea, así podría salir de dudas y enterarme de si nos habíamos visto antes o no. Además, aunque estuviera equivocada, me apetecía igualmente conocerles porque, aunque estaba muy a gusto con Javi, tenía ganas de estar con más gente. Es como si estar en grupo fomentara aún más la sensación de haber salido de marcha.
Javi tiene un don especial para hacer gentes. De la situación más inesperada encuentra el inicio de una conversación que siempre termina bien. Así que, después de haberle dicho que sí, le dejé que se encargara de romper el hielo. No me equivoqué y, a los pocos minutos, Javi ya había empezado a hablar con la pareja y los tres se reían. Me hizo un gesto y me uní a la conversación. Nos presentamos y continuamos charlando. Mientras que lo hacíamos me fui sintiendo cada vez más a gusto, eran una gente muy agradable. Llegó el momento de satisfacer mi curiosidad y les pregunté de dónde eran. Nos dijeron que eran de Murcia y que conocían a alguna gente de Almería. Intentamos comprobar si teníamos algún conocido común y tuvimos que desistir porque parecía imposible. Así que aparcamos el tema y continuamos hablando de otras cosas.
Como es de imaginar, más aún si tenemos en cuenta dónde nos encontrábamos, llegó un momento de la conversación en el que empezamos a hablar de la sala, del espectáculo y, finalmente, del aspecto más sexual del espectáculo. El hacerlo precisamente en ese orden, sumado a la naturalidad con la que Conchi y Paco igual hablaban de la decoración de la sala que de lo que más le había gustado de cualquiera de las chicas que habían actuado, favoreció que, durante la conversación, también floreciera alguna referencia a experiencias personales y que yo no tuviera reparo alguno en contestar cuando me preguntaban. La conversación estaba resultando estupenda y, las cosas como son, me fue volviendo a poner las pilas y a encenderme la sexualidad.
Paco nos propuso ir a otro local que le habían recomendado. Se trataba también de una sala de striptease pero con otro estilo. Ellos tampoco lo conocían y les apetecía ir. Nos pareció bien y aceptamos. Terminamos de tomarnos las copas y Paco aprovechó para contarnos las referencias que tenía del local.
-Me habló de este local un amigo de aquí, de Barcelona, pero que vive desde hace unos meses en Bilbao. Dice que es una pequeña sala de striptease en la que, quien se desnuda, son los propios clientes. Tiene una pasarela central, incluso con barra americana, y con mesas alrededor. Y, si a alguien le apetece, le ponen una canción sugerente para que haga un striptease en la pasarela. Mi amigo dice que merece la pena conocer el local aunque no suba nadie al escenario en toda la noche porque tiene un ambiente muy majo-
Escuchar la descripción de un local como ese me puso. Enseguida me imaginé a Conchi y a Paco haciendo un striptease sobre una pasarela y eso me excitó. Y, a continuación, pensé en si ellos habrían pensado lo mismo y en que, de ser así, parecían estar predispuestos a montarse una fiesta y nos estaban invitando. A mí, de momento, no me apetecía pensar en una orgía pero sí que tenía ganas de conocer ese local, de seguir disfrutando del sexo al nivel en que lo estaba haciendo en ese momento. Me sentía desinhibida pero no liberal y ese era justo el nivel que quería mantener. Si luego sentía que podía subir el nivel y me apetecía, ya veríamos. Y ser consciente de que estaba predispuesta a dejarme llevar también me gustaba. Regresé de mis pensamientos a la conversación y recogimos las cosas para marcharnos. Al salir a la calle buscamos un taxi que nos llevara al local. Por el camino iba pensando en cómo sería. Si tenía una pasarela, ¿Tendría también un camerino? ¿Dónde echaba la gente la ropa?
Conforme lo vi desde la calle me enamoré del local. Estaba en el sótano de un edificio antiguo y se accedía a él bajando unas escaleras que arrancaban en la misma acera como el bar Cheers, el de la serie de televisión. Las escaleras bajaban de izquierda a derecha, pegadas y paralelas a la fachada del edificio.
El local tenía unos ventanucos que quedaban un poco por debajo del nivel de la acera, en el hueco de la escalera, y que estaban cubiertos con unas simpáticas cortinas rojas por las que se podía ver el interior. Al final de la escalera un pequeño rellano dejaba la puerta de entrada a la izquierda y, al cruzarla, un pequeño pasillo de un par de metros finalizaba en un arco sobre la pared izquierda que daba acceso a la sala. Al cruzar el arco encontrabas la barra justo a la izquierda, ocupando su pared, la de los ventanucos, de punta a punta. Enfrente de la barra, a nuestra derecha, el local se perdía hacia el fondo con la pasarela saliendo desde la pared opuesta hasta casi la misma barra del bar. A cada lado de la pasarela, que estaba elevada más o menos medio metro, había una hilera de mesitas con dos sillas. Pero lo que más me gustó fue que, contra la pared, a ambos lados de la pasarela había instalados pequeños reservados de sillón corrido semicircular en el que, apretadas, cabían seis personas.
Seguimos andando y nos situamos por fin en un lugar desde el que veíamos toda la sala. Era más pequeña de lo que pensaba. A la izquierda de la pasarela, mirándola desde la barra, había cinco mesitas y cuatro reservados solamente y, a la derecha, las mismas mesas pero solo tres reservados. El espacio que quedaba era el acceso a los aseos. Javi tiró de los demás para llevarnos a un reservado que había visto vacío y le seguimos. Las chicas nos sentamos mientras que Javi y Paco se fueron a la barra a pedir unas copas.
El local estaba decorado a la antigua, combinando la madera con el papel pintado. En las paredes colgaban decenas de cuadros con fotos. Una hilera de fotos grandes sobre los reservados y, en cada uno de éstos, un marco con varias fotos de clientes sobre la pasarela. Miré las fotos y, luego, a los clientes que había en el local. No esperaba encontrar a ninguno ni era esa mi intención. Lo que me había llamado la atención es que la gente que salía en las fotos solía ser gente joven y quería ver a los clientes. Lo cierto es que la clientela era mayoritariamente joven, se movía en un margen de edad que debía ir de los veintidós o veintitrés años hasta los cuarenta y dos o así. Y, aunque parezca mentira, todos tenían algo que resultaba atractivo. La música no sonaba excesivamente alta, era un local para estar tranquilos y que te invitaba a la sexualidad constantemente.
Mientras Paco y Javi volvían de la barra, nosotras nos quedamos mirando el cuadro que había en nuestro reservado y en el que había, al menos, quince o veinte fotos de clientes actuando y disparadas desde muchos sitios del pub. Algunas de ellas estaban firmadas, así que imaginé que habían sido regalos. Me fascinó que hubiera gente que, sin dedicarse profesionalmente al mundo del sexo, no tuviera reparos en quedar inmortalizada desnuda en la pared de un local.
De pronto la iluminación del local bajó la intensidad y la música bajó también de volumen hasta que se hizo el silencio. Entonces comenzó a sonar el "Ups, I did it again" de Britney Spears e, instintivamente, comencé a buscar con la mirada a ver quién iba a subir a la pasarela. Del reservado que quedaba junto al nuestro salió una chica que bailó entre las mesitas mientras se dirigía a la pasarela. Todo el local estaba pendiente de la chavala y ella comenzó a quitarse la ropa al compás de la música sin dejar de mirar hacia el reservado del que había salido. Paco y Javi acababan de llegar con las copas y, como nosotras, también estaban ensimismados con el improvisado espectáculo.
Aquel local tenía magia. No se trataba de un pub de intercambios puesto que no tenía instalaciones para ello y tampoco parecía que fuera ese su espíritu. Tampoco era un local de shows porque, aun teniendo pasarela, no había profesionales trabajando. Y, sin embargo, era un local en el que se podía oler el sexo entre la clientela. Su filosofía era la de ofrecer a la gente un lugar en el que pudieran dar rienda suelta a su sexualidad en público pero disfrutando del mayor respeto del mundo. Ver a la chica hacer aquel striptease me excitó y, como a mí, debía estar excitando a toda la gente que la estaba viendo. Sin embargo, aunque se veían en la cara de la gente muchos gestos de deseo y de estar, en definitiva, como una moto, nadie se movía de su sitio ni se provocaba ninguna situación violenta. La improvisada stripper terminó de bailar y se dejó puesto solamente un mínimo tanga que tapaba tan poco por delante como por detrás. Empezamos a aplaudir y la chica saludó sonriendo a todo el local, recogió su ropa del suelo, bajó de la pasarela y se fue hacia el reservado. La seguimos con la mirada y, cuando desapareció sentada detrás nuestra, volvimos a mirarnos los cuatro y empezamos a hablar de lo que acababa de pasar.
-¿Tú lo harías?- me preguntó Conchi.
-Pues creo que no- comencé a responder Nunca en la vida había pensado en que pudiera existir un local como este así que nunca había pensado en la posibilidad de hacer un striptease en público -.
Ni siquiera en mis años más golfos había enseñado las tetas en una discoteca porque eso significaba tener que salir huyendo de babosos y degenerados. Así que como para pensar en quitarse la ropa. Sabía que existían los locales de intercambio pero nunca había visto un local como este. Ahora estaba en uno y, aunque tenía el sexo a flor de piel, no me veía desinhibiéndome hasta el extremo de hacer un striptease para decenas de desconocidos. Pero, por otro lado, el caso era que estaba excitada y tenía la sensación de que, sin llegar al extremo de desnudarme, sí que sería capaz de hacer algo que provocara. Aunque no sabía qué.
Javi me miraba con cara de estar esperando que dijera algo más y, sin disimular mucho, me miraba las tetas. La blusa semitransparente dejaba ver perfectamente mi sujetador y había elegido uno que me cogía bien el pecho y que me hacia un canalillo bastante sugerente. En realidad, ya estaba provocando. ¿Y Paco y Conchi? ¿Me habrían mirado las tetas? No me había parado a pensarlo hasta ese momento. Desde que nos habíamos conocido en la Sala Bagdad habíamos mantenido un comportamiento más social que sexual. Pero, lo mismo que yo había sido capaz de mirarla de una manera lésbica y de la misma manera que Javi también la había mirado, ellos me podrían haber mirado a mí. No me había dado cuenta de si había pasado y me apetecía saber si les resultaba atractiva o no. El hecho de que nos hubieran propuesto venir a esta sala ya me había parecido una invitación a, digamos, algo más. Así que imagino que les teníamos que resultar atractivos los dos. Pero me apetecía saber cómo de atractiva me veían. Digamos que necesitaba auto afirmarme porque necesitaba esa seguridad para sentirme más a gusto. La mejor forma de conocer su respuesta era provocando un poco. Así que, como había encontrado el equilibrio entre lo que me apetecía y lo que era capaz de llegar a hacer, y el lugar en el que nos encontrábamos ofrecía el entorno adecuado para ser algo más atrevidos, di un paso más.
-¿Lo harías tú?- le pregunté a Conchi.
-Podría Pero así, en frio, como que no- contestó.
Entonces Javi miró a Paco, nos miraron, y dijeron de salir ellos a la pasarela. No me lo podía creer, o tal vez sí. Los hombres suelen tener menos vergüenza que las mujeres así que tendrían menos reparos en desnudarse. Por otro lado suponía que Javi, si subiera a la pasarela, haría un striptease de guasa y, aunque terminase desnudo, no sé yo si eso formaba parte de la filosofía del local porque podría dar pie a que viniera mucho cliente indeseado. Eso me preocupaba y, en principio, me negué a que se movieran del reservado. Sin embargo Javi me pidió que confiara en él y, al final, salió del reservado en dirección a la barra y, tras unos minutos, las luces del local volvieron a bajar su intensidad. Iban a hacerlo y no sabía a qué atenerme. Estaba nerviosa.
El "Lady Marmelade" de la película Moulin Rouge empezó a sonar. La fuerza de la canción despertó el interés de toda la sala que miraba esperando a ver quién subía a la pasarela. Y, bailando con más ritmo del que podía imaginarme, apareció Javi en primer lugar seguido de Paco. Una vez arriba saludaron a la sala, que respondió con una ovación, y, sin dejar de recorrer la pasarela de punta a punta al ritmo de la música, empezaron a desabrocharse las camisas. Se las quitaron y las lanzaron sin mirar si quiera hacia donde iban. Hicieron unas cuantas poses mirándonos y siguieron bailando. Habían encendido una increíble chispa de buen rollo en el local y la gente incluso se movía con la música mientras les jaleaban. Hasta vi a más de una chica que se los comía con la mirada.
Para quitarse los pantalones consiguieron hacer subir a dos chicas a la pasarela con ellos. La cosa subía de tono y se ponía bien. Las muchachas les quitaron las correas, les desabrocharon los pantalones y se pusieron de cuclillas para quitárselos del todo. La que le había quitado el pantalón a Javi volvió a ponerse de pie deslizando su mano por la pierna de Javi y le sobó el paquete. El no dejaba de mirarme y eso me excitó. Luego los chicos les quitaron las camisas a ellas y siguieron bailando hasta dejarlas también sin sujetador. Me estaba poniendo a cien. Me excitaba, tanto ver a Javi haciendo un striptease para mí con más gente, como la propia gente que había en la pasarela.
Paco estaba bien, bastante bien, y las chicas tampoco estaban mal. No eran profesionales del striptease pero la carga sexual del local favorecía mucho que cada movimiento reflejara de verdad el deseo. Y era contagioso. Todo el local parecía estar hambriento de deseo, a la par que animado, y así mismo me sentía yo. Miré a Conchi y comprobé que se encontraba como yo, excitada. El baile aún seguía. Javi y Paco se pusieron de cuclillas para quitarse los bóxers y, después de hacerlo, volvieron a ponerse de pie tapándose los miembros con una mano. Las chicas se acercaron para taparles también y, en el final de la canción, se quedaron en pose de manera que toda la sala pudiera verles completamente desnudos. La gente empezó a aplaudir y los chicos, tras despedirse de las improvisadas strippers con un pico, cogieron su ropa y regresaron al reservado.
Nos fundimos en un apasionado beso, lo mismo que hicieron Paco y Conchi. Incluso mi mano sobó el paquete de Javi mientras que el me acariciaba el pecho. El espectáculo me había gustado mucho y me había puesto a mil. Tanto que, si estuviera permitido, le habría dejado que me metiera mano allí mismo. Miré a nuestros amigos. Paco había desabrochado la blusa de Conchi y estaba sobándole las tetas. Ella me miró, miró mi sujetador y me volvió a mirar mientras besaba a su chico. Y así estuvimos hasta que nos dimos un buen magreo para descargar el subidón y volvimos a recomponernos un poco.
-No ha estado nada mal- dijo Conchi Marta, ¿No te han dado ganas de subir al escenario?-
-De subir no. Estoy a gusto y algo desinhibida y, en cierto modo, también tengo ganas de provocar, de que me miren, pero no soy capaz de hacer un striptease- Contesté.
-Sabes que puedes quitarte solo la ropa que quieras, ¿no? Porque tú lo tienes muy fácil si quieres provocar un poquito- La miré sin saber a qué se refería Marta, tía, quítate el sujetador -.
Si me quitaba el sujetador se me verían las tetas pero bajo la blusa semitransparente. Ese reto sí que era capaz de hacerlo y, además, me apetecía y se podía. Así que me lo quité y lo guardé en el bolso. A continuación me terminé la copa, miré a Conchi y le dije de ir a por otra ronda.
No dijimos nada hasta que llegamos a la barra. Estaba demasiado concentrada en si la gente me miraba. Tenía una doble sensación de vergüenza y de descaro y, lo mismo que me daba corte que me miraran, también quería sentirme deseada. Pedimos las copas al camarero y esperamos que nos sirviera.
-Tienes buenas tetas- me dijo Conchi Así que deja de vigilar si te miran o no. Es obvio que todo el mundo te las está mirando. ¡Hasta yo! Pero no es de extrañar si tenemos en cuenta que tienes un pecho muy atractivo y que el morbo de la blusa llama mucho la atención-
Sonreí y me quedé pensando en sus palabras mientras nos servían. Volví a echar un vistazo a mí alrededor y vi a unos cuantos chicos y chicas que me miraban. Era evidente que llamaba la atención. Sus caras no mostraban desagrado sino todo lo contrario, les gustaba lo que veían. Me sentí sexy y eso me quitó la vergüenza, de manera que podía disfrutar totalmente de las sensaciones sexuales que estaba teniendo en esos momentos. Conchi también me había dicho que le gustaban mis tetas. Ya no hacía falta confirmar si le atraía o no sexualmente, había tenido oportunidad de sentirlo hacía un buen rato, pero que me lo dijera me sentó bien, me gustó. Pagamos al camarero y regresamos hacia el reservado. Por el camino de vuelta mucha gente volvió a mirarme y, como ya no me daba vergüenza, me encantó ver cómo les despertaba el apetito sexual y disfruté de ese subidón de autoestima y morbo.
Sentados en nuestro reservado, los cuatro estábamos viviendo una experiencia con un gran componente sexual. Los chicos se habían desnudado en la pasarela y habían sobado a dos desconocidas y Conchi y yo nos habíamos excitado de verles hasta el punto de que a mí me apeteció hacer lo mismo pero con mis límites y me había quitado el sujetador. Si yo sentía el deseo como lo estaba sintiendo, y era la primera vez que me dejaba llevar como lo estaba haciendo, entonces no cabía duda de que Conchi tenía que estar tan caliente como yo. Hablábamos de sexo sin ningún tipo de tapujos. Posturas, situaciones morbosas Conchi nos propuso tomar la última con ellos en su hotel y aceptamos. Si no lo hubiera hecho ella seguro que Javi lo habría propuesto. Aunque, de todas maneras, desde el momento mismo en que nos conocimos ya estábamos predispuestos a que pasara. Apuramos las copas y nos dispusimos a marcharnos. Me puse el abrigo y, tras los chicos y Conchi, salimos del local y cogimos un taxi para ir a su hotel.
Tenían una amplia habitación con una decoración muy cálida. Encendimos la tele para escuchar algo de música y nos pusimos unas copas. Javi y Paco se sentaron en unos pequeños sofás que había junto a una mesita. Conchi lo había hecho cruzada de piernas sobre la cama y se había puesto a liarse un joy. Yo estaba aún de pie, bailoteando levemente al son de la música de la tele mientras observaba con detenimiento la habitación y a mis compañeros. Poco a poco empecé a bailar con más pasión y, tras dejar la copa junto a la tele, me puse de cara a los tres y comencé a hacer un striptease.
Primero contoneé mi cuerpo acariciándome las caderas y el pecho para terminar llevando las manos a la cabeza para soltarme el pelo. Bajé los brazos acompasadamente y me cogí el cinturón por la hebilla con los pulgares dentro del pantalón. Desabroché ambos y bajé la cremallera. Con las manos en las caderas comencé a empujar el pantalón hacia abajo hasta que el tanga se me veía perfectamente. Me entretuve un poco jugueteando a enseñarlo y esconderlo mientras me acercaba a la cama. Me senté de espaldas a los chicos y, a continuación, me tumbé boca arriba a lo ancho de la cama justo delante de Conchi y dejando caer mi cabeza por el lado de la cama en el que los chicos estaban sentados. Me saqué el pantalón del culo y levanté las piernas para que Conchi terminara de quitármelo. Conforme lo hacía, yo me sobaba las tetas por encima de la blusa y humedecía mis labios con la lengua mientras que, del revés, miraba a los chicos.
Cuando sentí las piernas libres del pantalón volví a incorporarme sensualmente y me puse de nuevo de pié quitándole a Conchi el joy de la mano. Continué bailando y fumando a la vez. La blusa transparente caía desde los hombros hasta la mitad de los muslos y, bajo ella, aparecía mi cuerpo desnudo, salvo por el tanga de encaje negro. Me puse de espalda a los chicos y, sacando el culo, comencé a quitármelo. Cuando superó las caderas me volví a poner derecha y dejé que cayera al suelo. Llevé una mano a tapar mi entrepierna y me di la vuelta para ponerme de cara a los chicos. Sensualmente quité la mano y la subí acariciándome el cuerpo para empezar a desabrochar la blusa. Con la canción llegando al final me acerqué hacia el escritorio sobre el que estaba la tele, saqué la silla, la puse con el respaldo mirando a los chicos y, a la par que echaba los hombros un poco hacia atrás para que la blusa cayera al suelo, me fui agachando para sentarme con el respaldo entre mis piernas. Volví a coger mi copa, le di un sorbo y, tras dar por terminado el striptease, me levanté para acercarme a la cama a sentarme junto a Conchi y pasarle el joy.
-Os debía un striptease- Dije.
Y me quedé esperando a ver quién daba el siguiente paso y qué hacía. Conchi se levantó de la cama y se acercó a decirle a Javi algo al oído. Paco se levantó también del sillón, cogió una cámara de video y se sentó a mi lado mientras que se preparaba para grabar algo que Conchi iba a hacer. Ella se situó frente a nosotros a los pies de la cama y Javi se colocó detrás. A continuación empezó a sobarla y a desnudarla y ella se dejó hacer. Empezó a acariciarle el clítoris y Conchi respondió al estímulo con un gemido. Yo también me llevé las manos a la vulva y comencé a acariciarme los labios.
Abrí un poco las piernas y, lo que había empezado como unas caricias, pasó a ser una masturbación. Conchi, totalmente desnuda, se subió de rodillas a la cama y se dejó caer para besarme el clítoris. Paco dejó la cámara y comenzó a desnudarse. Comencé a acariciarle el muslo y el culo conforme se bajó los pantalones. Y, al quedarse totalmente desnudo, no dudé en cogerle de la polla para acercarla a mi boca.
Mientras la chupaba busqué a Javi con la mirada. Se había desnudado y estaba mirándome y pajeándose. Se acercó a la cama y se puso de rodillas detrás de Conchi para meterle la cara en el culo y lamerle el coño. Conchi reaccionó al tacto de la lengua y, de reflejo, apretó su boca contra mi clítoris. Yo también sentí el estímulo y gemí. Luego Javi se levantó y empezó a follar con Conchi.
Estuvimos en esa posición unos minutos y luego me levanté para cambiarme el sitio con Conchi. Ella se tumbó abierta de piernas y yo empecé a comerle el coño agazapada y con el culo en pompa para que Javi me follara. Estaba echando un polvo increíble, me había corrido ya un par de veces y aun me quedaban ganas de seguir.
Volví a moverme y me tumbé junto a Conchi en su misma posición y empecé a comerle la boca. Javi se agachó para comerle el coño a Conchi y Paco me lo empezó a hacer también a mí. Subieron a la cama y empezamos a follar los cuatro tal y como estábamos, cruzados. Y me corrí otra vez. Me incorporé lentamente e invité a Conchi a que hiciera lo mismo. Tumbamos a los chicos en la cama boca arriba y nos sentamos, yo sobre Javi y ella con Paco, para cabalgar sobre ellos. Las manos de Javi apretaban mis muslos y mis caderas aumentando la placentera sensación que me provocaba follar con él. Me corrí por cuarta vez y las fuerzas comenzaron a fallarme. Fui dejando de mover las caderas hasta quedarme quieta, exhausta de placer, y respiré prolongadamente para coger fuerzas mientras que los últimos espasmos del orgasmo aún sacudían mi cuerpo dándome los últimos calambres de placer. Bajé a comerme la polla de Javi hasta que se corriera el también y, tras relamerme y saborear el sexo de mi marido, me acerqué a besarle y me tumbé junto a él.
Conchi y Paco también pararon después de llegar al orgasmo y, como nosotros, se dejaron caer en la cama. Recobramos el aliento y nos fuimos incorporando. Primero me levanté yo y fui al aseo. Conchi vino conmigo. Cuando salimos los chicos seguían desnudos, Paco sentado en la cama y Javi de pie junto a la ventana, se habían encendido un cigarro, habían rellenado las cuatro copas y estaban charlando sobre la visita que Javi y yo habíamos hecho al Tibidabo. Me acomodé un uno de los silloncitos y cogí mi copa. Me apetecía mantener un rato de charla antes de regresar a nuestro hotel o de dejarme llevar si volvía a terciar. Me sentía a gusto con Javi y con esta pareja y el cansancio aún no había hecho acto de presencia en ninguno de los cuatro.