Todo compartido
Después de todo, eso es lo bueno ¿no?
Vivo desde hace tres años, casi inmediatamente después de haber iniciado la facultad, con mi compañera y amiga Celina.
Nos compramos un departamento pequeño, pero muy cálido y acogedor, en un barrio muy lindo de Buenos Aires.
¿Cómo es que una chica y un chico que recién se conocen al empezar sus estudios universitarios, deciden vivir juntos, y además comprar un departamento?
No es para nada complicada la historia, y seguramente debe haber decenas por el estilo en esta ciudad, que lo tiene todo.
Empezamos a salir con Celina, creo que en junio o julio de 2002. Aquí en Buenos Aires por ese entonces se vivía una gran crisis, política, social, ¡bah! ¿para que contar de ello, si casi todo el mundo debe conocerlo?. A nosotros, a Celina y a mi, nos afectó principalmente en nuestras respectivas economías, tanto que en ocasiones, cada vez más frecuentes, por falta de unas monedas para compartir la charla en un café, nos encontrábamos en un parque al que íbamos con frecuencia, porque había allí unos puestos de venta de libros usados, y a ambos, hurgar, buscando la joya oculta nos encantaba, y comenzamos a pensar en la posibilidad de tener que dejar de estudiar.
En esos días, Celina vivía con un familiar, tía, prima, no recuerdo bien, si es que alguna vez lo supe. Por mi parte, yo trabajaba en la administración de un restaurante y como parte de mi salario, había conseguido que me dejaran usar una habitación pequeña, que servía como depósito de viejos documentos y papeles, sin mayor importancia supongo, salvo los materiales nuevos de librería, computación, etc.
Pero de golpe, la situación cambió para mi. Algún pariente que ni siquiera conocía más que de oídas, decidió morirse y por ciertos de esos comunes líos de familia, me encontré heredero de algunos pesos, que si bien no eran una fortuna, para mi, fueron la diferencia entre abandonar todo o continuar estudiando.
Y ahí comenzó a delinearse el futuro inmediato. Compré un departamento muy barato, no gran cosa por cierto, y por supuesto la invité a Celina a venirse a vivir conmigo. Nosotros en realidad no éramos una pareja. En todo caso, sólo de muy buenos amigos. Algún tiempo después Celina me dijo que en esa época yo le gustaba, cosa que era correspondida. Ella también me gustaba a mi mucho. Pero se trataba de algo diferente, que en esa etapa no supimos desentrañar.
Ya viviendo en el departamento, un monoambiente con una sola cama de dos plazas, fue inevitable que surgiera en nosotros la posibilidad de relacionarnos sexualmente, pero básicamente por mi falta de apetito, no logramos concretar nada demasiado satisfactorio, por lo cual nos sindicamos mutuamente, medio en broma, medio en serio, como de naturaleza gay.
Cosa que comprobamos no era así, al menos en el caso de Celina, cuando unos días después me pidió mi conformidad para traer a un amigo con el que estaba saliendo a bailar.
Naturalmente accedí, y la noche indicada, me fui al cine y luego ya de madrugada, me uní a una de las tantas manifestaciones que por ese entonces había en Buenos Aires, que a esa hora hacían una vigilia no sé bien por que motivo, y bueno, había mate, facturas y un fuego que a pesar de no hacer mucho frío venía muy bien para ayudar a transitar la destemplada madrugada.
Regresé a media mañana a mi casa y el compañero de Celina yo no estaba. Ella dormía como si hubiera pasado la noche de juerga. Sin embargo, no bien encendí la hornalla de la cocina para preparar algo de café, mi amiga se despertó y se sentó en la cama, sin preocuparse por estar desnuda. Con el café servido me senté en la cama a su lado. Ella me besó y me habló de un espectacular descubrimiento. La miré sin comprender, y entonces sacó cuatro o cinco billetes de debajo de la almohada y los blandió triunfal en mis narices.
¿Qué es esto? ¿Nena, de qué se trata? No entiendo
¡Qué empecé con mi nuevo trabajo!
¿Cómo trabajo? ¿Qué trabajo? No sabía que
¡Querido! ¡Trabajé gran parte de la noche!
¿..?
¡Trabajé de puta!
¡Decime, ¿Te diste con algo nuevo? Le dije, por decir algo, ya que no parecía estar bajo los efectos ni siquiera de una gota de alcohol.
¡No, mi amor! ¡Nooo! ¡Trabajé de puta, me cogí a cuatro señores y de aquí en más, el dinero entrará como en la caja registradora del boliche de la esquina! ¡Y eso no es todo!
¿Qué? ¿Te parece poco? Interrogué, no muy sorprendido, porque lo que me estaba contando Celina, era algo muy propio de ella. Celina, era una mina con un desparpajo sorprendente, le encantaba disfrutar de la vida y su disfrute pasaba tanto por leer a Borges como bailar hasta caer extenuada y, lo presentido por mi aunque poco hablado, tener sexo siempre que fuera posible. Eso lo supe en la noche de nuestro fracaso como amantes, en la falta de importancia que le dio al asunto y por la forma en que se burló de ambos por nuestra débil performance.
¡Ahora viene lo mejor! ¡Trabajaremos juntos!
Lo dicho, te papeaste con algo extraño.
¡Nunca estuve tan brillantemente lúcida como anoche y ahora, querido Tato! Mirá, dejame que te cuente. Estaba en la parte culminante de la fiesta con mi último cliente, y el tipo de pronto se soltó con que quería hacerme el culo. No lo esperaba, porque nada de lo que habíamos hecho me había llevado a pensar en algo asi, pero no vi mayor inconveniente. Eso sí, le hablé entonces de un precio diferente, y en ese momento, el tipo arrugó.
¿Cómo qué arrugó?
¡Si, no aceptó! Pero, ¿Sabés porqué? ¡Agarrate fuerte! ¡Quería una travesti!
¡J aja ja, te jodió!
¿Me jodió? Esta noche vuelve. Vuelve porque le dije que mi amiga es travesti y que yo se la presentaría y luego los dejaría solos. Pero él me corrigió. Me dijo que estaba dispuesto a pagar por las dos. ¡Por mi amiga y yo!
¿Y de dónde vas a sacar a tu amiga travesti?
Por toda respuesta, ella me recostó en la cama y desnuda como estaba se subió encima mío. Me besó en los labios y en tanto desarrollaba una especie de danza salvaje, montada sobre mi, me dio la noticia:
- ¡Mi amiga travesti está en este momento entre mis piernas y mejor que empecemos cuanto antes su preparación porque no nos va a alcanzar el día!
Sería demasiado largo transcribir nuestra siguiente hora de conversación. Hablamos mucho. De mi principalmente, de mi sexualidad, se afirmó en la idea de que había aprendido lo suficiente de mi, para presumir que aprisionada muy dentro mío había una mujer, argumentó tanto y tanto sobre ello, que en algún momento empecé a quebrarme y terminé hablando de todas las dudas que tenía sobre mi, sobre quien era en realidad, en fin, todas esas cosas que estoy seguro muchos de los que leen, conocen y comparten.
Como también saben sobre cuantos años uno puede creer que doblega a esa parte de su naturaleza que a veces lo asusta, hasta que en un instante, la muralla pacientemente construida, se derrumba y se comienza a ver el otro lado, y lo que se ve, tal vez por compartirlo con alguien como Celina, ya no parece tan lóbrego ni terrible.
Convinimos en jugar su juego durante todo ese día, con la condición de que si al llegar la noche, yo no me sentía bien o mis convicciones aparentemente surgidas de nuestra charla habían cedido, no estaría comprometido a nada y ella suspendería la cita concretada.
Y pusimos manos a la obra. Nos fuimos juntos a un lugar que ella conocía, que se ocupaban de la depilación, especialmente de travestis. Luego de ello, yo volví al departamento a preparar algo de comer, mientras Celina iba de compras, para equiparme con todo lo que necesitaría.
Comimos muy poca cosa cuando ella regresó, Celina por excitada y feliz y yo, porque los nervios actuando sobre mi estómago, no me permitían siquiera pensar en tragar algo.
Nos pusimos entonces a mirar y probarme la ropa. La excitación que se apoderó de mi fue creciendo en esas primeras horas de la tarde y coincidió con un inexplicable estado similar evidente en Celina.
Yo estaba vestido con una falda muy estrecha y calzaba zapatos con tacos, si bien no demasiado altos, -eso decía Celina-, pero para mi igualmente difíciles de dominar. En cierto momento, descubrí a Celina mirándome con inusitada seriedad por lo cual me detuve.
¿Qué pasa? Alcancé a preguntarle antes de que ella me empujara hacia la cama y se subiera sobre mi, abrazándome y besándome con sorprendente pasión. Y lo más sorprendente: Le respondí de la misma manera. Pero ella, en medio de todos nuestros fogosos, febriles movimientos se empeñó en hacerme jugar un rol exquisitamente pasivo.
Obligaba a mis manos sujetándolas, a permanecer quietas mientras lamía y chupaba mis tetillas, y jugaba con sus dedos en mi culo, haciéndome quejar de placer. Me hizo poner boca abajo, y mientras lubricaba mi agujero, descubrí que se había puesto un arnés con un formidable pene sintético que en los instantes subsiguientes dirigió hábilmente para penetrarme lentamente, mientras yo gritaba y me quejaba de dolor y placer. Gritaba cuanto me dolía pero simultáneamente le rogaba que no se detuviera. Y así continuamos hasta que su orgasmo la hizo caer sobre mi, distendida, gozosa y ocupada ahora en hacerme masturbar, mi falda levantada hasta la cintura, hasta que la primer gota de semen saltó, salpicando su cara y las que le siguieron, se hundieron en su boca golosa que tragó cuanto salió de mi verga, ahora ya debilitada, descansando.
Largo rato permanecimos así, hasta que de nuevo recuperado su dinamismo y energía tiró de mi mano para hacerme levantar, para continuar con los preparativos.
Me bautizó con una reformulación de mi apodo, Tato- Tatinée.
Ya de noche, ambas nos bañamos, y vestidas las dos con un par de simples aunque coquetas batas de satén, comimos, bebimos una copa celebrando nuestras placenteras actividades y comenzamos a vestirnos, yo en primer lugar porque sería la que llevaría más tiempo,
Deberás resplandecer mi adorada Tatinée, - decía Celina, y yo entonces la amaba.
Por fin, aprobó mi aspecto y yo dediqué largos minutos a contemplarme en el espejo, en tanto ella se vestía.
Lo que veía además de hacerme sentir feliz me quitaba el aliento. No veía huella alguna de Tato como lo conocía. Una rubia de enrulada peluca, parada sobre elevados zapatos plateados, apretadas sus piernas por finísimas medias, vistiendo una pollera roja de gasa con ruedo irregular, con picos, un top negro que dejaba el ombligo al aire en el que brillaban tres perlas, la suave curva de su busto ficticio hábilmente formado con rellenos, recibía en su parte superior un colgante de plata con una piedra negra.
Sus ojos fuertemente delineados, con un bellísimo color morado sobre los párpados sabiamente iluminados con un tono más claro en su parte superior. Sus cejas dibujadas como por un artista, y en verdad Celina lo era, en fin, toda esa mujer de labios rojos entreabiertos por cierto jadeo de excitación era Tatinée. Era yo.
Luego apareció Celina, bellísima, también vestida con gasa, aunque en su caso, con un muy sugestivo y breve vestido, que casi no dejaba nada por adivinar.
Aún la estaba admirando, cuando mi corazón dio un tremendo brinco, ante el llamado del timbre del portero eléctrico.
Celina bajó a abrir la puerta, mientras yo buscaba donde meterme.
Finalmente la hora llegó, cuando Celina apareció precediendo a un señor alto, de muy buen físico a pesar que no era ya joven, y tuve que admitirlo para mis adentros, bien parecido.
Se acercó y me saludó con un ligero beso en los labios, y luego con mucha familiaridad se sentó en el único sillón que teníamos, en el que se hizo a un costado, dejando lugar e invitándome a que me sentara a su lado.
Apenas lo hice, me sorprendió llevando su mano a mi entrepierna, palpando el bulto que no me había empeñado en disimular por consejo de Celina.
Retiró su mano satisfecho, diciendo que solamente había querido asegurarse, porque mi aspecto era demasiado femenino y muy real. Esto nos halagó, no sé si a Celina más que a mi.
Ella se acercó, le echó los brazos al cuello y se dedicó a besarlo en la boca, mientras el hombre, Beto solamente, para nosotras, trabajaba con sus manos en los pechos de Celina y buscaba luego su vagina. En ese momento, me di cuenta que ella había desprendido el pantalón de Beto y tomándome del brazo tironeaba para que me arrodillara entre sus piernas y gesticulando luego indicándome su verga, ya totalmente en erección.
Por primera vez tenía tan cerca de mi cara la pija de un hombre y me maravillé de la naturalidad con que la apreté entre mis manos, la besé y me puse a chuparla.
Un momento después, entre las dos desvestimos totalmente a Beto y las dos también nos arrodillamos entre sus piernas, afanándonos al mismo tiempo con su pija, en una mezcla enloquecedora de labios, saliva, glande, tronco, testículos, lenguas y besos.
Cuando acabó, la mayor parte de su semen quedó en la boca de Celina, que nada egoísta, tomándome la cabeza, apretó mi boca contra la suya y me hizo compartir el jugo del hombre.
Las dos nos miramos sonrientes y muy calientes, mientras cada una limpiaba con su lengua los bordes de la boca de la otra, persiguiendo hasta la última gota del néctar con que nos había obsequiado Beto. Que ahora, de nuevo en acción se había apoderado de mi, sentándome en sus piernas, haciendo sentir en mis nalgas su verga, nuevamente con su dureza intacta.
Celina, eficaz asistente, levantó mi pollera, bajó mi tanga, y ayudó a que el glande rojo a más no poder de Beto se ubicara en la puerta de mi culo. Luego empezó a guiar mis movimientos desde mi cintura, mientras mi macho totalmente fuera de si, comenzaba a penetrarme.
Durante varios minutos estuvimos así moviéndonos, gozando con las sensaciones que nos prodigábamos. Tenía mis tetillas ardientes tanto por los pellizcos de Beto como de los mordiscos de Celina.
El me sacó la pija, para mi pena, y nos guió a las dos hacia la cama. Lo hicimos acostar y en tanto Celina montaba sobre su boca, apretada su vulva sobre la boca de Beto, yo también monté, pero con el cuerpo tirado hacia atrás, para facilitar de nuevo la penetración.
Por momentos cambiábamos nuestras posiciones, y yo boca abajo, recibía una y otra vez los pujos de mi macho, y tan pronto metía la lengua en la vagina que se me ofrecía, como chupaba sus tetas cuando de su concha se ocupaba la lengua de Beto.
Luego ella trajo su arnés y volteándolo a Beto se lo clavó hasta el final, mientras me ofrecía su culo para que yo se lo besara y chupara.
Finalmente, en un instante entre chillidos casi histéricos nos peleamos por su verga, que terminó de nuevo metida dentro mío y mientras Celina se masturbaba frenéticamente con el consolador, por fin, todo el semen de Beto se derramó hasta lo más recóndito de mis tripas, haciéndome proferir un grito de triunfal placer.
Pero, ¿saben ustedes?. ¡Extrañas cosas de la mente! El escalofrío del mayor de los goces, lo experimenté cuando un par de horas después, ya compuestos y civilizadamente cordiales, recibí en mi mano el pago de nuestros servicios.