Todavía recuerdo nuestra primera vez juntas

Segunda parte de Todavía recuerdo la primera vez que la ví.

Esta es la continuación de "Todavía recuerdo la primera vez que la ví", por eso aconsejo que os leáis la primera parte para que os enteréis un poco más de todo.

En abril fue la Semana de las Artes (y todas sus consecuencias entre Lauri y yo, mencionadas anteriormente)

En mayo, en nuestro primer mes, la invité a una cena romántica en un restaurante del centro donde nos intercambiamos los regalos. Ella me regaló una pulserita plateada, muy fina, que ella llevaba siempre, y yo le di el vestido que le había encantado, una de las tantas veces en que paseábamos juntas, pero que no había podido comprarse por salírsele del presupuesto.

En junio pasé mi Selectividad, para fastidio de Laura, que casi ni me veía por estar yo enclaustrada en mi cuarto estudiando, y ella tener que ir a clase y empollar sus exámenes finales (por cierto, aclarar que soy un año mayor que ella, por eso ella no tenía Selectividad). Pero mereció la pena, porque el día en que terminé el último examen, cogí el coche y fui a buscarla al colegio para comer juntas y celebrar el fin de mis días en el colegio.

En Julio, mis padres, mi hermano y yo nos fuimos al sur de Francia, donde tengo familia (ma chère Marseille, jamais je t’oublierai), por lo que, durante dos semanas, no ví a Laura. Pero mi madre tuvo que ponerme horario para coger mi propio móvil porque el tiempo que no estaba al teléfono hablando con ella, estaba escribiéndole mensajitos y leyendo los suyos.

En Agosto fue la tragedia, me presentó a sus padres como su pareja (los míos ya lo sabían, todo gracias a mi querido hermanito pequeño, que algún día mataré, que corrió por toda la casa gritándolo, el día que nos pilló besándonos. En serio, algún día desaparecerá misteriosamente). Su madre se quedó lívida, su padre dijo algo de "por lo menos no se quedará embarazada", y su hermano mayor (que me saca tres o cuatro cabezas) se me plantó delante y, amenazándome con el dedo, me dijo que tuviese cuidado con lo que le hacía a su hermana. Luego Lauri me tranquilizó.

Y luego llegó septiembre, y Laura volvió al colegio, dejándome demasiado tiempo libre, por lo que escribí bastante, e incluso me atreví a presentar uno de mis trabajos en un concurso (que no gané, pero bueno).

Pero os preguntaréis, ¿y en todo ese tiempo, mantuvisteis relaciones sexuales?

La respuesta es no, aparte de algún que otro magreo. Pero no pasábamos de ahí, porque ella todavía no se sentía capaz. En cuanto parecía que íbamos a llegar a algo me susurraba un "espera" que, la verdad, me sacaba de quicio; sin embargo, la quería lo suficiente como para esperar a que dejase de tener miedo. Al fin y al cabo, era un gran paso.

Una de esas veces estábamos en mi cuarto, al que habíamos acudido tras sus clases, para que la ayudase con un trabajillo de historia que no sabía como estructurar. Vamos, que de repente nos encontramos en mi cama, yo sobre ella, besándonos lentamente, como queriendo disfrutar todo lo que podíamos la una de la otra.

Laura tenía una mano en mi nuca y otra en mi cadera, empujándome más hacia ella, haciendo que nuestros pechos se estrujaran entre sí. Estaba excitada, lo sé porque sus pezones se me clavaban en el pecho, y eso me excitaba a mí.

Mi mano, la que no utilizaba para apoyarme y no aplastarla, estaba en la base de su camiseta, acariciando una porción de piel que había quedado al descubierto y, poco a poco, inconscientemente, fui subiéndola hasta que, cuando rocé su sujetador, se separó ligeramente de mí y me dijo: "Espera".

La miré a los ojos y le pregunté que si pasaba algo.

  • Yo… no puedo.

Me tumbé a su lado, intentando calmar los latidos de mi entrepierna.

  • Lo siento –dijo, incorporándose y quedando sentada.

  • Tranquila, no pasa nada.

  • No, sí que pasa. Debes pensar que soy una calienta-braguetas.

  • No –respondí, incorporándome a mi vez y acariciándole el brazo –, pienso que es normal que te asuste. Es un gran paso.

Se quedó pensativa, cosa mala, por lo que me levanté y le dije que qué tal si terminábamos con lo de su trabajo y la llevaba a su casa a tiempo para la hora de la cena (sus padres ponían el grito en el cielo si la llevaba tarde, no como ahora). Sonrió y asintió, por lo que nos concentramos en las consecuencias de la IIª Guerra Mundial en España y el resto de Europa.

No volvimos a sacar el tema hasta unos días después, en que, mientras la acompañaba a buscar un libro que necesitaba, me preguntó en el coche:

  • ¿Cómo fue tu primera vez?

  • ¿Con una chica?

  • No, con un alienígena mutante.

La miré, sonriendo.

  • Bueno, fue…en los servicios del colegio.

Supe que se me había quedado mirando, alucinando.

  • La verdad, corrimos un gran riesgo. Nos llegan a oír o a descubrir y nos echan del colegio. Pero fue una urgencia y era el único sitio que encontramos. Fue más sexo que sentimientos, la verdad.

  • ¿Con quién…?

  • ¿Te acuerdas de la compañera de laboratorio de la que te hablé?

  • Sí, pero me dijiste que ella era hetero hasta la médula.

  • Ya, pero descubrí que su mejor amiga no.

  • Vaya

Aparqué el coche frente a la librería y entramos a la búsqueda del libro en cuestión. Y, entre estante y estante, me preguntó:

  • ¿Y tus otras veces?

Sonreí y la miré, toda seria que estaba, buscando el librito.

  • Creo que te voy a decepcionar con la respuesta, porque sé que te esperas otra.

Me devolvió la mirada, intrigada.

  • Esa vez, en los servicios, fue mi primera y última vez.

Y seguí buscando en los estantes, mientras ella se quedaba quieta, mirando un punto perdido en el suelo con los ojos abiertos como platos.

  • Te lo dije –comenté, tendiéndole el libro que acababa de encontrar.

Ella lo cogió y me siguió para pagar.

De vuelta al coche, me preguntó:

  • ¿Y cuando fue?

  • Mira, eso lo puedes saber si vas al tercer retrete de la derecha, comenzando por el de la ventana. Escrito en la puerta está: "Aquí lo hice por primera vez", seguido de la fecha.

  • ¿Y eso?

  • No sé, nos dio por ahí.

Sonrió.

  • Pues lo comprobaré mañana.

Y lo comprobó, ayudándome a recordar que fue el 20 de febrero de 2002 y que alguien había escrito debajo: "¿La primera vez que hiciste qué? ¿Pis?"

Dos semanas después, comencé con la universidad, teniendo que ir todos los días a tomar por culo a la derecha de lo lejos que estaba de mi casa la facultad de Periodismo.

Seguimos con los magreos, por intentar que no quede, pero no eran tan a menudo como antes. Además, comenzamos a discutir por chorradas, cosa que me preocupó porque yo seguía completamente enamorada de esa chica así que, buscando algunas respuestas, llamé a Ali. Me dijo que ella también estaba preocupada por nosotras, porque Laura había dejado de mentarme cada vez que podía (como solía hacer, al parecer), y que estaba más callada que de costumbre. Me preguntó que qué ocurría y, necesitando contárselo a alguien, se lo expliqué todo.

  • Te daría algún consejo, pero no me harías ni caso.

  • Ali, estoy desesperada, dame ese consejo antes de que vaya a buscarte y te mate.

  • Espera.

Me quedé en silencio, esperando. Hasta que me di cuenta de que ese era el consejo.

  • ¿Que espere? ¿Ese es tu consejo?

  • Bueno, es la primera vez que Laurita tiene pareja y, conociéndola, se estará comiendo el coco para que todo sea perfecto, ya sabes que es una perfeccionista.

  • Sí, lo sé.

  • Pues eso, estará de los nervios porque todo le supera. Tú, los estudios… Ya sabes como es esto, caña desde el primer día. Sólo espera a que ponga orden en su vida.

  • Está bien. Y tú cuida de mi niña por ahí. El resto, ¿todo bien?

  • Todo magnífico. Eso sí, te necesito para que me expliques unos problemillas de Química.

  • Pues habrá que quedar.

  • Pues sí.

Seguí su consejo y esperé a ver que pasaba, quedando con Laura sólo cuando ella me llamase y esperando a que ella diese el primer paso para todo. La verdad, no sé por qué pero, tenía miedo, tenía un mal presentimiento.

Y tenía razón.

  • Tengo que hablar contigo –me dijo un día.

Deje mis apuntes y la miré, en el marco de la puerta de mi habitación.

  • Hola –saludé.

  • Ya, hola. ¿Podemos hablar?

  • Sí, claro. Pasa. ¿Te ha abierto mi madre?

  • Sí.

Cerró la puerta tras ella y se quedó de pie.

Me puse nerviosa.

  • ¿Pasa algo?

  • Sí, pasa. Pasa que no puedo más, Sarah. Nos vemos menos que antes, cosa que me parece normal, sí; sin embargo, hemos comenzado a discutir, y eso no me parece normal. ¿Es porque no nos acostamos?

  • ¿Qué? ¿Pero tú estás tonta? No es por eso.

  • ¿Entonces? ¿Por qué es?

Abrí la boca para responder, pero no pude hacerlo. No tenía ni idea de por qué discutíamos.

  • Mira, lo siento, pero no aguanto más.

La miré, y creí saber lo que me quería decir. Y me dolió.

  • ¿Estás cortando conmigo?

  • No…Sí. Oye, lo siento. Pero no puedo acostarme contigo, y tú estarás mejor con otra chica.

  • ¡Pero no quiero a nadie más, Laura! ¡No me importa esperar!

  • Sí te importa.

  • El sexo no es tan importante, Laura. ¡Por favor, no me hagas esto!

  • Lo siento –dijo.

Y se fue.

Me caí en la silla, de la que me había levantado inconscientemente durante la discusión.

Mi madre entró, preguntando qué había pasado. Sólo pude ponerme a llorar.

Durante los siguientes días, dejé miles de llamadas perdidas a Laura y le envié el doble de mensajes; pero no me atreví a pasar por el colegio, temiendo verla y que me volviera a decir que no.

Cuando ya me di cuenta que era definitivo, me escondí en casa. Sólo salía para ir a la facultad, y, en casa, sólo estudiaba, comía y dormía (cuando podía, que no era siempre). Apagué el móvil, decidiendo no saber nada del mundo ya que mi mundo, Laura, no quería saber nada de mí.

Pasó noviembre y rápidamente estuvimos en navidades.

Ali me llamó para invitarme a una fiesta que montaba alguien en Nochebuena, me dijo que Laura no iba a ir, porque se iba con sus padres a Roma. Así que acepté.

  • Dios, estas horrible –me dijo, cuando llegué a la fiesta.

  • Sí, tú también estás muy guapa.

  • No, a ver. Te sienta muy bien ese conjunto; pero no te pega con esas ojeras.

  • Lo sabía, tenía que haber cogido la otra camisa –dije, intentando hacer un chiste fácil. Pero se quedó en eso, en un intento.

La fiesta era en un local que su primo y unos amigos habían alquilado. El ambiente era bueno y la música era estupenda. Ali me acompañó hasta la barra, en busca de algo para beber, y fue cuando la ví.

  • Ali, ¿no me dijiste que estaba en Roma con sus padres?

  • Ya, pero verás. Ella quería verte, y sabía que no ibas a venir a la fiesta si te decía que ella venía. Así que trazamos un plan y hablamos con tu madre para que nos confirmase que venías para acá.

  • ¿Un plan? –repetí, confusa – Mira, Ali, mejor me voy, ¿eh? Paso de todo esto.

Y salí de allí, dirigiéndome a donde había aparcado.

  • ¡Sarah! –me llamaron.

Reconocí la voz, pero no pude más que paralizarme. No me giré, ni respondí. No hice nada.

  • Sarah, hola –saludó Laura, poniéndose a mi nivel.

No me atreví a mirarla.

  • Hola –respondí, a punto de llorar.

Dios, seguía enamorada de ella, seguía deseando besar esos labios, seguía

  • Tenemos que hablar.

  • Ya lo hicimos –respondí –. Bueno, perdón, ya lo hiciste.

Conseguí volver a mover los pies, por lo que seguí andando, intentando llegar hasta el coche.

  • Sarah, lo siento, ¿vale? Pero estaba confusa y… tenía miedo.

Me giré, cabreada.

  • ¿Y decidiste romper conmigo? ¿Sin dejar que te ayudara o diese mi opinión al respecto? Si crees que esa es una buena excusa, estás equivocada. Ya me has destrozado la vida una vez. Déjame en paz.

Sé que la herí, y me jodió. Quise pararme y pedirle perdón, pero no pude.

  • Sigues enamorada de mí –dijo.

  • ¡Pues claro que lo sigo estando, Laura! ¿Y? ¿Acaso importa? No lo creo. Como tampoco importó que yo pudiese esperar. ¿Sabes? No me importaba una mierda acostarme contigo o no. Lo que yo quería era poder besarte, estar a tu lado, hablarte, pasear… yo que sé. Pero, ¿acaso eso te impidió cortar conmigo? No, Laura. Me he preguntado muchas veces si realmente sentías algo por

No me dejó terminar, se abalanzó sobre mí, besándome, y enseguida me olvidé de todo.

Dios, cuanto había echado de menos esos labios, ese olor, ese calor.

  • Te quiero –me susurró –. Perdóname, por favor. Vuelve conmigo. No sabes lo mucho que te he echado de menos, Sarah. Lo siento tanto. Por favor.

No podía estar sin ella, así que asentí. Y ella volvió a besarme.

Cuando volvimos a la fiesta, Ali nos estaba esperando con una sonrisa en la cara.

  • Sabía que lo arreglaríais –dijo.

No le hice ni caso y llevé a mi princesa a la pista de baile.

Estuvimos bailando, bebiendo (Laura, coca colas y yo, zumos, que luego tenía que conducir) y haciendo el tonto.

Me sentía bien, como antes e incluso mejor (vete tú a saber por qué). Aunque todavía me quedaba una sorpresilla más.

Fui al baño, a mojarme un poco la cara, que hacía un calor ahí dentro increíble. En los servicios sólo estábamos un grupillo de chicas y yo, hasta que el grupillo se fue.

Ví, a través del espejo, que Laura entraba también a los baños y sonreí. Ella se me abrazó por detrás y me dio un beso en el cuello.

  • Espero que se te vayan pronto esas ojeras –susurró –, no son nada sexys.

Sonreí y me giré.

  • Haberlo pensado antes de cortar conmigo.

  • Oye, no me lo restriegues, que yo también sufrí. No veas lo duro que fue no cogerte el teléfono o saber cómo estabas sólo a través de Ali y tu madre.

  • Espera, ¿hablaste con mi madre?

  • En cuanto supe que había sido un error y comencé a preguntarme cómo hacer para que me perdonaras y volviéramos a salir. La llamé para saber cómo estabas y si se le ocurría alguna forma de hacerlo sin que sospecharas de nada.

  • Voy a tener que hablar muy seriamente con ella –dije.

Laura sonrió y me besó, comenzando con un beso inocente que terminó en un beso caliente y salvaje con magreo incluido. Sí, a ellos también los había echado de menos.

Lo que no me esperé fue cuando me cogió de la camisa y me llevó al interior de uno de los servicios en el que, y tras cerrar la puerta, comenzó a desabotonarme el pantalón.

  • Espera –le dije, agarrándole de las manos –, ¿qué haces?

  • ¿No lo ves? –contestó, y ví una chispa en sus ojos que hasta ahora no había visto nunca y que me encantó – Quiero hacerte el amor.

Vale, creo que me sonrojé hasta más no poder. Quería hacerle el amor a ella también, pero no allí. No se merecía eso.

Así que la cogí de la mano y la arrastré fuera de los baños y de la fiesta.

  • ¿Adónde vamos? –preguntó.

  • A mi casa –respondí –, me niego a que tu primera vez sea en los servicios de una disco.

  • ¿Y tus padres?

Me paré. Era cierto, mis padres y mi hermano estaban en casa. ¿Entonces…?

  • Mi casa está vacía –contestó Laura, leyéndome el pensamiento –, mis padres están en Roma y mi hermano se queda esta noche con su novia.

La besé y, cogidas de la mano, llegamos a mi coche, con el que nos dirigimos a su casa. Allí fuimos directas a su habitación, donde me aplastó contra la puerta, besándome. Quitándonos la camisa mutuamente, entre risas, nos tumbamos en su cama. Allí me puse sobre ella, con sus manos en mis caderas y la mano que yo no utilizaba para apoyarme, acariciando su abdomen.

Fui subiéndola, despacio, temiendo que me parase en cualquier momento. Cosa que hizo en cuanto rocé su sujetador azul que le quedaba increíble.

  • Espera –susurró.

Y me separé de ella, mirándola.

  • ¿Qué? –murmuré.

Alargó el brazo y, de su mesita de noche, cogió el mando a distancia de su equipo de música, con el que puso en marcha el lector de CD’s. Una canción llenó la habitación de música, era una de estas romanticonas, de las que tanto le gustan a mi niña.

Luego, dejando de nuevo el mando, me sonrió y dijo:

  • Ya está.

Y volvimos al tema.

Le quité el sujetador, liberando sus senos y descubriendo dos hermosos pezones sonrosaditos, que comencé a chupar ansiosa pero juguetonamente.

Comenzó a gemir.

Mientras seguía con sus pechos, hice que mi mano se deslizase bajo la falda larga que llevaba puesta, acariciando su pierna, su muslo, el interior de su muslo, pero sin llegar a su entrepierna.

Se arqueó, suspirando de placer, y sonreí.

Sentí sus manos buscar el cierre de mi sujetador en mi espalda y me hizo gracia.

  • Es de cierre delantero –le susurré.

Y abrió los ojos, que había cerrado en algún momento y me miró, bajando la mirada a mi pecho.

  • No me había dado cuenta –se rió, al tiempo que lo desabrochaba.

Tras tirar lejos aquel trozo de tela tan poco útil en aquel instante, paseó la yema de sus dedos por mis pechos, encendiéndome aún más de lo que ya estaba.

Perdí fuerza en los brazos, del placer que me estaba dando un simple masaje en los pechos. Pero es que era increíble.

  • Si sigues así no creo que aguante más –le dije al oído, antes de hundir mi cara en el hueco de su cuello.

No me hizo ni caso, si no que me obligó a tumbarme, poniéndose ella sobre mí.

Se quitó la falda y me ayudó a quitarme el pantalón (fue ahí cuando di gracias por haberme acordado de depilarme la noche anterior). Así que nos quedamos en bragas. Ella con un tanguita a juego con su sujetador y yo con una braguita negra, ambas tumbadas en la cama, ella sobre mí, besándonos, acariciándonos todo el cuerpo.

  • Te vas a reír, pero no sé que hacer –me confesó.

Me reí.

  • Por eso tengo que estar yo encima –contesté –, al menos hoy.

Y la ayudé a tumbarse, volviendo a ponerme yo encima, con una pierna metida entre las suyas, rozando su entrepierna.

La besaba en el cuello mientras le acariciaba la frontera entre tanga y abdomen, poniéndola nerviosa, excitándola todavía más. Quería que su primera vez fuese increíble, pese a mi poca experiencia.

Poco a poco, paseé la yema de mi dedo corazón por todo su tanga, llegando por fin a su entrepierna.

Se sobresaltó, pero no dijo nada, por lo que continué, decidiendo que ya era hora de verla en todo su esplendor. Así que mis besos en su cuello fueron bajando por su pecho (donde se entretuvieron un poco) y su abdomen. Paré y dediqué unos segundos a quitarle la prenda íntima y a mirarla desde esa perspectiva.

  • Eres preciosa –me oí decir.

Se incorporó ligeramente, sonrojada.

  • Temía no parecértelo.

  • Es que no me lo pareces, lo eres.

Y le besé el interior del muslo izquierdo. Luego el derecho, y otra vez el izquierdo y, por fin, sus labios (y no los de la cara, precisamente). Los abrí, buscando algo en concreto que, en cuanto lo encontré, besé también.

Gimió, arqueándose todo lo que podía.

La llevé al final de la cama, abrazando sus caderas por debajo, hundiéndome en su entrepierna, lamiendo y chupando su clítoris, penetrándola con la lengua. Tenía miedo de lastimarla si la penetraba con los dedos, así que decidí dejarlo para la próxima vez y concentrarme en ese botoncito sonrosado que parecía estar a punto de explotar, como su dueña quien, entre lamida y lamida, había comenzado a respirar agitadamente, al borde del orgasmo. Aumenté el ritmo, llevando mis manos a sus pechos, a sus pezones.

Y estalló en grititos y convulsiones.

Seguí chupando, hasta que paró, tragándome sus fluidos.

Cuando estuvo más tranquila, subí y la besé.

  • ¿Qué tal? –pregunté, quitándole el pelo que tenía pegado a la frente.

No me respondió, al menos no con palabras. Me besó, tirándome a un lado de su cama, quitándome mis bragas, acariciándome la entrepierna hasta que descubrió mi clítoris, que me obligó a arquearme, llevando mis pechos a la altura de su cara. Cosa que aprovechó para chupar y morder mis pezones, volviéndome loca.

Me agarré a las sábanas de su cama, excitadísima.

Llevaba demasiado tiempo deseando todo esto como para que mi cuerpo se tomase su tiempo. Quería un orgasmo de los buenos, ya.

Y Laura parecía saberlo, porque aumentó el ritmo de sus caricias, mirándome.

  • Vamos –decía –, quiero verte.

Sentí la llegada de la explosión de placer en la que me hundí, dejándome llevar.

Fue increíblemente fabuloso.

Recuerdo que me besó dulcemente, y yo le respondí, llevando mis manos a sus caderas, acercándola a mí; pero no recuerdo más.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, tardé un rato en recordar donde estaba, y por qué.

La busqué a mi lado, pero no estaba allí; sin embargo, descubrí que me había metido bajo el edredón sobre el cual anoche habíamos tenido el mejor sexo de nuestras vidas (vale que fuese su primera vez y que yo no tuviese mucho para comparar, pero, en ese momento, me lo pareció).

La puerta se abrió, dando paso a una Laura radiante con dos tazas de café y una camisa que le venía grande.

  • Buenos días –saludó, al verme despierta.

Sonreí. Sí, no eran imaginaciones mías, estaba distinta, más guapa.

Le dejé un hueco para que se sentase, y no dejé de mirarla, incluso cuando me pasó una de las tazas.

  • ¿Qué ocurre? –preguntó.

  • Nada, que estás preciosa. Me hubiese gustado verte despertar.

  • Estabas muerta de cansancio. Ayer te quedaste frita enseguida.

  • ¿Te molestó?- pregunté, preocupada.

  • No, tranquila. Lo necesitabas. Además, gracias a eso ya no tienes ojeras.

Bebí un trago de café, descubriendo que era mi mezcla favorita de café, leche y dos cucharadas de cacao en polvo.

  • ¿Estuve… bien? –preguntó.

Levanté la mirada de mi taza.

  • Estuviste genial.

  • ¿Seguro?

  • Bueno, no me he ido de aquí corriendo, ¿no?

Rió.

  • Estuvo fantástico, Laura. No tienes que comerte el coco.

  • Ya, pero…sabes como soy.

  • Sí, una perfeccionista de narices.

  • Exacto. Y quiero hacerlo genial, que te lo pases como me lo pasé yo ayer

  • Y lo hice –la corté –, además, yo tampoco es que sea una experta en esto, ¿recuerdas?

  • Ya, pero

Le quité la taza y dejé las dos en su mesita de noche. Luego me tiré encima de ella y la besé.

  • Sólo hay una manera de que nos salga perfecto –le dije –, y es practicar.

Sonrió.

  • Vale –contestó –, pero esta vez me toca empezar a mí.

Desgraciadamente, esa mañana no hicimos mucho más, puesto que su hermano llegó a los cinco minutos, para saber si Laura estaba bien. También me llamaron mis padres, para saber dónde había pasado la noche.

En fin, bronca de mis padres y un hermano cabreado me obligaron a salir de allí y volver a mi casa, con la promesa de Laura de volver a vernos por la tarde para ir al cine.

Y esto es todo.

Laura sigue empeñada en mejorar en la cama y ha empezado a mencionar los juguetitos sexuales. Estoy por regalarle alguno por navidad, aparte de un disco que quiere.

Su hermano no me mató, gracias a dios, y un día que fui a buscar a Lauri a su casa y llegué antes de tiempo, mientras esperaba, comencé a hablar con él y le caí en gracia.

En fin, esto es todo, espero os haya gustado.

¡Besos!