Todavía recuerdo la primera vez que la ví

Todavía recuerdo la primera vez que la vi.Han pasado ya dos años de ello, pero lo sigo recordando como si fuera ayer.

Han pasado ya dos años de ello, pero lo sigo recordando como si fuera ayer.

Yo… estábamos en el colegio, en el teatro de la escuela. Era la semana de las Artes, una semana en la que los distintos grupos de teatro del colegio, uno enorme (éramos alrededor de cien alumnos por curso), presentábamos las obras que, durante un año, habíamos estado preparando.

Faltaban unos treinta minutos para que estrenáramos la nuestra. Intentando calmar mis nervios, salí fuera buscando aire, aún con el peligro de que alguien me viese disfrazada de hombre (nota aclaratoria: sí, en la obra hacía de hombre, pero era por el hecho de que muy pocos chicos se atrevían a hacer teatro, por lo que muchas chicas debíamos "travestirnos" para que todos los papeles estuviesen ocupados. Fin de la nota aclaratoria). Alicia, una compañera de teatro con la que había trabado amistad durante los ensayos, me llamó al verme. Estaba con una amiga suya, una chica que sonreía tímidamente.

  • Ven, que te presento –dijo Ali, riéndose de algún chiste que me había perdido –. Laura, esta es Sarah (que, por cierto es mi nombre). Sarah, ella es Laura.

A la chica se le abrieron los ojos de par en par al escuchar mi nombre.

  • ¿Sarah? –preguntó.

Y sin venir a cuento, Alicia comenzó a reír a carcajada limpia ante mi mirada de "¿Qué demonios está pasando?" que Ali debió de descifrar porque me respondió:

  • Es que aquí, la amiga, al verte, me ha preguntado que quién era ese chico tan guapo.

Laura le dio un codazo a Ali, mientras yo me reía.

  • Bueno, ahora sé que voy metida en el papel –la defendí.

Ella sonrió.

  • ¿Y te vas a quedar a vernos? –pregunté.

  • No, no puedo. Tengo cosas que hacer. Además, mañana estreno yo mi obra a las nueve de la mañana y quiero estar aquí pronto.

  • Yo la estoy amenazando con que, si no viene a vernos, yo no iré a verla a ella.

  • Anda, ven a verla –dije yo –. Seguro que te gusta. Y, si no, te ríes un rato de nosotras. Sobre todo de mí, fíjate en las pintas que llevo… ¿De verdad te parezco un chico guapo?

Laura enrojeció y Ali reía.

  • Venga, ven –dijo esta, golpeando amistosamente al hombro de la pobre chica.

Laura dudó y, por fin, dijo:

  • Está bien, me quedo a veros.

Debo confesar que algo, dentro de mí, se alegró de esta respuesta pese a que la conocía desde hace demasiado poco. Sin embargo, la alegría duró poco. La directora de la obra salió para decirle a Ali que debía entrar a cambiarse ya y gritarme a mí que qué demonios hacía vestida ya fuera, que entrase inmediatamente. Tras dos besos rápidos en las mejillas, que hicieron que mi pulso se disparase, entré corriendo en el teatro, dispuesta a hacer reír y llorar a los presentes.

La obra, un "Romeo y Julieta" modernizado en el que Ali hacía de la niñera de Julieta y yo de Mercucho, tuvo bastante éxito entre los asistentes. Claro que a mí sólo me interesaba esa chica sentada en primera fila que reía cada vez que me metía con el pobre Romeo (uno de los pocos chicos que aceptaban actuar), y que lloró cuando me mataron.

Cuando terminamos y salimos a saludar, el teatro entero prorrumpió en vítores, que agradecimos bastante, y, en cuanto pudimos, bajamos del escenario para hablar con los amigos y familiares que abajo nos esperaban con abrazos y besos y tal y cual. Fui directa a mi grupo de amigos que allí se encontraba para recibir, además de lo dicho antes, palmadas en la espalda y burlas por mi atuendo. Desde los "¡Ey! ¡Saroh!", hasta los "No sabíamos que eras un actor de pelo en pecho.". En fin, son amigos, se les permite de todo mientras te feliciten por lo bien que has actuado…jeje.

El caso es que notaba que me observaban y, al girarme para ver quién era, vi a mi profe de mates (pensabais que era otra persona, ¿eh? Pues no…) que me guiñó el ojo mientras levantaba el pulgar hacia arriba. Al volver la vista a mi grupo de amigos, en el trayecto entre profe de mates y amigos, encontré a Ali que hablaba con sus amigas, entre ellas Laura que me miraba fijamente (ahora sí). Al ver que yo también la observaba, bajó rápidamente la mirada y enrojeció, provocando que sus compañeras le preguntasen qué le pasaba. Una de ellas hasta miró en mi dirección, buscando el motivo del enrojecimiento repentino de su amiga, pero yo dejé de mirarla para que no me descubrieran.

Cuando me aburrí de que se metieran conmigo, desaparecí en los vestuarios, dispuesta a volver a ser una chica. Al salir, mis queridos amigos habían desaparecido (sí, son así de majos), por lo que les llamé. Se habían ido a un pub a "celebrar" el éxito de la obra (es decir, a beber porque sí), por lo que salí del teatro, dispuesta a ir al pub, beberme una cerveza y pirarme a dormir. La verdad, nunca pensé que se me truncaran tanto los planes. Y es que, a la salida, esperando, estaba Laura.

  • ¿Esperas a Ali? –pregunté.

Ella dio un respingo.

  • Vaya, me has asustado.

  • Lo siento.

Sonrió.

  • No, no esperaba a Ali. Ella… ella y las demás se han ido a un karaoke que hay por aquí cerca.

  • ¿Y te han dejado tirada?

  • ¿Qué? ¡No! No…yo…te estaba esperando.

  • ¿Y eso?

  • Bueno… quería…quería felicitarte por tu actuación. Has estado genial.

  • Gracias. Empiezo a creérmelo, me lo han repetido tanto esta noche

  • Pues es cierto, actúas genial. ¿Te vas a dedicar a ello?

  • No creo, no. Me llama más el mundo de la pluma. Me gustaría ser escritora, aunque lo de guionista me está llamando la atención últimamente.

  • Vaya, jo. Ya sabes lo que quieres hacer. Yo todavía dudo.

  • Pero algo te llamará la atención, ¿no?

  • La verdad es que sí, y no me importaría estudiar

  • Espera –corté.

Laura me miró extrañada.

  • Falta el redoble de tambores –espeté.

Se rió.

  • Por supuesto –respondió.

Así que empecé a imitar el redoble de un tambor, más mal que bien, todo sea dicho. Ella esperó a que yo terminase y dijo:

  • Derecho.

  • Mira, ya sé quién me ayudará a salir de la cárcel.

  • Pero sólo si tú me escribes un libro. O un guión.

La observé, como evaluando si debía aceptar el trato o no.

  • Hecho –dije.

Y nos dimos la mano.

  • Y, ahora, ¿Haces algo?

  • Irme a casa a dormir para estar lista para la representación de mañana.

  • Cierto, estrenáis mañana.

  • ¿Y tú?

  • Irme a dormir, es que mañana tengo que ir a ver a alguien al teatro.

  • ¿Algún amigo de toda la vida?

  • No, en realidad me la han presentado hoy, es que es una chica, ¿sabes?

  • Ya, ¿y es simpática?

  • Eso parece, pero también es guapa. Lo que es un inconveniente. Esperemos que no sea del tópico de guapa y tonta.

  • Esperemos, esperemos –rió Laura.

Me perdí momentáneamente en sus ojos; santo cielo, eran preciosos, brillantes e inocentemente verdes oscuros.

Dijo algo.

  • ¿Perdona? Es que me he perdido en mis pensamientos.

  • No, que me tengo que ir ya.

  • ¡Ah! Vale, vale. No te hago perder más tiempo.

  • No, tranquila.

  • ¿Te puedo acercar a algún lado? Mi padre está de viaje y tengo el coche para mí, así que

  • No hace falta, Sarah. He avisado a mis padres y deberían estar ya esperándome.

  • Pues nada, no molesto más.

  • No, tú no molestas.

Sonreí ante el comentario.

  • Es decir, que…que es un placer hablar contigo –se sonrojó –, además de ser muy divertido. En fin, ya sabes.

  • Sí, tranqui.

  • Bueno, pues, adiós

  • Ciao.

La observé alejarse en dirección a la puerta, esperando que lo que creía que podía ser, fuera.

Por la noche soñé algo muy raro, más raro que lo que sueño normalmente. Era una mezcla entre Romeo y Julieta y Noche de Reyes y en el que aparecíamos Ali, Laura, unos cuantos amigos más y yo; no sé, algo mazo de raro. Muy en mi línea

El caso es que me despertó mi despertador, me levanté, desayuné una tazica de café, me tropecé con la gata y me preparé para ir a ver la obra, cuyo tema y autor me eran desconocidos.

Llegué antes de tiempo y me encontré a parte de mi grupo de teatro, con los que me enteré de que no había forma posible de entrar a ayudar a ultimar los detalles tontos antes del estreno (los típicos detalles: maquillaje, retoques al escenario, problemillas con el sonido…), por lo que no pude entrar a saludar a Laura y darle ánimos.

Ali me preguntó que adónde me había ido anoche, ya que mi grupo de amigos, el suyo y seis personas más de la compañía se habían terminado encontrando en la calle y habían ido a tomarse la última por ahí. Le conté que, al salir, me había encontrado a Laura y que, después, me había ido a dormir.

  • ¿Después? ¿De qué?

  • ¿Cómo que "de qué"? De hablar con ella un rato. Luego cada una se fue por su lado.

  • Tsss, ¿sólo hablar? Qué desilusión, y yo que había oído que las lesbianas pervierten a todas las chicas que pasan por su lado.

  • ¿Qué habías oído qué? Pero, ¿tú con quién hablas?

  • Eso no importa, lo que importa es que os quedasteis hablando solas ayer por la noche. ¡Ey! ¡Tía! ¡Haberme dicho que te atraía! Te hubiese ayudado de alguna manera

  • ¿Se puede saber cómo, de lo que te he dicho, sacas que me atraiga tu amiga?

  • Ah, pero… ¿te atrae o no?

  • Sí. No. ¡Esa no es la cuestión, maldita sea!

Ali me miró con una sonrisa de oreja a oreja, señalándome con un dedo.

  • Dios, te atrae, ¿eh?

  • ¡Te quieres callar!

  • Vale, me callo… Pero te atrae, ¿verdad?

Comenzó a juguetear con su dedo en mi mejilla, haciéndome cosquillas.

  • Para… Eh, para… ¿Te importaría…? ¡Vale, sí! ¡Me atrae más que la puerta de la nevera a un imán! ¿De acuerdo? ¿Estás contenta?

Ali no contestó, sólo sonrió. Y me hizo sentir como una niña pequeña a la que obligan a hacer algo que no quiere.

  • Vete a la mierda –susurré, al tiempo que nos indicaban que entrásemos al teatro para sentarnos.

Fue al coger un programa cuando me enteré de la obra que iba a ver, Mariana Pineda. Rápidamente busqué su nombre entre el reparto y, al percatarme de que había dos Lauras, pregunté a mi compañera de reparto cual era el apellido de la actriz que había conocido la noche anterior.

  • ¿Que cómo se apellida Laura? Fernández Duro, ¿por?

No contesté y miré mi programa.

  • Sí, aquí está. Hace de… ¿novicia?

Ali se rió de mi cara.

  • No me digas que no te va el rollo religioso. Tsss, con lo marchosas que son las monjas.

  • Pero, ¿te quieres callar?

  • ¡Eh! ¿Os queréis callar? –nos gritaron desde detrás – ¡Aquí hay gente que intenta concentrarse!

Me giré, dispuesta a hacer rodar cabezas, encontrándome con una pareja que parecía estar "reconociéndose" el terreno mutuamente, allí, en la última fila, lejos de los profesores.

  • ¡Iros a la mierda! –grité – ¡Y esperad a que se apaguen las luces, imbéciles! –añadí, girándome de nuevo y murmurando – Serán gilipollas.

Y las luces se apagaron, haciendo que toda una sala llena de adolescentes sin cerebro comenzase a bramar y gritar tanto que la música que pusieron al principio casi ni se oía. Cuando ya se callaron, por fin, subieron el telón, dando paso al comienzo de esa obra sobre una mujer que cose una bandera republicana para su novio y la pillan y, bueno, se monta un pifostio de la leche. Tanto que termina en un convento donde, por fin, aparecen varias monjas y novicias, una de ellas Laurita. (Atención: debo decir que, tal vez, la historia no sea así. Yo estaba más pendiente de saber cuando demonios aparecía la chica a la que había ido a ver.)

Iba vestida de blanco impoluto, como una novicia, vaya. Santo cielo, nunca mejor dicho, estaba increíble, estaba divina. Tuve la sensación, por un momento, de que habían dirigido todos los focos hacia ella. Luego miré y vi que no era así, pero, en el momento, me lo pareció.

Luego no me enteré de nada más, salvo de que Ali me dijo que cerrase la boca, que tenía una cara de gilipollas de narices y yo la mandé callar.

Cuando terminaron, Ali me dijo que felicitase a Laura de su parte, que ella tenía que irse corriendo porque tenía un examen de Geografía que suspender y no quedaba bien llegar tarde.

  • Ya que voy a suspender, me lo curro un poco –dijo, antes de salir corriendo.

Y, tras despedirme de su espalda, puesto que ya había salido corriendo, me giré a ver si encontraba a la novicia que me había dejado sin aliento entre el mogollón de gente. Advirtiéndola ocupada recibiendo felicitaciones, abrazos y besos de una pequeña multitud de amigos y profesores varios, decidí esperarla fuera, tal y como ella había hecho el día anterior. Allí fuera miré los horarios de las obras, buscando las dos otras representaciones de su obra (cada grupo actuaba tres veces, una por la mañana, otra por la tarde y la última por la noche.), y descubriendo que el viernes, último día de la Semana de las Artes, mi grupo actuaba justo antes que la suya, por lo que ambos grupos estarían en bastidores. Unos pendientes de la obra que estaba teniendo lugar en el escenario y, los otros, preparándose para actuar, esto es, maquillándose, vistiéndose y demás

  • ¿Esperas a alguien? –me preguntaron de repente.

Pegué un bote, y me giré, viendo a Laura, con la cara todavía ligeramente maquillada, riéndose. Una aparición, vamos.

  • Perdona, pero te la debía de ayer – se disculpó.

  • Ya, sí. Tranquila, estaba concentrada en los horarios y no me esperaba que me hablasen así, de repente.

Se instaló un silencio entre las dos. Se me había ido el santo al cielo y tenerla frente a mí hizo que no me acordase de cómo se hablaba.

  • No me has contestado –dijo, rompiendo el silencio – ¿esperas a alguien?

  • Yo, sí. Te estaba esperando. Verás, Ali se ha tenido que ir corriendo a un examen y me ha mandado que te diera felicitaciones de su parte.

  • Vaya, ¿sólo eso?

Fruncí el ceño.

  • ¿Qué? ¡No! No, ta… también quería felicitarte yo –conseguí articular, tendiéndole la mano –. Enhorabuena, novicia Laura.

Me cogió de la mano y, con una pequeña reverencia, me contestó:

  • Es usted todo un caballero, señor Mercucho, pero tengo la sensación de que lo dice por decir.

  • O no, por dios, no –contesté con la voz que ponía yo en mi obra, siguiéndole el juego – En serio se lo digo. Su actuación, sus maneras, su todo ha hecho que me propusiese entrar en un convento.

  • Pero, señor Mercucho, usted es un hombre, no podría.

  • Mi querida e inocente novicia –contesté, riéndome –, podría entrar pese a ser un hombre. Sin embargo, buscaría el perdón de mi alma en otro tipo de… actividades.

Aquí guiñé un ojo.

  • ¡Oh, santo cielo! Señor Mercucho, debe saber que así condenaría su alma para toda la eternidad.

  • No si no me descubren.

  • Pero el Señor lo ve todo y

  • y también lo perdona todo –corté, besándole la mano –, ¿o no?

Ni nos habíamos enterado de que los dos profesores a cargo de nuestros respectivos grupos de teatro se nos habían quedado mirando cuando salían de la sala, por lo que dimos un respingo al oír sus aplausos. Creo recordar que las dos enrojecimos, pero no es seguro, sólo sé que hicimos una pequeña reverencia antes de recibir los halagos de ambos profesores, que comenzaron a discutir sobre la idea de hacer una especie de especial de teatro, cogiendo a actores de todos los grupos y hacer lo que nosotras acabábamos de hacer, una pequeña escena divertida e improvisada (aunque no le vi la gracia a nuestra pequeña improvisación, pero bueno.)

Cuando se fueron, dejándonos de nuevo solas, la miré y le dije si quería ir a tomar algo a la cafetería, mientras esperaba a que Ali saliera del examen y eso

  • Yo… no puedo. Tengo que ir a hacer unas fotocopias, devolver unos libros y

  • ¿Para cuando lo necesitas? –corté.

  • Para… para mañana.

  • Entonces no hay problema.

Se me quedó mirando como si se hubiese perdido algo.

  • "Los participantes y voluntarios de la Semana de las Artes tienen permiso para demorarse en entregar los trabajos hasta la próxima semana." –recité, sacando las palabras del discurso del director del colegio –, ¿no asististe al discurso de inicio del festival?

  • La verdad es que no, estaba en un examen de inglés.

  • Bueno, pues ya lo sabes, ¿te apetece tomar algo, entonces?

Laura dudó.

  • Venga, una coca cola.

  • Yo… es que

  • ¿Una bolsa de patatas fritas?

  • Verás

  • Va, un vaso de agua.

Laura sonrió.

  • Está bien.

Sonreí, lo había conseguido.

  • De acuerdo, dos vasos de agua.

Fuimos entonces a la cafetería, sentándonos en la barra, y cuando pedí dos vasos de agua, Laura se animó y pidió una coca cola.

Hablamos de muchas cosas, la mayoría tonterías, pero me hizo mucha gracia cuando me preguntó si me gustaba algún chico.

  • No –dije, bebiendo un sorbo de agua.

  • ¿Y eso? ¿No te parece ninguno guapo? Alguno te tiene que atraer, digo yo.

  • Es que les encuentro a todos un pequeño gran defecto.

  • ¿Cuál? –preguntó, antes de beber ella otro sorbo de su coca cola.

  • Que tienen pene –solté, todo lo seria que pude.

El sorbo de Laura se convirtió en un a-ver-si-puedo-terminarme-la-coca-cola-sin-respirar.

Y, aun así, tardó en decir algo.

  • O sea

  • O sea que me gustan las mujeres –terminé.

  • ¿Interrumpo? –preguntó Ali, sentándose a nuestro lado.

  • No, tranquila, estábamos hablando de chicos –respondí.

  • Ya. Vamos, que ya te ha dicho que es lesbiana –aclaró Ali, dirigiéndose a la pobre Laura que ya no sabía como mirarme.

  • No –contestó ella –, me ha dicho que le gustan las mujeres.

El agua que me estaba bebiendo me salió hasta por las orejas de la risa que me entró a medio sorbo, haciendo que Ali tuviera que palmearme la espalda al tiempo que se carcajeaba por las palabras de su amiga.

Nos pasamos la tarde las tres juntas, charlando, yendo a ver otras obras y exposiciones, vamos lo que se podía hacer en el colegio esa semana que no fuese ir a clase. Luego yo me fui pronto a casa para prepararme para ir a casa de un compañero con el que tenía que hacer un estúpido trabajo de Química para dentro de tres semanas y que debíamos empezar ya si lo queríamos entregar a tiempo.

En eso estaba cuando mi móvil sonó.

  • ¿Dígamelo? –pregunté.

  • Soy Ali –susurró una voz femenina.

  • ¿Ali? –susurré yo a mi vez – ¿Qué ocurre?

  • Laura se ha ido al baño.

  • ¿Y por eso hablamos en voz baja?

  • Sí, es que te quería decir una cosa de la que me acabo de enterar.

  • Ya, ¿y es?

  • A Laura creo que le gustas.

Me quedé helada; de hecho, miré a mi espalda por si estaba el enano de mi hermano pequeño poniéndome un polo en la espalda, que ya me lo hizo una vez. Y no tiene ni puta gracia.

  • ¿Perdón?

  • Sí, estábamos hablando de lo que había pensado cuando le dijiste que eras lesbi y me comentó que no se lo esperaba, que eras demasiado guapa para parecerlo.

Me pregunté como demonios se imaginaba Laura a las lesbianas.

  • ¿Y por que dice que soy guapa crees que le gusto?

  • Es la manera en que lo dijo y… sí, mamá llegaré tarde.

  • Ali, ¿tú estás tonta?

  • No, mamá.

  • ¿Laura ha llegado de los baños?

  • Sí, mamá.

  • Ya, vale. Pues no me llegues tarde, que hay croquetas para cenar –comenté, antes de colgar.

Así que Laura pensaba que yo era guapa. Bueno, eso no significaba nada, ¿no? Muchas mujeres heterosexuales opinaban a cada segundo sobre la belleza de otras mujeres. Si no, no existirían las revistas de moda y cotilleo, ¿verdad?

No, Laura no podía sentir nada por mí que no fuese simple amistad. Ali se estaba imaginando cosas, seguro. Y, sin embargo, me hubiese gustado que fuese cierto. Hubiese sido genial.

Miré la hora, juré en voz alta y salí corriendo a casa de mi compañero.

No sé como me lo monté durante los siguientes días; pero Laura y yo no coincidimos hasta el viernes por la tarde, salvo por el día de su segunda representación en la que me senté en la última fila, arrinconada para que no me pudiese ver.

La tarde-noche del viernes, cuando la ví, yo estaba de los nervios porque comenzábamos a actuar. Ella entró a los vestuarios, acompañada con algunas de sus compañeras, buscando las bolsas con sus trajes. Me saludó y me deseó mucha mierda.

Sé que conseguí sonreír.

La verdad es que verla me había puesto aún más nerviosa. Había pasado esos días comiéndome el coco acerca de si era verdad lo que Ali me había dicho acerca de los sentimientos de Laura hacia mí, o no; y no sabía como actuar ante ella. Tenía miedo.

Evité los vestuarios desde aquel momento y hasta el fin de mi muerte (de mi muerte sobre el escenario, no en la vida real, se entiende), por culpa de mis constantes apariciones, claro. Sin embargo, cuando terminé tuve que ir al baño, a consecuencia de la botella y media de agua que me había bebido antes (cuando estoy nerviosa, bebo agua, soy así). Y fue en los baños donde me la encontré, con algunas compañeras más de su grupo.

Los de su grupo de teatro los estaban utilizando como vestuarios, porque los de mi grupo mordían si bajabas a los del teatro (son así de majos cuando están representando, normalmente son más simpáticos, lo juro).

  • Yo… hola –dije, antes de entrar en uno de los servicios.

Dentro, suspiré.

Estaba nerviosa, y no sabía por qué. Sí, era cierto que me atraía. Cómo no iba a hacerlo si estaba buenísima y era más dulce que Papá Noel con sobredosis de azúcar, en serio.

La verdad, era la primera vez que me ponía tan nerviosa por alguien, ni cuando me di cuenta que me gustaba mi compañera de laboratorio y me sentaba a su lado estaba tan nerviosa.

Cuando terminé con lo que había ido a hacer allí y tiré de la cadena, salí y me la volví a encontrar, sola esta vez. Me estaba esperando.

  • Te estaba esperando –me dijo.

¿No lo he dicho?

  • ¿Y eso? –pregunté, lavándome las manos.

No la miré, no al menos directamente a los ojos; pero sí a través del espejo, y a ráfagas de segundos.

  • Yo… quería hablar contigo.

Sin venir a cuento, mi corazón se puso a cien, a mil, no sé. A más no poder.

  • ¿Sobre?

Estaba nerviosa, apretaba tanto los puños que tenía los nudillos blancos. Y eso me molestó.

  • Sobre

Se calló, no pudo seguir y yo debía irme de nuevo al teatro, para el saludo final y eso.

Terminé de lavarme las manos y me las sequé, y ella seguía allí parada, sin decir nada de nada. Por lo que salí.

Pero volví a entrar, la besé y salí, preguntándome por qué demonios acababa de hacer lo que acababa de hacer.

En el teatro, me senté en un rincón, esperé hasta que fue la hora de salir a saludar, saludé, volví a los vestuarios, me cambié y desaparecí de allí, yendo a casa en mi coche. Allí me tiré sobre mi cama y recordé el beso.

Había durado cuanto, ¿dos segundos? ¿tres? Ni idea y, sin embargo, podía recordar a la perfección el tacto suave y cálido de sus labios, su olor

Mi móvil sonó.

  • ¡¿Has besado a Laura?! –me gritó mi pequeño teléfono portátil con la voz de Ali.

  • Sí, yo muy bien, ¿y tú, qué tal?

  • Sarah, ¿besaste a Laura?

  • Digo yo que, si ella te lo ha dicho, será que es verdad, ¿no? ¿O tu amiga suele mentirte?

  • Dios santo, ¿por qué la besaste?

  • Paso de responderte a esa pregunta.

  • Te atrae, ¿eh?

Salí de mi cuarto, en busca de algo que comer.

  • Espera, ¿te gusta?

Descubrí que mi madre se había ido a no-se-donde y que habían dejado a mi hermano con mis primos.

  • Santo cielo, ¡estás enamorada de ella! ¿Verdad?

Como siguiese sin responder y ella continuase gritando, me iba a dejar sorda.

  • Puede –contesté.

  • ¡Increíble! Lo estás hasta las trancas, ¿eh?

  • Cállate, ¿quieres?

  • Oye, va a empezar la última función de Laurilla. Tengo que dejarte

  • Tranquila, no lloraré. Aunque eres muy cruel cortando conmigo por teléfono.

  • Idiota.

Y colgó.

O sea que Laura se lo había dicho a Ali.

Vale, una de dos. O Laura necesitaba contárselo a alguien o… necesitaba contárselo a alguien (sí, lo sé, es lo mismo)

Pero, ¿necesitaba contárselo a alguien? ¿Por qué?

Si seguía así, me iba a comer el coco demasiado y, como todos saben, pensar mucho es malo, por lo que me puse una peli mala, de estas chorradas americanas que suelen hacer mucho por Hollywood. Por lo que en una hora y media no pensé demasiado, por no decir que no lo hice en absoluto.

Tras esto, y después de ver que no había nada que cenar excepto unos cereales, una lata de atún y tres huevos (mis padres solían hacer poco la compra), decidí pedir una pizza que, según me dijeron, tardaría media hora, cuarenta y cinco minutos en llegar.

Por lo que me puse otra peli chorra.

Y, más o menos por la mitad de la peli, llamaron a la puerta, lo que me obligó a saltar del sofá y dirigirme a la puerta, tras pasar por mi cuarto a por el monedero. Pero cuando abrí, no me encontré con el típico pizzero de rojo; de hecho, ni siquiera era un tío.

Laura me empujó dentro de casa, cerró dando un portazo y me besó.

Por todo lo divino, pedazo de beso me dio la chiquilla, toqué el cielo con él (yo creo que llegué hasta la superficie de Plutón y todo). Sus manos se aferraban a mi cabeza, como temiendo que fuese a escaparme; su cuerpo se pegaba al mío de tal forma que parecía íbamos a fusionarnos.

Y entonces llamaron a la puerta, y descubrí mis propias manos a ambos lados de sus caderas.

Laura se separó de mí a regañadientes, mirándome abrir la puerta, pagar al pizzero, coger la pizza y cerrarla.

  • ¿Pizza? –pregunté, girándome sobre mí misma.

Sin embargo, la comida pasó a segundo nivel cuando la ví delante de mí, llorando.

  • Yo… –comenzó.

  • Tranquila –dije, dando un paso hacia ella.

  • ¡No! –gritó, haciendo que me paralizase– Espera, yo. No sé que me pasa, ¿sabes? Creo… creo que me gustas y… No, sé que me gustas, ¡lo sé! Y eso me asusta, y no sé con quién hablar de esto porque… bueno, la única persona que conozco que sepa sobre el tema eres tú, pero

  • siendo el origen del problema –terminé.

  • ¡Exacto! –siguió ella, siguiéndome hasta la cocina mientras hacia aspavientos con las manos – Y cuando por fin reúno el valor para acercarme a ti tú vas y… me besas. ¡Me besas! ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Qué debo pensar?

Cuando terminé de poner la mesa, me senté, la miré y le señalé la silla vacía delante de mí.

  • Y por eso has venido a mi casa y me has besado nada más abrir yo la puerta –dije, antes de darle un mordisco a un trozo de pizza.

  • Sí, bueno, tenía un plan pero

  • Ya, vale. ¿Pizza?

Me miró, interrogante, confusa.

  • Espera, ¿me ofreces pizza?

  • Hombre, también tengo cereales, atún

  • ¡Sarah! –me cortó ella.

  • Te propongo algo. Nos tranquilizamos, cenas conmigo sin tocar el tema, te llevo a casa y mañana hablamos como personas civilizadas que controlan sus hormonas.

Miró su reloj de muñeca y asintió.

  • Está bien –contestó.

  • Estupendo. ¿Entonces? ¿Qué tal la última representación?

Laura sonrió, y comenzamos a hablar de trivialidades. Y cuanto más hablamos, más supe que no me alejaría de ella tan fácilmente. Pero no quería asustarla, ya lo estaba demasiado. Debía hacer que ella diese el primer paso, o simplemente esperar a que pasase algo con ella.

Cuando la pizza desapareció, le indiqué que era momento de llevarla a su casa, por lo que fui a apagar la tele (normalmente no me olvido de hacerlo, pero con lo ocurrido…), y volví a la cocina, donde me encontré a Laura hablando con lo que parecía ser uno de sus padres.

  • y me voy a quedar en su casa a dormir, ¿vale?... Sí, me portaré bien… No, no causaré problemas, ciao.

Y colgó.

  • ¿Cambio de planes? –pregunté, flipando.

  • Sí, necesito aclararlo todo ahora.

  • Vale –dije, sentándome de nuevo y deseando terminar con esa conversación, me ponía nerviosa que estuviésemos solas en mi casa–. A ver, es normal que estés asustada, muchas lo están cuando descubren esa pequeña gran verdad de sus vidas, o, al menos, yo lo estuve. En cuanto al resto de tus sentimientos, no puedo ayudarte, son cosa tuya; y te daría un consejo, si se me diesen bien.

  • ¿Cómo dejaste de estar… asustada?

  • No sé, creo que cuando supe que definitivamente era lesbiana me dije: "pues vale".

  • Te pega.

  • Así soy yo.

Me rasqué detrás de la oreja (me picaba, ¿vale?).

  • Es que, la cuestión es que no sé si realmente soy lesbiana o bisexual o… un monstruo venido del espacio exterior -soltó.

  • Espera, espera. ¿Un monstruo venido del espacio exterior? Y pensaba que yo estaba loca.

  • Parece que tenemos en común más de lo que parece –se rió.

Sonreí.

  • Todavía te estás definiendo; algo normal, teniendo en cuenta que hace poco que comenzaste con todo esto.

Bajó la mirada.

  • ¿Puedo preguntarte algo? –dijo.

  • Todo lo que quieras.

  • Tú… ¿me quieres?

  • ¿Porque te parece que voy besando a todas las chicas que se me ponen por delante?

  • No sé, tal vez sea lo que hacen las lesbianas.

  • Vale, tienes que cambiar tu percepción de las lesbianas porque, por lo que parece, es bastante errónea.

  • Bueno, tenemos toda la noche para que me digas en qué me he equivocado.

Y sonrió.

  • De acuerdo, pues si te vas a pasar aquí la noche, habrá que prepararte una cama –informé, levantándome de allí y dirigiéndome hasta el cuarto de invitados, seguida de cerca por Laura.

Sentí como sus brazos me abrazaban por la espalda, asiéndose en mi cintura.

  • ¿Qué haces? –pregunté.

  • Abrazarte.

  • Hasta ahí llego.

  • Lo sé. Pero necesito hacer algo.

Fruncí el ceño y me giré para mirarla.

  • No, eso no –respondió a mi pregunta no formulada –. Yo… quiero hacerte una pregunta, antes de que me arrepienta, y es… ¿querrías…salir conmigo?

Una enorme sonrisa invadió mi cara.

  • ¿Lo quieres tú? –pregunté.

Y me besó.

Era un beso distinto a los otros dos. Este era más suave, más cariñoso; los otros dos eran más cálidos, más salvajes y, el primero, más corto.

Tuve que pararla y separarla de mí.

  • Si sigues así, creo que voy a hacer algo de lo que, quizás, pueda llegar a arrepentirme mañana.

  • ¿Cómo por ejemplo?

  • Si nos va bien, ya te lo enseñaré en su momento –susurré, volviendo a besarla–. Otra cosa, ¿y tú cómo sabías donde vivo?

  • Por Ali. Me ha dado tu dirección y

  • Ya hablaré yo con ella más tarde.

Me sonrió.

Nos quedamos toda la noche viendo pelis. Fue genial, se abrazó a mí y así hasta que nos fuimos a acostar (cada una a su cama). No pegué ojo en toda la noche, sabiendo que estaba en mi propia casa, con una camiseta que le había dejado para dormir.

A la mañana siguiente, me levanté pronto para hacer café (mucho café) y, mientras lo hacía, apareció ella.

Estaba increíble sólo con mi camiseta. Porque SÓLO llevaba mi camiseta puesta.

  • ¿Intentas seducirme? –pregunté, dando un trago a mi taza de rico, caliente y estimulante café.

  • Tal vez –sonrió.

Creo que me sonrojé.

  • ¿Necesitas ropa?

  • Necesito café –respondió, haciéndose con una taza –, y a ti.

Me atraganté con el café.

  • Lo he estado pensando toda la noche –continuó –, y, pese a que hace muy poco que nos conocemos, muy, muy poco, quiero estar contigo. Y conocerte todo lo que pueda. Por eso, aunque pueda parecer muy precipitado, quisiera que fueras mi novia.

Por si acaso se me caía, dejé la taza en la encimera.

  • ¿Qué me respondes? –me preguntó.

Yo, con novia. Se me hacía extraño pensar en ello; aunque se me hacía aún más extraño pensar en no estar con Laura.

  • Con una condición –respondí –, que se lo digas tú a Ali. Es una pesada y me ha estado dando el coñazo.

  • ¿A ti también? –exclamó Laura – Fue decirle que me parecías guapa y darme el coñazo.

Me reí, recordando la llamada que me hizo Ali unos días antes.

  • Y si no se lo digo yo a Ali, ¿me vas a decir que no? Paso de que me de la lata y me pida detalles cuando se lo diga.

La abracé, atrayéndola hacia mí.

  • Pues que lo descubra sola –susurré.

Y la besé, dando comienzo a nuestra vida como pareja, una vida que cumplirá dos años dentro de tres semanas.

Ali no tardó en descubrirlo todo y nos sonsacó a más no poder. Claro que, luego, la sonsacamos nosotras al saber que estaba saliendo con el Romeo de nuestra obra (pillina).

Laura se terminó definiendo como lesbiana, según dice ella, y, pese al nerviosismo inicial, tardó cuatro meses en presentarme ante su familia como su pareja. Al principio no me tragaron mucho, su hermano mayor ni os cuento; pero ahora ya me tratan como a una más. Lo que agradezco.

En cuanto al sexo… ya os lo contaré en otro momento, ¿vale?