Todas las dudas caen cuando se enciende la luz
Con 35 años me encontré divorciado, despedido y sin un puto duro. De la carrera que durante años me había labrado, nada de nada. Me tuve que reinventar y empecé a estudiar de nuevo. Elegí Magisterio porque me parecía fácil en principio. Pero las carreras son caras y la vida más. Así que hacía ...
Con 35 años me encontré divorciado, despedido y sin un puto duro. De la carrera que durante años me había labrado, nada de nada. Me tuve que reinventar y empecé a estudiar de nuevo. Elegí Magisterio porque me parecía fácil en principio. Pero las carreras son caras y la vida más. Así que hacía extras de camarero donde se podía. No es que estuviese bien pagado, ni fuese gratificante, pero pagaba las facturas. En uno de los últimos trabajos de camarero me encontré con un chaval muy majo. 20 añitos, 1,70 de altura, corredor de atletismo, rubio de ojos azules. Tenía bastante éxito con las mujeres. Y además cuando tocaba trabajar curraba como ninguno. Me gustaba que me emparejaran con él, porque los dos trabajábamos rápido. Por alguna razón me llamaba “chiqui”. Yo tengo actualmente 43 años y soy mayor que él, así que no lo entendía muy bien. Resultó que durante los primeros pases no se sabía mi nombre y empezó a llamarme así, porque en su pueblo es bastante normal ese apelativo cariñoso. Después ya se sabía mi nombre, pero se había acostumbrado.
La última vez que trabajé de camarero fue en Noche Vieja. Llevaba 4 meses trabajando de maestro en un pueblo a más de 800 km de mi pueblo. Pero como el jefe me había llamado y esa noche no tenía nada que hacer decidí ganarme algo de dinero en vez de gastármelo. La verdad es que todos los compañeros se alegraron mucho de mi nuevo trabajo, incluido él. De hecho me dijo que si se podía ir conmigo unos días pasadas las fiestas, que necesitaba cambiar de aires. Le dije que el día 8 de enero me volvía hacia allí que si quería pasaba por él y que podía quedarse el tiempo que necesitase. No le pensaba cobrar nada por la estancia o el viaje, pero también le dije que si me ayudaba algo con la comida, yo agradecido. Y así lo hicimos.
Yo vivo en una casa alquilada con dos habitaciones. Una no la uso, así que lo instalé en ella. La primera noche, todo pareció ir normal. Por la mañana, mientras me estaba secando después de darme una ducha él entró. Es lo que tiene vivir solo, que no cierras la puerta del baño. Se puso a mear allí delante de mí mientras me decía buenos días. Tenía una buena polla mañanera. Empalmada seguro que estaba sobre los 20 cm o más. Yo he tenido algunas experiencias homosexuales, nada serio. Siempre las consideré actos de caza. Y un buen cuerpo como aquel estaba despertando mis deseos. Me lo estaba comiendo con los ojos. Decidí desviar la atención y le pregunté qué tal había pasado la noche.
— Fatal chiqui —me dijo girando la cabeza mientras seguía meando.
— Has pasado frio, o es que la cama no es buena… no la he usado nunca. Es parte del alquiler.
—Pues una mierda. Frio no, pero el colchón te clava los muelles y eso que yo estoy flaco. Al final eché las mantas al suelo y así he dormido.
— ¡Uff, qué mal! ¿No?
— Sí y lo peor es que antes del suelo probé el sofá, pero no es bueno tampoco.
— Jo tío lo siento. Yo duermo bien. Mi cama es de matrimonio si quieres podemos compartirla a ver qué tal.
Dicho y hecho, esa noche nos acostamos juntos. Y la verdad es que no nos cortamos un pelo. Él se acostó con unos calzoncillos tipo bóxer de licra muy ajustados y yo con mis pantalones cortos de fútbol que utilizo siempre. Estuvimos hablando bastante rato sobre temas tontos. Finalmente, no quedamos callados y le di las buenas noches.
—Chiqui, ¿te puedo hacer una pregunta? —me dijo él al cabo de un rato.
—Eso ya es una pregunta -le conteste, y añadí —Venga va, suéltalo.
—Chiqui, ¿tú has estado alguna vez con un hombre?
—Estar, ¿cómo?
—En la cama, digo, bueno tú ya me entiendes. Algo gay, no sé.
Me pilló de sorpresa la pregunta. No esperaba que él tuviese dudas. La verdad es que estuve tentado de contarle una mentira o de decir cualquier cosa. Pero hace tiempo que solo utilizo la verdad y se lo conté. Le conté como un amigo y yo tuvimos algunas experiencias tontas, nunca llegamos a la penetración porque a él le dolía mucho. Pero sí hicimos sexo oral. Luego después del divorció tuve un par de experiencias, pero solo una vez con cada uno. Fueron encuentros esporádicos en los que no nos dijimos ni el nombre. Finalmente le pregunté por qué me hacía esa pregunta.
—Es que… no sé. Me gusta ligarme a las chicas, es fácil. Y siempre acabo en la cama si quiero. Y disfruto, me corro; pero… no sé. Es raro, pero no me siento totalmente satisfecho, creo que tiene que haber algo más. —Y añadió —pero no soy maricón, ni lo he dicho para que me empotres contra el cabezal, chiqui. Solo quería saber si, no sé, si hay algo más.
—Bueno, ya te lo he dicho. Ahora tienes algo en que pensar. Tampoco estaba pensando en empotrarte ahora mismo. Al menos no hasta que te duermas.
— Jajajaja ¡Qué cabrón, chiqui! Oye, ¿sabes? Nos podíamos hacer unas pajas. Escuchar tus historias me ha puesto tonto.
—Vale —le dije. Y se levantó y fue por el papel higiénico al aseo. Al volver se quitó los calzoncillos y se metió en la cama. Y apagó la luz. Con dudas al principio cada uno cogió la polla del otro. La verdad es que tenía una buena tranca. Gorda, de unos 22 cm y estaba muy suave, casi no tenía vello. Bueno no tenía vello en casi ningún lado.
Estuvimos un buen rato pajeándonos. En un momento dado, se movió y se me escapó su polla. Debí de hacerle daño, porque se quejó. Encendí la luz y le pregunté. No había sido nada solo la brusquedad del movimiento. Se la volví a coger y seguí con la faena.
—Deberías apagar la luz —me dijo en un momento dado y giré la cabeza con lo que establecimos contacto visual.
—Deberías haberla apagado —me volvió a decir susurrándome, si apartar la vista el uno del otro. Sus ojos estaban inyectados de pasión. Era evidente que tenía una lucha interna y la estaba perdiendo. Cada vez acercaba más su cara a la mía mientras susurraba sin parar que apagara la luz. Lo miré y dejé que perdiera su lucha interna sin evitarlo de ninguna forma. Más bien creo que hice lo contrario le pajee con extrema suavidad y firmeza para que lo disfrutara al máximo.
Por fin, perdió y me besó. Un beso cálido. Sus labios estaban un tanto secos, así que se los humedecí con mi lengua. Metí de paso mi lengua en su boca y nos fundimos en un intercambio de besos pasionales. Soltó mi polla y se me abrazó. Me apretaba con fuerza y entre beso y beso me dijo que lo hiciese suyo, por favor. Le fui chupando todo el cuerpo bajando dirección su polla. Aquella enorme tranca tenía que llenarme la boca como fuera. Era algo que llevaba todo el día esperando. Empecé a chupársela con deleite. Cometí el fallo de mirarlo a los ojos mientras se la comía, ya que se me corrió fulminantemente. Fue tan de repente que se escapó casi todo de la boca.
Él empezó a hacer lo mismo con mi polla. La chupaba de miedo, pero yo solo pensaba en ese agujerito suyo. Me costó mucho esperar hasta que se empalmó de nuevo. En cuanto tuve su polla en mis manos otra vez decidí llevarlo hasta la locura. Quería que me suplicara para que le reventase el culo. ¡La verdad! Pensé que me iba a costar más. Se tumbó boca arriba y abrió todo lo que pudo las piernas, poniéndose las rodillas a la altura del pecho. Su respiración era rápida y jadeante y no dejaba de mirarme. Por favor, hazme tuyo, me decía una y otra vez. Métela, por favor.
Le chupe el culo lo mejor que pude y esto hizo que se le pusiera dura de verdad. Luego restregué mi polla contra su agujerito. Su virgen y pequeño agujerito. Le metí un dedo lleno de saliva y escupí varias veces. Encaré mi polla contra aquella abertura y le dije que iba a ir suave. Esto lo relajo mucho y aproveché la ocasión para dar un enorme empujón. Se la metí hasta los huevos, del tirón. Gritó como una puta en celo. Me quedé quieto, mientras le pajeaba. Me insultó algo, pero su polla seguía dura. En cuanto el deseo volvió a imponerse empecé a moverme. Al poco rato me abrazó con sus piernas y con sus manos y no dejaba de besarme.
—Chiqui, ¿a qué soy tu putita? ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Te vas a correr dentro de mí? Inúndame, por favor.
—Claro que sí, putita.
—Dímelo otra vez, porfis.
—Putita.
—Ummm, chiqui dame tu leche.
—Si la quieres sácamela de la polla putita y será toda tuya. Toda la leche para mi putita.
Esto fue más de lo que pudo soportar y se corrió, así como estábamos, abrazados. Nos llenó el pecho de su leche caliente. Su culo se volvió estrecho y las contracciones hicieron que me corriera.
Después de un rato besándonos, nos fuimos a la ducha. Enjabonar ese cuerpo perfecto hizo que me pusiera cachondo otra vez y lo “obligue” a que me la chupara. Me encantó correrme en su boca. La verdad es que llamarlo putita era súper efectivo.
Menos mal que encendí la luz. Me confesó que lo deseaba, pero que no quería ser un maricón de esos. Pero en cuanto establecimos contacto visual, los cuerpos empezaron a hablar y los prejuicios se cayeron todos.