Toda una vida I

Mi mejor amigo desde la infancia, y hacía más de veinte años que no le veía. Me vinieron recuerdos de los felices momentos que habíamos pasado juntos. Los juegos infantiles, las fiestas de pijamas, los primeros ligues, las primeras pajas. Sonreí rememorándolo.

Sonó el teléfono.

  • Si -respondí con prontitud.
  • Soy Juan - me contestó una voz amigable al otro lado
  • ¿Que Juan? - pregunté intrigado.
  • Juan Arnaiz.

Me quedé mudo y gratamente sorprendido. Al fin pude reaccionar.

  • ¡Juan! Cuanto tiempo amigo.
  • Si demasiado. - me respondió
  • ¿Qué es de tu vida?
  • Pues veras estoy en Madrid, si quieres nos vemos y ya te cuento mis andanzas.
  • ¡Joder, pues claro!. Cuando quieras
  • Qué te parece si nos vemos cuando acabes de trabajar.
  • Por mi vale.
  • ¿Te paso a recoger?
  • De acuerdo . Estupendo. Tengo muchas ganas de volver a verte.

Tras darle la dirección de mi despacho y acordar la hora nos despedimos y colgué el teléfono.

Juan Arnaiz mi mejor amigo desde la infancia, y hacía más de veinte años que no le veía. Me vinieron recuerdos de los felices momentos que habíamos pasado juntos. Los juegos infantiles, las fiestas de pijamas, los primeros ligues, las primeras pajas. Sonreí rememorándolo.

Me sumergí en mis legajos y me enfrasqué en un caso que en esos momentos tenía entre manos. La tarde pasó sin darme cuenta y no me acordé de la hora hasta que entró mi secretaria.

  • Don Luis el Señor Arnaiz pregunta por Vd.
  • Hazle pasar. Gracias Claudia, ya te puedes ir ya cierro yo el despacho.
  • Hasta mañana Don Luis - se despidió alegre.

Inmediatamente entró mi amigo. Me levanté de mi sillón y me apresuré a ir a su encuentro. Nos enlazamos en un afectuoso abrazo. Me aparté quedando unidos por los antebrazos y le miré de arriba abajo.

  • Joder Juan no pasa el tiempo por tí. Estás estupendo.

Y era verdad. Siempre había sido un tío guapo, alto y estilizado, con un cuerpo atlético pero no marcado, producto de la natación su deporte favorito. Pelo moreno, ojos de un verde intenso y con una sonrisa cautivadora. Solo un poco de plata en sus sienes delataban el paso del tiempo.

  • Tampoco tú estás mal - me respondió guiñandome un ojo.
  • Bueno no tanto como tú. Un poco de barriguita y unos kilillos de más - sonreí.
  • Eso te hace más atractivo.

Bromeaba pensé.

  • ¿Te parece que vayamos a tomar unas cañas y luego cenamos juntos? - me preguntó.
  • Por mi perfecto. Voy a llamar a Monica y decirle que no me esperé a cenar.
  • ¿Sigues con Monica? - me preguntó.
  • Si por supuesto.

Me pareció decepcionado. Imaginaciones mías pensé. Y cogí el teléfono.

  • Monica cariño. No me esperes a cenar - le dije a mi esposa cuando cogio el telefono,

Me preguntó la razón.

  • Veras. ¿Te acuerdas de Juan Arnaiz?

Se acordaba.

  • Está en Madrid y vamos a cenar para contarnos nuestras vidas. Hace más de veinte años que no nos vemos y tendremos mucho de lo que hablar. Llegaré tarde así que no te preocupes.

Tras despedirme de ella, cogí la chaqueta y agarrándole por el hombro le dije.

  • Hala vámonos de farra.

Era una cálida tarde de principios de verano y daba gusto pasear por Madrid. Mientras caminábamos hablamos de cómo había cambiado la ciudad y de aquel viejo Madrid de nuestra infancia y juventud.

  • Joder parecemos unos cincuentones nostalgicos - dije divertido.
  • Es que lo somos - sentenció Juan.
  • Bueno pues vamos a tomar unas cañas a ver si nos ponemos un poco alegres.

Nos sentamos en una terraza en la Castellana y pedimos unas cañas.

  • Asi que todavia sigues con Mónica - me espetó mi amigo en cuanto nos sirvieron la bebida.
  • Pues si es la mujer de mi vida - le respondí tras darle un buen trago a la caña.
  • Ya ves, nadie apostaba un duro por vosotros - me confesó serio.
  • ¿Si?
  • Si. Tu tan serio y formal y ella tan marchosa no parecía que duraseis mucho tiempo juntos.
  • Ya sabes a veces los extremos se juntan- me reí.
  • ¿Tenéis familia?
  • Si dos hijos maravillosos. Andrea, una chica guapa como su madre, estudia Derecho. Y Juan el mayor que se ha empeñado en ser médico
  • ¿Anda Juan como yo? ¿ Y también médico? - dijo gratamente sorprendido.
  • Si, pero espero que no me de la espantada como tu - le dije frunciendo el ceño.

Y es que Juan una vez que acabó medicina, para sorpresa de todos, se enroló en Médicos sin Fronteras y se largó del país. A mi no es que me cogiera de nuevas, lo conocía muy bien, pero me dolió mucho que ni siquiera se despidiera de mi. Bien era cierto que llevaba unos años saliendo con Mónica y ya apenas nos veíamos, pero ni una llamada.

  • Ni siquiera te despediste cuando te fuiste- le espeté dolido.
  • Ahora me arrepiento -. me confesó compungido.
  • ¿De haberte ido?
  • No de no haberme despedido de tí.

Y vi como sus ojos se empañaban.

  • Acábate la caña y vamos a cenar. He reservado en un pequeño bistrot de un amigo. - me dijo recuperando la calma.

Esperamos un taxi y nos dirigimos a nuestro destino.

Al fin llegamos, un pequeño restaurante en Chueca.

  • Chueca ha cambiado mucho. Ahora hay mucho mariconeo - reí capcioso mientras  nos dirigíamos a la puerta del local.

Juan me miró con cara de circunstancias.

El restaurante era muy bonito y en su decoración se percibía un toque

Gay-friendly

.

Nos acompañaron hasta la mesa reservada y al poco rato se acercó mariposeando el maitre. Un hombre de nuestra edad.

  • ¡Juan cuántos años querido¡ - le dijo a mi amigo.
  • Ya ves toda una vida.

Señalándome con un dedo dijo.

  • ¿Te acuerdas de Luis? Luis Galán.
  • Por supuesto - le contestó mientras sonriente me tendía la mano.

Se la estreché un poco confundido.

  • Soy Jorge Prats. Bueno Bolita como me llamabais.
  • Joder Jorge, no te había reconocido - confesé al fin al recordarle.

Era un compañero del colegio. Le tomaban el pelo porque estaba un poco gordito. Y además porque ya de aquella soltaba pluma.

  • ¡ Como has cambiado!
  • Ya ves salí del armario y dejé unos cuantos kilos dentro - se rio divertido.

Nos tendió las cartas diciendo.

  • Todo está buenísimo. El cocinero es mi maromo y me ganó por el estómago. Pero os recomiendo el rape en salsa de oricios. Os dejo para que os lo penséis. ¿ Para beber?

Juan pidió un vino caro.

Mientras cenábamos, la verdad que fue todo exquisito, nos pusimos al corriente de nuestras vidas. Cierto es que habló más Juan que yo. La vida de un abogado mercantilista no es que sea muy interesante. Él en cambio tenía miles de anécdotas que contar en sus correrías por todo el globo. Había visitado todos los continentes, vivido miles de aventuras y sufrido incontables penalidades. Admiré su trabajo y dedicación con los más desfavorecidos y fui consciente de la mierda de mundo en la que vivíamos.

Ya en los postres entramos en temas más personales. Así que cuando nos sirvieron una copa me decidí a preguntar.

  • ¿Y tú no te has casado?
  • No - respondió escuetamente.
  • Osea que célibe como un monje - dije riéndome.
  • Bueno he tenido algunas aventurillas pero nada reseñable - me contestó sonriente.
  • Asi que ninguna mujer a conseguido enlazarte - le dije con una sonrisa torcida.

Puso una mano sobre la mía, se inclinó sobre la mesa y mirándome a los ojos intensamente me dijo.

  • Luis soy gay.

Me quedé de piedra

Al verme tan turbado retiró su mano y se reclinó en la silla observando mi reacción.

  • ¿Y eso? ¿Desde cuando?  - le pregunté.

En el momento que lo dije yo mismo me di cuenta que era una estupidez.

  • ¿Como que desde cuando? Desde siempre - rió divertido.
  • Pues no se te notaba nada.
  • Vamos Juan te creía más inteligente. Que te crees que todos los homosexuales somos las típicas locas. Eso son estereotipos. Yo soy un hombre con todas las letras, pero me gustan los hombres. Eso es todo.
  • Lo siento Juan no te ofendas. Estoy un poco anticuado, es verdad. Y mi comentario ha sido terriblemente machista. Perdóname.

La conversación se recondujo y nos centramos en hablar de otros temas: politica, deporte, arte, etc...Al final parecía que no hubiesen pasado tantísimos años y resurgió la estrecha amistad y el afecto que nos teníamos.

Salimos del restaurante y paseamos disfrutando de la fresca y estrellada noche.

  • Bueno creo que debería irme - le dije al fin.
  • ¿Nos tomamos la última en mi hotel?. Está aquí mismo - me preguntó animándome.

Le miré un poco cortado.

  • Bueno, no se. Yoooo - le dije balbuceante.

Ahora me miró él divertido.

  • No tengas miedo. No te voy a violar.

Cuando subíamos en el ascensor camino a su habitación. Me comencé a poner nervioso. Recordé cuando una vez siendo adolescentes nos habíamos hecho una paja el uno al otro. Pero lo que más me inquietó fue cuando me vino a la mente, aquella noche ya en la Facultad que estábamos borrachos y se ofreció a chuparmela. Me había negado en redondo, pero la verdad es que estuve a punto de claudicar.

Entramos en su habitación, una estancia amplia con un saloncito y una decoración ultra moderna y minimalista. Me indicó que me sentara y se dirigió al mini bar para servirnos unas copas.

Se sentó a mi lado y me tendió la copa.

  • ¿Te ha descolocado mucho mi confesión? - me preguntó.
  • Nooo - dije un poco alterado.

Me miró fijamente y dijo

  • Sabes. Siempre estuve enamorado de ti.

Me removí nervioso en el sofá.

  • No me di cuenta - le contesté apurado.
  • Pues creo que fui totalmente diáfano - me sonrió.

Me sonrojé.

  • De hecho aún sigo amándote. Me fui cuando me di cuenta que nunca te tendría. No podía soportarlo y por eso me aparté de tu lado lo más lejos posible. Pero nunca he podido olvidarte.

Se inclinó sobre mí y me besó tiernamente en los labios.

Me incorporé como sacudido por un rayo. Juan se incorporó también.

  • Lo siento pero tenía que hacerlo. No lo pude evitar - se disculpó.

No se que me pasó pero le atraje a mi y le devolví el beso.

Y se desató la pasión. Nos besamos con locura mientras nuestras manos acariciaban nuestros cuerpos. El deseo como una droga alteró el mundo. Sentí como mi verga se endurecía en contacto con su cuerpo y como lo hacía la suya contra el mío. Dejó de besarme y me apartó un poco. Me acarició el sexo que inhiesto estaba aprisionado en mi pantalón.

  • Déjame tenerla en mis manos una vez más. Aunque solo sea eso.

Asentí con la cabeza y presuroso me desabrochó el cinturón, el ris de la bragueta me hizo saber que era ya un camino sin retorno. Cuando metió la mano en mi calzoncillo y me acarició la polla, suspiré, Luego tiró de mis pantalones que cayeron por su propio peso a mis pies, para después con sus manos en mis caderas bajarme los calzoncillos que dejó a media pierna. Me miró con deleite el rabo,  luego dirigió sus ojos a los míos y me dijo sonriendo.

  • La recordaba más pequeña.

Le devolví la sonrisa y le dije.

  • Bueno ya ves todo mi cuerpo a engordado.

Me la agarró por el tronco fuertemente mientras me besaba de nuevo. Y comenzó a retirar la piel del prepucio con suavidad para luego empezar a masturbarme lentamente. Hacía mucho que no vivía un momento tan erótico. El sexo para mi se había convertido en algo rutinario y el morbo de aquella situacion, con la polla en la mano de mi amigo, hizo que renaciese esa rutilante sensación del sexo en la adolescencia. Estaba caliente como hacía muchos años que no lo estaba.

Soltó mi rabo y empezó a desnudarme. Quitó la chaqueta que tiró sobre el sofá, me desanudó la corbata y luego lentamente, uno a uno, fue desabrochando los botones. Cuando mi pecho estuvo desnudo sus labios besaron mi piel. Un chispazo recorrió mi cuerpo mientras me  mordía suavemente un pezón. Yo solo podía jadear mientras me dejaba hacer.

Se agachó y cuando su boca estaba a la altura de mi verga me la besó con ternura. Luego me descalzó y me quitó pantalones y calzoncillos. Al fin estaba totalmente desnudo ante él.

Se arrodilló entonces y alzó los ojos hacia mí.

  • ¿Ahora quieres que te la chupé? La otra vez me rechazaste - me dijo suplicante.
  • Si, pero ahora me arrepiento.

Fue introduciendo poco a poco el glande en su boca mientras me retiraba el prepucio con los labios.

  • ¡Dios que placer! - exclamé incapaz de reprimirme.

Entonces con el balano en su boca empezó a apretar con sus labios, a acariciar con su lengua, a succionar mi polla con deleite. Me la estuvo mamando durante largos minutos y yo traspuesto le dejaba hacer. Pero estaba tan excitado que sabía que si le dejaba continuar iba a acabar. Y yo no quería todavía acabar. Le cogí por un brazo y le obligué a levantarse. Me miró extrañado.

Le agarré de la mano y le arrastré a la cama donde le arrojé sin contemplaciones. Como loco me lancé sobre él y le arranqué literalmente la ropa. Cuando lo vi desnudo dediqué unos minutos a admirar su cuerpo. Hombros anchos, cintura y cadera estrechas, fibroso pero no excesivamente musculado. Y en medio de su figura sobre una alfombra negra una verga maravillosa y unos elongados testículos que se pendían entre sus piernas. No se si le media 15, 20 o 30; no tengo ni el ojo clínico ni la experiencia que parecen tener algunos para medir pollas. Pero si era grande, más grande que cuando la tuve por primera vez en mis manos. Más sobre todo era hermosa, simétrica, perfecta. Tintada levemente por unas venas azuladas que apenas se marcaban en su piel y un sonrosado glande que me miraba con su único ojo medio tapado por la piel de su prepucio.

Me abalancé sobre su polla la agarré con la mano y la metí en la boca tal como él había hecho conmigo, Me sorprendió y me encandiló la suavidad de la  piel de su balano, el calor de su carne  muelle que me afanaba en disfrutar, de su sabor no puedo casi ni acordarme, pero no me desagradó. Lo que sí me gustó fue cuando empezó a destilar una acuosa miel ligeramente edulcorada. Me la saqué de la boca y la paladeé.

Juan se tornó en la cama y me la empezó a chupar. Yo me amorré de nuevo a su polla y continúe mamandosela.

Que fácil era y cuanta verdad cuando dicen que como un hombre no lo hay para chuparte la polla. Es innato sabes lo que te gusta y por lo tanto sabes lo que tienes que hacerle.

Como dos posesos nos dedicamos a mamárnosla mutuamente. Yo que era inexperto aprendí algún truquillo repitiendolo en su verga. Los dos destilamos el rico entrante antes del plato fuerte. Tras una mamada de campeonato sentí como Juan se la sacaba de la boca y me decía.

  • Me voy a correr - me advirtió.

Acceleré la mamada y él retomó mi polla e hizo lo mismo. A los pocos instantes sentí como su polla se hinchaba y entre convulsiones lanzaba las primeras descargas de una leche densa y melosa que se me pegaba  por toda mi boca. Apreté los labios para no dejar ni escapar ni una gota atesorandola para degustarla a placer.

Y de repente con su polla aún eyaculando en mi interior exploté y me corrí con tal placer como nunca recuerdo haber experimentado.

Cuando acabamos de extraer hasta la última gota al fin pude saborear su esencia, que exquisito manjar, dulce a la vez que salada, untuosa como la nata se pegaba a mi lengua.

Juan se volvió y echándose sobre mí me besó en la boca, donde nuestras leches se juntaron. Nuestros pene húmedos se frotaban entre sí..

  • Ha sido maravilloso. Gracias Luis - me dijo emocionado.

Le miré y le acaricié la cara