Toda una vida

Una relación que empieza rápidamente pero que dura para siempre.

Toda una vida

1 – El encuentro

El bosque se hacía cada vez más espeso y pensé que no iba por la carretera que me habían dicho. Según el ancho de la capa de asfalto, si me encontraba con otro coche iba a tener que salirme de la calzada, así que reduje la velocidad. Después de pasar un rellano donde había una fuente manando de las rocas de la parte derecha, se acababa el asfalto y continuaba un camino de tierra del mismo ancho pero, al tomar una curva entre los árboles, vi un cerro no muy grande donde se levantaban algunas casas y una torre. Llegué por fin a la aldea y no pude seguir conduciendo más adentro. A la izquierda, había una especie de aparcamiento que era como un balcón que asomaba a una hondonada profunda y llena de vegetación. La vista era fantástica.

Me di cuenta de que tenía que dejar el coche allí porque las calles de la aldea no eran lo suficientemente anchas para que pasase un coche. Tomé mi pazco equipaje y me dispuse a buscar el hostal. Al entrar por la primera callejuela, encontré a un chico de unos veintidós años apoyado en la pared de una casa y leyendo un libro. Era un chico modesto, pero muy lindo; muy lindo. Dejó de leer y me miró sonriente.

  • ¡Oye, chaval! – le dije - ¡Seguro que tú sabes dónde está el hostal!

  • ¿Viene a pasar unos días? – cerró el libro -; aquí no hay hostal.

  • ¿Que no hay hostal? – me reí - ¿Entonces dónde voy a pasar las noches?

  • Pues donde las pasan los forasteros, señor – me contestó educadamente -; en la casa al final del camino.

No sabía si estaba bromeando o es que él le llamaba así al hostal. Le repetí la pregunta.

  • ¿Sabes? – me acerqué a él -, me refiero a una fonda o a una casa de huéspedes.

  • ¡Ya lo sé! – me dijo -; mucha gente viene y pregunta. Para quedarse a dormir tiene usted que ir a la casa que está al final del camino. Allí se duerme y se come.

  • ¡Ah, gracias! Eres muy amable – le dije -; era yo el que estaba equivocado.

  • ¿Va a quedarse muchos días? – preguntó -; esto es muy aburrido, pero puedo enseñarle cosas.

  • ¿Me llevarás a ver paisajes y eso?

  • Sí, sí – se incorporó -; hay una cascada entre árboles y unas rocas donde se acaba el mundo. Allí puede uno bañarse en un lago. También hay una cueva.

  • ¿Tengo que venir a buscarte para que seas mi guía?

  • ¡Bueno! – se encogió de hombros -, aquí no hay calles para perderse.

Cuando lo vi más detenidamente, me quedé asombrado. Sus ropas eran modestas, pero su cuerpo se intuía muy bonito. Su rostro era de piel clara con pómulos sonrosados y sin curvas ni prominencias; todo redondeado. Sus ojos eran grandes y de color de miel y sus pestañas eran largas y curvadas.

  • Entonces… - lo miré sonriendo - ¿Por dónde tengo que tomar?

  • Siga esta calle. Es corta. Acaba dividiéndose en dos. Tire por la calle de la izquierda.

  • ¡Gracias! – le dije -. Vendré a verte. Adiós.

  • Adiós, señor – me hizo un gesto con la mano -, le espero aquí, que me aburro mucho.

Seguí caminando por aquella callejuela que no tenía nada más que otra puerta en la pared de enfrente y una ventana pequeña y cerrada. Efectivamente, la calle era muy corta y se dividía en dos formando una «Y». Tiré por la parte de la izquierda, como me dijo el chico, y anduve por un corral que tenía una pared encalada y la otra de piedra. Me pareció que iba otra vez hacia el campo, pero seguí andando despacio. Me asombró comprobar que al final de la calle había una casa abandonada, sin techo ni puerta. Un lugar muy poco parecido a una casa de huéspedes.

Cuando llegué a la puerta, me asomé. El suelo estaba lleno de matojos y no había más huecos. Entré para mirar con más detalle desde el centro de la casa (o lo que fuera) hasta que oí unos pasos tras de mí. Me volví un tanto asustado y, cuando ya pensaba salir de allí, apareció por la puerta el chico que estaba leyendo en la entrada a la aldea. Entró en la casa y se acercó a mí.

  • Esta no es la fonda, señor – me dijo con educación -; venga conmigo.

Caminamos hacia el rincón de la izquierda despacio. Allí no había salida.

  • Me llamo Alfonso – dijo - ¿Y tú?

  • Yo me llamo Manuel – le dije -, pero me has traído a un sitio que no es el que busco.

  • Ya lo sé, Manuel – me dijo -, por eso te he seguido. Me he equivocado.

Me extrañó aquella equivocación a no ser que aquel tío no fuese de la aldea.

Entonces se acercó a mí, me quitó la bolsa y la dejó a un lado en el matorral, se agarró a mi cintura con la izquierda inclinó un poco su cabeza y me besó en los labios.

  • Eres muy guapo – dijo -; podríamos ser buenos amigos hasta que te vayas ¿no?

  • ¡Por supuesto! – le miré fijamente -, no sólo porque serás mi guía, sino porque tú también eres guapo y educado.

Entonces llevó su mano derecha a mi portañuela y buscó el tirador. No quise decirle nada mientras admiraba su belleza y su sonrisa. Por fin, empezó a bajarla y, con la otra mano, me cogió la derecha y la puso sobre su bragueta apretando un poco. No hubo intercambio de palabras. Comenzó a acariciármela con la derecha y se bajó los pantalones y los calzoncillos con la izquierda. Estaba empalmado y comencé a acariciársela y a cogérsela. Siguió acariciándome casi en forma de paja, se inclinó y volvió a besarme. Lo tomé por el cuello y comencé a besarlo y a acariciarle los cabellos. Al poco tiempo, comenzó a moverse y a besarme con más pasión hasta que sentí que se corría encima de mí. Se agachó para limpiarme un poco.

  • ¡Jo! – exclamó - ¡Mira cómo te he puesto!

Miró hacia arriba y comenzó a mamármela con mucha delicadeza. Supo mantener el placer un buen tiempo hasta que le dije que iba a correrme. Apretó un poco más y esperó a que me corriera en su boca.

Escupió mi leche y se levantó sonriente quedándose mirándome esperando alguna palabra.

  • ¡Oh, Afonso! ¡Gracias! - le dije -. Eres precioso, educado y amable.

  • Ya te he enseñado una cosa bonita ¿no?

  • ¡Pues claro, hombre! – le dije -; no todo va a ser ver paisajes, creo yo.

  • Veremos cosas que te van a gustar – dijo -; algunos forasteros vienen a verlas.

  • ¡Pues claro! – cogí mi bolsa y le eché el brazo por encima -, pero acompáñame a la fonda.

  • Sí – contestó contento -, es la casa del final del camino ¡Ven! Pero cuando nos acerquemos yo me vuelvo.

  • ¿Por qué? – exclamé -; no te entiendo.

  • Porque no quiero que me vea esa mujer contigo – dijo -; no sabes lo mal pensada que es.

  • ¡Oye, tío! – le dije - ¿Haces lo que has hecho conmigo con todo el que viene?

  • ¡No! – me miró confuso -; lo he hecho contigo porque me gustas y encima me has dicho que te gusto.

  • ¡Ah, ya!

  • Pero esa vieja es una malpensada – dijo –; si nos ve juntos más de una vez creerá que estás enrollado conmigo.

  • ¡Joder, Alfonso! – me dejó confuso - ¡Gracias por pensar en todo eso!

  • De nada, Manuel – me acarició con disimulo - ¡Búscame! Te llevaré a ver cosas muy bonitas.

  • ¡Adiós, guapo! Y gracias por todo.

2 – La cascada y el lago

Me levanté muy temprano, tomé algo y me puse a medir las pocas calles de la aldea. Iban a colocar la iluminación. Encontré restos de aislantes de porcelana, cables de tela, alambres oxidados y hasta una lámpara que debería tener casi un siglo. Trabajé casi hasta el medio día, fui a la casa del final del camino y dejé las cosas. Cogí una bolsa pequeña con una toalla y me fui a buscar a mi amigo Alfonso. Estaba leyendo y masticaba chicle.

  • ¡Hola, guapo! – le dije -; ya estoy aquí ¿Vas a ser mi guía?

  • ¡Hola, Manuel! – me besó en los labios - ¿Traes ropa cómoda?

  • ¡Sí, mira! – me puse ante él -; traigo calzonas, zapatillas de deporte y una camiseta. En esta bolsa traigo una toalla por si me mojo.

  • Si te mojas – me dijo -, nos echaremos en la hierba bajo el sol y te secarás antes. Dicen que esas aguas son buenas para la piel ¿Nos vamos ya? Necesito cambiarme.

  • ¡Ah, perfecto! – le dije -, yo te espero aquí.

En poco tiempo, salió de su casa vestido como yo; con sus calzonas, unas zapatillas y una camiseta.

  • ¿Nos vamos? – dijo tendiéndome la mano -; hay que andar un poco.

Nos agarramos de la mano y subiendo por una callejuela a la derecha, salimos a una vereda bastante inclinada. Cuando ya estábamos entre los árboles, tiré de su mano, lo acerqué a mí y lo besé con pasión. Me puso la mano abierta sobre la polla y la acarició.

  • ¡Qué guapo eres! – me dijo - ¿Cuántos años tienes?

  • Más o menos tu edad, creo – le dije -; veintitrés.

  • ¡Ah, ya! – se rió -; parece que tienes menos. Será porque eres muy guapo.

  • ¡Pero no me has dicho los que tienes tú!

  • Pues igual que tú, veintitrés – agachó la vista -; la verdad es que parezco más joven.

  • ¡Puede ser! – exclamé -. Yo te echaba los veintidós.

Sonrió abiertamente y siguió tirando de mí subiendo la vereda.

  • Me gustaría tener un novio como tú – dijo jadeando -; de mi edad y así de guapo ¡Joder! Cuando te vayas… ¿ya no vuelves más?

  • Se supone que no debería volver – le dije -, es decir, que una vez que haga mi trabajo aquí… Pero te prometo venir a verte siempre que pueda.

  • ¿Lo dices en serio? – se paró y me miró asombrado - ¿Eso quiere decir que…?

  • ¿Qué?

Se quedó pensativo, sin levantar la vista del suelo y un poco triste. Le cogí la barbilla y levanté su cara hasta quedar mirándonos sin hablar.

Música pasaje siguiente:

http://www.lacatarsis.com/Make_tomorrow.mp3

(Make tomorrow today – Peter Gabriel)

  • ¡Vamos, Alfonso! – lo abracé -. Dime lo que piensas y a escucha mis respuestas. No siempre vas a oír lo que quieres, pero la vida es así. Lo que pienses hacer mañana, hazlo hoy.

  • Es que

Siguió mirándome pensativo.

  • No me lo tomes a mal, tío – me dijo -, pero me gustaría que fueses mi novio. En cuanto te vi llegar a la aldea y te miré, me dejaste alucinado.

Le dije que siguiese andando y que hablaríamos de eso ¡Era muy pronto para pensar en esas cosas!

  • ¡Claro que me gustaría ser tu novio! – le dije - ¡Si me lo pides, no me lo voy a pensar! Pero es que aún me parece muy pronto ¡Acabamos de conocernos! Necesitaríamos antes vernos algunos años, estar juntos, hablar, conocernos… Esas cosas.

  • Está claro que tengo que pensar muchas menos cosas que tú – insistió -.

  • Te lo he dicho, Alfonso – le apreté la mano -; te he dicho que me gustaría ser tu novio, pero los novios se ven y se hablan durante un tiempo para saber cómo es cada uno ¿Y si resulta que dentro de un año ya no quieres ser mi novio?

  • ¿Yo? – se volvió asustado - ¿Cómo te voy ahora a decir que sí y dentro de un año que no? ¡Estoy seguro!

  • Puede ser – le dije -, pero nunca se sabe lo que va a pasar. Me encantaría conocerte y seguir contigo dentro de muchos años; para siempre. Vendré siempre que pueda a verte y hablaremos todo lo que tú quieras de esto.

Seguimos andando y cuando se oía un ruido lejano de agua cayendo, se volvió y siguió preguntando.

  • Entonces… si yo quiero que seas mi novio y tú quieres ser mi novio… Podría decirse que ya somos novios.

Fue tan bonito y tan inocente aquel razonamiento, que miré de cerca sus ojos de miel, grandes y brillantes, y lo besé.

  • ¡Ya somos novios, Alfonso! – le dije -, pero insisto en que tendremos que seguir hablando mucho sobre esto.

  • ¡Claro! – contestó -, y guardaré el secreto en mi corazón.

  • Me gusta lo que dices – le dije -, nadie tiene que saber que nos queremos. En realidad sólo sabemos nosotros que nos queremos.

  • ¡Vamos!

Tiró de mí y nos acercábamos a lo que me pareció que era la cascada. Al levantar la vista del camino, vi ante de mí a aquella preciosidad de criatura delante de un lago no muy grande, donde caía una cascada por el lado derecho, y que estaba rodeada de árboles y algunas partes más claras cubiertas de hierba. Me pareció estar en otro país, en otra tierra.

  • ¿Aquí vendrá la gente muy a menudo, no? – le pregunté -.

  • No, Manuel – se acercó a mí -, cuando viene la gente es cuando hace más calor; en verano. Lo sé porque vienen en autobuses. Hoy no hay autobuses a la entrada de la aldea. Pero le daremos la vuelta al lago y nos desnudaremos allí (señaló al otro lado). Tomaremos el sol para que se caliente el cuerpo. Hace fresco. Cuando se nos apetezca, nos daremos un baño tú y yo solos. No va a venir nadie.

Anduvimos alrededor del lago y llegamos a un claro donde daba el sol. Dejé lo poco que llevaba en la hierba y vi que Alfonso comenzaba a desnudarse. Me quité rápidamente las zapatillas, las calzonas y la camiseta y, al levantar la vista, me encontré delante a la criatura más bella que podría haber soñado. Un cuerpo perfecto, unos pies modelados por un artista y esa cara maravillosa en la que caía un mechón de su pelo claro. Me acerqué a él y lo miré extasiado. Me sonrió y nos abrazamos totalmente desnudos. En realidad, yo no era mucho más alto que él. Me tomó por los hombros y nos echamos en la hierba bajo el sol.

  • ¡Qué bonito eres! – me dijo -, si te pierdo, estoy perdido.

Me incliné hacia él hasta abrazarlo y nos revolcamos por la hierba fresca.

  • Si te pierdo – le dije -, me vendré a esta aldea para respirar el aire que respiras.

  • ¿Has tenido pareja? – preguntó -.

  • ¡Pues sí; varias, pero no muy afortunadas y, además, cortas! – cada vez lo miraba más de cerca -.

  • ¿Te importa follarme? – dijo -; luego yo te follo a ti si quieres.

  • Esperemos un poco – seguíamos revolcándonos -; vamos a entrar en calor primero. Yo estoy empalmado y listo para satisfacerte, y veo que tú también, pero me gustaría tomar antes un poco el sol.

  • Sí – dijo con misterio -, a lo mejor así el cuerpo está más caliente.

  • ¿Has follado mucho en este lugar tan apartado?

  • ¡No! – contestó indiferente -, pero alguna vez tendrá que ser la primera y si me follas tú, me harás muy feliz.

  • Pero tú tienes que follarme también – le mordí el labio inferior -; no te he probado a ti. Eres mi novio, recuérdalo.

Cuando tomamos el sol un buen rato, comenzamos a sentir calor. Habíamos estado hablando de cuándo podría yo volver a la aldea para verlo y le hizo mucha ilusión saber que podríamos vernos desde el viernes hasta el domingo. Pero tuve que preguntarle que con quién vivía y me dijo que era huérfano y que vivía con su tía, que era ciega.

  • ¿Sabes, Manuel? – pensó en voz alta -. No tendrías que ir a la casa del final del camino. Puedo decirle a mi tía que eres un amigo que vendrás los fines de semana.

  • ¿Tú crees? – dudé -; a lo mejor le molesta meter a un desconocido en su casa.

  • Te equivocas – dijo seguro - ¡Es mi casa! Pero no vamos a decirle que dormiremos juntos – me miró muy serio - ¡No! Le diremos que cada uno dormirá en su cama. Mi cuarto tiene dos. Pero pasaríamos la noche juntos. Así te ahorras tener que pagar aquella estancia y nadie tiene por qué enterarse de que estamos juntos.

  • Probaremos la semana que viene – le propuse -: dile a tu tía que voy a pasar el fin de semana allí. Según salgan las cosas, así haremos.

  • ¡Claro! – dijo -; si noto que le disgusta, le recordaré que está en mi casa.

  • Pues ya es hora de que nos bañemos ¿no? – le cogí la polla –. Vamos a abrazarnos flotando en el agua.

  • ¡Sí! – se ilusionó - ¡Nunca he hecho eso!

Nos levantamos y saltamos al agua al mismo tiempo. Nadamos un poco y nos acercamos. Su rostro con el pelo mojado era una joya. Sus pestañas se habían unido y realzaban su mirada. Nos abrazamos flotando y comenzamos a acariciarnos. Nos besamos y nos sumergimos. Lo tenía cogido como si fuese un niño, de tal forma que estaba sentado sobre mis brazos y me rodeaba con sus piernas. Luego seguimos nadando. Cuando comenzamos a notar frío, salimos del lago y corrimos entre los árboles. En una alfombra de verde hierba salpicada de florecillas de colores, penetré por primera vez a mi novio Alfonso. Me decía que le dolía, pero que quería tenerme dentro. Luego, se alegró mucho de haber pasado aquel primer mal rato y me tendí para que me penetrara. No hubo problema, claro, yo ya estaba un poco acostumbrado, pero gozó como nunca de tenerme en sus brazos y de estar dentro de mí.

  • Sequémonos al sol – dijo -; en casa nos lavaremos.

3 – El sueño de un incrédulo

Habló con su tía para que yo me quedase allí. La mujer fue muy cariñosa conmigo. Cada uno se acostaba en su cama y, un rato después de apagar la luz, ya estábamos juntos y quitándonos los calzoncillos, abrazándonos y acariciándonos.

Pasaron muchos fines de semana; muchos. Y cada vez nos queríamos más. Conseguí un mejor puesto en el trabajo y compré una casita allí. Tuve que remodelar muchas cosas, pero conforme pasaba el tiempo, Alfonso me parecía más bello. Yo no creí que unos años iban a pasar tan rápidamente. De día hacíamos excursiones y leíamos y de noche gozábamos juntos. Su tía no le había dado la educación necesaria y la aldea era un lugar muerto, pero perfecto para estar juntos.

Encontramos a una mujer que cuidara de su tía unos días y desaparecimos del mapa un tiempo. Lo llevé a la ciudad, viajamos y comencé a notar que estaba verdaderamente loco por él.

Sinceramente, no pensé que aquel tío que un día me persiguió porque le había caído bien, iba a ser mi pareja para siempre.

El cáncer se lo llevó con 51 años y pensé primero que no iba a poder seguir viviendo sin él, pero fui un día a la aldea a visitar aquella casa ruinosa y el lugar donde nos besamos por primera vez. Subí con dificultad hasta el lago y la cascada y noté su presencia viva alrededor. Ya que me he jubilado, me he venido a nuestra casa de la aldea. Él no ha muerto. Sigue en estas calles y entre los árboles y su joven primo Federico viene a verme muy a menudo, damos paseos, dormimos juntos abrazados, gozamos y vamos a veces a comer las delicias que prepara la joven y nueva dueña de la casa del final del camino.