Toda una putita

Primera parte de una historia donde les narro como fue mi primera (y única) vez como prostituta

Hacía tiempo que no escribía y ya tenía ganas de dejarlos un nuevo relato.!Espero que lo disfruten! Y por favor disculpen el haber tardado tanto en publicar otro.

Llegué a casa con el tiempo justo para prepararme, y sin terminar de creer lo que iba a hacer en poco tiempo.

¡Iba a ser mi primera vez como prostituta!

Había conocido al chico poco tiempo antes y habíamos estado hablando. En sus mensajes se le veía una persona educada y amable, con gusto por cuidarse y respetuosa. Además me había mandado algunas fotos suyas en las que salía bastante mono y parecía ser solo algo mayor que yo.

Todo había comenzado como un juego por mi parte poco tiempo atrás. Un día me propuso quedar y conocernos en persona, a lo que accedí solo si me prometía que se iba a comportar como un caballero y tratarme como a una princesa.

-Te trataré como a una princesa, aunque te aseguro que acabarás la noche queriendo ser mi puta.

-A las putas se las contrata encanto.- Le respondí juguetona. -¿Es eso lo que estás haciendo conmigo? ¿Contratarme? Te aviso de que soy cara

-Puedo pagarte lo que quieras.

En ese punto empecé a asustarme un poco. Temía que me hubiese malinterpretado y me hubiese tomado por una prostituta y decidí aclarar las cosas antes de que hubiese un mayor malentendido.

-Disculpa. Me pareces un chico estupendo y me lo estaba pasando genial flirteando contigo pero creo que te estás equivocando jajaja. No soy una prostituta ni nada así. Simplemente estaba de juego, en plan de broma.

-Dios disculpa. Mierda.- Contestó él.-Disculpa si te he molestado. No era mi intención. Pensaba que eras prostituta y lo estabas diciendo en serio y quería contratarte. No te molesto más.

La conversación quedó ahí. Los días fueron pasando y poco a poco me olvidé del tema, hasta esta mañana cuando vi en la pantalla de mi móvil un mensaje suyo que decía.

-Disculpa de nuevo por lo del otro día. No pensaba volver a hablarte para no molestarte pero hay una idea que no se me va de la cabeza desde que hablamos. Se me ha ocurrido que como te gustan los juegos podríamos jugar a que eres una prostituta a la que yo contrato. Sería un juego de rol y solo llegaríamos hasta donde tú estuvieses dispuesta te lo prometo. Lo más probable es que pienses que soy un perturbado pero no puedo sacarte de mi cabeza. Daría lo que fuera por verte hoy.

No sabía que pensar. Por un lado, efectivamente pensaba que era un perturbado, pero por otro, y siendo sincera conmigo misma, me había gustado que me volviese a escribir, y llevaba bastante tiempo sin sexo y estaba casi permanentemente cachonda. Además los hombres educados me vuelven loca.

-Creo que podría ser divertido.- Le respondí.- Pero yo hoy tengo universidad hasta tarde y luego necesitaré algo de tiempo para prepararme. ¿Qué te parece recogerme a las 11? El resto ya es cosa tuya.

Al poco recibí su respuesta afirmativa y le mandé mi dirección. Ahí empezaron los nervios.

Me sentía completamente derretida por dentro, y parecía que el tiempo no corría. Estaba deseando llegar a casa y empezar con los preparativos para la noche.

Finalmente acabaron las clases y me dirigí rápido a casa, escabulléndome de unos amigos que querían que fuésemos a tomar algo alegando que me encontraba regular. Estaba tan ansiosa que ya en el autobús de vuelta iba pensando en que me iba a poner.

Al llegar, lo primero que hice fue ir a la ducha a depilarme y a darme un buen baño para estar limpita y fresquita, y depilarme por completo para no dejar ni un pelito en mi piel.

Al salir de la ducha embadurné todo mi cuerpo de aceite de coco para que mi piel estuviese lo más suave, brillante, y atractiva posible. Tenía que gustarle.

Completamente desnuda y limpia, me dirigía a mi habitación para elegir el outfit que me pondría para la ocasión.

Como íbamos a jugar a que yo era su prostituta, me decanté por un vestido muy muy corto de algodón rojo oscuro y lentejuelas con un gran escote y que dejaba toda mi espalda al aire hasta justo el borde mismo del culo, medias de red y unos tacones negros bien altos para que al andar se realzase el movimiento de mi culo. Y por supuesto lencería a juego.

De maquillaje me decanté por algo elaborado. Base de mi tono, colorete color carne con toques rosas, los ojos con un ahumado negro muy intenso, remarcados con lápiz de ojos, rimmel y un eyeliner bien largo para realzarlos, los labios de un color rojo intenso que los dejaba con un toque aterciopelado, y para finalizar, me pinté algunas pecas claras para darme una apariencia más aniñada.

Finalmente me coloqué mi peluca morena y me giré para verme en el espejo. Estaba tremenda.

Cuando había empezado la transformación en el espejo se veía a un chico joven y delgadito y la imagen que reflejaba ahora era la de una mujer fuerte, muy sexy y que estaba hecha para el pecado. Una autentica zorra devora hombres.

Metí en el bolso algunas cosas que creía que me podrían hacer  falta para después: Mi ropa de chico, desmaquillante, condones y lubricante.

Estaba dándole algunos retoques a mi maquillaje cuando empezó a sonar el teléfono. Era él

-Estoy aparcado en tu puerta guapa. Te espero en el coche.

Cogí el bolso y me dirigí hacia la puerta muerta de miedo y nervios. Ya era tarde para echarse atrás.

Conforme bajaba las escaleras, el sonido de mis tacones, el roce del vestido ceñido contra mi cuerpo y la suave textura del maquillaje en mi rostro me fueron tranquilizando poco a poco. Cada escalón era más fácil de bajar que el anterior y conforme el miedo desaparecía volvía la confianza en mí misma y el ardor de la noche. Cuando llegué a la puerta había dejado atrás a la niña miedosa y estaba dispuesta a comerme el mundo.

Le localicé enseguida. Era aún más alto de lo que parecía en las fotos, tanto que yo con los tacones solo le llegaba al hombro, moreno, con los ojos castaños brillantes y barba que realzaba lo afilado de su rostro. Vestía de manera informal, con una camisa negra suelta, unos vaqueros ajustados y zapatillas.

Pero lo que más me sorprendió fue la forma que tuvo de mirarme. Su mirada me recorrió de arriba abajo, sin ningún tipo de pudor, y sin embargo no fue una mirada babosa o incómoda, sino todo lo contrario. Él mostraba en todo momento su deseo de mi cuerpo y no pretendía fingir lo contrario en ningún momento. Eso me gustó.

Me invitó a subir a su coche y empezó a conducir hacia las afueras de la ciudad. Cuando le pregunté que a dónde íbamos me contestó que había reservado habitación en un hotel “Para tener más intimidad”.

Al principio la conversación durante el trayecto en coche fue vacilante y tensa. Realmente no nos conocíamos de nada y ni él sabía cómo tratarme ni yo como tratarlo a él, pero poco a poco fuimos conectando y al poco tiempo ya conversábamos como si nos conociésemos de toda la vida. Se disipó la tensión, y empezó lo bueno.

Mientras él conducía, se le escapaban miradas hacía mis piernas. Unas miradas llenas de lujuria que me hacían sentirme deseada y que escalofríos de placer me recorriesen entera.

Yo me había fijado en que el bulto de su pantalón no hacía más que crecer, así que, juguetona, mientras estábamos parados en un semáforo, me incliné y le di un pequeño mordisquito por encima del pantalón, y asegurándome que él me viera bien, me relamí y le sonreí. Me estaba dando hambre de polla y quería lo supiese.

Finalmente llegamos al aparcamiento del hotel, y todavía sin salir del coche, Él sacó la cartera y me dio un billete. Comenzaba el juego.

-Esto es para pagar el primer servicio.- Me dijo.- Hazme una mamada que me tienes loco.

-Si quieres que me trague tu leche vas a tener que pagar un poco más encanto.- Contesté.

No dudó en sacar la cartera.

Riendo, divertida con el juego y cada vez más metida en mi papel, empecé a sobar el bulto de su pantalón con ambas manos mientras ronroneaba como una gatita en celo. Quería disfrutar de aquello.

Tras un rato así, le desabroché los pantalones y dejé a la vista sus calzoncillos. Allí donde estaba el pene se veía una mancha de líquido preseminal que era testimonio de lo cachondo que él estaba. Sin dudar le bajé los calzoncillos y empecé a masajear su duro, erguido y majestuoso pene.

Era un pene precioso, de unos 18 cm de largo, grueso y cuyo glande brillaba aun en la oscuridad del aparcamiento, y muy duro.

No podía resistir las ganas de metérmelo en la boca, de comérmelo. Sentía hormigueo en los labios y en las entrañas por la necesidad que tenía mi cuerpo de una buena polla. Tenía hambre de polla, hambre de hombre. Necesitaba sentirme mujer y necesitaba aquella bella polla en lo más hondo de mí.

Dejen que les diga algo sobre las chicas como yo. Estamos hechas para el placer, para dar placer a hombres, ese es nuestro único cometido en la vida. Por eso somos tan felices cuando nos toman, cuando nos dejan hacerles una mamada o cuando nos follan, por eso nos encanta que nos cubran de leche caliente y nos la restrieguen por la cara, por el culo o que se corran dentro, es porque sabemos que es nuestra recompensa, nuestro regalo por haber hecho bien nuestro trabajo.

Sabiendo esto, no creo que les sorprenda lo que pasó a continuación.

Lentamente acerqué mis labios a aquel pene y rocé suavemente la punta con ellos para después descender y empezar a besar la base del tronco mientras no dejaba de pajearlo en ningún momento.

Saqué la lengua y lo lamí de abajo a arriba hasta llegar al glande cubierto de presemen. Ahí empecé a sentir su sabor a hombre de verdad, su sabor a macho, el auténtico sabor de la felicidad. No hay nada más delicioso ni que me haga sentir más sucia que una buena polla.

Con mis labios envolví su pene y empecé un movimiento suave de subida y bajada haciendo fuerza con mis labios. Me la tragaba hasta la mitad para luego subir hasta solo rozarla con los labios para después descender despacio y tragarla entera. No quería hacerle una mamada sin más que acabase pronto, yo era una profesional y me prometí a mí misma que le haría una comida de polla inolvidable, tan majestuosa que la recordase siempre que volvieran a hacerle una mamada y la echase de menos. Me iba a grabar en su memoria como la más puta de todas.

Él empezó a suspirar y esa era la señal que yo estaba esperando. Poco a poco empecé a acelerar y a hacer movimientos rotatorios tanto con la mano con la que le estaba acariciando los huevos como con la boca apretando aún más los labios, succionando y haciendo que la punta de su pene rozase con el fondo de mi garganta para darle un masaje en el glande con las suaves rugosidades del fondo de la boca. Él bufó, después suspiró, y finalmente empezó a gemir.

Yo estaba en un frenesí pero aún no era suficiente. Sus gemidos habían despertado en mí el hambre de leche. Quería que me hiciese sentir usada, que me hiciese sentir simplemente el objeto de su deseo, una herramienta de su placer, y quería que me recompensase con su rico néctar de hombre, su ambrosía de macho, la auténtica causa de mi existencia.

Sentí su mano en mi cabeza, e inmediatamente empezó a empujarme hacía arriba y hacia abajo acelerando aún más el ritmo. Su polla estaba dura como si estuviese cincelada en mármol con la diferencia de que sentía el sabor de su vida llenándome. Y mientras tanto sus gemidos iban en aumento.

-Ni se te ocurra parar ahora.- Me ordenó.- ¡Puta!

Sentía su polla a punto de estallar, de llenarme, de darme lo que estaba buscando, así que, sin dudar y sabiendo que mi premio estaba cerca, me la tragué todo lo que pude, sintiendo la punta directamente en mi garganta, mostrándole lo que era una garganta profunda de verdad. Y entonces, en medio de un grito triunfal y animal, de un grito de hombre satisfecho, se corrió.

Su lefa entró directamente en mi garganta de lo honda que estaba. Sentía las sacudidas que su polla daba dentro de mí con todo el cuerpo. Su sabor me embriagó, me extasió, me reafirmó en cuál era la causa de mi existencia, y mientras tanto él seguía soltando chorrazos de leche para mí. Se corrió mucho, pero no era suficiente para mí. Nunca era suficiente leche.

La mano que antes me había empujado ahora me acariciaba el pelo suavemente, casi con ternura, mientras yo levantaba la cabeza sin dejar de hacer succión para mirarlo de frente.

-Estás siendo una putita muy buena.- Me dijo, con clara satisfacción en la voz.- Me ha encantado.

Que me dijese eso me hizo tremendamente feliz, así que, aun mirándolo, abrí la boca para que viese la leche que aún tenía en ella y me la tragué mirándole directamente a los ojos y sonriendo juguetona.

-Entonces, ¿Quieres seguir con esto?- Me preguntó.

-Fóllame.- Fue mi única respuesta.