Toda una dama

Fue increíble el gusto que experimenté por poder mostrarme tal cual era, confesando mis más bajos instintos sin preocuparme por la moral, la decencia y todas esas estupideces.

En este momento estoy en mi habitación de hotel esperando que lleguen los cinco hombres que he elegido para pasar esta noche en la que me he preparado para obtener el máximo placer sexual que haya podido imaginar jamás.

Estoy tranquila, ya no soy presa de la ansiedad que me carcomía cuando hace ya algunos años me decidí a llevar esta doble vida obligada por la ineptitud sexual de un marido maravilloso en todos los sentidos menos en ese y por mi cuerpo que me pedía acción de todas las maneras posibles hasta que ya no pude contenerlo y explotó llevándome a lo que soy.

Mientras espero me visto y desvisto varias veces quedando como más me gusta, un corpiño de media tasa que eleva mi firme busto dejando mis pezones a la vista, un portaligas ligeramente por debajo de la cintura que sujeta por medio de sus finas tiras las medias de lycra que llegan hasta la mitad de mis muslos y unos zapatos de tacones bien altos, casi dieciocho centímetros, elevando mi estatura aún más y nada más. No llevo bragas en estas ocasiones. Todo el conjunto color negro.

Mi cabello castaño oscuro está tan suave como una brisa de primavera, mis ojos grises delineados con negro azabache y mis párpados sombreados en un gris bastante agresivo pero no tanto como mis labios que he marcado con un rojo carmesí muy intenso cubriéndolos al final con un barniz indeleble a prueba de los líquidos más corrosivos que espero extraer de mis cinco pollas.

El camino que he debido transitar para llegar a este día ha sido largo, duro y difícil pero hoy reconozco que ha valido la pena. De ninguna otra manera hubiera podido vivir lo vivido y a pesar de todo supe seguir siendo "la gran señora".

Todo comenzó a los pocos meses de casada. Contrajimos enlace con Javier siendo muy jóvenes, yo veinte y él veintidós y como es de prever para niños de tan escasa edad se nos fueron los dos o tres primeros años acomodándonos de manera que la nueva vida no interrumpiera los estudios. Al cabo de ese tiempo Javi se recibió de ingeniero con las más altas calificaciones lo que le permitió conseguir un empleo muy bueno en una multinacional del que se enamoró de tal manera que hasta el día de hoy le dedica todo el tiempo. Yo no concluí mis estudios porque al poco tiempo quedé embarazada y el nacimiento de mi hijo sumado a otros dos que llegaron casi sin solución de continuidad anuló mi ambición en ese sentido.

Tan dedicado estaba Javi a su trabajo y tan bien le iba en todo sentido, especialmente en el económico, que poco a poco me fue prestando menos atención a pesar de que yo en ningún momento me abandoné y teniendo tan buenas posibilidades me vestía de lo mejor con muy buenas prendas de gran calidad y excelente gusto, mantenía mi espléndida figura concurriendo a clases de gym, institutos de belleza y todo lo que me hiciera falta sin medir esfuerzos ni físicos ni económicos. En ese tiempo todavía no me daba cuenta de lo que sucedía, fueron sus actitudes las que me llevaron a la reflexión para concluir después de un tiempo que mi marido no tenía interés en mantener una vida sexual activa. Me pedía que me cubriera, rechazaba la lencería erótica, sin calificaciones simplemente me decía que buscara algo más púdico, veía mal que me maquillara. Nuestras salidas se fueron limitando a reuniones sociales por asuntos de trabajo, la infaltable misa de los domingos y algún que otro almuerzo con los niños. Por lo demás todo debía ser trabajo, estudio y lo que él llamaba responsabilidad frente a la vida. En lo que a lo sexual se refiere manteníamos una relación semanal en la clásica postura del misionero muy breve debido a su falta de interés y por ser un eyaculador precoz.

Casi sin darme cuenta fui supliendo mis necesidades de marido con mis dedos que muy rápidamente se convirtieron en maestros sublimes de la masturbación llevándome sin escalas a saciar mis necesidades de la manera más sencilla. La primera vez me sentí fatal, la culpa me perseguía tomando mi actitud casi como una infidelidad pero poco a poco, siempre empujada por su indiferencia me fui acostumbrando hasta hacer de la paja diaria una rutina muy difícil de abandonar. De una pasé a dos, una en la cama mientras él dormía y otra en la ducha que era donde más disfrutaba ya que allí podía dar rienda suelta a mis fantasías a la vez que me permitía acariciar todo mi cuerpo con las manos enjabonadas para que resbalaran mejor. Sin proponérmelo la figura de un hombre entró sin permiso en mi mente; un hombre rudo, grande, de importante masa muscular, muy velludo, barba de dos días, con olor a macho, esa mezcla de sudor, gasolina, grasa ó tierra, cemento, arena.

La figura de este hombre empezó a acompañarme mucho mas allá de mis pajas, estaba en mi mente en todo momento haciéndome mojar de tal manera que tuve que comenzar a usar toallas higiénicas todo el tiempo para contener unos flujos cada vez más abundantes, tanto que provocaron una opinión de mi Javi que me aconsejó visitar al ginecólogo para descartar que no se tratase de alguna infección. Con esa excusa de visitar al médico que tan gentilmente mi marido me dejó servida, me tomé una tarde para mí y venciendo todos mis pudores me dirigí a un sex shop.

Dar ese paso me costó horrores porque yo soy toda una señora. Esposa de un muy exitoso y reconocido profesional, madre de tres hijos ejemplares, mujer de mi hogar, referente de todas nuestras amistades, proveniente de un hogar ejemplar en todos los sentidos, intachable por donde se me busque, siempre somos mencionados por nuestras virtudes en cuanta misa y evento escolar o laboral nos presentamos, de manera que para vencer mi timidez me alejé mas de cincuenta kilómetros en busca de una ciudad o pueblo en el que me pudiera sentir a salvo de miradas indiscretas.

Esto quiere decir que lo mío fue bien pensado, no me cogió por sorpresa, no tengo excusas, quise ir al sex shop y fui, tuve cincuenta kilómetros para arrepentirme, mas de una hora que utilicé para soñar con el miembro que me compraría, su color, su textura y por sobre todas las cosas su tamaño. Una vez adentro del local me encontré temblando sin saber por qué. Si hoy me preguntaran respondería que era por calentura, en ese momento pensaba que era por miedo a ser descubierta. Estuve media hora fascinada observando la cantidad de pollas que se exhibían, todas me gustaban y me las hubiera llevado sin ninguna duda. Finalmente elegí tres ya que pensé que era muy improbable que volviese, un consolador de látex rojo de muy buen tamaño, cinco por veinte, un vibrador del mismo tamaño y un dilatador anal que en ese momento no sabía para qué servía pero intuitivamente sentí deseos de que fuera mío. Tan ansiosa estaba que no pude aguantar a llegar a casa, en el auto, mientras manejaba abrí las piernas, corrí hacia un costado mis bragas y me metí el de color rojo que por estar tan mojada entró de un solo golpe y lo mantuve ahí hasta llegar. Una vez en casa fui directamente al baño y me lo metí y saqué con tanta vehemencia y violencia que más bien parecía que me estaba acuchillando a mi misma.

Los consoladores reemplazaron muy eficazmente a mis adorados dedos e igual que a estos los utilizaba dos veces al día. Los guardaba bajo siete llaves de manera que nadie jamás los encontraría. Casi inmediatamente de empezar a usarlos adopté como mi preferido al vibrador porque entraba igual que el consolador pero sus vibraciones, que ajustaba al máximo cuando tocaba fondo, me dejaban con la lengua afuera, jadeando, los ojos blancos, los músculos temblorosos, en un estado de éxtasis que me impedía pensar en nada que no fuera el deseado macho de mis sueños más perversos.

Esta rutina me duró unos meses hasta que un día imprevistamente mi macho imaginario se presentó con un compañero muy parecido a él, alto, forzudo, oloroso, más rudo todavía y con un deseo de poseerme que me dejó sin aliento al solo pensarlo. Desde ese momento creí enloquecer, creció mi inseguridad manifestándose en temblores que solo sosegaba con los orgasmos que me arrancaba mi vibrador pero que no me alcanzaban, necesitaba más y así fue que recordé el dilatador anal y de pronto supe como usarlo. Como estaba sola y por lo tanto tranquila, me desnudé recostándome sobre la cama con las piernas bien abiertas, metí el dilatador anal en mi boca hasta lograr ensalivarlo completamente, con mis dedos pasé flujo desde mi vagina hasta mi orificio anal hasta que quedó muy bien lubricado y lo fui metiendo en mi cola bien despacio. Me dolía muchísimo, hasta ese día era virgen todavía de esa parte, pero seguí empujando dándome cuenta de que el dolor era un componente imprescindible del placer. Más me dolía, más disfrutaba, por la penetración física en sí y por la auto violación a la que me estaba sometiendo relegando en ese acto a mi auto estima y orgullo personal a la categoría de nada ya que en ese momento valía y tenía mucho más poder ese silencioso atacante empujado por mi propia mano que toda mi persona. Cuando sentí que había vencido la barrera de la máxima dilatación creí desfallecer pero una vez adentro se adaptó tan bien que no quise retirarlo, en cambio me metí el vibrador en la vagina activándolo a la máxima potencia al tiempo que soñaba que eran mis machos los que me estaban penetrando simultáneamente haciéndome llegar a un orgasmo como nunca antes había tenido y dejándome tan laxa que casi me duermo, lo que hubiera significado que mi marido me descubriera.

Así pasé un par de años en los que creía que tenía todo controlado y que no necesitaría nada más para satisfacer mis necesidades. Sin embargo algo llamaba mi atención y me perturbaba especialmente, cada vez que salíamos sentía la mirada de los hombres sobre mi cuerpo con insistencia y hasta con descaro. Sé que tengo una figura llamativa y sensual pero juro que jamás intenté aprovecharme de ella para atraer la mirada de ningún hombre. Por el contrario estando acompañada por mi marido me limitaba a dejar bien en claro que era su mujer y que solo a él pertenecía. Lo que no pude evitar fue imaginar qué podría suceder si un día saliera sola y una vez que ese pensamiento se incorporó a mi mente ya no lo pude abandonar.

Fantaseé con esa idea hasta que un día me decidí y volví a tomarme una tarde para mí sola con la excusa de ir a ver un trabajo ya que los niños crecían y comenzaba a tener tiempo libre. Otra vez me dirigí a las afueras, más de cincuenta kilómetros sin saber qué buscaba o qué encontraría. Simplemente me dejé llevar y como dirían los refranes el que busca encuentra o el que juega con fuego al final se quema. Iba yo por la ruta cuando vi una gasolinera de esas donde paran los camioneros a comer. No había que ser muy inteligente ya que había como veinte camiones parados y era la hora del almuerzo. Entré al comedor y sin mirar a nadie, como haría cualquier señora, ocupé una mesa y pedí una taza de café. Estuve todo el tiempo mirando hacia afuera en dirección de mi coche, como quien lo vigila, dando la impresión de no prestar atención a nada ni nadie aún cuando por dentro sentía que moría, temblaba como una hoja y mi entrepierna se mojaba como en mis mejores jornadas masturbadoras. No sé por qué me sentía así pero así estaba, como si se tratara de una cita, como si realmente esperara a alguien cuando en realidad no pasaba nada, era simplemente una señora tomando una taza de café. Pero parece que no a todos les pareció lo mismo porque un hombre de unos cuarenta y cinco años vestido con pantalones de trabajo y una musculosa que dejaba ver unos brazos formidables se acercó y sin pedir permiso se sentó a mi lado y preguntó — ¿verdad que me esperabas cariño?

  • ¿Perdón?
  • Que me esperabas, cariño. Que una señora como tu no entra a un lugar como este sin desear que un hombre como yo se le acerque.

Lo dijo con simpatía, susurrando muy seductoramente, sin agresividad alguna, casi se podría decir que lo hizo con elegancia.

Creí morir, tantos años ocultando meticulosamente mis mas íntimos secretos, disimulando mi doble sentir, complaciendo a mi familia y a través de ella a mi marido, mis hijos, nuestras amistades, guardando las apariencias, cuidando hasta el más mínimo detalle, para que ahora en un instante un camionero me descubriese y derribara todas mis barreras de un solo golpe, con una sola frase. No supe qué decir pero sin querer sonreí, como quien es descubierto infraganti.

  • ¿Verdad que me esperabas?
  • Si, dije, sorprendiéndome por mi respuesta, entregada, sin voluntad para oponerme a nada, si después de todo era lo que más deseaba
  • Bueno, vamos
  • Si, repetí, más indefensa que antes.

No me dejó subir a mi auto, quiso que nos trasladáramos en su camión y para ayudarme a subir me empujó desde abajo metiendo su mano entre mis piernas con el pulgar incrustado en mi raja y los dedos restantes abiertos como un abanico conteniendo mi culo que ya en ese momento ardía de placer. Cuando me senté sobre la butaca del acompañante mi cara era un fuego, y pensé por un momento al mirarme al espejo que estaba tan roja como mi consolador, evidentemente mis pensamientos no me abandonaban nunca, ni siquiera en los momentos cruciales en que estaba a punto de cambiar mi vida de manera fundamental. Durante el corto viaje hasta un hotel me dijo su nombre y me pidió que no temiera, que él sabía como tratar a una dama pero no llegó a convencerme ya que mientras decía estas palabras no dejó de tocarme ni un centímetro de mi cuerpo por lo que le dije – no he llegado hasta aquí para ser tratada como una dama, trátame como lo que crees que soy.

  • No te ofendas pero en realidad creo que eres una puta reprimida.
  • Ya te he dicho, trátame como lo que crees que soy.
  • Parece que la señora quiere guerra
  • Si, e igual que él, sin pedir permiso, me abalancé sobre su bragueta, bajé el cierre, saqué su polla y de un solo intento la metí completa en mi boca y simultáneamente comencé a chupar y a llorar.

Era una buena polla aunque no de las mejores que luego de ese día haya conocido, pero era una polla activa, bien erecta, caliente, mojada por flujos que evidenciaban que había vida en ella, vida y deseos. Al verme llorar el hombre se asustó y quiso consolarme a lo que le dije que no fuera tonto, que estaba emocionada, que él no se daba una idea de cuanto tiempo había esperado para que llegara ese momento. Al entrar a la habitación le pedí, casi le supliqué, que me follara brutalmente, que no dejara agujero sin llenar, que me usara, que no le importara nada de mi, que solo me utilizara para su placer ya que su placer sería el mío. Y así ocurrió, follamos toda la tarde y no me privé de nada, lamí su cuerpo completo especialmente sus axilas de las que emergía un fuerte olor a transpiración con sabor acido y salado, le lamí las bolas y el culo que no sé si se habría lavado, le arrastré mis tetas por todo el cuerpo, le dejé penetrarme vaginal y analmente las veces que quiso y me bebí todo su semen cada vez que eyaculó. Finalmente nos bañamos, volví a subirme al camión con más vergüenza que antes pero satisfecha, me pidió que le regalara mis bragas, las quería como trofeo y se las di, me dejó al lado de mi auto mientras otros hombres iguales a él nos miraban, nos despedimos y regresé a mi hogar donde al llegar fingí sentirme descompuesta, fui varias veces al baño haciendo de cuenta que vomitaba, argumenté que algo del almuerzo me había caído mal, me acosté y me dormí. Mientras dormía sentí que mi marido me arropaba y a la mañana siguiente me trajo a la cama un té de manzanilla para que me sintiera mejor. El no sabía cuanto mejor me sentía.

Contrariamente a las sensaciones que padecí luego de mi primera paja de mi vida de casada, en esta oportunidad no me sentí en falta. No experimenté remordimientos, arrepentimientos, ni culpas, en cambio una sensación de felicidad y de intenso placer se adueñó de mí modificando drásticamente mi estado de ánimo y mi presencia que rejuveneció llenándose de vida y alegría, nuevos atributos que todos notaron menos mi marido. Él creyó que mi felicidad se debía a sus progresos que cada vez eran más espectaculares, para estos tiempos ya era gerente de área con muchas posibilidades de llegar a gerente general, y siguió tratándome como de costumbre, sin sospechar nada acerca de mi nueva forma de vida, sin celarme ya que no le daba motivos y sin coartar mi libertad ya que en realidad no se daba cuenta de la manera en que yo empleaba mi tiempo.

Tardé una semana en regresar a la gasolinera de la primera vez y por suerte para mi volví a encontrar al mismo hombre con el mismo apetito. Otra vez monté al camión pero en esta oportunidad dejé mis ansiedades de lado y disfruté mucho más ya que a cada acción le dediqué más tiempo y mayor observación. Tomé su polla con ambas manos y la acaricié completa durante mucho tiempo en un acto de adoración consciente y la lamí responsablemente, como diría mi marido, sin dejar ningún milímetro de su piel sin ensalivar, pensando en lo que hacía, era totalmente consciente de mis acciones y disfrutaba plenamente de las nuevas sensaciones. Me encantó descubrir el placer que me daba recibir el peso de su cuerpo sobre el mío y el trato varonil que le dedicaba a mi cuerpo imponiéndose sin temores, con decisión para lograr mi sumisión total. Me encantó que me pusiera a cuatro patas para follarme el culo hasta sentir sus bolas contra mis nalgas y me estremecí de placer al narrarle desde esta posición mis peores fantasías. Fue durante la sesión de este segundo día cuando le confesé que no quería una polla sino dos y le pedí a modo de ruego que trajera un amigo para la siguiente cita.

Fue increíble el gusto que experimenté por poder mostrarme tal cual era, confesando mis más bajos instintos sin preocuparme por la moral, la decencia y todas esas estupideces. También me encargué de dejar bien en claro que mi cuota de amor estaba muy bien cubierta, lo único que necesitaba era sexo y cuanto más fuerte y enérgico mejor. Por primera vez en mi vida me sentí libre y fue esa sensación de libertad la que llenó mis ansias permitiéndome disfrutar como nunca lo había hecho. Otra vez regresé a casa como si nada, esta vez ni siquiera fingí nada, me di una ducha, me cubrí con una bata, bajé a la cocina y serví la cena para los niños y para mi marido, el cornudo inconsciente, que comió como un energúmeno sin darse cuenta de nada, retirándose apenas terminó a su sillón favorito en donde se quedó dormido como solía hacer. No mentiré si afirmo que el resto de esa semana la pasé ensartada con mis dos amores, el vibrador y el dilatador, cada uno en su orificio, fantaseando y esperando mi próximo encuentro con mi camionero y su amigo

La continuación dependerá, en alguna medida, de los comentarios que envíen los lectores. Gracias