Tocando fondo

Inés experimenta situaciones terribles, con sus amos y con animales, que la humillan al máximo. Mientras tanto su padre vuelve a la hacienda y se excita con ella al verla en ese estado.

Habían transcurrido quince días desde que Inés pasó a ser propiedad del matrimonio Franchon, y por extraño que parezca ya se estaba acostumbrando a su nueva y dura vida. Inés, tras años de solo conocer los placeres que le proporcionaba su antigua institutriz, tras años de vivir entre algodones, estaba descubriendo que esta nueva vida no le era del todo desagradable. No obstante, había días en que hubiera deseado volver a los viejos tiempos, especialmente esos días en que sus nuevos amos descargaban todo su libido en ella. Si bien el trabajo de la estancia era sucio y agotador, además de humillante, Inés iría descubriendo sus tendencias masoquistas, y aprovechaba las situaciones que se le presentaban para tener el goce sexual que tanto le había sido esquivo anteriormente. Lo peor era cuando sus amos la llamaban a la casa, luego de las tareas de limpieza. El señor Franchón era realmente de aspecto grotesco, Inés sufría mucho con los manoseos de este hombre, pero no le daban las fuerzas para revelarse.

Diariamente le llevaba a ambos el desayuno en la cama, no era extraño ver en el lecho las huellas de una noche de orgía. La señora Franchón poseía una esclava que dormía siempre atada al pie de la cama, una muchacha de unos veinte años que mostraba las huellas de horas de tremendos castigos. A Inés le llamaba mucho la atención de ver la piel de esa muchacha casi sin un lugar en donde no hubiera una marca de látigo o quemadura. Poco sabía de esa muchacha, jamás la oyó hablar, solo de tanto en tanto un gemido. La señora Franchón la usaba también de excusado, y no fueron pocas las mañanas en que vio como ésta repugnante mujer orinaba en la boca de la muchacha, que sumisamente la abría sin chistar. Por su parte su marido estaba encantado con Inés, apenas entraba con el desayuno ésta podía ver que a pesar de su edad este hombre tenía inmediatamente una erección.

El señor Franchón moría por esa niña encantadora. Verla entrar, prácticamente desnuda y sucia lo excitaba de tal manera que diariamente Inés tenía que vaciar los testículos de ese viejo. El pene del señor Franchón, aunque no de gran tamaño era realmente bastante grueso, y diariamente Inés, mientras este tomaba su desayuno tenía que llevárselo a su boca, y realizarle una mamada hasta que éste acabase. Por supuesto a la edad que tenía no era una tarea fácil, y mas si la noche anterior había tenido jaleo, pero casi todos los días el desayuno de Inés era la leche caliente del señor Franchón. Su esposa, por otra parte, apenas si le daba importancia. Estaba más interesada en su esclavita.

Ella vivía insistiendo en que Inés era una cerda y que debería vivir entonces con los cerdos de la estancia, que por cierto había unos cuantos, pero su marido se las había arreglado para que día a día siguiera asistiéndolos en la casa.

La hora del almuerzo era también un momento problemático para Inés. Era el único momento en que estaba en contacto directo con la señora Franchón, ya que su esclava quedaba encadenada en el dormitorio día y noche, entonces Inés , debajo de la mesa debía lamer el sexo de ambos, un poco cada uno, mientras estos comían, esperando que le tirasen alguna sobra. Si bien Inés podía arreglárselas para hurtar algo de comida, nunca lo hizo por miedo a las terribles represalias prometidas, y comía solamente lo que sus amos le tiraban en el almuerzo o lo que le podía hurtar a los animales, especialmente a los cerdos, ya que a éstos les tiraban todo tipo de comida y siempre algo era rescatable. Precisamente los cerdos eran so mayor problema. Estaba obligada a limpiar el chiquero dos veces por día. El lugar de comida y todo el entorno. Era una tarea titánica porque a los cinco minutos de limpiar ya estaba todo hecho mugre nuevamente, dada la naturaleza de los animales. Descalza y semidesnuda, pisaba la tierra sucia de los excrementos y orines de los cerdos, recogiendo los desperdicios con sus manos dentro de un balde, siempre vigilada por el capataz o alguno de los mayorales.

Un mes después de su nuevo estilo de vida, la bolsa que le servía de vestido estaba hecha andrajos, y fue condenada a andar desnuda por toda la estancia, de lugar en lugar, limpiando mierda y suciedad por donde la hubiera. No pasaba un día en que varios de los empleados, viéndola así, perdieran la calma y la violaran en donde se cruzaran con ella. Imaginar una criatura tan bella como lo era ella, desnuda, sucia y olorosa, despertaba a cualquier persona, y los empleados aprovechaban cualquier oportunidad para tener un momento de placer. Muchas veces lloraba de impotencia, ya que no solo tenía que soportar las humillaciones de sus amos sino la de la mayoría de los empleados, que la violaban constantemente y le tiraban golpes y puntapiés, riéndose de su estado, pero no vislumbraba en su entorno ninguna otra opción más que resistir, al menos hasta que tuviera la oportunidad de huir de ahí, oportunidad que se contraponía a los deseos de llevar ese tipo de vida, solo que no era ella quien podía poner los límites y había momentos en que no resistía verdaderamente el trato que se le dispensaba.

Una mañana, a la vuelta de servir el desayuno a sus amos, el capataz, un hombre de color moreno, de unos cuarenta años, muy cruel, junto a uno de los empleados, tuvieron la idea de hacer tener relaciones a Inés con uno de los perros de la estancia, un perro enorme, de raza incierta. Inés recuerda con amargura ese triste momento, cuando la ataron a un tronco que había cerca del piso, y le llevaron ellos mismos al enorme animal, aprovechando que estaba excitado con una perra alzada que estaba encerrada para evitar males mayores. Para excitar al animal trajeron una manta que previamente habían refregado en la perra alzada, y entonces el animal, ni lerdo ni perezoso se lanzó sobre Inés, intentando montarla de una.

Se formó inmediatamente un círculo con varias de las personas que había en los entornos, y quedó espontáneamente montado un espectáculo extraordinario. Inés, desnuda, sucia y atada montada por un perro enorme, que poco le costó encontrar el agujero de su concha. Ella gritaba aterrada, pero no hubo escape. El animal. Al máximo de su excitación se la cogió como si se tratara de una perra, haciendo los movimientos de meter y sacar con suma violencia. Inés gritaba primero de dolor, pero no pudo evitar tener un orgasmo dado que el miembro del animal la taladraba en forma violenta, y los gritos del improvisado público se mezclaron con el gemido enorme de Inés en momentos de llegar al orgasmo. Quince minutos demoró el perro en desengancharse. Iones, dolorida y humillada frente a tantas personas, se fue con lágrimas en los ojos a seguir con su tarea. Desde la ventana de la casa, el matrimonio Franchón presenció todo el espectáculo junto a otra persona, que casualmente se encontraba allí. Esa persona quedó asombrada de tal espectáculo. Se pudo ver un enorme bulto bajo su pantalón.

"Caramba dijo" Veo que Ud. No se priva de nada". Tal vez tenga la oportunidad de probar si es que Ud. Me lo permite, después de todo

Ese hombre era nada más ni nada menos que el padre de Inés, que había ido a cobrar su mensualidad. Inés no lo vio, pero ya había quedado sentenciada.

" Pues déle hombre, cuando Ud. Quiera respondió el señor Franchón. Aproveche ahora porque tenemos pensado dejarla a vivir en el chiquero con los cerdos, y no le será entonces muy limpio que se diga el placer", y riendo abrió un armario para abonar la cuota correspondiente.